Darth Maul. El cazador en las tinieblas (25 page)

Read Darth Maul. El cazador en las tinieblas Online

Authors: Michael Reaves

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Darth Maul. El cazador en las tinieblas
9.69Mb size Format: txt, pdf, ePub

— o O o —

Mientras volvía a la calle, repasó mentalmente lo que había averiguado. Desgraciadamente, no era mucho. Pensó en volver para informar al Consejo, pero prefirió esperar a tener algo más que rumores y suposiciones. Hasta ese momento, lo único de lo que estaba seguro era de que Darsha Assant había perdido al informador que le encomendaron proteger. Que su saltador había sido saqueado por una banda callejera y que el aerocoche de su Maestro había quedado destruido tras una supuesta trifulca con una figura encapuchada. Había visto los vehículos, pero no el cuerpo del informador, ni el de Darsha ni el de su Maestro.

A eso podía añadirse que una figura encapuchada había asesinado a Yanth el hutt, un jefe del Sol Negro. Y que una sensación de corrupción invadía el lugar, una sensación similar a la que había notado en el lugar donde se estrelló el aerocoche de Bondara.

Sólo se le ocurrían dos teorías, que por desgracia eran mutuamente contradictorias. Primera teoría: Darsha perdió a su informador a manos del Sol Negro y los siguió hasta el Oasis Tusken, donde fue atacada y donde venció a toda una sala llena de guardias matando de paso a Yanth. Pidió ayuda a su Maestro y éste acudió al rescate. Huyeron y… desaparecieron.

En la teoría había agujeros tan grandes como para colar un dreadnought por ellos. Darsha era buena en combate, pero si fuera así de buena, nunca habría perdido al informador. Además, eso tampoco explicaba la oscura sensación que permeaba el lugar de las muertes y donde se estrelló el aerocoche.

La segunda teoría implicaba la existencia e intervención de algún otro ser, probablemente relacionado con el Sol Negro, que había matado a Yanth y a sus guardaespaldas. Había varias razones para preferir la segunda teoría, la menor de las cuales no era su negativa a creer que un Jedi pudiera llegar a ser capaz de cometer los crímenes que estaba investigando. Pero ninguna de las teorías explicaba dónde estaban Darsha y su Maestro, o por qué había transcurrido tanto tiempo sin noticias suyas.

Obi-Wan lanzó un suspiro. Aún no había acabado con todas las pistas. Todavía le quedaba investigar el bloque de cubículos. Comprobó la dirección que le habían dado y se dirigió a ella. Con suerte, igual descubría algo que arrojase alguna luz sobre ese jaleo.

— o O o —

No tuvo esa suerte.

En el lugar de la explosión descubrió nuevas informaciones de interés, pero sólo servían para enturbiar más aún las aguas. Un miembro de la policía local, encargado de la investigación le dijo que el inquilino del cubículo destrozado había sido Hath Monchar, el neimodiano virrey delegado de la Federación de Comercio, y que también él había sido asesinado.

Parecía evidente que el Sol Negro estaba mezclado de algún modo en todo el asunto. Pero no había prueba alguna de que el cártel del crimen fuera compañero de cama de la Federación de Comercio, aunque era algo muy posible.

Había demasiadas preguntas pendientes, pensó Obi-Wan. Demasiadas preguntas, y no las suficientes respuestas.

Capítulo 27

H
abía luz al final del túnel.

Lorn, I-Cinco y Darsha corrieron hacia él. Llegaron a una puerta, la entrada de otro quiosco similar al que emplearon para entrar al subterráneo, y salieron a las tenebrosas sombras del Pasillo Carmesí de Coruscant.

Comparado con el laberinto en que llevaban tanto tiempo atrapados, eso era como salir a la brillante luz del sol.

Lorn respiró aliviado. Encontrar el camino de regreso a la superficie les había llevado más tiempo del que suponían, encontrándose en su recorrido con varios callejones sin salida que les obligó a deshacer sus pasos, pero al menos no habían sufrido más ataques de habitantes subterráneos. Parecía ser que los únicos chton que había al otro lado del puente eran los que se encontraban en el estómago del taozin.

Lo cual era una suerte, ya que los dos humanos habían quedado exhaustos tras el esfuerzo de trepar por la larga cuerda de seda hasta la cima del abismo subterráneo. Pero no podían permitirse descansar ni aminorar el paso. Debían asumir que el Sith seguía estando en alguna parte, detrás de ellos, persiguiéndolos todavía.

Lo cual era el peor de sus problemas, pero ni mucho menos el único. Lorn suponía que el personal de seguridad bancaria también iría tras ellos. Del mismo modo, era probable que el fraude de la transacción fantasma también hubiera llamado la atención de la policía planetaria, así como de unos cuantos agentes del tesoro de la República.

También imaginaba que el Sol Negro querría hacerle algunas preguntas, dependiendo de los registros que mantuviera Yanth de sus negocios y de lo que pudieran recordar los testigos del Oasis Tusken. En resumen, que I-Cinco y él debían tener a casi todos los poderes organizados del planeta pisándoles los talones.

Por supuesto, del único perseguidor que estaba seguro era del Sith. Seguramente I-Cinco calificaría a los demás como producto de su paranoia. ¿Y qué?, se dijo Lorn. En los niveles bajos, la paranoia no era una enfermedad, sino un estilo de vida.

—Los míos han debido enviar ya alguien a buscarme —dijo Darsha—. Si podemos llegar a una estación comunicadora, sólo habrá que llamarlos para que vengan a recogernos.

Cierto, los Jedi. Se había olvidado de ellos. Más invitados a la fiesta.

—Estamos en una zona con muy pocas estaciones comunicadoras públicas que funcionen —repuso I-Cinco—. Probablemente encontremos más cantidad de ellas en funcionamiento una vez subamos varios niveles.

Muy agudo, pensó Lorn. Uno podía encontrar estaciones que funcionaran si sabía dónde buscar, pero seguía sin querer dar a Darsha la oportunidad de llevarlos al Templo. Cuando estaban en los túneles, durante la interminable búsqueda de una salida, se las había arreglado para susurrarle unas instrucciones al androide sin que ella las oyera. I-Cinco sabía que Lorn quería encontrarse lo antes posible con Tuden Sal, y sin que la padawan estuviera presente.

—Entonces, volvemos al problema del día: ¿cómo llegar a los niveles superiores? —preguntó Darsha—. Trepar es algo arriesgado. Ya tuve una mala experiencia con algunos halcones murciélago. Encontré una forma de subir entrando en una mónada, pero no veo ninguna cerca.

Era cierto. Sin algún medio de transporte, el problema de llegar a los niveles superiores resultaba peliagudo. Y Tuden Sal les enviaría un transporte si conseguían contactar con él. Era un círculo vicioso. Y para salir de él debían encontrar una estación comunicadora.

Resultaba frustrante. Estaban a apenas medio kilómetro de una de las zonas más cosmopolitas de la galaxia, pero ese medio kilómetro era hacia arriba. La posibilidad de ser libres estaba sólo a una veintena de niveles por encima de sus cabezas, pero estaba tan lejos de ellos como si estuvieran en una de las estaciones espaciales orbitales. Teniéndolo todo en cuenta, pensó Lorn, al menos es difícil que las cosas pudieran empeorar.

—Nos vigilan —dijo el androide.

— o O o —

Mientras el androide decía esto, Darsha podía sentirlos. Eran más de uno, de diferentes especies, y con intenciones inconfundiblemente malignas.

—¿Por qué no me extraña? —dijo Lorn—. ¿Hay forma de saber quién nos vigila exactamente?

Darsha buscó con sus sentidos y sintió corrientes familiares. Estaba segura de haberse encontrado recientemente con ellos.

—No es el Sith —dijo, y vio que el corelliano se relajaba. Cuando reconoció la vibración de la Fuerza añadió—: Son…

—Hola, señora… ¿Sigue visitando los barrios bajos?

Era Pelo Verde, el líder de la banda de los raptores que la atacó cuando llegó por primera vez al Pasillo. Con él iban tres de sus compañeros: un trandoshano, un saurin y un devaroniano. Darsha casi sonríe de alivio. Esos gamberros no eran nada comparados con las criaturas a que se había enfrentado bajo la superficie.

Lorn parecía sentirse del mismo modo.

—Cortad ya, chicos… os causaríamos más problemas de lo que valemos.

A juzgar por la mirada de Pelo Verde, Darsha se dio cuenta de que las cosas no iban a salir como él se esperaba. Sus supuestas víctimas no mostraban ningún miedo. Volvió a intentarlo, hablando como si no hubiera oído a Lorn.

—Estáis en nuestro territorio, y tenéis que pagar un peaje.

Darsha casi lanza una carcajada. Le parecía como si hiciera mil años del momento en que le preocupaba enfrentarse a esa chusma. Su perspectiva había cambiado radicalmente en las últimas treinta y seis horas. El líder de los raptores debió darse cuenta de algo de eso porque pareció preocupado por unos instantes.

—He dicho… —empezó a decir.

—Lo que tú digas y lo que vas a conseguir son dos cosas completamente diferentes —le interrumpió Lorn—. Mira, las cosas van ser así: nos daréis vuestro dinero, y me refiero al de todos. Y tú —señaló al líder— nos acompañarás a dar una vuelta.

Pelo Verde no habría podido quedarse más sorprendido si Lorn le hubiera atravesado el pecho con un electro-jabber. Se quedó inmóvil como una estatua durante varios segundos, con su peinado electrostático agitado suavemente por la brisa. Sus compañeros también parecieron incómodos; no solían encontrarse en su territorio con gente tan segura de sí misma. Miraron a Pelo Verde, y Darsha no necesitó la Fuerza para leer lo que implicaba esa mirada. Esperaban a que él tomase una decisión.

Resultaba igualmente obvio que Pelo Verde sabía lo que se esperaba de él. Miró a sus hombres, y después a Darsha, Lorn e I-Cinco.

—¡A por ellos! —gritó, saltando hacia Lorn.

Lorn se apartó y le puso la zancadilla al joven cuando pasó por su lado. I-Cinco le golpeó la cabeza verde con un puño metálico, y el chico se derrumbó. El trandoshano embistió enarbolando una cuchilla vibratoria. El androide usó su dedo láser para calentárselo hasta la incandescencia. El trandoshano soltó el ardiente metal con un grito y huyó a las sombras, agarrándose la mano quemada con la sana.

Darsha estaba sumida en la Fuerza, sabiendo lo que iban a hacer sus atacantes antes de que ellos mismos lo supieran. Era mucho más sencillo que enfrentarse al taozin. Tuvo el sable láser en la mano antes de que ella misma se diera cuenta de ello, y su hoja brilló en las sombras al desviar los rayos que brotaban del arma del devaroniano contra ella y sus acompañantes. Darsha extendió la mano libre y la pistola láser saltó de la mano del saurin en dirección a Lorn, que la cogió al vuelo. Lo graduó en aturdir y disparó dos veces. Los dos miembros que quedaban de la banda se derrumbaron en el ferrocreto agrietado de la calle, junto a su inconsciente líder.

La escaramuza no había durado más que unos pocos segundos. Lorn e I-Cinco se pusieron a registrar los tres cuerpos inconscientes.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó la padawan.

—¿Tú qué crees? Estamos tomando de quienes no lo necesitan y dándoselo a los necesitados, es decir yo. Necesitamos créditos para llegar a los niveles superiores.

Darsha empezó a decir algo, pero se lo pensó mejor. No le gustaba que saquearan los cuerpos, pero comprendía la necesidad del momento.

Pelo Verde se agitó y gimió. Lorn le aguijoneó con la pistola láser.

—Arriba —dijo.

Pelo Verde se puso en pie. No parecía demasiado feliz.

—Estoy seguro de que conocéis un modo de subir a los niveles superiores —le dijo Lorn—. Vamos a descubrirlo.

Darsha sintió la resistencia del chico. Empezó a hacer un gesto para enfocar la Fuerza en él y permitir que la sugerencia de Lorn tuviera más oportunidades de funcionar, pero Lorn la detuvo alzando la mano.

—Nada de trucos mentales, Darsha… Lo quiero alerta.

Empezó a decir algo, pero se encogió de hombros. Parecía tener un plan, que era más que lo que ella tenía.

— o O o —

Lorn azuzó al raptor con la pistola láser recién adquirida. Se sentía mucho mejor teniendo un arma. Era cierto que no era gran cosa, apenas una blastech DH-17 sin mirilla óptica y con la carga energética casi agotada, pero había emitido un siseo muy satisfactorio al ser disparada durante la breve escaramuza. También había cogido la cuchilla vibratoria. Eran armas que no le ayudarían si los alcanzaba el Sith, pero era mejor que enfrentarse a su némesis con las manos desnudas.

Había otro motivo para celebrarlo. Al haber sido I-Cinco y él quienes registraron el cuerpo inconsciente de los raptores, la padawan no había visto el hallazgo del androide. Éste se lo había enseñado mientras ella vigilaba a Pelo Verde. Era un pequeño comunicador, seguramente personalizado para su propietario raptor, pero tanto Lorn como I-Cinco habían manipulado ya los suficientes como para saber que su seguridad no representaría ningún problema.

Los tres se pusieron en marcha siguiendo a su involuntario guía, alertas a cualquier engaño por su parte. Éste los condujo a un callejón situado a doscientos metros en la dirección por la que había aparecido.

En cuanto I-Cinco pudiera alejarse unos minutos, o tener una oportunidad de conectar el comunicador a su entrada de datos, llamaría a Tuden Sal y organizaría un encuentro con él. Las cosas parecían mejorar por momentos, se dijo Lorn. Puede que al final consiguieran salir del planeta sanos y salvos.

Por supuesto, eso significaba dejar atrás a Darsha, una posibilidad que, debía admitirlo, esperaba con menos impaciencia de la que había supuesto. Después de todo, ella le había ayudado a mantenerse con vida a lo largo de toda esa pesadilla. Intentó recordarse que ella lo había hecho sólo para llevar a los Jedi la información del neimoidiano, pese a que ya sabía prácticamente tanto como él. Aunque él habría podido proporcionar algunos detalles más, Darsha estaba tan capacitada como él para entregar al Consejo Jedi esa información.

Le costaba admitirlo, pero la verdad es que había empezado a sentir cierto apego por ella. Y si bien era bastante más joven que él, no podía evitar encontrarla atractiva.

Recuerda que es una Jedi
, se dijo con severidad.

O una padawan, siendo pedantes. Una padawan en su primera misión en solitario, según había entendido a lo largo de las conversaciones que había mantenido con I-Cinco. Le habían salido malas cartas, perdiendo a su Maestro, su misión y hasta sus informadores en su primera salida. ¿Por qué seguía adelante? ¿Qué es lo que le hacía querer volver al Templo? ¿No se daba cuenta de que los Jedi eran unos manipuladores?

Lorn quería descubrirlo. A medida que iban caminando, se rezagó unos pasos para ponerse a su lado, dejando que I-Cinco mantuviera vigilado a Pelo Verde.

Other books

La princesa prometida by William Goldman
Home Front Girls by Rosie Goodwin
Marked by Moonlight by Sharie Kohler
Icehenge by Kim Stanley Robinson
Hook Up by Baker, Miranda
Voices from the Titanic by Geoff Tibballs
An Accident of Stars by Foz Meadows