Darth Maul. El cazador en las tinieblas (21 page)

Read Darth Maul. El cazador en las tinieblas Online

Authors: Michael Reaves

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Darth Maul. El cazador en las tinieblas
9.45Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Me sorprende que los chton se rindieran con tanta facilidad —dijo bruscamente Pavan, dirigiéndose al androide—. No nos siguieron por el túnel.

—Yo también me lo he estado preguntando —repuso I-Cinco—. Y a mi mente acuden dos posibilidades, ninguna de ellas especialmente agradable de contemplar. La primera es que nos estén preparando otra trampa.

—Eso mismo pensaba yo. ¿Y cuál es la segunda posibilidad?

—Que más adelante haya algo a lo que temen hasta los chton.

Pavan no hizo réplica alguna. Siguieron recorriendo las entrañas de la ciudad planetaria, pero Darsha meditaba en las palabras del androide. Desde luego no pintaban una imagen muy alegre del futuro inmediato. ¿Algo peor aún que los chton?

Capítulo 22

D
arth Maul siguió sus instintos. Le condujeron por un breve recorrido a lo largo del conducto de tránsito y por una escalera hasta llegar a un oscuro túnel. Se movía con rapidez pero con precaución. Sabía que, a esa profundidad, en las entrañas del planeta vivían criaturas con las que podía tener dificultades hasta un Señor Sith. Pero eso no le impediría alcanzar a su presa y completar su misión.

Primero mataría a Pavan, por dos motivos. Porque era el principal objetivo, por supuesto, y porque entonces podría tomarse su tiempo para matar a la Jedi. No esperaba que le diera mucho trabajo. Tenía la impresión de que sólo era una aprendiz del twi’lek al que había matado y, por tanto, no era un gran contrincante en potencia. Pero seguía siendo un Jedi, y podría jugar con ella un poco más antes de asestarle el golpe fatal. Se sentía merecedor de alguna diversión en pago parcial a todos los problemas que le habían causado.

El camino subterráneo que seguía era tan oscuro como un saco de carbón en una nebulosa. Ni siquiera él, cuyos ojos eran más sensibles a la luz que los de cualquier humano, conseguía ver apenas algo más que lo suficiente para continuar camino. Pero, más que de la visión, dependía de las perturbaciones de la Fuerza para guiarse. Ya podía sentir a su presa delante de él, y no la perdería.

A pesar de todo, se sentía impaciente. Quería correr, reducir rápidamente la distancia que lo separaba de su presa, acabar de una vez con ese asunto. Pero sólo los idiotas se precipitan hacia lo desconocido y en territorio hostil, y Darth Maul no era un idiota.

Se había echado la capucha hacia atrás para oír mejor cualquier cosa que pudiera advertirle de alguna amenaza. Entonces se detuvo bruscamente, escuchando las débiles vibraciones.

Sabía que no estaba solo.

El aire húmedo y lleno de miasmas continuaba inmóvil, y hasta la alteración que había notado en la Fuerza había sido de lo más sutil. Aun así, no albergaba ninguna duda de que estaba siendo vigilado. La luz casi inexistente le dijo que estaba en una parte ancha del túnel, a la que daban varios pasajes laterales. Sospechaba que el ataque provendría de ellos.

Moviéndose muy lentamente, bajó la mano enguantada hasta el sable láser que pendía de su cinto.

No se esperaba que el ataque fuera desde arriba, pero cuando llegó no lo pilló por sorpresa. Sintió que la electrored caía desde arriba, y supo que si intentaba cortarla con su arma láser, la energía de ésta le sería devuelta hacia él con devastadores efectos. Así que prefirió dar un salto hacia adelante, rodar por encima de su hombro y ponerse fuera del alcance de la red. Se puso en pie y giró sobre su cuerpo, encendiendo al tiempo los dos extremos de su arma.

Y entonces los tuvo encima.

Darth Maul volvió a abandonarse al Lado Oscuro, dejando que éste guiara sus movimientos y diera potencia a sus golpes. Permaneció en el centro de un remolino de siluetas visibles sólo en breves fogonazos estroboscópicos a medida que eran derribadas por las giratorias hojas de energía. Las reconoció por sus estudios sobre los indígenas de Coruscant: chton, humanoides subterráneos degenerados, considerados por muchos eruditos como inexistentes. Su Maestro estaría muy interesado en saber que existían realmente. Siempre y cuando él no acabara matándolos a todos.

Para cuando interrumpieron su ataque y se retiraron aullando por los túneles laterales, ya existían menos que unos instantes antes. Por lo que podía contar en la oscuridad, Maul había matado a nueve de esas despreciables criaturas.

Siguió moviéndose tras ese rastro y preguntándose si Pavan y la Jedi se habrían topado también con los chton. De ser así, había muchas probabilidades de que no hubieran sobrevivido. Igual le habían hecho el trabajo. Resultaría decepcionante verse privado del placer de matarlo, pero al menos eso daría fin a su misión.

Por supuesto, no podía dar por hecho que ése fuera el caso mientras no encontrase evidencias claras de ello. El humano ya había demostrado ser más duro de matar de lo que había supuesto.

Aceleró el paso en esa noche eterna, alerta ante la posibilidad de nuevos ataques.

— o O o —

Lorn empezó a pensar en las posibles soluciones a su situación mientras seguía a I-Cinco por el túnel. No parecía haber muchas. No se había visto ante una situación tan difícil en todos sus años de hombre de negocios, vendedor de información, o incluso al servicio de los Jedi. Estaba siendo perseguido por los Sith, que se suponía no existían, hasta las fosas más profundas de la ciudad donde le acechaban caníbales devoradores de carne… No había duda de que era todo un reto.

¿Cuál podría ser su siguiente movimiento, en el supuesto de que consiguiera volver a la superficie y a los niveles civilizados de la sociedad?

Sabía que la padawan pensaba llevarle directamente al Templo Jedi para comunicarle su información a Mace Windu y los demás miembros del Consejo. Pero eso era algo muy poco prioritario en su lista de deseos. Desde luego, los Jedi serían los ideales para protegerle del Sith, siempre y cuando su perseguidor no hubiera muerto en la explosión, pero en lo que a él se refería era una solución casi tan mala como el problema. ¿Ser un recurso a usar por un Jedi? Era un pensamiento que lo enfermaba, que despertaba demasiados recuerdos que le había costado mucho enterrar. Así que, en vez de ceder a los sentimientos que amenazaban con abrumarlo, pensó en su otra salida evidente:
Huir
.

El problema radicaba en cómo subir a una nave que pudiera llevarlos a I-Cinco y a él lo bastante lejos como para no ser encontrados por Jedi y por Sith. El transporte de especia para el que tenían pasaje había salido ya, pero los espaciopuertos estaban llenos de naves. La cosa sería más sencilla una vez dejaran Coruscant. Después de todo, la galaxia era muy grande. No podía haber muchos Sith, o ya habría corrido algún rumor que llegase a oídos de los Jedi. Y si sólo había unos pocos, razonó Lorn, no les interesaría perder mucho tiempo siguiéndole el rastro a un vendedor de información de segunda clase.

Ése era el mejor plan: subir a una nave rápida, quizá una de contrabandistas, y salir de Coruscant. Aún no sabía cómo podría pagar el pasaje, pero ya se le ocurriría algo. Podrían huir a algún planeta de tercera como Tatooine, y esconderse en el Mar de Dunas, o en las Tierras Baldías de Jundland, fundiéndose con el paisaje. Después de algunos años igual podía abrir una taberna en un sitio como Mos Eisley. No es que fuera a ser una vida especialmente emocionante, pero al menos sería una vida.

Por supuesto, puede que a I-Cinco no le gustara tanta arena. Los androides suelen necesitar muchos baños de aceite en entornos como el de Tatooine. Miró pensativo a su socio, que caminaba delante de él con su carcasa metálica reflejando la luz de sus fotorreceptores. Necesitaba discutir el plan con él, ver si I-Cinco tenía alguna idea para solventar el problema del dinero. Siempre parecía tener la idea perfecta para complementar las suyas. Por supuesto, para ello deberían alejarse unos momentos de la Jedi.

Darsha. Se llamaba Darsha.

Incómodo, se dio cuenta de que se sentía algo culpable ante la idea de escapar de ella. Hacía tanto tiempo que odiaba a los Jedi, con una pasión que lo abarcaba todo, que le costaba verlos como individuos. Después de todo, ella le había salvado la vida. Le costaba superar el hecho de que ella fuera un Jedi, pero en el fondo sabía que era algo más que eso: era una persona. Y hasta una persona agradable, por mucho que le costara aceptarlo. Y también admirable de muy diversas maneras. Sobrellevaba muy bien la pena, teniendo en cuenta que su mentor había muerto en esa explosión. Y también los había salvado de los chton, de eso no había ninguna duda.

Pero no porque le gustes. Sólo por la información.

Lorn asintió para sí. No debía olvidar que los Jedi no hacían nada que no fuera útil a sus propios fines. Nada. No se haría ningún favor poniéndose en sus garras.

No, la mejor salida era huir. Pero, en ese momento, lo de comprar un pasaje era algo que estaba fuera de toda cuestión, aunque fuese para un simple lanchón de basura.

Y entonces se acordó. ¡Tuden Sal! Hacía ya varios meses que había proporcionado al dueño de una exitosa cadena de restaurantes algo de información que ayudó al sakiyano a conservar su licencia para vender licor. En ese momento, a Lorn le iba bastante bien y sólo le cobró un par de bebidas, bueno, puede que alguna más. Pero Sal había prometido devolverle el favor si llegaba un día en que necesitara uno.

Y, en lo que a Lorn se refería, ese día había llegado ya. Tuden Sal era conocido por sus contactos con varias organizaciones de traficantes, incluyendo la del Sol Negro. Seguro que sabría cómo sacarlos del planeta. Lorn se sintió revitalizado por esa posibilidad. Era un buen plan, si conseguía mantenerse con vida lo suficiente para llegar a hacerlo realidad.

El androide aminoró el paso delante de él. En el aire se había operado un cambio palpable. Los ecos de sus pasos parecían ser más huecos, más distantes.

I-Cinco lo confirmó.

—Para el que pueda interesarle, la caverna en la que acabamos de entrar tiene unos setecientos metros de ancho y doscientos de profundidad, festoneados por estalactitas que empiezan a cincuenta metros por encima de nosotros. Desgraciadamente, la cornisa en la que estamos acaba dentro de siete metros, culminando en una caída que —el androide hizo una pausa— en estos momentos no es mensurable por la modesta capacidad de mis sensores.

Estupendo
, pensó Lorn.

— o O o —

Darsha oyó a Lorn Pavan lanzar un largo y atormentado suspiro.

—Déjame adivinar —dijo él—. Vamos a tener que saltar.

—No, a no ser que de repente hayas obtenido poderes de levitación superiores a los de nuestro amigo Sith —replicó el androide.

Darsha buscó con la Fuerza. No sintió nada aparte de los signos de vida de bajo nivel presentes en todo el lugar.

—Parece vacío —dijo.

—Vaya, gracias, señora de la Fuerza, pero disculpe si sigo preocupándome —replicó Pavan sarcástico—. Parece que tu eficacia con esa habilidad sigue siendo algo nebulosa.

—Resulta que hasta los Maestros Jedi, cosa que yo no soy, pueden ser pillados por sorpresa por las cosas que no son sensibles a la Fuerza. Las criaturas que no afectan mucho al flujo psíquico resultan ser a veces casi invisibles.

De pronto recordó el salto de Bondara a por el Sith y guardó silencio.

—Las buenas noticias son que parece haber un puente —dijo I-Cinco.

Darsha avanzó hasta situarse junto al androide. Para conservar el equilibrio, posó inadvertidamente la mano en el hombro de Pavan, sintiendo cómo éste se tensaba y se apartaba.

¿Qué era lo que le pasaba?, se preguntó. ¿Qué creía que le habían hecho los Jedi para odiarlos tanto? Darsha recordó la mirada del Maestro Bondara cuando Pavan se presentó. Su mentor conocía su nombre de antes. ¿Qué significaba eso? No solía ser curiosa, pero en cuanto volvieran al Templo haría todo lo que pudiera para descubrirlo.

Claro, pensó. Como si aún hubiera lugar para ella en el Templo después de todo lo sucedido. Había fallado en el ejercicio de graduación, hecho que mataran a su Maestro y había estado a punto de acabar devorada por un montón de monstruos ciegos. ¿Qué clase de Jedi era el que hacía todo eso?

No uno muy bueno, tuvo que admitir.

Darsha negó suavemente con la cabeza, intentando deshacerse de esa desesperación que no la abandonaba.
No hay emoción; hay paz
. Desde luego había cometido errores, y probablemente había perdido cualquier posibilidad de convertirse en Jedi. Pero mientras el Maestro Windu o cualquier otro miembro del Consejo no la reasignara oficialmente a otro puesto, ella continuaría cumpliendo con su deber lo mejor que pudiera. Llevaría a Lorn Pavan al Templo porque su información podía ser de valor para el Consejo, porque podía ayudar a mantener el orden contra el mal uso del poder. Eso era lo que haría un Jedi, y eso era lo que pensaba hacer.

Afortunadamente, Pavan no era como Oolth el fondoriano, que había sido todo bravatas y cobardía. Pavan era difícil de entender, pero hasta ese momento todos sus actos habían sido los de un individuo valiente y leal. Lo único que dificultaba el llevarse bien con él era su odio hacia los Jedi.

I-Cinco aumentó un par de grados la potencia de sus fotorreceptores y los apuntó contra el puente.

A la escasa luz que proyectaba el androide pudieron ver varias cuerdas gruesas, grises y polvorientas por los años, partiendo desde el final de la cornisa para perderse en la oscuridad. Cruzando las cuerdas había todo tipo de objetos planos: tableros, planchas de metal cortadas y demás. Prácticamente lo único que tenían todos en común es que eran más o menos planos y estaban dispuestos en la dirección en que quería ir el grupo.

Lorn dio un paso y saltó sobre una de las cuerdas. Tenía un equilibrio excelente, notó ella, y parecía tener una gracia natural al saltar. Él vio que ella le miraba y forzó un poco más la cosa en el último salto, dando una rápida voltereta en el aire.

—Las cuerdas parecen ser lo bastante fuertes para mí —dijo, aterrizando con una perfecta voltereta doble.

Esperó un instante antes de responder a la pregunta no formulada de la Jedi.

—Solía hacer deporte en gravedad cero cuando tenía otro modo de vida.

—Si habéis acabado con vuestros primitivos ritos de apareamiento —interrumpió el androide—, quizá podamos atravesar ya este puente. Por si no lo recordáis, puede haber un Sith pisándonos los talones.

—¿Disculpa? —dijo Lorn—.
¿Ritos de apareamiento?

Darsha también se sintió indignada.

Other books

The Merchants' War by Charles Stross
Amok and Other Stories by Stefan Zweig
When I Was Joe by Keren David
From the Charred Remains by Susanna Calkins
Damia's Children by Anne McCaffrey
How to Break a Heart by Kiera Stewart
Ballistics by D. W. Wilson