—Está… está temporalmente fuera de alcance. ¡Muévete, Kimura!
La respuesta de Kimura, fuera la que fuese, desapareció en otra onda de estática. No había ningún programa que hablara de Kimura y su objetivo en el casco de Mark, pero el teniente parecía estar transmitiendo desde algún lugar externo, fuera del complejo médico. ¿Táctica de distracción? En tal caso, no había logrado atraer suficientes tropas. El canal del sargento Framingham pidió a Quinn que se apresurara en medio de la estática y casi simultáneamente el equipo de perímetro del Escuadrón Naranja informó que había perdido otro punto de ventaja.
—¿El transbordador podría aterrizar sobre este edifico para recogernos? —preguntó Quinn, mirando hacia arriba.
Thorne frunció el ceño, siguiendo sus ojos.
—Creo que hundiría el techo.
—¡Mierda! ¿Alguna otra idea?
—Abajo —dijo Mark de pronto. Los dos Dendarii casi se lanzaron al suelo antes de entender lo que él había querido decir. —Por los túneles. Los de Bharaputra entraron por ahí. Nosotros podemos salir.
—Una trampa —objetó Quinn.
—Tengo un mapa —dijo Mark—. Lo tiene todo el Escuadrón Verde, un programa en los cascos. Ellos pueden ir delante.
—¿Por qué no lo dijiste antes? —ladró Quinn, ignorando el hecho de que, en realidad, no había habido un antes.
Thorne asintió para aceptar la propuesta y empezó a buscar en el mapa de holovídeo.
—Puede ser. Hay una ruta que nos pone dentro del edificio donde está el transbordador, Quinn. Las defensas bharaputranas son débiles ahí, y todas miran para el otro lado. Son más pero la superioridad de número no los va a ayudar mucho allá abajo.
Quinn se miró los pies.
—Odio el polvo. Quiero vacío y espacio para moverme. De acuerdo, vamos. ¡Sargento Taura!
Un momento de organización, unas puertas voladas por el aire y el pequeño grupo estuvo otra vez en marcha, por un tubo elevador hacia abajo, hacia los túneles de mantenimiento. Había hombres y mujeres delante del grupo principal. Taura hizo que media docena de clones llevaran el cuerpo envuelto de Phillipi, acostado sobre tres barras de metal arrancadas de los pasadizos y barandas. Como si la mujer de la bici-flotante tuviera todavía alguna esperanza de volver a la vida.
Mark se descubrió caminando junto a la crío-cámara que viajaba sobre la camilla flotante, manejada por un med ansioso y diligente. Echó una mirada sobre la cubierta transparente con el rabillo del ojo. Su progenitor yacía con la boca abierta, pálido, los labios grises, congelado y quieto. La escarcha formaba hojas sobre los sellos y una ola de calor flotaba desde el radiador de la unidad de refrigeración. Se quemaría como una hoguera bajo un sensor de infrarrojo enemigo. Mark tembló y se agachó en el calor. Tenía hambre y muchísimo frío.
Maldito seas, Miles Vorkosigan. Tenía tantas cosas para decirte y ahora ya no me escuchas
.
El túnel recto que estaba transitando pasaba bajo otro edificio, se abría en un portón doble sobre un gran vestíbulo lleno de múltiples cruces: varios ascensores, escaleras de emergencia, otros túneles y lavabos de emergencia. Todas las puertas estaban abiertas y llenas de humo, evidentemente parte de la estrategia de los hombres Dendarii que buscaban resistencia bharaputrana. El aire estaba repleto de humo y del olor fuerte, poderoso y duradero de los arcos de plasma. Por desgracia, en ese punto, los hombres de vanguardia encontraron lo que buscaban.
Las luces se apagaron. Los visores de los cascos de los Dendarii se cerraron alrededor de Mark al cambiar a infrarrojo. Él también lo hizo y miró desorientado un mundo sin colores. El casco tembló con comunicaciones de voz que saltaban unas encima de otras cuando dos de la vanguardia entraron corriendo hacia atrás en el vestíbulo desde corredores separados, disparando arcos de plasma que brillaban, cegadores, en la visión del casco. Cuatro hombres del personal de seguridad de Bharaputra salieron de un tubo elevador, cortando en dos la columna de Quinn. Tan confinada era la confusión que se encontraron luchando cuerpo a cuerpo. Mark cayó al suelo, atropellado por accidente por un Dendarii que giraba, y se agachó junto a la camilla.
—Esto no tiene escudo —gruñó el med, golpeando la crío-cámara mientras los arcos de plasma pasaban cerca, rozándolo—. Un solo golpe y…
—Entonces al tubo elevador —le aulló Mark. El tecnomed asintió y giró la camilla hacia el primer túnel negro que no tenía hombres de Bharaputra. El tubo elevador estaba apagado o tal vez los campos de gravedad en conflicto habían volado los circuitos tanto en el tubo elevador como en la camilla. El med se subió a la crío-cámara como si fuera un caballo y empezó a desaparecer de la vista. Lo seguía otro Dendarii, con la mano sobre las escaleras de emergencia del interior del tubo elevador. El arco de plasma golpeó a Mark tres veces en una sucesión rápida mientras él se ponía de pie y lo tumbaba de nuevo. El escudo espejo arrojó un rugido de chispas azules mientras él rodaba hacia el tubo elevador a través de ondas de calor. Se lanzó por las escaleras detrás del hombre, fuera de la línea de fuego.
Pero no por mucho tiempo. Un casco de Bharaputra brilló sobre ellos en la entrada, luego el fuego de arco de plasma los siguió con un brillo como de relámpagos por el tubo elevador. El hombre que los acompañaba ayudó a Norwood a sacar la camilla flotante de esa imprevista galería de tiro y a pasarla por la entrada más baja, y se agachó para seguirlo. Mark les siguió también, sintiéndose una antorcha humana, enredado y atravesado por la incandescencia azul. ¿Cuántos tiros habían sido? Había perdido la cuenta. ¿Cuántos más podría recibir el escudo antes de rendirse y apagarse?
El Dendarii apuntó otra vez al tubo elevador pero no los seguía ningún bharaputrano. Se quedaron de pie en ese rincón de oscuridad y quietud, mientras los ecos y gritos de la batalla llegaban desde el tubo elevador. El vestíbulo era mucho más pequeño allí abajo y sólo tenía dos salidas. Una iluminación amarilla de emergencia a lo largo del suelo daba una falsa sensación de hogar y calor.
—¡Mierda! —dijo el med—. Creo que estamos totalmente separados del grupo.
—No necesariamente —dijo Mark. Ni el med ni el Dendarii eran del Escuadrón Verde, pero el casco de Mark tenía el programa de ese Escuadrón. Activó el holomapa, encontró el lugar en que se habían detenido y dejó que la computadora buscara una ruta—. Se puede llegar ahí desde este nivel también. Es un poco más complicado pero, justamente por eso, seguramente no habrá tantos de Bharaputra.
—Veamos —dijo el med.
Medio aliviado, medio incómodo, Mark le alcanzó el casco. Norwood se lo metió en la cabeza y estudió la red de líneas rojas que se dibujaban como víboras a través de la grilla en tres dimensiones del complejo médico, que la computadora proyectaba frente a sus ojos. Mark se arriesgó a echar una mirada por el tubo elevador. No había bharaputranos acechando allí y los sonidos del combate llegaban amortiguados, como si estuvieran más lejos. Él se agachó de nuevo y descubrió que el Dendarii lo miraba mientras las pupilas brillantes y aterradoras le parpadeaban detrás del visor.
No, no soy tu almirante. ¡Qué pena!, ¿verdad?
Era evidente que el Dendarii opinaba que los de Bharaputra habían matado al hombre equivocado. Mark no necesitaba palabras para entender el mensaje. Se encogió de hombros.
—Sí —decidió el med. Se le tensó la mandíbula.
—Si se da prisa, tal vez llegue antes que la capitana Quinn —dijo Mark. Sostenía en la mano el casco del med. No había más sonidos. ¿Qué debía hacer? ¿Correr detrás del grupo de Quinn o quedarse y ayudar a cuidar la camilla flotante? No estaba seguro de si el miedo que sentía era por Quinn, por su grupo o por el fuego que atraían. En cualquier caso, era obvio que estaría más a salvo con la crío-cámara.
Respiró hondo.
—Quédese con mi… con el casco. Yo me quedo con el suyo. —El med y el hombre lo miraban con asco—. Me voy con Quinn y los clones. —Sus clones. ¿Acaso Quinn cuidaría de sus vidas?
—Váyase entonces —dijo el med. Él y el hombre pusieron la camilla en dirección a las puertas y se alejaron sin mirar atrás. Obviamente pensaban que él era más una molestia que una ayuda y se alegraban de librarse de una carga.
Él subió por la escalera del tubo elevador, lleno de amargura. Miró con cautela en el vestíbulo cuanto éste llegó a nivel de sus ojos. Muchos daños. Un sistema de agua agregaba vapor al humo y la atmósfera era irrespirable. Había un cuerpo marrón en el suelo, sin vida. El suelo estaba resbaladizo y húmedo. Salió del tubo elevador y corrió en zigzag por el pasillo que seguramente había tomado el grupo Dendarii, si es que seguían el plan de ruta decidido. Había más restos de fuego de plasma, por lo que dedujo que se hallaba en el camino correcto.
Rodeó un corredor, se detuvo un segundo y se arrojó hacia atrás, fuera de la vista. Los de Bharaputra no lo habían visto: estaban mirando hacia el otro lado. Retrocedió por el corredor mientras pasaba por todos los canales del casco, que no le resultaba familiar, hasta que estableció contacto con Quinn.
—Capitana Quinn… eh… Mark.
—¿Dónde mierda estás? ¿Dónde está Norwood?
—Tiene mi casco. Ha llevado la crío-cámara por otro camino. Estoy detrás de usted pero no puedo acercarme. Hay por lo menos cuatro de Bharaputra en armadura entera entre nosotros, vienen contra ustedes desde atrás. Tengan cuidado.
—¡Mierda, ahora tenemos menos armas que ellos! Eso sí que es un desastre. —Quinn pensó un segundo—. No, yo me ocupo de ellos. Mark, sal de ahí, sigue a Norwood. ¡Rápido!
—¿Y ustedes qué van a hacer?
—Tirarles el techo encima a esos hijos de puta, a ver si les sirve la armadura.
¡Corre!
Él echó a correr. Entendía el plan de ella. Al final del primer tubo elevador, cogió la escalera y trepó como un loco, sin importarle adónde iba. No quería estar debajo cuando…
Fue como un terremoto. Él se colgó con fuerza cuando el espacio del tubo elevador crujió y se sacudió, y
sintió
la onda de choque en su cuerpo. Todo terminó inmediatamente salvo un segundo de eco. Después siguió trepando. La luz del día arriba: el reflejo plateado de una entrada.
Salió a la planta baja de un edificio con los muebles de una oficina de lujo. Las ventanas estaban rotas y llenas de estrellas. Golpeó una para hacer un agujero y abrió el visor de infrarrojo. A su derecho, la mitad de otro edificio había caído en un enorme cráter. El polvo se elevaba en nubes asfixiantes. Los de Bharaputra, en su dura armadura de espacio, tal vez estaban vivos todavía, debajo de todo eso, pero llevaría horas rescatarlos. Mark sonrió a pesar del terror, jadeando bajo la luz del sol.
El casco del med no tenía ni la mitad de capacidad de rastreo que el del comandante, pero encontró a Quinn de nuevo.
—De acuerdo, Norwood —decía ella—. Adelante, adelante. ¡Rápido, coño! ¡Framingham! ¿Has oído eso? Vete con Norwood. Y empieza a sacar a la gente del perímetro. Retirada. ¿Entiendes? Elévate tan pronto Norwood y Tonkin estén a bordo. ¡Kimura! ¿Estás en el aire? —Una pausa: Mark no oyó la respuesta de Kimura, aunque entendió el sentido por lo que dijo Quinn—: Bueno, acabamos de hacerte una zona de aterrizaje. El suelo está un poco desigual, pero sirve. Sigue mi señal, ven directo al cráter. Es de la medida justa. Sí, sí, te lo aseguro. Ya lo he medido con láser y tienes permiso. Puedes arriesgar el transbordador sí,
ahora sí
, Kimura. ¡Vamos, ya!
Él también se acercó al cráter, deslizándose por el lado del edificio, aprovechándose de los restos hasta que la lluvia de pedacitos de cemento le advirtió de que el balcón medio derruido que tenía encima estaba a punto de derrumbarse. ¿Quedarse abajo y que lo aplastaran o salir a la luz y recibir un disparo? Hiciera lo que hiciese, estaría mal, de eso estaba seguro. ¿Cómo era esa cita de los textos militares de los Vorkosigan, la que se repetía una y otra vez?
Ningún plan de batalla sobrevive al primer contacto con el enemigo
. La táctica y las órdenes de Quinn variaban a la velocidad del rayo. Ahora estaba explotando un terreno abierto completamente nuevo: el rugido del transbordador creció en sus oídos y saltó lejos del balcón cuando las vibraciones empezaron a debilitarlo. Un extremo cedió de pronto y todo se derrumbó con un estallido. Él siguió saltando. Que los francotiradores de Bharaputra trataran de atrapar a un blanco móvil…
Quinn y su grupo salieron a terreno abierto cuando el transbordador bajó cuidadosamente al cráter con las patas extendidas. Unos últimos defensores se habían apostado en una azotea opuesta y les dispararon. Pero sólo tenían arcos de plasma y todavía tenían miedo de lastimar a los clones, aunque una chica de túnica rosada gritó, atrapada en las chispas azules de un escudo de espejo de un Dendarii. Quemaduras leves, dolorosas aunque no fatales. La chica lloraba, asustada, pero un hombre Dendarii la tomó del brazo y la empujó hacia la entrada del transbordador que extendía ya la rampa hacia abajo.
Los pocos bharaputranos que quedaban, sin esperanzas ya de detener con armas livianas al transbordador, cambiaron de táctica. Empezaron a concentrar el fuego en Quinn, disparo tras disparo sobre el campo del escudo. Ella brillaba en una niebla de fuego azul, tambaleándose bajo el impacto. Los clones y los Dendarii subían por la rampa.
Los cascos de los comandantes atraen el fuego enemigo
. Él no vio otra salida que correr frente a ella. El aire a su alrededor se iluminó de azul cuando el campo de su escudo rechazó la energía pero en ese breve respiro, Quinn recuperó el equilibrio. Lo cogió por la mano y juntos saltaron a la rampa, los últimos en abordar. El transbordador saltó al aire con un crujido, y la rampa todavía abierta. La compuerta se selló tras ellos. El silencio parecía una canción.
Mark rodó sobre la espalda, jadeando, ahogado, los pulmones quemados. Quinn se sentó, la cara roja en el círculo gris. Sólo una quemadura. Aulló como una histérica. Tres gritos y cerró la boca. Con miedo tocó las mejillas calientes y Mark recordó que ésa era la mujer que había sufrido una quemadura total de rostro por fuego de plasma. Pero no dos veces. Dos veces no.
Ella se puso de rodillas y empezó a buscar por los canales del casco fatal otra vez. Luego se lanzó hacia delante a través de las aceleraciones del transbordador. Mark se sentó y miró a su alrededor, desorientado. La sargento Taura, Thorne, los clones, a ellos los reconocía. El resto eran Dendarii desconocidos, presumiblemente del Escuadrón Amarillo del teniente Kimura, algunos vestidos con la ropa gris suelta de siempre, otros en armadura completa. En ese momento parecían los peor vestidos. Los cuatro camastros para heridos del fondo estaban abiertos y llenos, y había un quinto hombre en el suelo. Pero la tecnomed encargada se movía con suavidad, sin histeria. Los pacientes estaban estables, eso era evidente, y podían esperar mejor tratamiento en condiciones más favorables. La crío-cámara del Escuadrón Amarillo estaba ocupada. La prognosis ya no era tan desesperada para la mujer envuelta en tela plateada. Mark se preguntó si intentarían seguir enfriándola cuando estuvieran a bordo del
Peregrine
. Pero excepto la crío-cámara y el cuerpo de Phillipi, no había más cuerpos muertos, nada de bolsas cerradas… el escuadrón de Kimura parecía haber cumplido con su misión sin muchos problemas.