—¿Ves? Les ha gustado —dijo Penny con una sonrisita esperanzada—. ¿Vamos otra vez, Hugor?
Estaba a punto de negarse cuando el grito de un contramaestre lo hizo innecesario. Era ya media mañana, y el capitán quería que volvieran a bajar las lanchas. La gran vela de rayas de la coca colgaba flácida, igual que en días anteriores, y tenía la esperanza de que soplara viento más al norte. Eso quería decir que había que remar, pero las lanchas eran pequeñas, y la coca, grande. Toarla era un trabajo agotador que dejaba a los marineros acalorados y sudorosos, con las manos llenas de ampollas y la espalda de calambres, y hasta entonces había resultado inútil. La tripulación no lo soportaba, y Tyrion la comprendía.
—La viuda tendría que habernos embarcado en una galera —masculló con amargura—. Por favor, que alguien me ayude a quitarme de encima estas putas tablas. Me parece que me he clavado una astilla en los huevos.
Mormont puso manos a la obra sin mucho estilo, mientras Penny se encargaba de llevar al perro y a la cerda bajo cubierta.
—Será mejor que le digas a tu dama que atranque la puerta cuando esté en su camarote —le comentó ser Jorah al tiempo que desabrochaba las cinchas que unían el peto con el espaldar—. Oigo muchos comentarios de chuletas, jamones y tocino.
—La mitad de sus ingresos viene de esa cerda.
—Una tripulación ghiscaria se comería también al perro. —Mormont separó las dos partes de la armadura—. Tú díselo.
—Como quieras. —Tenía la túnica empapada de sudor y pegada al pecho; se la separó, deseando que soplara algo de brisa. La armadura de madera era tan calurosa y pesada como incómoda. Parecía como si la mitad de su volumen lo constituyeran las capas de pintura antigua, cientos de ellas, una sobre otra. Recordó que, en el banquete de bodas de Joffrey, un jinete llevaba el lobo huargo de Robb Stark, y el otro, el escudo y los colores de Stannis Baratheon—. Para justar ante la reina Daenerys nos harán falta los dos animales —dijo. Si a los marineros se les había metido en la cabeza descuartizar a Cerdita Bonita, ni Penny ni él podían hacer gran cosa para evitarlo… Pero la espada larga de ser Jorah haría que se lo pensaran dos veces.
—¿Así piensas conservar la cabeza, Gnomo?
—Ser Gnomo, si no te importa. Y sí. Cuando su alteza averigüe mi verdadero valor, me apreciará enormemente. Al fin y al cabo, soy una cosita adorable, y además sé muchas cosas útiles sobre mi familia. Pero mientras llega ese momento es mejor que la haga reír.
—Haz las cabriolas que quieras; eso no va a limpiar tus crímenes. Daenerys Targaryen no es una niña estúpida a la que puedas distraer con chistes y volteretas. Te tratará con justicia.
«Espero que no.» Tyrion escudriñó a Mormont con sus ojos dispares.
—¿Y qué clase de bienvenida te dará a ti esa reina tan justa? ¿Un abrazo cálido? ¿Una risita infantil? ¿Un hacha de verdugo? —Sonrió ante la evidente incomodidad del caballero—. ¿De verdad esperabas que creyera que estabas en misión de la reina en aquel burdel? ¿Que estabas defendiéndola… a medio mundo de distancia? ¿No será más bien que huías, porque la reina dragón te echó de su lado? Aunque no entiendo por qué iba a hacer semejante cosa… ¡Ah, espera! ¡Porque la espiabas! —Tyrion dejó escapar una risita—. Crees que recuperarás su favor si me entregas. No es muy buen plan, en mi opinión. De hecho, es el plan de un borracho desesperado. Tal vez, si yo fuera Jaime… Pero Jaime mató al padre de Daenerys, y yo solo he matado al mío. Crees que la reina me ejecutará a mí y te perdonará a ti, pero bien puede ser al revés. Tal vez deberías ser tú quien se montara en esa cerda. Puedes hacerte un traje de retales de hierro, como Florian el…
El golpe que le asestó el caballero le hizo girar el cuello y caer con tal fuerza que la cabeza le rebotó contra la cubierta. Se le llenó la boca de sangre mientras trataba de incorporarse sobre una rodilla, y escupió un diente roto.
«Cada día estoy más guapo, pero creo que he puesto el dedo en la llaga.»
—¿Es que el enano ha dicho algo que te ha ofendido? —preguntó Tyrion con inocencia al tiempo que se limpiaba la saliva ensangrentada del labio roto con el dorso de la mano.
—Estoy harto de tu bocaza, enano —replicó Mormont—. Aún te quedan unos cuantos dientes. Si quieres conservarlos, no te me acerques en lo que queda de viaje.
—Va a ser difícil, porque compartimos camarote.
—Búscate otro lugar para dormir. En la bodega, en la cubierta, donde te dé la gana, pero que yo no te vea.
Tyrion se puso en pie.
—Como quieras —respondió con la boca llena de sangre; pero el corpulento caballero ya se había alejado, haciendo retumbar los tablones con sus pisadas.
Abajo, en las cocinas, Tyrion estaba enjuagándose la boca con ron y agua, con los ojos entrecerrados por el escozor, cuando llegó Penny.
—Me he enterado de lo que os ha pasado. Oh, no, ¿estáis herido?
—Un poco de sangre y un diente roto —replicó Tyrion con un encogimiento de hombros. «El que ha salido herido de verdad ha sido él»—. Y eso que es un caballero. Lamento decirlo, pero en caso de apuro, no creo que podamos contar con ser Jorah.
—¿Qué le habéis hecho? Oh, tenéis sangre en el labio. —Se sacó un pañuelito de la manga y se la limpió con cuidado— ¿Qué le habéis dicho?
—Unas cuantas verdades que ser Bezoar no quería escuchar.
—No os burléis de él. ¿Por qué hacéis esas cosas? ¡No se puede hablar así a las personas grandes! ¡Pueden hacernos daño! Ser Jorah podría haberos tirado al mar, y los marineros no habrían hecho más que reírse mientras os ahogabais. Con las personas grandes hay que tener cuidado. Es lo que me decía siempre mi padre: «Con ellos tenemos que ser alegres, juguetones; mantenerlos sonrientes y hacer que suelten la carcajada». ¿Acaso vuestro padre no os enseñó cómo comportaros con las personas grandes?
—Mi padre las llamaba
plebe
—replicó Tyrion—, y no era lo que se dice propenso a la carcajada. —Bebió otro sorbo de ron aguado, se lo paseó por la boca y lo escupió—. Pero ya te entiendo. Tengo mucho que aprender sobre ser un enano. ¿Tendrías la amabilidad de enseñarme, entre justas y carreras de cerdos?
—Será un placer, mi señor, pero… ¿qué verdades eran esas? ¿Por qué os ha pegado tan fuerte ser Jorah?
—Por amor, claro está. El mismo motivo por el que guisé a aquel bardo. —Pensó en Shae, en la mirada de sus ojos cuando la estranguló con la cadena retorcida entre los puños. Una cadena de manos de oro. «Las manos de oro son frías, las de mujer, siempre tibias…»—. ¿Eres doncella, Penny?
—Sí, por supuesto. —La chica se sonrojó—. ¿Quién querría…?
—Sigue así. El amor es locura y la lujuria es veneno. Mantén la castidad: te sentirás más feliz y será menos probable que acabes en un sórdido burdel del Rhoyne con una puta que se parezca un poco a tu amor perdido. —«O que recorras medio mundo con la esperanza de averiguar adonde van las putas»—. Ser Jorah sueña con rescatar a su reina dragón y bañarse en el calor de su gratitud, pero yo sé bien cómo es la gratitud de los reyes, y antes prefiero un palacio en Valyria. —Se interrumpió de repente—. ¿Has notado eso? Creo que el barco se ha movido.
—¡Es verdad! —El rostro de Penny se iluminó de alegría—. Nos estamos moviendo. El viento… —Se precipitó hacia la puerta—. Quiero verlo. ¡Vamos, os echo una carrera! —Y salió a toda velocidad.
«Es joven —tuvo que recordarse Tyrion mientras Penny subía por los peldaños tan deprisa como le permitían las cortas piernas—. Casi una niña.» Aun así, le producía cierto cosquilleo verla tan emocionada, y la siguió a cubierta.
La vela había cobrado vida de nuevo: se hinchaba y se deshinchaba, y las rayas rojas de la lona se retorcían como serpientes. Los marineros estaban muy ajetreados jalando los cabos, mientras los contramaestres rugían órdenes en volantino antiguo. Los remeros de las lanchas habían soltado las amarras y en aquel momento regresaban a la coca a toda la velocidad que les permitían los remos. El viento soplaba del oeste a rachas y remolinos, agitando sogas y capas como un niño travieso. La
Selaesori Qhoran
estaba navegando.
«A lo mejor hasta llegamos a Meereen —pensó Tyrion. Pero cuando subió por la escalerilla que llevaba al castillo de popa, la sonrisa se le borró de la cara—. Aquí, el mar y el cielo están azules, pero al oeste… No había visto nunca un cielo de ese color.» Una gruesa franja de nubes discurría por el horizonte.
—Un bastón perecido —comentó a Penny al tiempo que la señalaba.
—¿Qué significa eso?
—Que se nos acerca un bastardo de tomo y lomo.
Lo sorprendió ver que Morroqo y dos de sus dedos de fuego llegaban también al castillo de popa. No era más que mediodía, y el sacerdote rojo y sus hombres no solían salir hasta el anochecer. El sacerdote los saludó con un movimiento solemne de la cabeza.
—¿Lo veis, Hugor Colina? La cólera de Dios. Nadie puede mofarse del Señor de Luz.
Tyrion empezaba a tener un mal presentimiento.
—La viuda dijo que este barco no llegaría a su destino. Creía que se refería a que, una vez lejos del alcance de los triarcas, el capitán cambiaría el rumbo para ir a Meereen. O que vuestra Mano de Fuego y vos os apoderaríais del barco para llevarnos con Daenerys. Pero no fue eso lo que vio vuestro sumo sacerdote, ¿verdad?
—No. —La voz de Morroqo tenía un tono solemne, como el de una campana fúnebre—. Eso fue lo que vio. —El sacerdote rojo alzó el cayado y señaló hacia el oeste.
—No lo entiendo. —Penny estaba desconcertada—. ¿Qué quiere decir?
—Que más nos vale volver bajo cubierta. Ser Jorah me ha exiliado de nuestro camarote. ¿Puedo esconderme en el tuyo cuando llegue el momento?
—Claro. Seréis más que… Oh…
Durante casi tres horas consiguieron navegar por delante de los vientos, a medida que se les acercaba la tormenta. Hacia el oeste, el cielo se tornó verde, después gris y después negro, con una muralla de nubarrones que se cernía sobre ellos y borboteaba como una cazuela de leche que se hubiera dejado al fuego demasiado tiempo. Tyrion y Penny lo vieron todo desde el castillo de proa, acurrucados junto al mascarón y cogidos de la mano, con sumo cuidado de no entorpecer las maniobras del capitán y su tripulación.
La última tormenta que habían vivido fue algo emocionante, embriagador, una turbulencia repentina que los dejó con la sensación de quedar limpios y renovados, pero aquella era totalmente distinta. El capitán también se había dado cuenta. Puso rumbo al nornordeste para intentar esquivar su curso.
Fue inútil, porque la tormenta era demasiado grande. Alrededor del barco, el mar se encabritó y el viento empezó a aullar. La
Consejero Maloliente
subía y bajaba mientras las olas se estrellaban contra su casco. Tras ellos, los relámpagos caían como puñales, como cegadores arpones morados que tejieran una telaraña de luz sobre el mar. Inmediatamente después llegaban los truenos.
—Ya va siendo hora de que nos escondamos. —Tyrion cogió a Penny del brazo y la llevó bajo cubierta.
Bonita y Crujo estaban enloquecidos de miedo. El perro no paraba de ladrar, y derribó a Tyrion cuando entraron en el camarote. La cerda se había cagado por todas partes. Tyrion limpió como mejor pudo mientras Penny trataba de tranquilizar a los animales, y luego ataron o guardaron todo lo que no estuviera fijo en el sitio.
—Tengo miedo —confesó Penny. El camarote se inclinaba, daba saltos y se balanceaba bruscamente cuando las olas golpeaban el casco.
«Ahogarse no es la peor manera de morir, como averiguaron tanto tu hermano como mi señor padre. Y Shae, esa puta mentirosa. Las manos de oro son frías, las de mujer, siempre tibias…»
—¿Por qué no jugamos a algo? —propuso Tyrion—. Así no pensarás en la tormenta.
—Al
sitrang,
no —replicó ella al instante.
—Al
sitrang,
no —accedió Tyrion mientras sentía como se elevaba la cubierta bajo sus pies. De todos modos, las piezas saldrían despedidas por todo el camarote y les caerían encima a la cerda y al perro—. ¿De pequeña jugabas al ven a mi castillo?
—No. ¿Podéis enseñarme?
¿Podía? Tyrion titubeó.
«Enano imbécil. Claro que no ha jugado nunca al ven a mi castillo. Nunca ha tenido un castillo.» Se trataba de un juego para niños nobles que tenía como objetivo instruirlos en protocolo, heráldica y alguna que otra cosa sobre los amigos y enemigos de su señor padre.
—No creo que… —Empezó a decir. La cubierta sufrió otra violenta sacudida que lanzó al uno contra el otro. Penny soltó un gritito de miedo—. No, no podemos jugar a eso. —Tyrion apretó los dientes—. Lo siento, no se me ocurre ningún otro juego…
—A mí sí. —Penny lo besó.
Fue un beso incómodo, torpe, apresurado, pero a él lo cogió por sorpresa. Alzó las manos bruscamente y la agarró por los hombros para apartarla, pero lo que hizo fue dudar un instante y luego atraerla hacia sí para abrazarla. La chica tenía los labios secos, duros y más cerrados que la bolsa de un mendigo.
«Menos mal», pensó. No quería aquello. Le caía bien Penny, le daba pena y hasta la admiraba en cierto modo, pero no la deseaba. Y bajo ningún concepto quería hacerle daño: los dioses y su querida hermana ya le habían proporcionado bastante sufrimiento. De modo que dejó que prosiguiera el beso mientras la sostenía por los hombros, pero él también mantuvo los labios bien cerrados. Mientras, la
Selaesori Qhoran
se sacudía y estremecía.
Al final, la chica se retiró un poco. Tyrion alcanzó a ver su reflejo en aquellos ojos brillantes.
«Tiene unos ojos bonitos —pensó. Pero también vio más cosas—. Mucho miedo, un poco de esperanza…, pero ni una chispa de lujuria. No me desea, igual que yo no la deseo a ella.»
Penny bajó la cabeza, y él la tomó por la barbilla y se la alzó de nuevo.
—No podemos jugar a eso, mi señora. —El trueno retumbó, ya muy cercano.
—No pensaba… Nunca he besado a un chico, pero… Se me ha ocurrido, ¿y si nos ahogamos y nunca he…, nunca he…?
—Ha sido muy hermoso —mintió Tyrion—, pero estoy casado. Mi mujer estaba conmigo en el banquete. Puede que te acuerdes de ella: era lady Sansa.
—¿Esa era vuestra esposa? Me pareció… muy bella…
«Y muy falsa. Sansa, Shae, todas mis mujeres… La única que me quiso de verdad fue Tysha. ¿Adónde van las putas?»
—Una chica preciosa —asintió Tyrion—, y estamos unidos ante los ojos de los dioses y los hombres. Puede que la haya perdido, pero mientras no lo sepa con certeza, tengo que serle fiel.