—Acabará igual que empezó, con sangre —replicó lady Nym—. Acabará cuando rajemos Roca Casterly de parte a parte para que el sol brille sobre los gusanos que devoran el corazón de ese lugar. Acaba con la destrucción absoluta de Tywin Lannister y toda su obra.
—Murió a manos de su propio hijo —espetó Ellaria—. ¿Qué más puedes querer?
—Que hubiera muerto a mis manos. —Lady Nym se sentó de golpe, y la larga trenza negra le cayó por el hombro hasta el regazo. Tenía el pico de nacimiento del pelo de su padre, y unos ojos grandes y brillantes. Curvó en una sonrisa los labios rojos como el vino—. Así no habría tenido una muerte tan fácil.
—Ser Gregor parece muy solo —comentó Tyene con su voz melosa de septa—. Seguro que le gustaría tener compañía.
Ellaria tenía las mejillas llenas de lágrimas, y los ojos oscuros le centelleaban.
«Hasta cuando llora emana fortaleza», pensó el capitán.
—Oberyn quería vengar a Elia. Ahora, vosotras tres queréis vengarlo a él. Os recuerdo que tengo cuatro hijas, vuestras hermanas. Mi Elia ha cumplido catorce años y es casi una mujer. Obella tiene doce, está a punto de florecer. Os adoran igual que Dorea y Loreza las adoran a ellas. Si morís, ¿queréis que El y Obella os venguen, y luego, que Dorea y Loree las venguen a ellas? ¿Así queréis que sigan las cosas, en un círculo eterno? Os lo pregunto de nuevo, ¿cuándo acabará esto? —Ellaria Arena puso la mano en la cabeza de la Montaña—. Vi morir a vuestro padre. Aquí está su asesino. ¿Me llevo una calavera a la cama para que me dé consuelo en las noches? ¿Me hará reír? ¿Me compondrá canciones? ¿Me cuidará cuando esté vieja y enferma?
—¿Qué quieres que hagamos? —inquirió lady Nym—. ¿Bajamos las lanzas, sonreímos y olvidamos lo que nos han hecho?
—Lo queramos o no, habrá guerra. Hay un niño sentado en el Trono de Hierro. Lord Stannis tiene el Muro y está atrayendo a los norteños a su causa. Las dos reinas pelean por Tommen como perras por un hueso. Los hombres del hierro han tomado las Escudo y suben por el Mander arrasándolo todo. Se adentran en el corazón del Dominio, así que Altojardín también tiene motivo para preocuparse. Nuestros enemigos están desorganizados: es el mejor momento.
—El mejor momento ¿para qué? ¿Para conseguir más calaveras? —Ellaria Arena se volvió hacia el príncipe—. Se niegan a entender; no lo soporto más.
—Vuelve con tus hijitas, Ellaria —le dijo Doran—. Te juro que no les pasará nada malo.
—Mi príncipe. —Ellaria le dio un beso en la frente y se retiró. Areo Hotah lamentó su partida.
«Es una buena mujer.»
—Sé que quería a nuestro padre —comentó lady Nym—, pero es obvio que no lo conocía ni lo comprendía.
—Lo comprendía mucho mejor que tú, Nymeria. —El príncipe le lanzó una mirada enigmática—. Además, hizo feliz a tu padre. Un corazón bueno puede valer más que el orgullo o el valor. De todos modos, hay cosas que Ellaria no sabe ni tiene por qué saber. Esta guerra ya ha empezado.
—Sí. —Obara rio—. Nuestra querida Arianne se ha encargado de eso.
La princesa enrojeció, y Hotah detectó un destello de ira en los ojos de su padre.
—Hizo lo que hizo también por vosotras, así que sobran las burlas.
—Era una alabanza —insistió Obara Arena—. Demora las cosas cuanto quieras, enrédalas, intriga y pon todos los obstáculos que se te ocurran, tío, pero ser Balon acabará por encontrarse cara a cara con Myrcella en los Jardines del Agua, y seguramente notará que le falta una oreja. Y cuando la niña le diga que tu capitán rajó a Arys con esa esposa de acero que tiene, se va a…
—No. —La princesa Arianne se levantó de los cojines y puso una mano en el brazo de Hotah— No fue así, prima. A ser Arys lo mató Gerold Dayne.
Las Serpientes de Arena cruzaron miradas.
—¿Estrellaoscura?
—Fue Estrellaoscura —asintió su princesita—. También intentó matar a Myrcella, y eso le dirá la niña a ser Balon.
—Al menos eso es verdad —sonrió Nym.
—Todo es verdad —intervino el príncipe con un gesto de dolor. «¿Qué le duele más? ¿La gota o la mentira?»—. Y ser Gerold ha huido y ya ha vuelto a Ermita Alta; está fuera de nuestro alcance.
—Estrellaoscura —murmuró Tyene con una risita—. ¿Por qué no? Todo esto es cosa suya. Lo que no se sabe es si ser Balon lo creerá.
—Sí, si lo oye de labios de Myrcella —insistió Arianne.
Obara soltó un bufido de incredulidad.
—Puede que mienta hoy y mienta mañana, pero más tarde o más temprano dirá la verdad. Si permitimos que ser Balon vuelva a Desembarco del Rey y lo cuente todo, sonarán los tambores y correrá la sangre. No debe salir de aquí.
—Sí, claro, podríamos matarlo —asintió Tyene—, pero entonces tendríamos que matar también al resto de su grupo, incluidos esos escuderos tan jovencitos, pobres. Sería un… Un lío.
El príncipe Doran cerró los ojos y volvió a abrirlos. Hotah advirtió que le temblaba la pierna debajo de la manta.
—Si no fuerais las hijas de mi hermano, volvería a meteros a las tres en las celdas y os dejaría allí hasta que se os quedaran los huesos grises. Pero lo que voy a hacer es llevaros a los Jardines del Agua. Allí, si tenéis cerebro suficiente, podréis aprender muchas lecciones.
—¿Lecciones? —bufó Obara—. Lo único que veremos serán niños desnudos.
—Exacto —asintió el príncipe—. Se lo he contado a ser Balon, aunque he omitido ciertas cosas. Mientras los niños chapoteaban en los estanques, Daenerys los contemplaba entre los naranjos y se dio cuenta de una cosa: no era capaz de distinguir a los nobles de los humildes. Desnudos, solo eran niños, todos inocentes, todos indefensos, todos merecedores de amor, protección y una larga vida. «Este es tu reino —explicó a su hijo y heredero—. Recuérdalos y tenlos presentes en todo lo que hagas.» Esas mismas palabras me dijo mi madre cuando tuve edad para salir de los estanques. A un príncipe le resulta fácil ordenar que se esgriman las lanzas, pero al final, los que pagan el precio son los niños. No impulsarían a ningún príncipe sabio a emprender una guerra sin causa justificada, una guerra que no tuviera esperanzas de ganar.
»No estoy ciego ni sordo. Sé que todas me consideráis débil, miedoso, cobarde. Vuestro padre sí que me conocía. Oberyn siempre fue la víbora: mortífero, peligroso, imprevisible… Nadie se habría atrevido a pisotearlo. Yo era la hierba: agradable, complaciente, de buen olor, mecido por cualquier brisa… ¿Quién tiene miedo de pisar la hierba? Pero es la hierba la que oculta a la víbora de sus enemigos y la protege hasta que ataca. Vuestro padre y yo trabajábamos más unidos de lo que creéis…, pero ya no está con nosotros. Solo queda una pregunta: ¿puedo confiar en que sus hijas me sirvan y acaten mis órdenes?
Hotah las miró de una en una: Obara, con su cuero endurecido de herrajes oxidados, los ojos muy juntos y el pelo color rata; Nymeria, lánguida y elegante, de piel olivácea, con hilo de oro rojo entretejido en la larga trenza negra; Tyene, la de los ojos azules y el cabello rubio, la niña mujer de las manos suaves y las risitas. Fue Tyene la que respondió por todas.
—Lo que nos resulta difícil es no hacer nada, tío. Danos una misión, cualquier misión, y ningún príncipe habrá tenido siervas más leales y obedientes.
—Me alegro de oírlo —respondió el príncipe—, pero las palabras se las lleva el viento. Sois hijas de mi hermano y os quiero, pero no puedo confiar en vosotras. ¿Juráis servirme y hacer lo que os ordene?
—Si es necesario… —respondió lady Nym.
—Bien, pues juradlo ahora mismo, por la tumba de vuestro padre.
—Si no fueras nuestro tío… —empezó a decir Obara con el rostro retorcido por la ira.
—Soy vuestro tío. Y vuestro príncipe. Jurad ahora mismo, o marchaos.
—Lo juro —dijo Tyene—. Por la tumba de mi padre.
—Lo juro —dijo lady Nym—. Por Oberyn Martell, la Víbora Roja de Dorne, mucho más hombre que tú.
—Yo también —asintió Obara—. Por mi padre. Lo juro.
El príncipe se relajó parcialmente. Hotah observó cómo se acomodaba de nuevo en la silla, y extendió la mano para que la princesa Arianne se la cogiera.
—Cuéntaselo, padre.
El príncipe Doran inspiró a fondo, no sin cierta dificultad.
—Dorne todavía tiene amigos en la corte, y nos dicen cosas que no se quiere que sepamos. Esta invitación de Cersei es una artimaña. El plan es que Trystane no llegue a Desembarco del Rey: en el camino Real, unos forajidos asaltarán a la partida de ser Balon durante el viaje de vuelta, y mi hijo morirá. Si me invitan a la corte es para que presencie el ataque con mis propios ojos y pueda eximir a la reina de toda culpa. Ah, y esos forajidos no dejarán de gritar: «¡Mediohombre! ¡Mediohombre!». Hasta puede que ser Balon vea al Gnomo, pero nadie más, claro.
Areo Hotah creía hasta entonces que era imposible impresionar a las Serpientes de Arena. Se equivocaba.
—Que los Siete nos guarden —susurró Tyene—. ¿Trystane? ¿Por qué?
—Esa mujer está loca —dijo Obara—. No es más que un niño.
—Es monstruoso —asintió lady Nym—. Nunca lo habría creído de un caballero de la Guardia Real.
—Han jurado obedecer, igual que mi capitán —señaló el príncipe—. Yo también albergaba dudas, pero ya habéis visto como ha reculado ser Balon cuando he sugerido que hiciéramos el viaje por mar. Un barco habría dado al traste con los planes de la reina.
—Devuélveme mi lanza, tío. —Obara tenía el rostro congestionado—. Cersei nos ha mandado una cabeza. Deberíamos corresponder con un saco lleno.
El príncipe Doran alzó una mano. Tenía los nudillos oscuros como cerezas y casi del mismo tamaño.
—Ser Balon está bajo mi techo como invitado, y hemos compartido el pan y la sal. No le haré mal alguno. No. Iremos a los Jardines del Agua, donde escuchará a Myrcella y mandará un cuervo a su reina. La niña le pedirá que capture a quien la hirió, y si Swann es como creo, no podrá negarse. Obara, tú lo llevarás a Ermita Alta para que se enfrente a Estrellaoscura en su guarida. Aún no ha llegado la hora de que Dorne plante cara abiertamente al Trono de Hierro, así que tenemos que devolver a Myrcella a su madre, pero yo no voy a acompañarla. Tú serás quien vaya con ella, Nymeria. A los Lannister no les gustará, igual que no les gustó que les enviara a Oberyn, pero no se atreverán a negarse. Debemos tener una voz en el consejo y un oído en la corte. Pero ten mucho cuidado; Desembarco del Rey es un nido de víboras.
—Ya sabes que me encantan las serpientes, tío. —Lady Nym sonrió.
—¿Y yo? —quiso saber Tyene.
—Tu madre era septa, y Oberyn me dijo una vez que ya en la cuna te leía pasajes de
La estrella de siete puntas.
También quiero que tú vayas a Desembarco, pero a la otra colina. La Espada y la Estrella se ha refundado, y el nuevo septón supremo no es una marioneta como los anteriores. Tienes que intentar acercarte a él.
—¿Por qué no? El blanco me sienta bien. ¡Me hace parecer tan… pura…!
—Bien —asintió el príncipe—. Bien. —Titubeó un instante—. Si…, si pasa algo, os enviaré noticia por separado. En el juego de tronos, las cosas cambian muy deprisa.
—Sé que no nos fallaréis, primas. —Arianne fue hacia ellas y, una por una, las cogió de las manos y las besó en los labios—. Obara, tan valiente… Nymeria. Mi hermana… Tyene, cariño… Os quiero a todas. El sol de Dorne vaya con vosotras.
—Nunca doblegado, nunca roto —exclamaron al unísono las Serpientes de Arena.
Sus primas salieron de la estancia, pero Arianne se quedó, igual que Areo Hotah, como era su deber.
—Son dignas hijas de su padre —comentó el príncipe.
—Tres Oberyns con tetas —sonrió la princesita. El príncipe Doran se echó a reír. Hacía tanto que Hotah no oía una carcajada suya que había olvidado cómo sonaba—. Sigo pensando que a Desembarco del Rey debería ir yo, no lady Nym.
—Es demasiado peligroso. Tú eres mi heredera, el futuro de Dorne. Tienes que estar a mi lado. Pronto habrá otra tarea para ti.
—Eso último que les has dicho, lo del mensaje… ¿Has recibido noticias?
El príncipe Doran compartió con ella su sonrisa secreta.
—Sí, de Lys. Se ha reunido una gran flota que está lista para hacerse a la mar. Sobre todo naves volantinas que transportan un ejército. No se sabe de quién se trata ni cuál es su destino, pero se habla de elefantes.
—¿Y no de dragones?
—No, de elefantes. Pero es fácil esconder un dragón joven en la bodega de una coca. Daenerys es muy vulnerable en el mar; yo en su lugar ocultaría mis intenciones tanto como pudiera para tomar Desembarco del Rey por sorpresa.
—¿Crees que Quentyn estará con ellos?
—Es posible. O quizá no. Cuando toquen tierra, sabremos si se dirigen a Poniente. Quentyn la traerá por el Sangreverde si puede, pero no sirve de nada hablar del tema. Dame un beso; partiremos hacia los Jardines del Agua al amanecer.
«En ese caso, quizá emprendamos la marcha a mediodía», pensó Hotah.
Más tarde, tras la partida de Arianne, dejó el hacha y llevó al príncipe Doran en brazos a la cama.
—Ningún dorniense había muerto en esta guerra de los Cinco Reyes hasta que la Montaña le aplastó el cráneo a mi hermano —murmuró el príncipe en voz baja mientras Hotah lo cubría con la manta—. Decidme, capitán, ¿eso es para mí una vergüenza, o motivo de orgullo?
—No me corresponde a mí decirlo, mi príncipe. —«Servir. Proteger. Obedecer. Votos sencillos para hombres sencillos.» Era todo lo que sabía.
Val esperaba junto a la puerta, en el frío que precedía al amanecer, envuelta en una capa de piel de oso tan grande que hasta Sam cabría en ella. Tenía al lado su montura, ensillada y aparejada: un caballo tordo, greñudo y tuerto. La acompañaban Mully y Edd el Penas, que formaban una extraña pareja de guardias. El aliento se condensaba en el aire frío y negro.
—¿Le has dado un caballo ciego? —preguntó Jon, incrédulo.
—Solo está medio ciego, mi señor. Por lo demás está en condiciones —explicó Mully mientras palmeaba al animal en el cuello.
—Puede que el caballo esté medio ciego, pero yo no —dijo Val—. Conozco el camino.
—Mi señora, no tienes por qué hacer esto. Los riesgos…
—… son asunto mío, lord Nieve. No soy una dama sureña, sino una mujer del pueblo libre. Conozco el bosque mejor que todos tus exploradores de capa negra. No tiene fantasmas para mí.
«Eso espero.» Jon contaba con ello y confiaba en que Val triunfara allí donde Jack Bulwer el Negro y sus compañeros habían fracasado. Val no tenía nada que temer del pueblo libre, pero ambos sabían con certeza que los salvajes no eran los únicos que acechaban en el bosque.