Dany volvió a llenarle la copa, aunque lo que más habría deseado era vaciarle la frasca en la cabeza para ahogar su sonrisa engreída.
—Matrimonio o matanza. Boda o guerra. ¿Tengo que elegir?
—Creo que solo hay una elección posible, esplendor. Pronunciemos nuestros votos ante los dioses de Ghis y construyamos juntos una nueva Meereen.
La reina estaba pensando qué respuesta darle cuando oyó pisadas a sus espaldas.
«La comida», pensó. Sus cocineros habían prometido servir el plato favorito del noble Hizdahr, perro a la miel relleno de ciruelas y pimientos. Pero al volverse fue a ser Barristan a quien se encontró, recién bañado, vestido de blanco y con su espada larga al costado.
—Siento interrumpiros, alteza —dijo con una reverencia—, pero he pensado que querríais saberlo enseguida. Los Cuervos de Tormenta han vuelto a la ciudad con noticias sobre el enemigo. Los yunkios están en camino, tal como temíamos.
Una expresión de enojo cruzó el noble rostro de Hizdahr zo Loraq.
—La reina va a cenar. Los mercenarios tendrán que esperar.
Ser Barristan hizo como si no lo hubiera oído.
—Le dije a lord Daario que me informara a mí, tal como había ordenado vuestra alteza. Se rió y me dijo que lo escribiría con su propia sangre si vuestra alteza le enviaba a su pequeña escriba para enseñarle a hacer las letras.
—¿Con sangre? —Dany se horrorizó—. ¿Es una broma? No. No me lo digáis. Tengo que verlo con mis propios ojos. —Solo era una niña y estaba sola, y las niñas tenían derecho a cambiar de opinión—.
Convocad a mis capitanes y comandantes. Hizdahr, sé que sabréis perdonarme.
—Lo primero es Meereen. —Hizdahr sonrió alegremente—. Tendremos otras noches. Tendremos mil noches.
—Ser Barristan os acompañará.
Dany corrió en busca de sus doncellas; no tenía la menor intención de recibir al capitán vestida con un
tokar
Se probó una docena de túnicas antes de elegir la que le gustaba, pero rechazó la corona que le ofrecía Jhiqui. Cuando Daario Naharis hincó una rodilla en tierra ante ella, a Dany se le desbocó el corazón. El hombre tenía el pelo salpicado de sangre reseca, y un corte profundo muy reciente en la sien. Llevaba la manga izquierda ensangrentada casi hasta el codo.
—Estáis herido —dijo sobresaltada.
—¿Os referís a esto? —Daario se tocó la sien—. Un ballestero intentó clavarme una saeta en el ojo, pero mi caballo fue más rápido que la flecha. Volaba hacia mi reina para regocijarme en el calor de su sonrisa. —Sacudió la manga, salpicando el suelo de gotitas rojas—. Esta sangre no es mía. Un sargento me dijo que deberíamos aliarnos con los yunkios, así que le metí la mano por la boca y le arranqué el corazón. Pensaba traerlo como regalo para mi reina de plata, pero cuatro hombres de la Compañía del Gato me cortaron el camino y me empezaron a bufar. Uno casi me atrapó, así que le tiré el corazón a la cara.
—Muy caballeresco —dijo ser Barristan en un tono que indicaba que le parecía cualquier cosa menos eso—, pero ¿traéis noticias para su alteza?
—Malas noticias, ser Abuelo. Astapor ha desaparecido y los esclavistas marchan hacia el norte.
—Son noticias viejas y huelen mal —gruñó el Cabeza Afeitada.
—Lo mismo dijo vuestra madre de los besos de vuestro padre —replicó Daario—. Habría llegado antes, mi dulce reina, pero las colinas están plagadas de mercenarios yunkios. Cuatro compañías libres. Vuestros Cuervos de Tormenta tuvieron que abrirse camino entre ellos. Y eso no es lo peor: el ejército yunkio viene por la costa junto con cuatro legiones del Nuevo Ghis. Tienen un centenar de elefantes, con armadura y castillo. También tienen tolosios con honderos y un cuerpo de soldados qarthienses a camello. En Astapor embarcaron otras dos legiones ghiscarias. Si nuestros prisioneros dicen la verdad, tocarán tierra más allá del Skahazadhan para aislarnos del mar dothraki.
Mientras hablaba, de cuando en cuando caía una gota de sangre muy roja contra el suelo de mármol, y Dany sentía un alfilerazo.
—¿Cuántos hombres murieron? —le preguntó cuando terminó.
—¿De los nuestros? No me paré a contarlos, pero ganamos más de los que perdimos.
—¿Más cambiacapas?
—Más valientes para vuestra noble causa. A mi reina le gustarán. Uno es hachero de las Islas del Basilisco, una fiera, más grande que vuestro Belwas. Tendríais que verlo. También tengo unos cuantos ponientis, veinte o más, desertores de los Hijos del Viento que no estaban satisfechos con los yunkios. Serán buenos cuervos de tormenta.
—Si vos lo decís…
Dany no pensaba poner demasiadas objeciones. Meereen necesitaría muy pronto de todas las espadas posibles. Ser Barristan, en cambio, miró a Daario con cara de pocos amigos.
—Habéis mencionado cuatro compañías libres, capitán. Solo sabemos de tres: los Hijos del Viento, los Lanzas Largas y la Compañía del Gato.
—¡Anda, si ser Abuelo sabe contar! Los Segundos Hijos se han pasado a los yunkios. —Daario giró la cabeza y escupió—. Eso para Ben Plumm el Moreno. La próxima vez que le vea la cara, lo rajaré del cuello a la polla y le arrancaré ese negro corazón.
Dany quiso decir algo, pero le faltaron las palabras. Recordó el rostro de Ben, la última vez que lo había visto.
«Era un rostro cálido, un rostro en el que confiaba. —La piel morena y el pelo blanco, la nariz rota y las patas de gallo. Hasta sus dragones estaban encariñados con el viejo Ben el Moreno, que siempre alardeaba de que por sus venas corría una gota de sangre de dragón. “Tres traiciones conocerás. Una por oro, una por sangre y una por amor.” ¿Qué traición era la de Plumm? ¿La segunda o la tercera? ¿Y dónde dejaba eso a ser Jorah, su viejo oso gruñón? ¿Acaso no tendría nunca un amigo en quien pudiera confiar?—. ¿De qué sirven las profecías si no tienen sentido? Si me caso con Hizdahr antes de que salga el sol, ¿desaparecerán todos esos ejércitos como rocío en la mañana y me dejarán gobernar en paz?»
El anuncio de Daario había provocado el caos. Reznak aullaba, el Cabeza Afeitaba mascullaba sombrío y sus jinetes de sangre juraban venganza. Belwas el Fuerte se golpeó la barriga llena de cicatrices con un puño y juró que se comería el corazón de Ben el Moreno con ciruelas y cebollas.
—Por favor —dijo Dany; pero solo Missandei pareció oírla. La reina se puso en pie—. ¡Silencio! Ya he oído suficiente.
—Alteza, estamos a vuestras órdenes. —Ser Barristan se dejó caer sobre una rodilla—. ¿Qué queréis que hagamos?
—Seguiremos según lo previsto. Reunid tantas provisiones como sea posible. —«Si vuelvo la vista atrás, estoy perdida.» Tenemos que cerrar las puertas y situar en la muralla a todos los hombres que estén en condiciones de luchar. No entrará ni saldrá nadie.
La estancia quedó en silencio. Los hombres se miraban entre sí.
—¿Qué pasa con los astaporis? —preguntó al final Reznak.
Dany sintió ganas de gritar, de rechinar los dientes, de arrancarse la ropa, de golpear el suelo con los puños.
—¡Cerrad las puertas! ¿Tengo que decirlo tres veces? —Eran sus hijos, pero no podía hacer nada por ellos—. Salid todos. Vos no, Daario. Hay que limpiaros esa herida y quiero haceros más preguntas.
Los demás hicieron una reverencia antes de salir, y Dany guio a Daario Naharis escaleras arriba hacia sus habitaciones, donde Irri le lavó el corte con vinagre y Jhiqui se lo vendó con lino blanco. Cuando terminaron, hizo salir también a las doncellas.
—Tenéis la ropa manchada de sangre —dijo a Daario—. Quitáosla.
—Solo si vos hacéis lo mismo.
La besó. El pelo le olía a sangre, a humo y a caballo, y su boca era caliente y dura. Dany temblaba en sus brazos.
—Creía que seríais vos quien me traicionaría —le dijo cuando se separaron—. Una traición por sangre, otra por oro y otra por amor, tal como me dijeron los hechiceros. Creía… Nunca pensé en Ben el Moreno. Hasta mis dragones confiaban en él. —Agarró a su capitán por los hombros—. Prometedme que nunca os volveréis contra mí. No podría soportarlo. Prometédmelo.
—Nunca, amor mío.
Ella lo creyó.
—Juré que me casaría con Hizdahr zo Loraq si me daba noventa días de paz, pero ahora… Os he deseado desde la primera vez que os vi, pero erais un mercenario tornadizo y traicionero. Alardeabais de que habíais estado con cien mujeres.
—¿Con cien? —Daario disimuló una risita tras la barba violeta—. Os mentí, mi dulce reina. Ha sido con mil. Pero nunca he estado con un dragón.
Ella alzó los labios hacia los suyos.
—¿Y a qué esperáis?
La chimenea estaba llena de ceniza seca y renegrida, y no había en la habitación más calor que el de las velas. Cada vez que se abría una puerta, las llamas se estremecían y temblaban. La novia también estaba temblando. La habían vestido de lana blanca con ribetes de encaje; en las mangas y el corpiño llevaba adornos de perlas de río, e iba calzada con unas zapatillas de piel de cervatillo… preciosas, pero que no abrigaban demasiado. Tenía las mejillas blancas, sin sangre.
«Un rostro esculpido en hielo —pensó Theon Greyjoy al tiempo que le echaba por los hombros la capa ribeteada de piel—. Un cadáver enterrado en la nieve.»
—Ha llegado el momento, mi señora.
Desde el otro lado de la puerta los llamaba el sonido de laúdes, flautas y tambores. La novia alzó los ojos hacia él, aquellos ojos pardos que brillaban a la luz de las velas.
—Seré una buena esposa para él; le seré leal… Lo complaceré; haré lo que quiera, le daré hijos, seré mejor esposa de lo que habría sido la auténtica Arya, ya lo verá.
«Sigue hablando así y morirás, o algo peor.» Era una lección que había aprendido como Hediondo.
—Sois la auténtica Arya, mi señora. Arya de la casa Stark, hija de lord Eddard y heredera de Invernalia. —Tenía que aprender su nombre, ¡tenía que aprender su nombre!—. Arya Entrelospiés. Vuestra hermana os llamaba también Arya Caracaballo.
—Yo fui quien se inventó ese nombre, porque Arya tenía la cara alargada, como los caballos. Pero yo no; la mía era agraciada. —Las lágrimas acabaron por desbordarle los ojos—. Nunca fui bella, como Sansa, pero todos me decían que era agraciada. ¿A lord Ramsay le parezco agraciada?
—Sí —mintió—. Me lo ha dicho.
—Pero sabe quién soy. Sabe quién soy de verdad; se lo noto cuando me mira. Siempre parece enfadado, hasta cuando sonríe, pero no es culpa mía. Se dice que le gusta hacer daño.
—Mi señora no debería prestar atención a esas… mentiras.
—Se dice que os hizo daño a vos. En las manos y…
—Me… Me lo merecí. —Tenía la boca seca—. Lo hice enfadar. Vos no lo hagáis enfadar. Lord Ramsay es… un hombre bueno, de gran corazón. Si lo complacéis, os tratará bien. Sed buena esposa para él.
—Ayudadme. —La muchacha se agarró a él—. Por favor. Yo os miraba cuando estabais en el patio, jugando con las espadas. ¡Erais tan guapo…! —Le apretó el brazo—. Si huimos, seré vuestra esposa, o vuestra…, o vuestra puta… Lo que queráis. Podríais ser mi hombre.
—No… No soy el hombre de nadie. —Theon se liberó de su brazo. «Un hombre la ayudaría.»—. Por favor, por favor, tenéis que ser Arya, tenéis que ser su esposa. Haced lo que quiera, o… Haced lo que quiera y ya está, y no volváis a decir que sois otra persona. —«Jeyne, se llama Jeyne.» La música era cada vez más insistente—. Ya es la hora. Secaos los ojos. —«Ojos marrones. Deberían ser grises. Alguien se dará cuenta. Alguien se acordará»—. Muy bien. Ahora, sonreíd.
La niña lo intentó. Curvó hacia arriba los labios temblorosos, mostrando un poco los dientes.
«Bonitos dientes blancos, pero si lo hace enfadar, dejarán de ser bonitos.» Tres de las cuatro velas se apagaron cuando abrió la puerta para llevar a la novia hacia la neblina donde aguardaban los invitados.
—¿Por qué yo? —había preguntado a lady Dustin cuando le dijo que sería el encargado de entregar a la novia.
—Ya no tiene padre ni hermanos. Su madre murió en Los Gemelos. Todos sus tíos están desaparecidos, muertos o prisioneros.
—Aún le queda un hermano. —«Aún le quedan tres hermanos», podría haber dicho—. Jon Nieve está con la Guardia de la Noche.
—Un hermano bastardo que ha jurado lealtad al Muro. Vos erais el pupilo de su padre, lo que os convierte en lo más parecido que tiene a un pariente vivo. Debéis ser quien entregue su mano.
«Lo más parecido que tiene a un pariente vivo.» Theon Greyjoy se había criado con Arya Stark. Theon Greyjoy habría sabido que era una impostora. Si la gente veía que reconocía a aquella chica como Arya, los señores norteños que se habían reunido para presenciar el enlace no tendrían ningún motivo para dudar de su legitimidad. Stout, Slate, Umber Mataputas, los pendencieros Ryswell, los hombres de Hornwood, los primos Cerwyn, el gordo lord Wyman Manderly… Ninguno de ellos había conocido tan bien como él a las hijas de Ned Stark, y si alguno albergaba dudas en secreto, tendría seso suficiente para no dejarlas traslucir.
«Me están usando para tapar su engaño; le ponen mi cara a esta mentira.» Por eso lord Bolton había vuelto a vestirlo de señor, para que representara su papel en aquella pantomima. En cuanto acabara, en cuanto la falsa Arya estuviera casada y encamada, Bolton ya no necesitaría para nada a Theon Cambiacapas.
—Si nos sirves bien, tras la derrota de Stannis trataremos la mejor manera de sentarte en el trono de su padre —le había dicho su señoría con aquella voz tan baja, aquella voz hecha para los susurros y las mentiras.
Theon no se había creído ni una palabra. Bailaría al son de su música porque no le quedaba más remedio, pero luego…
«Luego volverá a dejarme en manos de Ramsay —pensó—, y Ramsay me cortará más dedos y volverá a convertirme en Hediondo.» A menos que los dioses fueran bondadosos y Stannis Baratheon cayera sobre Invernalia para pasarlos por la espada a todos, él incluido. Era lo máximo a lo que podía aspirar.
Por extraño que pareciera, en el bosque de dioses hacía más calor. Más allá de sus confines, el hielo cubría Invernalia. El hielo sucio hacía traicioneros los caminos, y la escarcha centelleaba a la luz de la luna en los paneles rotos de los invernaderos. El viento había amontonado la nieve contra las paredes hasta llenar todos los rincones, y había ventisqueros tan altos que ocultaban las puertas. Bajo la nieve quedaba la ceniza gris, y aquí y allá se veía una viga ennegrecida o un montón de huesos, aún con restos de pelo y piel. Los carámbanos colgaban de las almenas como lanzas y ribeteaban los torreones como los bigotes rígidos y blancos de un anciano. Pero el suelo del bosque de dioses no estaba congelado, y de los estanques de aguas termales se elevaba un vapor cálido como el aliento de un bebé.