Danza de dragones (54 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

BOOK: Danza de dragones
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—Muy bueno —declaró al tiempo que levantaba el dragón—. La pieza más poderosa del juego —anunció mientras retiraba un elefante de Qavo—. Y se dice que Daenerys Targaryen tiene tres.

—Tres —asintió Qavo—, contra tres veces tres mil enemigos. Grazdan mo Eraz no fue el único enviado de la Ciudad Amarilla. Cuando los sabios amos ataquen Meereen, las legiones del Nuevo Ghis lucharán a su lado. Y los tolosios, los elyrios y hasta los dothrakis.

—A los dothrakis los tenéis a vuestras puertas —señaló Haldon—. Khal Pono.

—Los señores de los caballos vienen, les damos regalos y se van. —Qavo sacudió una mano blanca en gesto despectivo.

Movió de nuevo la catapulta, cerró los dedos en torno al dragón de alabastro de Tyrion y lo retiró del tablero. El resto fue una masacre, aunque el enano se las arregló para resistir durante una docena de jugadas.

—Ha llegado la hora de derramar lágrimas amargas —dijo Qavo finalmente mientras juntaba la plata en un montoncito—. ¿Otra partida?

—No hace falta —respondió Haldon—. Mi enano ha aprendido una lección de humildad, y ya es hora de que volvamos a nuestra barcaza.

Fuera, en la plaza, la hoguera seguía ardiendo, pero el sacerdote ya no estaba y la multitud se había dispersado hacía tiempo. El fulgor de las velas iluminaba las ventanas del lupanar, del que salían risas femeninas.

—La noche es joven —comentó Tyrion—. Puede que Qavo no nos lo haya dicho todo, y las putas se enteran de muchas cosas gracias a los hombres a los que atienden.

—¿Tantas ganas tenéis de mujer, Yollo?

—Uno se cansa de no tener más amantes que las manos. —«Puede que Selhorys sea el lugar adonde van las putas. A lo mejor Tysha está aquí, con lágrimas tatuadas en la mejilla»—. He estado a punto de ahogarme. Después de una experiencia semejante, cualquiera necesitaría una mujer. Además tengo que cerciorarme de que no se me ha petrificado la polla.

—Os espero en la taberna que hay junto a la puerta. —El Mediomaestre rio—. No os demoréis mucho.

—Por eso no temáis. Generalmente, las mujeres prefieren despacharme cuanto antes.

El burdel era modesto comparado con los que frecuentaba en Lannisport y Desembarco del Rey. El propietario no hablaba más idioma que el de Volantis, pero entendió perfectamente el tintineo de la plata y acompañó a Tyrion a una estancia que se abría al otro lado de un arco, donde olía a incienso y cuatro esclavas aburridas aguardaban en diversos grados de desnudez. Dos habían visto al menos cuarenta días del nombre, y la más joven tenía quince o dieciséis años. Ninguna era tan fea como las putas de los muelles, aunque tampoco eran beldades. Una de ellas estaba embarazada; otra estaba gorda y llevaba aros de hierro en los pezones, y las cuatro tenían lágrimas tatuadas debajo de un ojo.

—¿Tenéis alguna chica que hable el idioma de Poniente? —preguntó Tyrion.

El propietario entrecerró los ojos sin comprender, así que le repitió la pregunta en alto valyrio. En aquella ocasión debió de entender alguna palabra, porque replicó algo en volantino, aunque lo único que entendió el enano fue «chica del ocaso». Supuso que se refería a alguna muchacha de los Reinos del Ocaso.

En la casa solo había una de aquellas características, y no era Tysha. Tenía mejillas pecosas y rizos rojos, lo que prometía pechos pecosos y vello rojizo entre las piernas.

—Me vale —dijo Tyrion—. Y una frasca de vino. Vino tinto con carne roja. —La prostituta le miraba el rostro desnarigado con los ojos llenos de repugnancia—. ¿Te molesto, guapa? Soy un ser muy molesto, como sin duda te diría mi padre si no estuviera muerto y enterrado.

La chica parecía ponienti, pero no hablaba ni palabra de la lengua común.

«Puede que los esclavistas la capturasen de niña. —Su cuarto era pequeño, aunque había una alfombra de Myr en el suelo y un colchón relleno de plumas en vez de paja—. Los he visto peores.»

—¿Cómo te llamas? —le preguntó al tiempo que le aceptaba una copa de vino—. ¿No quieres decírmelo? —El vino era fuerte y ácido, y no necesitaba traducción—. En fin, tendré que conformarme con tu coño. —Se limpió la boca con el dorso de la mano—. ¿Alguna vez te has acostado con un monstruo? Es buen momento para empezar. Quítate la ropa y túmbate, si no te importa. Y si te importa, también.

Ella lo miró sin comprender hasta que el enano le quitó la frasca de vino de las manos y le levantó las faldas por encima de la cabeza. Después de aquello, la chica comprendió qué se le solicitaba, aunque no resultó un compañera muy activa. Tyrion llevaba tanto tiempo sin acostarse con una mujer que se corrió dentro de ella a la tercera embestida.

Rodó a un lado, más avergonzado que satisfecho.

«Ha sido un error. Me he convertido en un ser repugnante.»

—¿Conoces a una mujer llamada Tysha? —le preguntó mientras su semilla manaba de ella para derramarse en la cama. La prostituta no respondió—. ¿Sabes adonde van las putas?

Tampoco respondió a aquello. Tenía la espalda surcada de cicatrices.

«Esta chica está muerta. Me acabo de follar un cadáver. —Hasta sus ojos parecían sin vida—. No tiene fuerzas ni para despreciarme.»

Necesitaba vino, mucho vino. Cogió la frasca con las dos manos y se la llevó a los labios. El vino le corrió garganta abajo, barbilla abajo, le goteó por la barba y empapó la cama de plumas. A la luz de la vela parecía tan oscuro como el que había envenenado a Joffrey. Tras terminar tiró a un lado la frasca vacía y sé bajó tambaleante de la cama en busca de un orinal. No lo encontró. El estómago se le volvió de revés, y lo siguiente que supo fue que estaba de rodillas, vomitando en la alfombra, aquella hermosa y gruesa alfombra de Myr reconfortante como las mentiras.

La prostituta gritó horrorizada.

«Le van a echar la culpa a ella», comprendió avergonzado.

—Córtame la cabeza y llévala a Desembarco del Rey —dijo apremiante—. Mi hermana te concederá el título de dama y nadie volverá a azotarte.

La chica tampoco lo entendió aquella vez, así que él le separó las piernas, gateó hasta colocarse entre ellas y la poseyó de nuevo. Aquello al menos sí lo entendía.

Cuando se le acabaron tanto el vino como las ganas de sexo, hizo un bulto con la ropa de la chica y lo tiró al suelo. Ella entendió la indirecta y escapó para dejarlo a solas en la oscuridad, cada vez más hundido en la cama de plumas.

«Estoy como una cuba. —No se atrevía a cerrar los ojos por miedo de quedarse dormido. Tras el velo del sueño lo aguardaban los Pesares. Los peldaños de piedra ascendían interminables, empinados, resbaladizos y traicioneros, y arriba estaría el Señor de la Mortaja—. No quiero conocer al Señor de la Mortaja. —Se vistió a duras penas y se tambaleó en dirección a la escalera—. Grif me va a desollar. Bueno, ¿por qué no? Si hay un enano que merece que lo desuellen, ese soy yo.»

A medio camino escaleras abajo perdió pie, pero se las arregló para parar la caída con las manos y convertirla en una torpe voltereta lateral. Las prostitutas que aguardaban abajo alzaron la vista atónitas cuando fue a aterrizar ante el último peldaño. Tyrion rodó hasta ponerse en pie y las saludó con una reverencia.

—Borracho soy mucho más ágil. —Se volvió hacia el propietario—. Lamento deciros que os he ensuciado la alfombra. La chica no tiene la culpa. Os la pagaré. —Sacó un puñado de monedas y se las tiró.

—Gnomo —dijo una voz ronca a su espalda.

En un rincón de la estancia, entre las sombras, había un hombre sentado con una prostituta que se contoneaba en su regazo.

«A esa chica no la había visto. Si llego a verla subo con ella y no con la pecosa.» Era más joven que las otras, esbelta y bonita, con una larga cabellera de un rubio casi blanco. Lysena, probablemente. Pero el hombre cuyo regazo ocupaba era sin duda de los Siete Reinos: corpulento, ancho de hombros, cuarenta años y ni un día menos. Estaba medio calvo, pero tenía una barba descuidada que le cubría las mejillas y la barbilla, y el vello espeso le crecía hasta en los nudillos.

A Tyrion no le gustó su aspecto, y menos aún el gran oso negro que lucía en el jubón.

«Lana. Va vestido de lana, con este calor. Solo un caballero puede ser tan imbécil.»

—Qué agradable sorpresa oír la lengua común tan lejos de casa —se obligó a decir—, pero me temo que os habéis confundido. Me llamo Hugor Colina. ¿Puedo invitaros a una copa de vino, amigo?

—Ya he bebido suficiente.

El caballero apartó a la prostituta y se puso de pie. Tenía cerca el cinturón de la espada, colgado de un gancho. Lo cogió y desenvainó, con un susurro de acero contra cuero. Las prostitutas observaban la escena con avidez, con la luz de las velas reflejada en los ojos. El propietario se había esfumado.

—Sois mío, Hugor.

Tyrion sabía que no podría huir, igual que no podría ganar si presentaba batalla. Con lo borracho que estaba, ni siquiera lo derrotaría en un duelo de ingenio. Extendió las manos.

—¿Qué pensáis hacer conmigo?

—Entregaros —dijo el caballero—. A la reina.

Daenerys

Galazza Galare llegó a la Gran Pirámide escoltada por una docena de gracias blancas, muchachas de alta cuna tan jóvenes que aún no habían prestado su año de servicios en los jardines de placer del templo. La digna anciana vestida de verde, rodeada de cándidas niñas con túnica y velo blanco, era un hermoso espectáculo.

La reina les dio una cálida bienvenida y ordenó a Missandei que se encargara de que las niñas tuvieran comida y atención mientras ella cenaba en privado con la gracia verde.

Los cocineros habían preparado un magnífico banquete de cordero a la miel aromatizado con menta y acompañado de los pequeños higos verdes que tanto le gustaban. Dos de los rehenes favoritos de Dany les sirvieron la cena y se encargaron de que tuvieran las copas llenas en todo momento: eran una niñita de ojos inmensos llamada Qezza y un chico flacucho cuyo nombre era Grazhar. Eran hermanos entre sí y primos de la gracia verde, que los saludó con besos nada más llegar y les preguntó si habían sido buenos.

—Los dos son adorables —le aseguró Dany—. Qezza me canta a veces, porque tiene una voz preciosa, y ser Barristan ha estado instruyendo a Grazhar y a los otros muchachos en las artes de la caballería de Poniente.

—Son sangre de mi sangre —respondió la gracia verde mientras Qezza le llenaba la copa de vino rojo oscuro—. Me alegro de que os complazcan, esplendor. Espero poder hacer lo mismo. —La anciana tenía el pelo blanco y la piel apergaminada, pero los años no le habían nublado los ojos, tan verdes como su túnica, llenos de tristeza y sabiduría—. Perdonad que os lo diga, esplendor, pero parecéis cansada. ¿Estáis durmiendo lo necesario?

—La verdad es que no. —Dany tuvo que contenerse para no soltar una carcajada—. Anoche, tres galeras qarthienses subieron por el Skahazadhan al abrigo de la oscuridad. Los Hombres de la Madre les lanzaron flechas llameantes a las velas y calderos de brea hirviendo contra la cubierta, pero los barcos fueron rápidos y no sufrieron daños de consideración. Los qarthienses quieren cerramos el río, igual que nos han cerrado la bahía. Lo peor es que ya no están solos: se les han unido tres galeras del Nuevo Ghis y una carraca de Tolos. —Había propuesto una alianza a los tolosios, que respondieron llamándola puta y exigiéndole que devolviera Meereen a los grandes amos. Pero aun eso era mejor que la respuesta de Mantarys, que le llegó en un baúl de cedro que contenía las cabezas en salmuera de sus tres emisarios—. Tal vez vuestros dioses puedan ayudarnos. Pedidles que envíen un temporal sobre las galeras de la bahía.

—Rezaré y haré sacrificios. Puede que los dioses de Ghis me escuchen. —Galazza Galare bebió un poco de vino, pero no apartó los ojos de Dany—. La tormenta no ruge solo tras la muralla de la ciudad, sino también entre ellos. Tengo entendido que anoche murieron más libertos.

—Tres. —Sintió un regusto amargo en la boca al decirlo—. Los cobardes atacaron a unas tejedoras, unas libertas que no habían hecho daño a nadie. Su único crimen era crear cosas bellas. Tengo sobre mi cama un tapiz que me regalaron. Los Hijos de la Arpía destruyeron su telar y las violaron antes de cortarles el cuello.

—Eso nos habían dicho. Y aun así, vuestro esplendor ha tenido el valor de responder a tal carnicería con clemencia. No habéis dañado a ninguno de los niños nobles que tenéis de rehenes.

—No, aún no. —Dany se había encariñado con sus jóvenes pupilos. Unos eran tímidos y otros traviesos, unos cariñosos y otros huraños, pero todos eran inocentes—. Si mato a mis coperos, ¿quién me servirá el vino y la cena? —comentó, tratando de tomárselo a la ligera. La sacerdotisa no sonrió.

—Se dice que el Cabeza Afeitada quiere echárselos a vuestros dragones. Vida por vida. Que quiere que muera un niño por cada bestia de bronce que caiga.

Dany jugueteó con la comida del plato. No se atrevía a mirar hacia donde estaban Grazhar y Qezza por miedo a echarse a llorar.

«El corazón del Cabeza Afeitada es más duro que el mío.» Habían discutido media docena de veces por el asunto de los rehenes.

—Los Hijos de la Arpía se desternillan en sus pirámides —le había dicho Skahaz aquella misma mañana—. ¿De qué sirve tener rehenes si no los decapitáis? —A sus ojos, no era más que una mujer débil.

«Con Hazzea fue suficiente. ¿Qué clase de paz es la que hay que comprar con sangre de niños?»

—Ellos no tienen la culpa de estos asesinatos —dijo Dany a la gracia verde con voz débil—. No soy una reina carnicera.

—Y Meereen os lo agradece. Tenemos entendido que el Rey Carnicero de Astapor ha muerto.

—Lo mataron sus propios soldados cuando les ordenó atacar a los yunkios. —Le costaba hasta decirlo—. Aún no se había enfriado su cadáver cuando subió al trono Cleon II. Duró ocho días antes de que le cortaran el cuello. Su asesino aspira al trono, igual que la concubina del primer Cleon. Los astaporis los llaman Rey Asesino y Reina Puta. Sus seguidores se enfrentan en las calles, mientras los yunkios y sus mercenarios aguardan al otro lado de la muralla.

—Corren malos tiempos. Esplendor, ¿puedo tener la osadía de daros un consejo?

—Ya sabéis lo mucho que valoro vuestra sabiduría.

—En ese caso, prestadme oído en esta ocasión y contraed matrimonio.

—Ah. —Era lo que Dany se temía.

—Os he oído decir en varias ocasiones que solo sois una niña. En cierto modo es lo que veo cuando os miro, una niña demasiado joven y frágil para enfrentarse sola a tan duras pruebas. Necesitáis tener un rey a vuestro lado, alguien que os ayude a llevar esta pesada carga.

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