Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (5 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Después de este sueño, Tuor durmió profundamente, porque antes de que la noche hubiera terminado, la tormenta se alejó arrastrando consigo los nubarrones negros hacia el Oriente del mundo. Despertó por fin a una luz grisácea, y se levantó y abandonó el alto asiento, y cuando bajó a la sala en penumbras vio que estaba llena de aves marinas ahuyentadas por la tormenta; y salió mientras las últimas estrellas se desvanecían en el Oeste ante la llegada del día. Entonces vio que las grandes olas de la noche habían avanzado mucho tierra adentro, y habían arrojado sus crestas por sobre la cima de los acantilados, y tejas rotas y algas cubrían aun las terrazas delante de las puertas. Y al mirar desde la terraza más baja, Tuor vio, apoyado contra el muro, entre piedras y despojos del mar, a un Elfo que vestía una empapada capa gris. Sentado, en silencio, miraba más allá de la ruina de las playas las largas lomas de las olas. Todo estaba quieto, y no había otro sonido que el de la impetuosa marejada.

Al ver Tuor la silenciosa figura gris, recordó las palabras de Ulmo y le vino a los labios un nombre que nadie le había enseñado, y dijo en alta voz:

—¡Bienvenido, Voronwë! Te esperaba.
[10]

Entonces el Elfo se volvió y miró hacia arriba, y Tuor se encontró con la penetrante mirada de unos ojos grises como el mar, y supo que pertenecía al alto pueblo de los Noldor. Pero hubo miedo y asombro en la mirada del Elfo cuando vio a Tuor erguido en el muro por encima de él, vestido con una gran capa que era como una sombra, cubriéndole una malla élfica que le resplandecía en el pecho.

Así permanecieron un momento, examinándose las caras, y entonces el Elfo se puso en pie y se inclinó ante Tuor. —¿Quién sois, señor? —preguntó—. Durante mucho tiempo he luchado contra el mar embravecido. Decidme: ¿ha habido grandes nuevas desde que abandoné la tierra? ¿Fue vencida la Sombra? ¿Ha salido el Pueblo Escondido?

—No —respondió Tuor—. La Sombra se alarga, y los Escondidos permanecen escondidos.

Entonces Voronwë se quedó mirándolo largo tiempo en silencio. —Pero ¿quién sois? —volvió a preguntar—. Durante muchos años mi pueblo estuvo ausente de estas tierras, y ninguno de ellos moró aquí desde entonces. Y ahora advierto que a pesar de vuestro atuendo no sois uno de ellos, como lo creí, sino que pertenecéis a la raza de los Hombres.

—Así es en efecto —dijo Tuor—. ¿Y no eres tú el último marinero del último navío en salir hacia Occidente desde los Puertos de Círdan?

—Lo soy, en efecto —dijo el Elfo—. Voronwë, hijo de Aranwë. Pero cómo conocéis mi nombre y mi destino, no lo entiendo.

—Los conozco porque el Señor de las Aguas habló conmigo la víspera —respondió Tuor—, y dijo que te salvaría de la cólera de Ossë, y que te enviaría aquí con el fin de que fueras mi guía.

Entonces con miedo y asombro Voronwë exclamó:

—¿Habéis hablado con Ulmo el Poderoso? ¡Grandes han de ser entonces en verdad vuestro valor y vuestro destino! Pero ¿a dónde habré de guiaros, señor? Porque de seguro sois un rey de Hombres, y muchos han de obedecer vuestra palabra.

—No, soy un esclavo fugado —dijo Tuor—, y soy un proscrito solitario en una tierra desierta. Pero tengo un recado para Turgon, el Rey Escondido. ¿Sabes por qué camino llegar a él?

—Muchos son proscritos y esclavos en estos malhadados días que no nacieron en esa condición —respondió Voronwë—. Un señor de Hombres sois por derecho, según me parece. Pero aun cuando fuerais el más digno de todo vuestro pueblo, no tendríais derecho a ir en busca de Turgon, y vano seria que lo intentaseis. Porque aun cuando yo os condujera hasta sus puertas, no podríais entrar.

—No te pido que me lleves sino hasta esas puertas —dijo Tuor—. Allí el Destino luchará con los Designios de Ulmo. Y si Turgon no me recibe, mi misión habrá acabado, y el Destino será el que prevalezca. Pero en cuanto a mi derecho de ir en busca de Turgon: yo soy Tuor, hijo de Huor y pariente de Húrin, nombre que Turgon no habrá de olvidar. Y lo busco también por orden de Ulmo. ¿Habrá de olvidar Turgon lo que éste le dijo antaño:
Recuerda que la última esperanza de los Noldor ha de llegar del Mar?
O también:
Cuando el peligro esté cerca, uno vendrá de Nevrast para advertírtelo.
[11]
Yo soy el que había de venir y estoy así investido con las armas que me estaban destinadas.

Tuor se maravilló de oírse a sí mismo hablar de ese modo, porque las palabras que Ulmo le dijo a Turgon al partir de Nevrast no le eran conocidas de antemano, ni a nadie salvo al Pueblo Escondido. Por lo mismo, tanto más asombrado estaba Voronwë; pero se volvió y miró el Mar y suspiró.

—¡Ay! —dijo—. No querría volver nunca. Y a menudo he prometido en las profundidades del mar que si alguna vez pusiera el pie otra vez en tierra, moraría en paz lejos de la Sombra del Norte, o junto a los Puertos de Círdan, o quizá en los bellos prados de Nantathren, donde la primavera es más dulce que los deseos del corazón. Pero si el mal ha crecido desde que partí de viaje y el peligro definitivo acecha a mi pueblo, entonces debo regresar a él. —Se volvió hacia Tuor.— Os guiaré hasta las puertas escondidas —dijo—, porque los prudentes no han de desoír los consejos de Ulmo.

—Entonces marcharemos juntos como se nos ha aconsejado —dijo Tuor—. Pero ¡no te aflijas, Voronwë! Porque mi corazón me dice que tu largo camino te conducirá lejos de la Sombra, y que tu esperanza volverá al Mar.
[12]

—Y también la vuestra —dijo Voronwë—. Pero ahora tenemos que abandonarlo e ir de prisa.

—Sí —dijo Tuor—. Pero ¿a dónde me llevarás y a qué distancia? ¿No hemos de pensar primero cómo viajaremos por las tierras salvajes, o si es el camino largo, cómo pasar el invierno sin abrigo?

Pero Voronwë no dio una respuesta clara acerca del camino. —Vos conocéis la fortaleza de los Hombres —dijo—. En cuanto a mí, pertenezco a los Noldor, y grande ha de ser el hambre y frío el invierno que maten al pariente de los que atravesaron el Hielo. ¿Cómo creéis que pudimos trabajar durante días incontables en los yermos salados del mar? ¿Y no habéis oído del pan de viaje de los Elfos? Y conservo todavía el que todos los marineros guardan hasta el final. —Entonces le mostró bajo la capa un bolsillo sellado sujeto con una hebilla al cinturón.— Ni el agua ni el tiempo lo dañan en tanto esté sellado. Pero hemos de economizarlo hasta que sea mucha la necesidad; y sin duda un proscrito y cazador habrá de encontrar otro alimento antes que el año empeore.

—Quizá —dijo Tuor—. Pero no en todas las tierras es posible cazar sin riesgo, por abundantes que sean las bestias. Y los cazadores se demoran en los caminos.

Entonces Tuor y Voronwë se dispusieron a partir. Tuor llevó consigo el pequeño arco y las flechas que traía además de las armas encontradas en la sala; pero la lanza sobre la que estaba escrito su nombre en runas élficas del Norte la dejó junto al muro en señal de que había pasado por allí. No tenía armas Voronwë, salvo una corta espada.

Antes de que el día hubiera avanzado mucho abandonaron la antigua vivienda de Turgon, y Voronwë guió a Tuor hacia el oeste de las empinadas cuestas de Taras, y a través del gran cabo. Allí en otro tiempo había pasado el camino desde Nevrast a Brithombar, que no era ahora sino una huella verde entre viejos terraplenes cubiertos de hierba. Así llegaron a Beleriand y la región septentrional de las Falas; y volviéndose hacia el este, buscaron las oscuras estribaciones de Ered Wethrin, y allí encontraron refugio y descansaron hasta que el día se desvaneció en el crepúsculo. Porque aunque las antiguas viviendas de Falathrim, Brithombar y Eglarest estaban todavía lejos, allí moraban Orcos ahora, y toda la tierra estaba infestada de espías de Morgoth: temía éste los barcos de Círdan que llegaban a veces patrullando las costas y se unían a las huestes enviadas desde Nargothrond.

Mientras estaban allí sentados envueltos en sus capas como sombras bajo las colinas, Tuor y Voronwë conversaron juntos durante mucho tiempo. Y Tuor interrogó a Voronwë acerca de Turgon, pero poco hablaba Voronwë de tales asuntos; hablaba en cambio de las moradas de la Isla de Balar y de la Lisgardh, la tierra de los juncos en las Desembocaduras del Sirion.

—Allí crece ahora el número de los Eldar —dijo— porque cada vez son más abundantes los que huyen por miedo de Morgoth, cansados de la guerra. Pero no abandoné yo a mi pueblo por propia decisión. Porque después de la Bragollach y el fin del Sitio de Angband, por primera vez abrigó el corazón de Turgon la duda de que quizá Morgoth fuera demasiado fuerte. Ese año envió a unos pocos, los primeros que atravesaron las puertas desde dentro, y llevaban una misión secreta. Fueron Sirion abajo hasta las costas próximas a las Desembocaduras, y allí construyeron barcos. Pero de nada les sirvió, salvo tan sólo para llegar a la gran Isla de Balar y establecer allí viviendas solitarias, lejos del alcance de Morgoth. Porque los Noldor no dominan el arte de construir barcos que resistan mucho tiempo las olas de Belegaer el grande.
[13]

Pero cuando más tarde Turgon se enteró de los ataques de las Falas y del saqueo de los antiguos Puertos de los Carpinteros de Barcos que se encuentran allá lejos delante de nosotros, y se dijo que Círdan había salvado a unos pocos y navegado con ellos hacia el sur a la Bahía de Balar, volvió a enviar un grupo de mensajeros. Eso fue poco tiempo atrás; no obstante, en mi memoria parece la más larga porción de mi vida. Porque yo fui uno de los que envió, cuando era joven en años entre los Eldar. Nací aquí en la Tierra Media en el país de Nevrast. Mi madre pertenecía a los Elfos Grises de las Falas, y era pariente del mismo Círdan; hubo mucha mezcla de pueblos en Nevrast, durante los primeros años del reinado de Turgon, y yo tengo el corazón marino del pueblo de mi madre. Por tanto, yo estuve entre los escogidos, puesto que nuestro recado era para Círdan, que nos ayudara en la construcción de barcos, con el fin de que algún mensaje y ruego de auxilio pudiera llegar a los Señores del Oeste antes que todo se perdiera. Pero me demoré en el camino. Porque había visto poco de la Tierra Media y llegamos a Nantathren en la primavera del año. Amable al corazón es esa tierra como veréis si alguna vez seguís hacia el sur por el Sirion abajo. Allí se encuentra cura a las nostalgias del mar, salvo para aquellos a quienes no suelta el Destino. Allí Ulmo es sólo el servidor de Yavanna, y la tierra ha dado vida a hermosas criaturas que los corazones de las duras montañas del Norte no pueden imaginar. En esa tierra el Narog se une al Sirion, y ya no se apresuran, sino que fluyen anchos y tranquilos por los prados vivientes; y todo alrededor del río brillante crecen lirios cárdenos como un bosque florecido, y la hierba está llena de flores como gemas, como campanas, como llamas rojas y doradas, como estrellas multicolores en un firmamento verde. Sin embargo, los más bellos de todos son los sauces de Nantathren, de verde pálido, o plateados en el viento, y el murmullo de sus hojas innumerables es un hechizo de música: día y noche resonaban incontables mientras yo me hundía silencioso hasta las rodillas en la hierba y escuchaba. Allí quedé encantado y olvidé el Mar en mi corazón. Por allí erré dando nombre a flores nuevas o yaciendo entre sueños en medio del canto de los pájaros y el zumbido de las abejas, olvidado de todos mis parientes, fueran los barcos de los Teleri o las espadas de los Noldor, pero mi destino no lo permitió. O quizá el mismo Señor de las Aguas; porque era muy fuerte en esa tierra.

Así me vino al corazón la idea de construir una balsa con ramas de sauce y trasladarme por el brillante seno del Sirion; y así lo hice, y así fui llevado. Porque un día, mientras estaba en medio del río sopló un viento súbito y me atrapó, y me arrastró fuera de la Tierra de los Sauces hacia el Mar. De este modo llegué el último de entre los mensajeros junto a Círdan; y de los siete barcos que construyó a pedido de Turgon todos menos uno estaban plenamente acabados. Y uno por uno se hicieron a la mar hacia el Oeste, y ninguno ha vuelto nunca ni se han tenido noticias de ellos.

Pero el aire salino del mar agitaba de nuevo el corazón de la parentela de mi madre en mi pecho, y me regocijé en las olas aprendiendo toda la ciencia del mar como si la tuviera ya almacenada en mi mente. De modo que cuando el último barco y el mayor estuvo pronto, yo estaba ansioso por partir y me decía a mí mismo: “Si son ciertas las palabras de los Noldor, hay entonces en el Oeste prados con los que la Tierra de los Sauces no puede compararse. Allí nunca nada se marchita ni tiene fin la primavera. Y quizá aun yo, Voronwë, pueda llegar allí. Y en el peor de los casos errar por las aguas es mucho mejor que la Sombra del Norte”. Y no tenía miedo, porque no hay agua que pueda anegar los barcos de los Teleri.

Pero el Gran Mar es terrible, Tuor, hijo de Huor; y odia a los Noldor, porque es el Destino de los Valar. Peores cosas guarda que hundirse en el abismo y perecer: hastío y soledad y locura; terror del viento y el tumulto, y silencio y sombras en las que toda esperanza se pierde y todas las formas vivientes se apagan. Y baña muchas costas extrañas y malignas, y lo infestan muchas islas de miedo y peligro. No he de oscurecer tu corazón, hijo de la Tierra Media, con la historia de mis trabajos durante siete años en el Gran Mar, desde el Norte hasta el Sur, pero nunca hacia el Oeste. Porque éste permanece cerrado para nosotros.

Por fin, completamente desesperados, fatigados del mundo entero, dimos la vuelta y escapamos del hado que nos había perdonado durante tanto tiempo, sólo para golpearnos más duramente. Porque cuando divisamos una montaña desde lejos y yo exclamé: “¡Mirad! Allí está Taras y la tierra que me vio nacer”, el viento despertó, y grandes nubes cargadas de truenos vinieron desde el Oeste. Entonces las olas nos persiguieron como criaturas vivas llenas de malicia, y los rayos nos hirieron; y cuando estuvimos reducidos a un casco indefenso, los mares saltaron furiosos sobre nosotros. Pero, como veis, yo fui salvado; porque me pareció que a mí acudía una ola, más grande, y sin embargo más calma que todas las otras, y me cogió y me levantó del barco, y me transportó alto sobre sus hombros, y precipitándose a tierra me arrojó sobre la hierba retirándose luego y descendiendo por el acantilado como una gran cascada. Allí estaba desde hacía una hora todavía aturdido por el mar, cuando vinisteis a mi encuentro. Y siento todavía el miedo que produce, y la amarga pérdida de los amigos que me acompañaron tanto tiempo y hasta tan lejos, más allá de la vista de las tierras mortales.

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