Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (3 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Cuando llegaron al pie de los rápidos, se encontraron bajo una gran bóveda de roca, y allí el río se precipitaba por una abrupta pendiente con un gran ruido que resonaba en la cúpula, y seguía luego bajo otro arco y volvía a desaparecer en un túnel. Junto a la cascada los Noldor se detuvieron y se despidieron de Tuor.

—Ahora debemos volvernos y seguir nuestro camino con la mayor prisa —dijo Gelmir—; porque asuntos de gran peligro se agitan en Beleriand.

—¿Es, pues, la hora en que Turgon ha de salir? —preguntó Tuor.

Entonces los Elfos lo miraron con gran asombro.

—Ese es asunto que concierne a los Noldor más que a los hijos de los Hombres —dijo Arminas—. ¿Qué sabes tú de Turgon?

—Poco —dijo Tuor—, salvo que mi padre lo ayudó a escapar de la Nirnaeth y que en la fortaleza escondida de Turgon vive la esperanza de los Noldor. Sin embargo, no sé por qué, tengo siempre su nombre en el corazón y me sube a los labios. Y si de mí dependiese, iría a buscarlo en vez de seguir este oscuro camino de temor. A no ser, quizá, que esta ruta secreta sea el camino a su morada.

—¿Quién puede decirlo? —respondió el Elfo—. Porque así como se esconde la morada de Turgon se esconden también los caminos que llevan a ella. Yo no los conozco, aunque los he buscado mucho tiempo. Sin embargo, si los conociera, no te los revelaría a ti ni a ninguno de entre los Hombres.

Pero Gelmir dijo:

—No obstante he oído que tu Casa goza del favor del Señor de las Aguas. Y si sus designios te llevan a Turgon, entonces sin duda llegarás ante él no importa hacia dónde te vuelvas. ¡Sigue ahora el camino por el que las aguas te han traído desde las colinas, y no temas! No andarás mucho tiempo en la oscuridad. ¡Adiós! Y no creas que nuestro encuentro haya sido casual; porque el Habitante del Piélago mueve muchas cosas en esta tierra quieta.
¡Anar kaluva tielyanna!
.
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Con eso los Noldor se volvieron y ascendieron de vuelta las largas escaleras; Así Tuor permaneció inmóvil hasta que la luz de la lámpara desapareció, y se quedó solo en una oscuridad más profunda que la noche en medio de las cascadas rugientes. Entonces, haciéndose de coraje, apoyó la mano izquierda sobre el muro rocoso y tanteó el camino, lentamente en un comienzo, y luego con mayor rapidez al ir acostumbrándose a la oscuridad y no encontrar nada que lo estorbara. Y al cabo de un largo rato, como le pareció, cuando estaba fatigado, pero sin ganas de descansar en el negro túnel, vio a lo lejos por delante de él una luz; y apresurándose llegó a una alta y estrecha hendidura y siguió la ruidosa corriente entre los muros inclinados hasta salir a una tarde dorada. Porque había llegado a un profundo y escarpado barranco que avanzaba derecho hacia el Oeste; y ante él el sol poniente bajaba por un cielo claro, brillaba en el barranco y le iluminaba los costados con un fuego amarillo, y las aguas del río resplandecían como oro al romper en espumas sobre las piedras refulgentes.

En ese sitio profundo Tuor avanzaba ahora con gran esperanza y deleite, y encontró un sendero bajo el muro austral, donde había una playa larga y estrecha. Y cuando llegó la noche y el río siguió adelante invisible, excepto por el brillo de las estrellas altas que se reflejaban en aguas oscuras, descansó y durmió; porque no sentía temor junto al agua por la que corría el poder de Ulmo.

Con la llegada del día siguió caminando, sin prisa. El sol se levantaba a sus espaldas y se ponía delante de él, y donde el agua se quebraba en espumas entre las piedras o se precipitaba en súbitas caídas, en la mañana y en la tarde se tejían arcos iris por sobre la corriente. Por tanto, le dio al barranco el nombre de Cirith Ninniach.

Así viajó Tuor lentamente tres días bebiendo el agua fría, pero sin deseo de tomar alimento alguno, aunque había muchos peces que resplandecían como el oro y la plata o lucían los colores de los arcos iris en la espuma. Y al cuarto día el canal se ensanchó, y los muros se hicieron más bajos y menos escarpados; pero el río corría más profundo y con más fuerza, porque unas altas colinas avanzaban ahora a cada lado, y unas nuevas aguas se vertían desde ellas en Cirith Ninniach en cascadas de luces trémulas. Allí se quedó Tuor largo rato sentado, contemplando los remolinos de la corriente y escuchando aquella voz interminable hasta que la noche volvió otra vez y las estrellas brillaron frías y blancas en la oscura ruta del cielo. Entonces Tuor levantó la voz y pulsó las cuerdas del arpa, y por sobre el ruido del agua el sonido de la canción y las dulces vibraciones del arpa resonaron en la piedra y se multiplicaron, y avanzaron y se extendieron por las montañas envueltas en noche, hasta que toda la tierra vacía se llenó de música bajo las estrellas. Porque aunque no lo sabía, Tuor había llegado a las Montañas del Eco de Lammoth junto al Estuario de Drengist. Allí había desembarcado Fëanor en otro tiempo, y las voces de sus huestes crecieron hasta convertirse en un poderoso clamor sobre las costas del Norte antes del nacimiento de la Luna.
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Entonces Tuor, lleno se asombro, dejó de cantar y lentamente la música murió en las colinas y hubo silencio. Y entonces en medio del silencio oyó arriba en el aire un grito extraño; y no lo reconoció. Ora decía: —Es la voz de un duende. —decía— No, es una bestezuela que se lamenta en el yermo. —Y luego, al oírla otra vez, dijo: —Seguramente es el grito de un ave nocturna que no conozco. —Y le pareció un sonido luctuoso, y no obstante deseaba escucharlo y seguirlo, porque el sonido lo llamaba, no sabía a dónde.

Por la mañana siguiente oyó la misma voz, y alzando los ojos vio tres grandes aves blancas que avanzaban por el barranco en el viento del oeste, y las alas vigorosas les brillaban al sol recién nacido, y al pasar sobre él gritaron una nota plañidera. Así, por primera vez, Tuor vio las grandes grullas, amadas de los Teleri. Se alzó entonces para seguirlas, y queriendo observar hacia dónde volaban trepó la ladera de la izquierda y se irguió en la cima y sintió contra la cara un fuerte viento venido del Oeste; y los cabellos se le agitaban. Y bebió profundamente ese aire nuevo y dijo: —¡Esto anima el corazón como beber vino fresco! —Pero no sabía que el viento llegaba reciente del Gran Mar.

Ahora bien, Tuor se puso en marcha una vez mas en busca de las grullas, altas por sobre el río; y mientras avanzaba los lados del barranco se iban uniendo otra vez, y así llegó a un estrecho canal, lleno del gran estrépito del agua. Y al mirar hacia abajo, vio una gran maravilla, como le pareció; porque una frenética marejada avanzaba por el estrecho y luchaba contra el río, que seguía precipitándose hacia adelante, y una ola como un muro se levantó casi hasta la cima del acantilado, coronada de crestas de espuma que volaban al viento. Entonces el río fue empujado hacia atrás y la marejada avanzó rugiente por el canal anegándolo con aguas profundas, y las piedras pasaban rodando como truenos. Así la llamada de las aves marinas salvó a Tuor de la muerte en la marea alta; y era ésta muy grande por causa de la estación del año y del fuerte viento que soplaba del mar.

Pero la furia de las extrañas aguas desanimó a Tuor, que se volvió y se alejó hacia el sur, de modo que no llegó a las largas costas del Estuario de Drengist, sino que erró aún algunos días por un campo áspero despojado de árboles; y un viento que venia del mar barría este campo, y todo lo que allí crecía, hierba o arbusto, se inclinaba hacia el alba porque prevalecía el viento del Oeste. De este modo Tuor llegó a los bordes de Nevrast, donde otrora había morado Turgon; y por fin, sin advertirlo (porque las cimas del acantilado eran más altas que las cuestas que había por detrás) llegó súbitamente al borde negro de la Tierra Media y vio el Gran Mar, Belegaer Sin Orillas. Y a esa hora el sol descendía más allá de las márgenes del mundo como una llamarada poderosa; y Tuor se irguió sobre el acantilado con los brazos extendidos y una gran nostalgia le ganó el corazón. Se dice que fue el primero de los Hombres en llegar al Gran Mar, y que nadie, salvo los Eldar, sintió nunca tan profundamente el anhelo que él despierta.

Tuor se demoró varios días en Nevrast, y le pareció bien hacerlo porque esa tierra, protegida por montañas del Norte y el Este y próxima al mar, era de clima más dulce y templado que las llanuras de Hithlum. Hacía mucho que estaba acostumbrado a vivir como cazador solitario en el descampado y no le faltó alimento; porque la primavera se afanaba en Nevrast, y el aire vibraba con ruido de pájaros, Los que moraban en multitudes en las costas y los que abundaban en los marjales de Linaewen en medio de las tierras bajas; pero en aquellos días no se oían en todas aquellas soledades voces de Elfos ni de Hombres.

Llegó Tuor hasta los bordes de la gran laguna, pero las vastas ciénagas y los apretados bosques de juncos que se extendían en derredor le impedían alcanzar las aguas; y no tardó en volverse y regresar a las costas, porque el Mar lo atraía, y no estaba dispuesto a quedarse mucho tiempo donde no pudiera oír el sonido de las olas. Y en esas costas Tuor encontró por vez primera huellas de los Noldor de antaño. Porque entre los altos acantilados abiertos por las aguas al sur de Drengist había muchas ensenadas y calas con playas de arena blanca entre las negras piedras resplandecientes, y visitando esos lugares Tuor descubrió a menudo escaleras tortuosas talladas en la piedra viva; y junto al borde del agua había muelles en ruinas construidos con grandes bloques de piedra, donde antaño habían anclado navíos de los Elfos. En esas regiones Tuor se quedó mucho tiempo contemplando el mar siempre cambiante, mientras el año lento se consumía dejando atrás la primavera y el verano, y la oscuridad crecía en Beleriand, y el otoño de la condenación de Nargothrond estaba acercándose.

Y, quizá, los pájaros vieron desde lejos el fiero invierno que se aproximaba;
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porque los que acostumbraban migrar hacia el sur se agruparon temprano para partir, y los que solían habitar en el norte volvieron a sus hogares en Nevrast. Y un día, mientras Tuor estaba sentado en la costa, oyó un sibilante batir de grandes alas y miró hacia arriba y vio siete cisnes blancos que volaban en una rápida cuña hacia el sur. Pero cuando estuvieron sobre él, giraron y descendieron de pronto y se dejaron caer ruidosamente salpicando agua.

Ahora bien, Tuor amaba a los cisnes, a los que había conocido en los estanques grises de Mithrim; y el cisne además había sido la señal de Annael y su familia adoptiva. Se puso en pie por tanto para saludar a las aves y las llamó maravillado al ver que eran de mayor tamaño y más orgullosas que ninguna otra de su especie que hubiera visto nunca; pero ellas batieron las alas y emitieron ásperos gritos como si estuvieran enfadadas con él y quisieran echarlo de la costa. Luego, con gran ruido, se alzaron otra vez de las aguas y volaron por encima de la cabeza de Tuor, de modo que el aleteo sopló sobre él como un viento ululante; y girando en un amplio círculo subieron por el aire y se alejaron hacia el sur.

Entonces Tuor exclamó en voz alta: —¡He aquí otro signo de que me he demorado demasiado tiempo! —Y en seguida trepó a la cima del acantilado y allí vio todavía a los cisnes que giraban en las alturas; pero cuando se volvió hacia el sur y empezó a seguirlos, escaparon rápidamente.

Tuor viajó hacia el sur a lo largo de la costa durante siete días completos, y cada día lo despertaba un batir de alas sobre él en el alba, y cada día los cisnes avanzaban volando mientras él los seguía. Y mientras andaba los altos acantilados se hacían más bajos y las cimas se cubrían de hierbas altas y florecidas; y hacia el este había bosques que amarilleaban con el desgaste del año. Pero por delante de él, cada vez más cerca, veía una línea de altas colinas que le cerraban el camino y se extendían hacia el oeste hasta terminar en una alta montaña: una torre oscura y tocada de nubes apoyadas en hombros poderosos sobre un gran cabo verde que se adentraba en el mar.

Esas colinas grises eran en verdad las estribaciones occidentales de Ered Wethrin, el cerco septentrional de Beleriand, y la montaña era el Monte Taras, la más occidental de las torres de esa tierra y lo primero que veía el marino desde millas de mar adentro al acercarse a las costas mortales. Turgon había morado en otro tiempo bajo las prolongadas laderas, en los recintos de Vinyamar, las más antiguas obras de piedra de cuantas levantaran los Noldor en las tierras del exilio. Allí se alzaba todavía, desolada pero perdurable, alta sobre amplias terrazas que miraban al mar. Los años no la habían sacudido, y los servidores de Morgoth no habían pasado por allí sin acercarse; pero el viento y la lluvia y la escarcha la habían esculpido, y sobre la albardilla de los muros y las grandes tejas de la techumbre crecían plantas de un verde grisáceo que, viviendo del aire salino, medraban aun en las hendeduras de la piedra estéril.

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