Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (28 page)

Read Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media Online

Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
4.09Mb size Format: txt, pdf, ePub

El amor de Finduilas por Túrin también tenía que haberse tratado más acabadamente:

Finduilas, la hija de Orodreth, tenía los cabellos dorados como los miembros de la casa de Finarfin; y Túrin empezó a sentirse complacido cuando la veía, o ella lo acompañaba; porque le recordaba a las gentes de su familia y las mujeres de Dor-Lómin en casa de su padre. Al principio sólo se encontraba con ella en presencia de Gwindor; pero al cabo de un tiempo ella lo buscaba, y se encontraban a veces a solas, aunque esto parecía suceder por casualidad. Entonces ella le hacía preguntas acerca de los Edain, a quienes había visto poco y rara vez, y acerca de su país y su gente.

Entonces Túrin hablaba libremente con ella acerca de esos asuntos, aunque nunca mencionó el nombre de la tierra en que había nacido, ni el de ninguno de sus parientes; y en una ocasión le dijo:

—Tuve una hermana, Lalaith, o así al menos yo la llamaba; y tú hiciste que me acordara de ella. Pero Lalaith era una niña, una flor amarilla en la hierba verde de la primavera; y si hubiera vivido, quizá la pena la habría deslucido. Pero tú eras como una reina, y como un árbol dorado; me gustaría tener una hermana tan hermosa.

—Pero tú eres como un rey —dijo ella—, parecido a los señores del pueblo de Fingolfin; me gustaría tener un hermano tan valiente. Y no creo que Agarwaen sea tu verdadero nombre, y tampoco es adecuado para ti, Adanedhel. Yo te llamo Thurin el Secreto.

Túrin se sobresaltó, pero dijo: —Ése no es mi nombre; y no soy rey, pues todos nuestros reyes son de los Eldar, y yo no lo soy.

Ahora bien, Túrin observó que la amistad que le había mostrado Gwindor, empezaba a enfriarse; y le asombró también que aunque al principio había soportado bien el dolor y el horror de Angband, ahora parecía recaer otra vez en la preocupación y la pena. Y pensó: quizá lo ofenda que me oponga a sus designios y lo haya derrotado; querría que no fuera así. Porque amaba a Gwindor, que le había servido de guía y lo había curado, y sentía mucha piedad por él. Pero en esos días se apagó también el esplendor de Finduilas, los pasos se le hicieron más lentos y la cara más grave, y Túrin, al darse cuenta, creyó que las palabras de Gwindor habían puesto en ella el temor al futuro.

En verdad la mente de Finduilas estaba desgarrada, porque respetaba a Gwindor y sentía lástima por él, y no deseaba añadir ni siquiera una lágrima a su sufrimiento; pero a pesar de ella el amor que tenía por Túrin crecía día a día, y pensaba en Beren y Lúthien. ¡Pero Túrin no era como Beren! Él no la despreciaba, y estaba siempre contento con ella. Sin embargo sabía que él no la amaba con la especie de amor que ella quería. Tenía la mente y el corazón en otro sitio, en ríos de lejanas primaveras.

Entonces Túrin le habló a Finduilas y le dijo: —No dejes que las palabras de Gwindor te atemoricen. Él ha sufrido en la oscuridad de Angband; y es triste para uno tan valiente estar así tullido y decaído. Necesita alegría alrededor y un tiempo más largo para curarse.

—Lo sé muy bien —dijo ella.

—Pero conquistaremos ese tiempo para él —dijo Túrin—. ¡Nargothrond resistirá! Nunca volverá Morgoth el Cobarde a salir de Angband, y ha de depender totalmente de sus siervos; así lo dice Melian de Doriath. Ellos son los dedos de sus manos; y nosotros los heriremos y se los cortaremos hasta que retire las garras. ¡Nargothrond resistirá!

—Quizá —dijo Finduilas—. Resistirá si tú consigues lo que quieres. Pero ten cuidado, Adanedhel, el corazón se me llena de pesadumbre cuando vas a la batalla, y temo la ruina de Nargothrond.

Y poco después Túrin fue al encuentro de Gwindor y le dijo: —Gwindor, querido amigo, otra vez te gana la tristeza; ¡evítalo! Porque tu corazón está en las casas de tus parientes y a la luz de Finduilas.

Entonces Gwindor se quedó mirando fijamente a Túrin, pero no habló, y se le oscureció la cara.

—¿Por qué me miras así? —preguntó Túrin—. A menudo me has mirado de un modo extraño, últimamente. ¿En qué te he ofendido? Me he opuesto a tus designios; pero es preciso que el hombre dé voz a lo que concibe, y no disimular la verdad a causa de un asunto privado. Querría que opináramos a una; porque tengo contigo una gran deuda y no la olvidaré.

—¿No la olvidarás? —dijo Gwindor—. Sin embargo tus acciones y tus consejos han cambiado mi hogar y a los míos. Tu sombra se extiende sobre ellos. ¿Por qué he de estar contento cuando me has quitado todo?

Pero Túrin no comprendió estas palabras, y pensó sólo que Gwindor estaba celoso por el sitio que él ocupaba en el corazón y en los designios del Rey.

Sigue un pasaje en el que Gwindor previene a Finduilas contra el amor que ella siente por Túrin, diciéndole quién es en realidad; reproduce muy de cerca el texto de
El Silmarillion
. Pero luego de las palabras de Gwindor, la respuesta de Finduilas es más extensa que en la otra versión:

—Tienes los ojos velados, Gwindor —dijo ella—. No ves ni entiendes lo que aquí ocurre. ¿He de someterme a la doble vergüenza de revelarte la verdad? Porque te amo, Gwindor, y me avergüenza no amarte más todavía, pero hay para mí un amor más grande, del que no puedo escapar. No lo he buscado, y desearía apartarme de él. Pero si tengo lástima de tus heridas, ten tú lástima de las mías. Túrin no me ama; ni me amará.

—Dices eso —dijo Gwindor— para librar de culpa al que amas. ¿Por qué te busca y se pasa las horas sentado contigo, y siempre vuelve más feliz?

—Porque también él necesita consuelo —dijo Finduilas—, y está lejos de los suyos. Vosotros tenéis cada uno vuestras propias necesidades. Pero ¿Y Finduilas?

¿No basta que deba confesarte que no soy amada, sino que además dices que lo hago así por engaño?

—No, una mujer no se engaña fácilmente en tales casos —dijo Gwindor—. Ni tampoco hay muchos que nieguen que son amados, si eso es cierto.

—Si uno de nosotros tres es infiel, soy yo: pero no voluntariamente. Pero ¿qué es de tu suerte y de los rumores acerca de Angband? ¿Qué de la muerte y la destrucción? El Adanedhel es poderoso en la historia del Mundo, y alcanzará en estatura al mismo Morgoth, en un venidero día lejano.

—Es orgulloso —dijo Gwindor.

—Pero también es clemente —dijo Finduilas—. No está despierto todavía, pero la piedad puede tocarle el corazón, y no ha de negarlo nunca. Quizá la piedad sea la única vía de acceso al corazón de Túrin, pero no siente piedad por mí. Me reverencia, como si yo fuera a la vez su madre y una reina.

Tal vez Finduilas hablara con verdad, pues veía con los ojos agudos de los Eldar. Y Túrin, que no sabía lo sucedido entre Gwindor y Finduilas, se mostraba cada vez más gentil a medida que ella entristecía. Pero en una ocasión Finduilas le dijo: —Thurin Adanedhel, ¿por qué me ocultaste tu nombre? Si hubiera sabido quién eras, no te habría honrado menos, pero habría comprendido mejor tu pena.

—¿Qué quieres decir? —preguntó él—. ¿Por quién me tomas?

—Eres Túrin, hijo de Húrin, capitán del Norte.

Entonces Túrin reprochó a Gwindor haber revelado su verdadero nombre, como se cuenta en
El Silmarillion
.

Otro pasaje, de esta misma parte de la narración, tiene una forma más acabada que la que se ofrece en
El Silmarillion
(de la batalla de Tumhalad y el saqueo de Nargothrond no hay ningún otro relato; mientras que los diálogos entre Túrin y el Dragón están tan desarrollados en
El Silmarillion
, que no parece probable que pudieran ampliarse). Este pasaje es relato mucho más extenso de la llegada de los Elfos Gelmir y Arminas a Nargothrond, en el año de su caída (
El Silmarillion
). Para el encuentro anterior con Tuor en Dor-Lómin, al que aquí se hace referencia.

En la primavera llegaron dos Elfos, y dijeron llamarse Gelmir y Arminas, del pueblo de Finarfin, y que traían un mensaje al Señor de Nargothrond. Fueron llevados ante Túrin; pero Gelmir dijo:

—Es con Orodreth, hijo de Finarfin, con quien queremos hablar.

Y cuando Orodreth se presentó, Gelmir le dijo: —Señor, éramos del pueblo de Angrod, y hemos errado mucho desde la Dagor Bragollach; pero últimamente hemos vivido entre los compañeros de Círdan, junto a las Desembocaduras del Sirion. Y nos llamó un día, y nos envió a vos; porque se le apareció Ulmo mismo, el Señor de las Aguas, y le advirtió del gran peligro que acecha a Nargothrond.

Pero Orodreth era precavido y contestó: —¿Por qué entonces venís aquí desde el norte? ¿O quizá tenéis también otros cometidos entre manos?

Entonces Arminas dijo: —Señor, siempre desde la Nirnaeth he buscado el reino escondido de Turgon, y no lo he encontrado; y temo que esta búsqueda haya retrasado en exceso el mensaje que os traigo. Porque Círdan nos envió en barco a lo largo de la costa, para ganar en secreto y rapidez, y desembarcamos en Drengist. Pero entre la gente marinera había algunos que habían venido al sur en años pasados, como mensajeros de Turgon, y me pareció por la cautela con que hablaban que quizá Turgon viva todavía en el Norte, y no en el Sur, como muchos creen. Pero no hemos encontrado signo ni rumor de lo que buscábamos.

—¿Por qué buscáis a Turgon? —le preguntó Orodreth.

—Porque se dice que su reino será el que resistirá más tiempo a Morgoth —respondió Arminas. Y esas palabras le parecieron ominosas a Orodreth, y se sintió disgustado.

—Entonces no os demoréis en Nargothrond —dijo— porque aquí no oiréis noticias de Turgon. Y no necesito a nadie para saber que Nargothrond está en peligro.

—No os enfadéis, señor —dijo Gelmir—, si contestamos vuestras preguntas con verdad. Y habernos apartado del camino directo no ha sido sin fruto, porque hemos dejado atrás a vuestros más alejados exploradores; hemos atravesado Dor-Lómin, y todas las tierras bajo las estribaciones de Ered Wethrin, y hemos explorado el Paso del Sirion espiando los senderos del Enemigo. Hay una gran concentración de Orcos y criaturas malignas en esas regiones, y un ejército está reuniéndose en la Isla de Sauron.

—Lo sé —dijo Túrin—. Vuestras nuevas huelen a viejo. Si el mensaje de Círdan tenía algún objeto, debió haber llegado antes.

—Cuando menos, señor, escucharéis el mensaje ahora —dijo Gelmir a Orodreth—. ¡Escuchad las palabras del señor de las Aguas! Así le habló a Círdan el Carpintero de Barcos: «El Mal del Norte ha contaminado las fuentes de Sirion, y mi poder se retira de los dedos de las aguas fluyentes. Pero una cosa peor ha de acaecer todavía. Decid, por tanto, al Señor de Nargothrond: Cerrad las puertas de la fortaleza y no salgáis. Arrojad las piedras de vuestro orgullo al río sonoro, para que el mal reptante no encuentre las puertas».

Estas palabras le parecieron aciagas a Orodreth y como siempre hacía, se volvió a Túrin para oír su consejo. Pero Túrin desconfiaba de los mensajeros y dijo con desdén: —¿Qué sabe de nuestras guerras Círdan, que vive cerca del Enemigo? ¡Que el marinero cuide de sus barcos! Pero si en verdad el Señor de las Aguas nos da su consejo, que hable más claramente. Porque de otro modo nos parecerá más atinado reunir nuestras fuerzas e ir con nuestros cuerpos al encuentro del enemigo, antes que se acerque demasiado.

Entonces Gelmir se inclinó ante Orodreth y dijo:

—Hablé como se me ordenó que lo hiciera, señor —y se apartó. Pero Arminas dijo a Túrin—: ¿Eres en verdad de la casa de Hador, como oí decir?

—Aquí me llamo Agarwaen, la Espada Negra de Nargothrond —dijo Túrin—. Mucho te dedicas a lo que se habla en secreto, según parece, amigo Arminas; y no conviene que el secreto de Turgon te sea revelado; de lo contrario no tardaría en llegar a oídos de Angband. El nombre de un hombre es cosa que le pertenece, y si se entera el hijo de Húrin que lo has traicionado, cuando él prefiere ocultarse, ¡que Morgoth te atrape y te queme la lengua!

Entonces la negra cólera de Túrin consternó a Arminas; pero Gelmir dijo: —No lo traicionaremos, Agarwaen. ¿No estamos reunidos en consejo, y tras puertas cerradas, donde el lenguaje puede ser más directo? Y Arminas hizo esa pregunta, me parece, porque es sabido de todos los que viven junto al Mar que Ulmo siente gran amor por la Casa de Hador, y algunos dicen que Húrin y Huor, el hermano de Húrin, fueron una vez al Reino Escondido.

—Si fuera así, no habría hablado de eso con nadie, ni con los grandes ni con los pequeños, y menos aún con su hijo que era sólo un niño —respondió Túrin—. Por tanto, no creo que Arminas me haya hecho esa pregunta esperando saber algo de Turgon. Desconfío de los mensajeros de desdicha.

—¡Guárdate la desconfianza! —dijo Arminas con enfado—. Gelmir se equivoca. Te hice esa pregunta porque dudé de lo que aquí se cree; pues no pareces en verdad de la casa de Hador, sea cual fuere tu nombre.

—¿Qué sabes de ellos? —preguntó Túrin.

—A Húrin lo he visto —respondió Arminas—, y a sus padres antes que a él. Y en las ruinas de Dor-Lómin me encontré con Tuor, hijo de Huor, hermano de Húrin; y él es como sus padres, pero tú no.

—Quizá sea así —dijo Túrin—, aunque de Tuor nunca oí antes de ahora. Pero si mis cabellos son oscuros y no dorados, de eso no me avergüenzo. Porque no soy el primero de los hijos que se asemeja a su madre; y yo desciendo a través de Morwen Eledhwen de la Casa de Bëor y los parientes de Beren Camlost.

—No me refería a la diferencia entre la oscuridad y el oro —dijo Arminas—. Pero otros de la Casa de Hador se conducen de otra manera, y Tuor entre ellos. Porque tienen maneras corteses, y escuchan los buenos consejos, y reverencian a los Señores del Oeste. Pero tú, según parece, sólo recibes consejo de ti mismo o de tu espada; y hablas con altivez. Y te digo, Agarwaen Mormegil, que si así lo haces, otro será tu destino que el que pueda pretender un descendiente de las Casas de Hador y de Bëor.

—Otro ha sido —respondió Túrin—. Y si, como parece, he de soportar el odio de Morgoth a causa del valor de mi padre, ¿he de soportar también las provocaciones de un agorero fugitivo, aunque pretenda ser pariente de reyes? Te lo aconsejo: vuelve a la seguridad de las costas del Mar.

Entonces Gelmir y Arminas partieron, y volvieron al Sur; y a pesar de los dicterios de Túrin, de buen grado habrían aguardado la batalla junto a sus parientes, y sólo partieron porque Círdan les había pedido, por orden de Ulmo, que le llevaran la respuesta de Nargothrond. Y Orodreth se sintió muy perturbado por las palabras de los mensajeros; y el ánimo de Túrin se volvió todavía más fiero y de ningún modo quiso escuchar los consejos de Orodreth, y menos que nada consintió en que se derribara el puente. Porque eso, al menos, de las palabras de Ulmo, había sido leído con verdad.

Other books

At Home in Mitford by Jan Karon
Shelter by Ashley John
Fall by Colin McAdam
The Not So Invisible Woman by Suzanne Portnoy
Taken by Audra Cole, Bella Love-Wins
Undead L.A. 2 by Sagliani, Devan
Finding Home by Ann Vaughn
Bringer of Fire by Jaz Primo
Au Revoir by Mary Moody