Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (20 page)

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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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Entonces los hombres de Brethil lo miraron apiadados, y Dorlas dijo: —Ya no la busques. Porque una hueste de orcos vino de Nargothrond hacia los Cruces del Teiglin, y nosotros estábamos advertidos desde hacía ya mucho: marchaban lentamente a causa del número de cautivos que escoltaban. Entonces pensamos en tener nuestra pequeña participación en la guerra, y tendimos una emboscada a los Orcos con todos los arqueros que pudimos reunir, esperando poder salvar a algunos prisioneros. Pero, ¡ay!, no bien fueron atacados, los inmundos Orcos mataron primero a las mujeres cautivas; y a la hija de Orodreth la clavaron en un árbol con una lanza.

Túrin quedó como herido de muerte.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó.

—Porque ella me habló antes de morir —dijo Dorlas—. Nos miró como si buscara a uno que esperara ver, y dijo: «Mormegil. Decid a Mormegil que Finduilas está aquí». No dijo más. Pero por causa de sus últimas palabras le dimos sepultura donde murió. Yace en un túmulo junto al Teiglin. Fue un mes atrás.

—Llevadme allí —dijo Túrin; y lo llevaron a un montículo junto a los Cruces del Teiglin. Allí él se tendió en el suelo, y una oscuridad cayó sobre él, de modo que los demás creyeron que había muerto. Pero Dorlas lo miró de cerca y se volvió hacia sus hombres y dijo—: ¡Demasiado tarde! Es ésta una lamentable ocasión. Pero ¡mirad!: aquí yace el mismo Mormegil, el gran capitán de Nargothrond. Por su espada tuvimos que haberlo conocido, como lo conocieron los Orcos. —Porque la fama de la Espada Negra del Sur había viajado lejos a lo largo y a lo ancho, aun hasta las profundidades del bosque.

Entonces lo alzaron con reverencia y lo llevaron hasta Ephel Brandir; y Brandir salió a encontrarlos y se asombró al ver el féretro que cargaban. Entonces, retirando el paño que lo cubría, examinó la cara de Túrin, hijo de Húrin; y una oscura sombra le ganó el corazón.

—¡Oh, crueles Hombres de Haleth! —exclamo—. ¿Por qué arrebatasteis a este hombre de la muerte? Con gran trabajo trajisteis aquí la causa final de nuestra ruina.

—Por el contrario, es el Mormegil de Nargothrond,
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un poderoso matador de Orcos, y nos será de gran ayuda si vive. Y si así no fuera, ¿habríamos de dejar a un hombre caído de dolor yacer como carroña a la vera del camino?

—No, en verdad —dijo Brandir—. El destino no lo quiso así. —Y llevó a Túrin a su casa y lo atendió con cuidado.

Pero cuando Túrin salió al fin de la oscuridad, la primavera había vuelto; y despertó y vio el sol sobre los capullos verdes. Entonces el coraje de la Casa de Hador despertó también en él, y se levantó y dijo de corazón: —Todos mis hechos y mis días pasados fueron oscuros y llenos de maldad. Pero un nuevo día ha llegado. Aquí me quedaré, y renuncio a mi nombre y mi parentela; y así me libraré quizá de mi sombra, o al menos no caerá sobre los que amo.

Por tanto, tomó un nuevo nombre, y se llamó a sí mismo Turambar, que en la Lengua Alta de los Elfos significa Amo del Destino; y vivió entre los hombres del bosque y fue amado por ellos, y les pidió que olvidaran su nombre de antes, y lo consideraran nacido en Brethil. No obstante, el cambio de nombre no pudo cambiar del todo su temperamento, ni hacerle olvidar las penas provocadas por los sirvientes de Morgoth; e iba a perseguir a los Orcos en compañía de aquellos que compartían sus sentimientos, aunque esto disgustaba a Brandir. Pues esperaba proteger a su pueblo con el silencio y el secreto.

—Ya no existe el Mormegil —decía—, pero tened cuidado, no sea que el valor de Turambar provoque la venganza contra Brethil.

Por tanto Turambar guardó la espada negra y no la llevó más a la batalla, y prefirió la lanza y la flecha. Pero no soportaba que los Orcos utilizaran los Cruces del Teiglin o se acercaran al montículo donde yacía Finduilas. Haudh-en-Elleth se llamaba, el Montículo de la Doncella Elfo, y pronto los Orcos aprendieron a temer ese sitio, y lo evitaban. Y Dorlas dijo a Turambar: —Has renunciado a tu nombre, pero eres todavía la Espada Negra; y ¿no dice el rumor que era en verdad el hijo de Húrin de Dor-Lómin, señor de la Casa de Hador?

Y Turambar contestó: —Así he oído decir. Pero no lo difundas, te ruego, si te tienes por mi amigo.

9
El viaje de Morwen y Niënor a Nargothrond

C
uando el Fiero Invierno acabó, nuevas noticias de Nargothrond llegaron a Doriath. Porque algunos que escaparon del saqueo y habían sobrevivido al invierno en el descampado, llegaron por fin en busca de refugio junto con Thingol, y los guardianes de la frontera los condujeron ante el Rey. Y algunos dijeron que todos los enemigos se habían retirado hacia el norte, y otros que Glaurung moraba todavía en las estancias de Felagund; y algunos decían que el Mormegil había muerto, y otros, que estaba sometido a un hechizo del Dragón, y que se encontraba allí todavía, tieso como una estatua. Pero todos declararon que ya se sabía en Nargothrond, antes del fin, que la Espada Negra no era otro que Túrin, hijo de Húrin de Dor-Lómin.

Grandes fueron entonces el miedo y la pena de Morwen y de Niënor; y Morwen dijo: —¡Esta duda es obra del mismo Morgoth! ¿No podemos saber la verdad y conocer claramente lo peor que tendremos que soportar?

Ahora bien, el mismo Thingol tenía grandes deseos de saber más acerca del hado de Nargothrond, y tenía ya en mente la intención de enviar a algunos que fueran allí y averiguaran qué había ocurrido, pero él estaba convencido de que Túrin había muerto, o que era imposible rescatarlo, y temía la hora en que Morwen lo supiera con toda certeza. Por tanto, le dijo: —Este es un asunto peligroso, Señora de Dor-Lómin, y requiere un tiempo de reflexión. Puede ser en verdad obra de Morgoth, para arrastrarnos a la precipitación.

Pero Morwen, enloquecida, gritó: —¡Precipitación, señor! Si mi hijo yerra hambriento por los bosques, si vive encadenado, si su cuerpo yace insepulto, me precipitaría. No perdería ni una hora en ir a buscarlo.

—Señora de Dor-Lómin —dijo Thingol—, ése por cierto no sería el deseo del hijo de Húrin. Pensaría que os encontráis mejor aquí que en cualquier otro sitio: en la protección de Melian. Por consideración a Húrin y por la que le tengo a Túrin, no permitiré que vayáis por ahí errante en estos días de extremo peligro.

—No apartasteis a Túrin del peligro, pero a mí queréis apartarme de Túrin —gritó Morwen—. ¡En la protección de Melian! Sí, prisionera del Cinturón. Mucho tiempo dudé antes de entrar en él, y ahora lo deploro.

—No, puesto que así habláis, Señora de Dor-Lómin —dijo Thingol—, sabed esto: el Cinturón está abierto. Libre vinisteis aquí; libre os quedaréis… O partiréis.

Entonces Melian, que había permanecido en silencio, habló: —No te vayas de aquí, Morwen. Una verdad dijiste: esta duda viene de Morgoth. Si te vas, te vas por voluntad suya.

—El miedo de Morgoth no me impedirá acudir al llamado de mi raza —respondió Morwen—. Pero si teméis por mí, señor, prestadme entonces a algunos de los vuestros.

—Yo no mando en vos —dijo Thingol—. Pero mi gente me pertenece y mando en ella. Los enviaré según lo crea conveniente.

Entonces Morwen ya no dijo nada y se echó a llorar; y se apartó de la presencia del Rey. Thingol tenía un peso en el corazón, porque le parecía que el ánimo de Morwen era aciago; y le preguntó a Melian si no la retendría con su poder.

—Contra un mal que viene mucho puedo hacer —respondió ella—. Pero no contra la partida de los que quieren marcharse. Esa parte te incumbe. Si ha de ser retenida aquí, tendrás que hacerlo por la fuerza. No obstante, de ese modo corres el peligro de que pierda la razón.

Entonces Morwen fue al encuentro de Niënor y le dijo: —Adiós, hija de Húrin. Parto en busca de mi hijo, o de noticias ciertas sobre él, pues aquí nadie hará nada, hasta que sea demasiado tarde. Aguárdame aquí por si regreso.

Entonces Niënor, asustada y afligida, quiso retenerla, pero Morwen no contestó, y fue a su cámara; y cuando llegó la mañana, había montado a caballo y se había ido.

Ahora bien, Thingol había ordenado que nadie la detuviera, y que no pareciese que estaban vigilándola. Pero tan pronto como ella se marchó, reunió una compañía de los más audaces y hábiles de entre los guardianes de las fronteras, y puso a Mablung al mando.

—Ahora seguidla velozmente —dijo—, pero no permitáis que ella lo note. Y cuando llegue a las tierras salvajes, si el peligro amenaza, entonces mostraos; y si se resiste a volver, protegedla como podáis. Pero quiero que algunos de vosotros os adelantéis tanto como sea posible, y averigüéis lo más que esté a vuestro alcance.

Así fue que Thingol envió a una compañía más numerosa que la que él había previsto, y había diez jinetes entre ellos con caballos de reserva. Fueron en pos de Morwen y ella se encaminó hacia el sur a través de Región, y así llegó a orillas del Sirion sobre el Lago del Crepúsculo; allí se detuvo, porque el Sirion era ancho y precipitado, y ella no conocía el camino. Por tanto, los guardias tuvieron por fuerza que mostrarse; y Morwen dijo: —¿Quiere Thingol retenerme? ¿O me envía retrasada la ayuda que me negó?

—Ambas cosas —le respondió Mablung—. ¿No queréis regresar?

—¡No! —dijo ella.

—Entonces he de ayudaros —dijo Mablung—, aunque sea en contra de mi propia voluntad. Amplio y profundo es aquí el Sirion, y es peligroso atravesarlo a nado, para hombres o para bestias.

—Entonces llevadme por donde lo cruzan los Elfos —dijo Morwen—; de lo contrario, lo intentaré nadando.

Por tanto, Mablung la condujo al Lago del Crepúsculo. Allí, entre los arroyos y los juncos de la orilla oriental, se guardaban unas balsas escondidas; porque de ese modo los mensajeros iban y venían entre Thingol y la gente de Nargothrond.
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Entonces esperaron un tiempo bajo el cielo estrellado, y cruzaron por entre las blancas neblinas antes del amanecer. Y cuando el sol se alzó rojo más allá de las Montañas Azules, y un fuerte viento matinal sopló y dispersó la neblina, los guardias llegaron a la costa occidental y abandonaron el Cinturón de Melian. Eran altos Elfos de Doriath, vestidos de gris, y una capa les cubría la cota de malla. Morwen los observaba desde la balsa, mientras ellos avanzaban en silencio, y entonces, de pronto, lanzó un grito, y señaló al último de la compañía.

—¿De dónde viene él? —preguntó—. Tres veces tres vinisteis a mí. ¡Tres veces tres y una más bajáis a tierra!

Entonces los otros se volvieron y vieron que el sol resplandecía sobre una cabeza de oro: porque era Niënor, y el viento le había volado el capuchón. Así se reveló que había venido siguiendo a la compañía y se había unido a ellos en la oscuridad, antes de que cruzaran el río. Estaban consternados y ninguno más que Morwen.

—¡Vuelve, vuelve! ¡Te lo ordeno! —gritó.

—Si la esposa de Húrin puede acudir contra todo consejo a la llamada de la sangre —dijo Niënor—, también puede hacerlo su hija. Luto me llamaste; pero no guardaré luto sola, por padre, hermano y madre. Y de los tres sólo a ti he conocido, y por sobre todos te amo. Y nada que tú no temas, temo yo.

En verdad, poco temor se le veía, en la cara o la actitud. Parecía alta y fuerte, porque los de la Casa de Hador eran de gran estatura, y así vestida con el traje de los Elfos no deslucía junto a los guardias, siendo sólo más pequeña que los más altos de entre ellos.

—¿Qué pretendes? —preguntó Morwen.

—Ir donde tú vayas —dijo Niënor—. Esta decisión te ofrezco en verdad. Llevarme de regreso y entregarme a la protección de Melian; porque no es atinado desatender su consejo. O saber que iré a enfrentar el peligro si tú lo haces. —Porque en verdad Niënor había ido allí, sobre todo, con la esperanza de que por temor y amor hacia ella, su madre regresaría; y la mente de Morwen estaba en verdad desgarrada.

—Una cosa es rechazar consejos —dijo—. Otra desobedecer la orden de tu madre. ¡Vuelve inmediatamente!

—No —dijo Niënor—. Hace ya mucho que dejé de ser una niña. Tengo voluntad y juicio propios, aunque hasta ahora no se hayan opuesto a los tuyos. Voy contigo. Con preferencia a Doriath, por veneración a los que la gobiernan; pero si no, entonces al oeste. En verdad, si alguna de las dos debe ir allí, soy yo, en la plenitud de mis fuerzas.

Entonces Morwen vio en los ojos grises de Niënor la firmeza de Húrin; y vaciló; pero no pudo doblegar el orgullo de su hija, y no quiso parecer (aun tras aquellas hermosas palabras) ser conducida de regreso por ella, como una persona vieja e incapaz.

—Seguiré mi camino, como me lo había propuesto —dijo—. Ven tú también, pero en contra de mi voluntad.

—Así sea —dijo Niënor.

Entonces Mablung dijo a su compañía: —En verdad, es por falta de tino, no de coraje, que la gente de Húrin lleva la aflicción a los demás. Lo mismo sucede con Túrin; sin embargo, no con sus antecesores. Pero ahora son todos gente aciaga, y no me gusta. Más temo esta misión que el Rey nos encomienda que ir a la caza del lobo. ¿Qué hacer?

Pero Morwen, que había ido a tierra y estaba ahora cerca oyó sus últimas palabras. —Haz lo que el Rey te ordena —le dijo—. Busca noticias de Nargothrond y de Túrin. Con ese fin estamos aquí todos juntos.

—Hay mucho que andar todavía y es peligroso —dijo Mablung—. Si habéis de seguir adelante, ambas montaréis e iréis entre los jinetes, sin apartaros de ellos.

Así fue que en la plenitud del día se pusieron en marcha, y abandonaron lenta y cautelosamente la región de juncos y de sauces bajos, y llegaron a los bosques grises que cubrían gran parte de la planicie austral antes de llegar a Nargothrond. Todo el día se dirigieron hacia el oeste, y no vieron sino desolación, y no oyeron nada; porque las tierras estaban en silencio, y le parecía a Mablung que un peligro los amenazaba en aquellos parajes. Ese mismo camino había recorrido Beren años atrás, y entonces en los bosques habían acechado los ojos de los perseguidores; pero ahora todo el pueblo de Narog había partido, y los Orcos, según parecía, no habían llegado aún tan al sur. Esa noche acamparon en el bosque gris sin luz ni fuego.

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