Cuentos completos (394 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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Con las abejas era fácil. Y con las hormigas. Sus mentes formaban muchedumbres. Y ya lograba oír a los cuervos. Antes no podía. Y comenzaba a entender al ganado, aunque no valía la pena escucharlo.

¿Los gatos? ¿Los perros? ¿Todos los insectos y los pájaros? ;Qué podría hacerse? ¿Cuan lejos podría llegar? Una vez, un maestro le había dicho que no desarrollaba todo su potencial.

«¿Cuándo…, cuándo…, cuándo?», pensó la abeja. «Todavía no…, todavía no…, todavía no…», pensó Roland. Antes, tendría que desarrollar su potencial.

Alucinación (1985)

“Hallucination”

Parte uno

Sam Chase arribó a Planeta Energía en su decimoquinto cumpleaños.

Era un gran logro, le habían dicho, haber sido asignado allí, pero no estaba del todo seguro de sentir eso en ese momento.

Significaba una separación de tres años de la Tierra y de su familia, mientras continuaba su educación especializada en el campo, y era un pensamiento moderado. No era la clase de campo de educación en el que estaba interesado, y no podía entender por qué la Computadora Central le había asignado en este proyecto, y eso era ciertamente deprimente.

Miró hacia el domo transparente sobre su cabeza. Estaba bastante alto, tal vez a mil metros, y se extendía en todas direcciones, tan lejos como podía ver.

—¿Es verdad que es el único Domo en el planeta, señor? —preguntó.

Las películas informativas que había estudiado en la nave espacial que lo había traído hasta aquí describían solamente un Domo, pero podían estar desactualizadas.

Donald Gentry, a quien se le había dirigido la pregunta, sonrió. Era un hombre corpulento, algo regordete, con cabello castaño, ojos bonachones, no mucho cabello y una barba corta que agrisaba.

—El único, Sam —dijo—. Sin embargo es muy grande, y la mayor parte de las instalaciones de alojamiento están bajo tierra, donde no encontrarás escasez de espacio. Además, una vez que tu entrenamiento básico termine, pasarás la mayor parte de tu tiempo en el espacio. Ésta es solamente nuestra base planetaria.

—Ya lo veo, señor —dijo Sam, un poco preocupado.

—Estoy a cargo de nuestros estudiantes novatos —dijo Gentry—, de modo que tengo que estudiar tus registros cuidadosamente. Está claro para mí que este puesto no fue tu primera elección. ¿Estoy en lo cierto?

Sam vaciló, y entonces decidió que no tenía muchas opciones sino ser honesto acerca de ello.

—No estoy seguro de que me desempeñaré tan bien en ingeniería gravitatoria como me hubiera gustado —dijo.

—¿Por qué no? Seguramente se puede confiar en el juicio del Computador Central, que ha evaluado tu legajo de estudios y tus antecedentes personales y familiares. Y si lo haces bien, será para ti un gran logro, porque aquí estamos en el filo de una nueva tecnología.

—Lo sé, señor —dijo Sam—. Allá en la Tierra todos están muy excitados por esto. Nadie, antes de ahora, había tratado de acercarse a una estrella de neutrones y aprovechar su energía.

—¿Sí? —dijo Gentry—. No he estado en la Tierra por dos años. ¿Qué más dicen de esto? Entiendo que hay considerable oposición.

Sus ojos sondearon al muchacho.

Sam vaciló, inquieto, consciente de que estaba siendo probado.

—Hay personas en la Tierra —dijo— que dicen que todo esto es demasiado peligroso y que podría ser un desperdicio de dinero.

—¿Tú lo crees?

—Podría ser así, pero la mayoría de las nuevas tecnologías tiene sus peligros y algunas valen la pena a pesar de eso. Ésta lo vale, creo.

—Muy bien. ¿Qué más dicen en la Tierra?

—Dicen que el Comandante no está bien —dijo Sam—, y que el proyecto podría fallar sin él —Cuando Gentry no respondió, Sam prosiguió precipitadamente—: Eso es lo que dicen.

Gentry actuó como si no hubiese escuchado. Puso la mano sobre el hombro de Sam y dijo:

—Vamos, tengo que mostrarte tu Corredor, presentarte a tu compañero de cuarto, y explicarte cuáles serán tus primeras obligaciones —Mientras caminaban hacia el elevador que los llevaría hacia abajo, agregó—: ¿Cuál fue tu primera elección de asignación, Chase?

—Neurofisiología, señor.

—No es una mala elección. Aun hoy, el cerebro humano continúa siendo un misterio. Sabemos más acerca de las estrellas de neutrones que sobre el cerebro, como descubrimos cuando comenzó este proyecto.

—¿Oh?

—¡Ya lo creo! Al comienzo, varias personas de esta base —era mucho más pequeña y primitiva entonces— informaron haber experimentado alucinaciones. Nunca causaron malos efectos, y después de un tiempo, no hubo más informes. Nunca averiguamos la causa.

Sam se detuvo, y miró hacia arriba y nuevamente a su alrededor.

—¿Fue por eso que el Domo fue construido, Doctor Gentry?

—No, en absoluto. Necesitábamos un lugar con un ambiente completamente terrestre, por varias razones, pero no nos hemos aislado. Las personas pueden salir libremente. Ya no se han informado alucinaciones.

—La información que me dieron acerca del Planeta Energía —dijo Sam— es que no hay vida en él a excepción de plantas e insectos, y que son inofensivos.

—Eso es correcto, pero también son incomibles, de modo que cultivamos nuestros propios vegetales, y criamos algunos pequeños animales, aquí, bajo el Domo. Sin embargo, no encontramos nada alucinógeno en la vida planetaria.

—¿Nada extraño en la atmósfera, señor?

Gentry miró desde lo alto de su estatura levemente superior y dijo:

—En absoluto. Las personas han acampado afuera por la noche algunas veces y nada ha sucedido. Es un mundo agradable, hay corrientes, pero no peces, sólo algas e insectos de agua. No hay nada que pique o envenene. Hay bayas amarillas que se ven deliciosas y saben terrible, pero no hacen ningún daño. El clima está casi siempre bueno. Hay lluvias ligeras y frecuentes, y algunas veces hay viento, pero sin extremos de calor o de frío.

—¿Y nunca más alucinaciones, Doctor Gentry?

—Pareces decepcionado —dijo Gentry, sonriente.

Sam cambió su enfoque.

—¿Tiene el problema del Comandante algo que ver con las alucinaciones, señor?

El buen humor se esfumó de los ojos de Gentry por un momento, y luego frunció el ceño.

—¿A qué problema te refieres? —dijo.

Sam se ruborizó, y continuaron en silencio.

Sam se encontró con algunos otros en el Corredor donde había sido asignado, pero Gentry explicó que era tiempo de trabajo en la estación delantera, donde estaba siendo construido el sistema de energía, en un anillo alrededor de la estrella de neutrones, el objeto pequeño de menos de diez millas de ancho que tenía la masa de una estrella normal, y un campo magnético de poder increíble.

Tenían que tocar el campo magnético. La energía se soltaría en cantidades enormes y todavía todo eso significaría un pellizco, menos de un pellizco a la energía rotacional de la estrella, que era el último recurso. Llevaría miles de millones de años evacuar toda esa energía, y para ese momento, docenas de planetas habitados, alimentados por la energía a través del hiperespacio, tendrían todo lo que necesitaren por tiempo indefinido.

Compartiendo su habitación estaba Robert Gillette, un hombre joven de cabello oscuro y aspecto desgraciado. Después de intercambiar un cauteloso saludo, Robert reveló el hecho de que tenía dieciséis años y que había sido dejado en tierra con el brazo quebrado, a pesar del hecho de que no lo mostró hasta que había soldado internamente.

—Lleva tiempo aprender a manejar cosas en el espacio —dijo Robert, con sentimiento—. Pueden no tener peso, pero tienen inercia y te tienes que acostumbrar.

—Ellos siempre te lo enseñan en… —dijo Sam y estuvo a punto de agregar que era enseñado como una ciencia de cuarto grado, pero se dio cuenta de que sería insultante y se detuvo.

De todos modos, Robert pescó la implicancia, y se ruborizó.

—Es fácil saberlo en la cabeza —dijo—. Significa que no obtienes los reflejos apropiados hasta que has practicado un poco. Ya lo averiguarás.

—Es muy complicado lograr ir al exterior —dijo Sam.

—No, pero ¿por qué quieres ir? No hay nada allí.

—¿Has estado afuera alguna vez?

—Seguro —pero se estremeció y no dijo nada más.

Sam vio la oportunidad.

—¿Has visto alguna de esas alucinaciones de las que hablan? —dijo, muy casualmente.

—¿Quién habla de ellas? —dijo Robert.

Sam no respondió directamente.

—Muchas personas solían verlas, pero ahora ya no. O eso es lo que dicen.

—¿Quién dice eso?

Sam cambió de enfoque.

—O si las ven, no dicen nada de ellas.

—Escucha —dijo Robert en tono áspero—, permíteme darte algún consejo. No pongas interés en esas… lo que sean. Si comienzas a decirte a ti mismo que ves… uh… algo, podrías ser enviado de regreso. Perderás tu oportunidad de una buena educación y de una importante carrera.

Los ojos de Robert quedaron fijos mientras decía eso.

Sam se encogió de hombros y se sentó sobre la litera desocupada.

—¿Está bien di tomo esta cama?

—Es la única libre aquí —dijo Robert, aún con la mirada fija—. El baño está a tu derecha. Allí está tu armario, tu escritorio. Tienes la mitad de la habitación. Aquí tenemos un gimnasio, una biblioteca y un comedor —Hizo una pausa, y luego, como permitiendo que lo pasado quede pasado, dijo—: te mostraré el resto más tarde.

—Gracias —dijo Sam—. ¿Qué clase de tipo es el Comandante?

—Es fantástico. No estaríamos aquí sin él. Conoce más sobre tecnología hiperespacial que cualquiera, y tiene cuña en la Agencia Espacial, de modo que obtenemos el dinero y el equipo que necesitamos.

Sam abrió su maleta y, dándole la espalda a Robert, dijo de modo casual:

—Entiendo que no está bien.

—Las cosas lo agotan. Estamos retrasados, hay costos sobrepasados, y cosas como ésas. Suficiente para agotar a cualquiera.

—¿Depresión, eh? Con alguna conexión, supones, con…

Robert se removió inquieto en su asiento.

—Dime, ¿por qué estás interesado en todo eso?

—Mi interés no es la física de energía. El haber venido…

—Bueno, aquí es donde está, señor, y mejor es que se concentre en eso, o será enviado a casa, y entonces no estará en ningún lugar. Me voy a la biblioteca.

Sam se quedó solo en la habitación, con sus pensamientos.

Sam no tuvo ninguna dificultad en obtener el permiso para dejar el Domo. El Maestro del Corredor no preguntó la razón hasta que terminó de controlarlo.

—Quiero sentir el planeta, señor.

El Maestro del Corredor asintió.

—Es suficiente, pero sólo tienes tres horas, ya sabes. Y no te alejes de la vista del Domo. Si tenemos que buscarte, te encontraremos, porque estarás vistiendo esto —y le mostró un transmisor que según Sam sabía había sido sintonizado con su longitud de onda personal, una que había sido asignada a él desde el nacimiento—. Pero si tenemos que llegar a ese problema, no se te permitirá volver a salir por bastante tiempo. Y no se verá bien en tus registros tampoco. ¿Entiendes?

«No se verá bien en tus registros». Cualquier carrera razonable en esos días tenía que incluir experiencia y educación en el espacio, de modo que era una advertencia efectiva. No se asombraba de que las personas pudieran haber dejado de informar las alucinaciones, aunque las vieran.

Aun así, Sam tendría que arriesgarse. Después de todo, el Computador Central no pudo haberle enviado justo aquí para hacer física de energía. No había nada en sus registros que tuviera sentido con eso.

En lo concerniente a su aspecto, el planeta podría haber sido la Tierra, alguna parte de la Tierra en todo caso, algún lugar donde hubiera unos pocos árboles y montones de arbustos y montones de pastos altos.

No había senderos y con cada paso cauteloso el pasto se balanceaba, y diminutas criaturas voladoras se alzaban con un suave sonido siseante de alas.

Uno de ellos se posó en un dedo y Sam lo miró con curiosidad. Era muy pequeño, y por lo tanto, difícil de ver en detalle, pero parecía hexagonal, abultado por arriba y cóncavo por debajo. Había varias patas cortas y pequeñas de modo que cuando se movía parecía hacerlo sobre ruedas diminutas. No había señales de alas hasta que de repente las desplegó, y entonces se desplegaron cuatro diminutos objetos plumosos.

Sin embargo, lo que hacía al planeta diferente de la Tierra era el olor. No era desagradable, sólo diferente. Las plantas debían tener una química enteramente diferente de las de la Tierra; es por eso que sabían mal y eran incomibles. Era una suerte que no fueran venenosas.

El olor disminuyó con el tiempo, mientras saturaba las fosas de Sam. Encontró un trozo de saliente rocoso sobre la que se pudo sentar y considerar las posibilidades. El cielo estaba lleno de líneas de nubes, y el sol era oscurecido periódicamente, pero la temperatura era agradable y sólo había un ligero viento. El aire se sentía un poco húmedo, como si fuera a llover en unas horas.

Sam había traído con él una pequeña cesta que colocó sobre las piernas y abrió. Había traído dos emparedados y una lata de bebida, de modo que podía hacer casi un picnic con eso.

Masticaba y pensaba: ¿Por qué habría alucinaciones?

Con seguridad, los que eran aceptados para un trabajo tan importante como domesticar una estrella de neutrones habrían sido seleccionados por su estabilidad mental. Sería sorprendente si una sola persona hubiera tenido alucinaciones, ni pensar en una cantidad. ¿Era cuestión de influencias químicas sobre el cerebro?

Ellos, con seguridad, habrían controlado eso.

Sam arrancó una hoja, la rasgó en dos y la estrujó. Entonces colocó el borde roto cerca de su nariz con cautela, y luego lo retiró. Un olor acre, desagradable. Hizo lo mismo con una brizna de pasto. Exactamente lo mismo.

¿Era suficiente el olor? No le había hecho sentir mareado, ni de ninguna manera peculiar.

Utilizó un poco de su propia agua para enjuagarse los dedos que habían tomado las plantas y luego se los frotó en la pierna del pantalón. Terminó lentamente sus emparedados, y trató de ver si alguna otra cosa del planeta podía ser considerada poco natural.

Toda esa vegetación. Debería haber animales comiéndosela, conejos, vacas, lo que fuera. No sólo pequeños insectos, innumerables insectos, o lo que fueran esas pequeñas cosas, con los suaves suspiros de sus diminutas alas plumosas, y con el muy suave crujido de su masticar de hojas y tallos.

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