Había poca gente en la Jensen Buchhandlung cuando Fabel llegó, y Otto estaba de espaldas a la puerta, extendiendo sus casi dos metros de altura para guardar en los estantes unos libros que sacaba de una nueva caja de pedidos. Uno se le cayó de la mano y Fabel saltó hacia delante para atraparlo.
—Supongo que las reacciones rápidas son necesarias en la lucha contra el crimen. Es de lo más tranquilizador —le dijo Otto con una sonrisa mientras le estrechaba la mano. Los dos preguntaron por la salud del otro, por sus respectivas compañeras e hijos, luego charlaron de temas triviales durante unos minutos más, hasta que Fabel explicó el propósito de su visita.
—Estoy buscando un libro nuevo. Una novela. Un
Krimi
, supongo. No recuerdo ni el título ni el autor, pero se basa en la nica de que uno de los hermanos Grimm era un asesino…
Otto sonrió con gesto de conocedor.
—
Die Märchenstrasse
, Gerhard Weiss.
Fabel chasqueó los dedos.
—¡Sí, es ése!
—No te dejes impresionar por mi asombroso conocimiento de la ficción; la editorial le está haciendo muchísima publicidad. Y creo que lastimarías la sensibilidad literaria de Herr Weiss si lo describieras como un
Krimi
. Se basa en la premisa de que «el arte imita a la vida imitando al arte». Unos cuantos miembros del
establishment
literario están bastante exaltados con ese libro. —Otto frunció el ceño—. ¿Para qué demonios querrías tú comprar un
thriller
histórico? ¿Acaso Hamburgo no te proporciona suficientes casos de verdad?
—Ojalá no fuera así, Otto. ¿Es bueno? El libro, quiero decir.
—Es provocativo, eso dalo por descontado. Y Weiss sabe bastante de folklore, filología y de la obra de los hermanos Grimm. Pero su estilo es pretencioso y ampuloso. La verdad es que no es más que un
thriller
común y corriente con pretensiones literarias. Al menos, así lo veo yo… Pasa a tomar un café. —Otto llevó a Fabel a la sección de Arte de la tienda. Había habido algunos cambios desde su última visita; habían quitado un pasillo para abrir el espacio. La galería de la planta superior daba a un sitio con sofás de cuero y mesas bajas llenas de periódicos y libros. Había un mostrador en un rincón con una máquina para preparar café
espresso
.
—Hoy en día, ésta es la nueva moda —sonrió Otto—. Me metí en este negocio porque amaba la literatura. Porque quería vender libros. Ahora sirvo café con leche y cortados. —Señaló un sofá en el que Fabel se sentó mientras Otto se dirigía a la barra. Un par de minutos después regresó con un libro debajo del brazo y dos cafés. Depositó una de las tazas delante de Fabel. Parte del café se había derramado y giraba en remolino en el plato, nada sorprendente para Otto.
—Yo que tú, Otto, me limitaría a los libros —dijo Fabel con una sonrisa. Otto le pasó el libro, derramando en el proceso un poco de su propio café en el plato.
—Es éste.
Die Märchenstrasse. La ruta de los cuentos de hadas
.
Era un volumen grueso de tapa dura. La sobrecubierta era oscura y perturbadora, con el título impreso en tipografía gótica Fraktur. Había una plancha pequeña con una ilustración del siglo XIX en el centro, que mostraba a una niña con una caperuza roja caminando por un bosque. Unos ojos rojos resplandecían en la oscuridad que se cernía sobre ella. Fabel dio la vuelta al libro y miró la contracubierta. Había una fotografía de Weiss: su rostro, en el que no se dibujaba ninguna sonrisa, tenía facciones duras y gruesas, casi brutales, que surgían del bulto del cuello y los hombros.
—¿Has leído algo de él antes, Orto?
—En realidad, no… He hojeado un par de títulos. Ya ha publicado cosas parecidas a ésta antes. Tiene bastantes seguidores. Unos tipos bastante raros, por así decirlo. Pero al parecer con este libro se ha vuelto masivo.
—¿A qué te refieres con seguidores «raros»?
—Sus libros anteriores son novelas fantásticas. El las llama las
Wahlwelten Chronik
, las «Crónicas de los Mundos Elegidos». Se basaban en la misma clase de premisa que este último, pero ubicadas en un mundo completamente ficticio.
—¿Ciencia ficción?
—No exactamente —dijo Otto—. El mundo que creaba Weiss era exactamente el mismo que éste, pero los países tenían nombres diferentes, historias diferentes, etcétera. Era más como un mundo paralelo, supongo. En cualquier caso, él invitaba a sus seguidores a «comprar» un sitio en sus libros. Si le enviaban unos cuantos miles de euros, él los incluía en la trama. Cuanto más pagaban, mayor era la parte que jugaban en la historia.
—¿Por qué alguien pagaría por algo así?
—Todo tiene que ver con las excéntricas teorías literarias de Weiss.
Fabel examinó la cara en la contracubierta del libro. Los ojos eran increíblemente oscuros. Tan oscuros que costaba distinguir las pupilas del iris.
—Explícamelas… Las teorías, quiero decir.
Otto hizo un gesto con la cara que daba a entender lo difícil de la tarea.
—Dios, no sé, Jan. Una mezcla de supersticiones y física cuántica, diría. O, más exactamente, supongo que se trata de supersticiones disfrazadas como física cuántica.
—Otto… —sonrió Fabel con impaciencia.
—De acuerdo… Míralo de esta forma. Algunos físicos creen que hay un número infinito de dimensiones en el universo, ¿sí? Y que, en consecuencia, hay una cantidad infinita de posibilidades, e infinitas variaciones de la realidad, ¿me sigues?
—Sí… supongo…
—Bien —continuó Otto—. Esa proposición científica siempre ha sido una convicción artística para muchos escritores. Estos tipos pueden ser muy supersticiosos. Me consta que varios autores conocidos evitan basar sus personajes en personas reales que conocen, sencillamente porque temen que lo que imaginan para esos personajes pueda reflejarse en la realidad. Matas a un niño en un libro, y un niño muere en la realidad, esa clase de cosas. O, lo que es aún más inquietante, escribes una novela sobre crímenes horrendos y en alguna parte, en otra dimensión, tu ficción se convierte en un hecho.
—Qué tontería. ¿De modo que, en otra dimensión, tú y yo tal vez seríamos simplemente personajes de ficción?
Otto se encogió de hombros.
—Sólo te explico la teoría de Weiss. Además de todas esas supercherías metafísicas, él añadió esa idea de que nuestro concepto de la historia tiende a estar más basado en los retratos literarios o, cada vez más, cinematográficos, de los personajes, que en los documentos históricos y las investigaciones históricas o arqueológicas.
—De modo que, a pesar de todos sus desmentidos, Weiss quiere dar a entender que, sólo por haber escrito sobre él en su ficción, Jakob Grimm sí es culpable de esos crímenes en otra dimensión inventada. O que será declarado culpable por las generaciones futuras, que preferirán creer en la ficción de Weiss que en los hechos documentados.
—Exacto. Como sea, Jan… —Otto golpeó con los dedos el libro que Fabel llevaba en la mano—. Feliz lectura. ¿Necesitas algo más?
—En realidad, sí… ¿Tienes cuentos de hadas?
Lunes, 22 de marzo. 15:00 h
POUZEIPRÅSIDIUM, HAMBURGO
La sala de conferencias de la Mordkommission se habría parecido a la sala de lecturas de una biblioteca de no ser por las fotografías de escenas de crímenes que estaban sujetadas con cinta adhesiva al tablero de anuncios, junto con las ampliaciones de las notas encontradas en las manos de las tres víctimas. La mesa de cerezo estaba completamente cubierta con libros de todos los tamaños. Algunos tenían la pátina brillante de los recién publicados, mientras que otros estaban usados y un par eran claramente antigüedades. La contribución de Fabel había consistido en los libros que había comprado en la Jensen Buchhandlung: tres ejemplares del
thriller
de Gerhard Weiss, uno de
Cuentos de hadas de los hermanos Grimm
, un volumen de Hans Christian Andersen y otro de Charles Perrault. Anna Wolff había encontrado los otros en la Hamburg Zentralbibliothek, la biblioteca.
Anna Wolff, Maria Klee y Werner Meyer ya estaban allí cuando Fabel llegó. El Kommissar Klatt, de la KriPo de Schleswig-Holstein, estaba sentado con ellos pero, aunque el resto del equipo conversaba con él animadamente, había algo en el lenguaje corporal de los otros que apartaba al recién llegado. Fabel acababa de sentarse en la cabecera cuando Susanne Eckhardt entró en la sala. Pidió disculpas a Fabel por la demora con la formalidad que los dos amantes adoptaban automáticamente cada vez que sus caminos profesionales se cruzaban.
—De acuerdo —dijo Fabel en un tono decisivo—. Empecemos. Hay dos escenarios de homicidios y tres víctimas. Y, dado que la primera víctima presentaba una referencia directa a la investigación del Kommissar Klatt sobre una persona desaparecida hace tres años, tenemos que suponer, desgraciadamente, que hay una cuarta víctima. —Se volvió hacia Werner—. ¿Qué tenemos hasta ahora?
Werner detalló lo que se sabía hasta ese momento. La primera víctima había sido descubierta por una mujer de Blankenese que había salido a dar un paseo matinal por la playa con su perro. En el segundo caso, la policía había sido advertida por una llamada telefónica anónima a la sala de control de la Polizeieinsatzzentrale. La llamada se había originado en la cabina telefónica de una estación de servicio de la Autobahn B73. Fabel volvió a pensar en las marcas de neumáticos de motocicleta que estaban en el sendero que daba al Naturpark. Pero ¿por qué aquel hombre escondería los coches para ganar tiempo y luego llamaría a la policía para indicarles dónde encontrar los cuerpos? Werner también explicó que Brauner ya tenía los resultados de los dos pares de huellas de botas. Las que Hermann había señalado en el Wanderweg no concordaban con las que se habían encontrado junto al aparcamiento.
—Lo extraño —dijo Werner— es que aunque las botas eran diferentes, la talla era la misma. Enormes… Número 50.
—Tal vez se cambiara de botas por alguna razón —dijo Anna.
—Concentrémonos en el motorista que usó el camino de los guardias forestales —indicó Fabel—. Vigiló y aguardó a que llegaran. Eso es premeditación.
—Todavía estamos esperando los resultados de la autopsia de la primera víctima —continuó Werner— así como los informes forenses sobre los coches que encontramos abandonados en el bosque. Pero sí sabemos que es probable que la primera víctima fuera estrangulada, y que evidentemente para el doble homicidio se utilizaron un arma y una forma de matar diferentes. La conexión entre los asesinatos son estas pequeñas notas que dejaron en las manos de las víctimas. —Werner se puso de pie y leyó en voz alta el contenido de las notas.
—Lo que tenemos que determinar —intervino Susanne— es si esta última referencia, la utilización del cuento de «Hänsel y Gretel», es sólo alguna clase de chiste enfermizo, usado sólo en esa ocasión porque abandonó a sus víctimas en el bosque, o si realmente está haciendo alguna clase de conexión con los cuentos de hadas.
—Pero no hay ninguna relación con un cuento de hadas en la primera nota. —Fabel se volvió y contempló las ampliaciones de las notas, como si concentrándose en ellas consiguiera extraer un significado más profundo de esa letra minúscula y obsesiva.
—A menos que, sencillamente, estemos pasando por alto la referencia —dijo Susanne.
—Quedémonos con «Hänsel y Gretel» por el momento —dijo Fabel—. Supongamos que este tipo esté tratando de decirnos algo. ¿Qué podría ser? ¿Quiénes son Hänsel y Gretel?
—Inocentes perdidos en el bosque. Niños. —Susanne se recostó en la silla—. Nada de eso concuerda con lo que sabemos de las víctimas. Es un cuento folklórico tradicional de Alemania… Uno de los que los hermanos Grimm recopilaron y volcaron en sus libros… También es una ópera de Humperdinck. Hänsel y Gretel eran hermanos, otra cosa que no encaja con las dos víctimas. Representan una inocencia en peligro por la corrupción y el mal, sobre los que terminan triunfando… —Susanne hizo un gesto con las manos que quería decir «eso es todo».
—¡Lo tengo! —Anna Wolff, que había estado hojeando uno de los libros sobre la mesa, golpeó las páginas abiertas con las manos.
—¿Qué? —dijo Fabel—. ¿La conexión «Hänsel y Gretel»?
—No… No… Lo siento,
chef
. Me refiero a la primera chica. Creo que he encontrado la relación con un cuento de hadas. Una niña hallada en una playa, ¿verdad? ¿Junto al agua?
Fabel asintió con impaciencia.
Anna levantó el libro para que los demás pudieran verlo. En la página opuesta al texto había un dibujo a pluma de una niña de aspecto triste sentada en una roca junto al mar. La ilustración se asemejaba a la famosa estatuilla que el propio Fabel había visto en una visita a Copenhague.
—
¿La sirenita
? ¿Hans Christian Andersen? —Fabel no parecía muy convencido, aunque hubo un coro de aprobación alrededor de la mesa. Volvió a mirar el dibujo. Era un icono. Ella estaba sentada sobre la roca con las piernas dobladas, como la cola de una sirena, debajo del cuerpo. Sería un regalo para un asesino en serie que buscara poner a su víctima en una pose determinada, una pose que pudiera reconocerse al instante. Sin embargo, la chica de la playa no estaba sentada ni apoyada contra una roca. No había ninguna roca cerca de ella. Pero estaba la nota. Estaba la identidad falsa. Y estaba la declaración: «He estado subterránea». Por fin, dijo—: No sé, Anna. Es una posibilidad. Pero hay demasiadas cosas que no encajan. ¿Podemos seguir buscando?
Cada uno de los miembros del equipo cogió un volumen y lo hojeó. Fabel escogió los cuentos de Andersen y leyó a toda velocidad «La sirenita». Recordó a la chica muerta, con su mirada celeste. Tumbada, esperando que la encontraran, junto a la orilla del agua. Anna tenía un ejemplar de
Cuentos de niños y del hogar
de los hermanos Grimm, mientras Susanne revisaba
Leyendas alemanas
. De pronto, Susanne levantó la mirada como si hubiera recibido un golpe.
—Se equivoca, Frau Kriminalkomissarin —le dijo a Anna—. El asesino ha escogido a los hermanos Grimm como referencia literaria; no a Andersen ni a Perrault. La chica muerta no se supone que es la Sirenita… se supone que es una Niña Cambiada.
Fabel sintió que una corriente eléctrica le recorría la piel.
—Continúa…
—Aquí hay un relato compilado por los Grimm llamado «El niño cambiado», y otro llamado «Las dos mujeres subterráneas». —El voltaje de la corriente eléctrica en la piel de Fabel aumentó un poco—. Según los comentarios que acompañan estos relatos, había todo un sistema de creencias sobre cómo los niños, específicamente aquellos que no habían sido bautizados, eran secuestrados por «la gente subterránea», que dejaban niños cambiados en su lugar. Pero escuchad esto: era común que estas «personas subterráneas» se transportaran por el agua, y muchos de estos relatos se relacionan con niños cambiados dejados en las orillas de los ríos Elba y Saale…