—¿Debía quedarse sola aquí? —preguntó Dalgliesh.
—Oh, no me importa. Alguien de la familia tiene que quedarse. Sir Reynold, por cierto, me ofreció uno de sus perros, pero son un tanto rápidos para morder para mi gusto. Por otra parte, no han sido educados para exorcizar fantasmas.
Dalgliesh tomó la copa que le ofrecía y preguntó por Catherine Bowers. Le pareció la persona más inocua para mencionar. Stephen Maxie le interesaba poco y Felix Hearne demasiado. Preguntar por el niño era evocar el fantasma de cabellos dorados cuya sombra ya se interponía entre ellos.
—A Catherine la veo algunas veces. Jimmy por ahora sigue en St. Mary y Catherine va con el padre a menudo para sacarlo a pasear. Me parece que ella y James Ritchie se van a casar.
—Un tanto repentino, ¿no?
Ella rió.
—Oh, no creo que Ritchie lo sepa todavía. Será una suerte en realidad. Ella ama a esa criatura, realmente le importa, y creo que Ritchie tendrá suerte. No creo que haya nadie más para darle noticias. Mamá está bastante bien en realidad y no es demasiado desgraciada. Felix Hearne está en Canadá. Mi hermano pasa la mayor parte del tiempo en el hospital y está terriblemente ocupado. Todos han sido muy buenos, sin embargo, dice él.
«No cabe duda», pensó Dalgliesh. Su madre estaba cumpliendo condena y su hermana se enfrentaba sin ayuda con el impuesto sucesorio, el trabajo de la casa y la hostilidad o (cosa que dolería más) la compasión del pueblo. Pero Stephen Maxie estaba de vuelta en el hospital y todos eran muy buenos con él. Algo de lo que sentía debió reflejarse en su cara porque ella dijo rápidamente:
—Me alegra que esté ocupado. Fue peor para él que para mí.
Se quedaron callados un rato. A pesar de la aparente camaradería fácil, Dalgliesh estaba morbosamente sensible a cada palabra. Anhelaba decir una palabra de consuelo o confianza pero rechazó cada frase formulada a medias antes de que llegara a sus labios.
—Siento que me tocara a mí hacerlo.
Sólo que no lo lamentaba y ella era lo bastante inteligente y sincera como para saberlo. Hasta hoy no se había disculpado por su trabajo y no la iba a insultar intentando hacerlo ahora. «Sé que debo serle antipático por lo que tuve que hacer». Empalagoso, sentimental, insincero y con la arrogante presunción de que ella pudiera sentir algo por él en un sentido u otro. Caminaron hasta la puerta en silencio y ella se quedó para verlo desaparecer. Cuando él volvió la cabeza, vio la figura solitaria, delineada por un momento a la luz del vestíbulo, y supo con una seguridad repentina y alentadora que se volverían a encontrar. Y cuando eso ocurriera se encontrarían las palabras justas.
[1]
Ovaltine: preparado de cereales para mezclar con la leche.
(N. de la T.)
[2]
D.D.A. o
Dangerous Drugs Act
es una ley que recoge el listado de drogas consideradas peligrosas.
P. D. JAMES, como se conoce mundialmente a la escritora inglesa Phyllis Dorothy James, nació en Oxford, Inglaterra, el 3 de Agosto de 1920. Se educó en la Cambridge High School y trabajó durante muchos años para el Gobierno británico.
En 1991 recibió el título de Baronesa James Holland Park. Escritora tardía (no terminó su primera novela hasta que casi tenía cuarenta años) está considerada la gran dama del crimen de la segunda mitad del siglo XX. En sus obras combina con maestría el relato policíaco con un análisis inteligente y la psicología de sus protagonistas.
Su creación más famosa es la del detective y poeta Adam Dalgliesh, protagonista de varios de sus libros.
La primera novela de P. D. James,
Cubridle el rostro
, se publicó en 1962. Varias de sus novelas, por no decir todas, han sido adaptadas para la televisión, destacando las realizadas para la televisión británica BBC.
Hijos de los hombre
s (1992), una incursión dentro del campo de la ciencia ficción distópica, fue llevada al cine con gran éxito por el director Alfonso Cuarón.P. D. James es miembro de honor en el International Crime Writing Hall of Fame y ha recibidio el Diamond Dagger y el Grand Master Award.