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Authors: Nicholas Sparks

Cuando te encuentre (24 page)

BOOK: Cuando te encuentre
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—¿Con qué fuerza le has lanzado la bola? —le recriminó a Clayton, con expresión horrorizada.

—No muy fuerte. Y solo es un morado. Su ojo está bien, y hemos conseguido reparar las gafas.

—¡Esto es más que un morado! —Elizabeth alzó la voz, sin apenas poderse contener.

—¡Deja de actuar como si fuera culpa mía! —ladró Clayton.

—¡Es culpa tuya!

—¡Él no la ha cogido al vuelo! Solo estábamos pasándonos la pelota. ¡Ha sido un accidente, por el amor de Dios! ¿A que sí, Ben? Nos estábamos divirtiendo, ¿no es cierto, muchacho?

Ben clavó la vista en el suelo.

—Sí —murmuró.

—Anda, cuéntale lo que ha pasado. Dile que no ha sido culpa mía. ¡Vamos, hazlo!

Ben apoyó todo el peso de su cuerpo primero en un pie y luego en el otro.

—Nos estábamos pasando la pelota. Se me ha escapado una y me ha dado en el ojo. —Alzó el brazo para mostrarle las gafas a su madre, pegadas grotescamente por el puente y por la parte superior de una de las lentes con esparadrapo—. Papá me ha arreglado las gafas.

Clayton alzó las palmas de las manos.

—¿Lo ves? No ha sido nada. Son cosas que suceden. Forma parte del juego.

—¿Cuándo ha pasado? —le exigió Elizabeth.

—Hace unas horas.

—¿Y no me has llamado?

—No. Lo he llevado al hospital, de urgencias.

—¿De urgencias?

—¿Y adonde querías que lo llevara? Sabía que no te lo podía devolver sin antes confirmar que estaba bien, así que eso es lo que he hecho. He actuado como haría cualquier padre responsable, igual que hiciste tú cuando se cayó del columpio y se rompió el brazo. Y por si no te acuerdas, yo no me puse histérico contigo, igual que tampoco me enfado contigo porque lo dejes jugar en la cabaña del árbol. Eso sí que es una trampa mortal.

Ella parecía demasiado afrentada para contestar. Él sacudió la cabeza con prepotencia.

—Bueno, la cuestión es que me ha dicho que quería ir a casa.

—Muy bien —contestó ella, haciendo un gran esfuerzo por contenerse. Se le tensó un músculo en la mandíbula inferior antes de hacer con la mano un gesto despectivo hacia Clayton—. Ya está hecho. Ahora vete. Ya me encargo yo de él.

Rodeando a Ben con el brazo, empezó a guiarlo hacia la casa, y fue en aquel instante cuando Clayton avistó a Thibault sentado en el porche, que no apartaba la vista de él. Los ojos de Clayton se abrieron como un par de naranjas antes de que refulgieran peligrosamente. Avanzó hacia el porche con actitud agresiva.

—¿Qué haces aquí? —gritó encolerizado.

Thibault simplemente lo miró sin moverse.
Zeus
empezó a ladrar de una forma más amenazadora.

—¿Qué hace este tipo aquí, Beth?

—Lárgate, Keith. Ya hablaremos de esto mañana. —Ella le dio la espalda.

—¡Te he hecho una pregunta! —bramó él, cogiéndola bruscamente del brazo.

En aquel momento,
Zeus
se puso a ladrar y a gruñir como si estuviera a punto de atacar, y sus patas traseras empezaron a temblar. Por primera vez, Clayton pareció darse cuenta de la presencia del perro, de sus dientes afilados y del pelaje de su lomo completamente erizado.

—Si yo estuviera en tu lugar, le soltaría el brazo —apuntó Thibault, con una voz sosegada y tranquila, más en un tono de sugerencia que de orden—. Ahora mismo.

Clayton, sin apartar los ojos del perro, la soltó inmediatamente. Mientras Elizabeth y Ben se encaminaban hacia el porche rápidamente, Clayton miró a Thibault con inquina.
Zeus
dio un paso adelante, sin dejar de gruñir.

—Me parece que será mejor que te vayas —dijo Thibault, sin alterar el tono de voz.

Clayton se debatió un instante, luego retrocedió un paso y dio media vuelta. Oyó cómo los maldecía en voz baja mientras regresaba al coche, abría la puerta y la cerraba de un portazo después de entrar.

Thibault alargó la mano para acariciar a
Zeus
.

—Buen chico —le susurró.

Clayton arrancó con tanta brusquedad que la gravilla saltó debajo de las ruedas del automóvil, que chirriaron escandalosamente. Las luces traseras se perdieron de vista, y solo entonces el pelaje en el lomo de
Zeus
volvió a su estado normal. El perro movió la cola cuando Ben se acercó.

—Hola,
Zeus
—lo saludó Ben.

El perro miró a Thibault como si le pidiera permiso.

—De acuerdo —dijo Thibault, soltándolo.
Zeus
trotó hacia Ben como si quisiera decirle: «¡Qué contento estoy de que hayas vuelto a casa!». Buscó la mano de Ben con el hocico, y el muchacho lo acarició.

—Me echabas de menos, ¿eh? —dijo Ben, con una sonrisa en los labios—. Yo también te echaba de menos…

—Vamos, cielo —lo interrumpió Elizabeth, empujándolo suavemente—. Entra en casa. Te pondré un poco de hielo en el ojo. Y además quiero examinarlo con más luz.

Mientras abrían la puerta mosquitera, Thibault se puso de pie.

—Hola, Thibault —lo saludó Ben con la mano.

—Hola, Ben.

—¿Mañana podré jugar con
Zeus
?

—Si a tu madre le parece bien, por mí no hay ningún problema. —Thibault podía leer en la expresión de Elizabeth que quería quedarse a solas con su hijo—. Será mejor que me vaya —dijo, preparándose para bajar del porche—. Se está haciendo tarde, y mañana he de empezar a trabajar temprano.

—Gracias —le dijo ella—. Te lo agradezco mucho. Y perdona por este numerito tan desagradable.

—No tienes que disculparte de nada.

Thibault se alejó por el caminito de gravilla, pero de repente se giró hacia la casa. Solo acertó a vislumbrar cierto movimiento detrás de las cortinas de la ventana del comedor.

Con la vista fija en las dos siluetas en la ventana, sintió por primera vez que finalmente estaba empezando a comprender por qué estaba allí.

Clayton

De todos los sitios en el mundo, tenía que encontrar a ese tipo asqueroso en casa de Beth. ¿Cuántas posibilidades había para que ocurriera esa coincidencia? ¡Una jodida posibilidad entre un millón, eso seguro!

¡Oh! ¡Cómo lo odiaba! No, eso no era del todo exacto. Lo que realmente deseaba era estrangular a este tipo. No solo porque le había robado la cámara y le había pinchado las ruedas, aunque solo por eso ya merecía compartir celda unos días con un par de gallitos violentos adictos a las metanfetaminas. Y no era porque temiera que
Tai-bolt
le hiciera chantaje con las fotos indiscretas. La cuestión era que ese tipo, el mismo que una vez ya se había reído de él, lo había dejado en ridículo delante de Beth.

Como si la frasecita «Si yo estuviera en tu lugar, le soltaría el brazo» no hubiera bastado. Pero ¿y después? Entonces era cuando ese desgraciado se había excedido. «Ahora mismo… Me parece que será mejor que te vayas…», y todo pronunciado con ese tono serio, inalterable, el tono prepotente de «Mira, no me marees más» que Clayton utilizaba con los delincuentes. ¡Y él lo había hecho! Se había largado como un perro con la cola entre las piernas, lo que había sido extremamente humillante.

Por lo general no habría tolerado ni por un segundo que nadie lo tratara de ese modo, incluso con Beth y Ben cerca. Nadie le daba órdenes ni lo ridiculizaba, y no habría dudado en dejar perfectamente claro que el tipo había cometido el peor.

error de su vida. ¡Pero no podía hacerlo! Ese era el problema. No podía. No con
Cujo
cerca, con los ojos fijos en su escroto como si fuera un aperitivo en el bufé del domingo. En la oscuridad, ese bicho parecía un lobo sanguinario, y lo único que le venía a la mente eran las historias que Kenny Moore le había contado sobre
Panther
.

De todos modos, ¿qué diantre hacía ese tipo con Beth? ¿Cómo era posible? Le parecía una maléfica conspiración cósmica para echar a perder lo que había sido en su mayor parte una mierda de día, empezando con el niñito resentido y enfurruñado, que se había presentado al mediodía y ya desde el primer momento había protestado porque no quería sacar la basura.

Se consideraba a sí mismo un hombre paciente, pero estaba cansado de la actitud de ese chico, muy cansado, y por eso no había dado el brazo a torcer después de que Ben sacara la basura. Le había ordenado que limpiara la cocina y los baños, también, pensando que así aprendería cómo funcionaba el mundo de verdad, donde lo importante era mostrar una actitud mínimamente decente. El poder del pensamiento positivo y todos esos rollos. Y además, todo el mundo sabía que mientras que las mamás se encargaban de malcriar a sus hijos, de los papas se esperaba que enseñaran a sus hijos que en la vida no había nada gratis, ¿no era cierto? Y a ese chico se le daba muy bien limpiar, sin lugar a dudas, así que para Clayton estaba más que claro qué lugar debía ocupar cada uno. Después de unas horas, había considerado que ya era hora de que el muchacho se tomara un respiro, así que llamó a Ben para que saliera al jardín a jugar. ¿A qué niño no le gustaría jugar a la pelota con su padre una esplendorosa tarde de un sábado cualquiera?

Ben. ¡Quién si no!

«Estoy cansado. Tengo calor, papá. ¿De verdad tenemos que jugar?»

Una queja tras otra, a cual más estúpida, hasta que finalmente habían salido al jardín, y entonces el chico va y se encierra en sí mismo como una ostra y no dice ni mu. Peor aún, por más veces que Clayton le pedía que mirara la maldita pelota, Ben seguía sin cazarla al vuelo porque no le daba la real gana. Lo hacía a propósito, sin duda. ¿Salir corriendo tras la pelota cuando se le escapaba? ¡No, por supuesto que no! Su hijo no hacía esas cosas. El estaba demasiado ocupado poniendo morros porque el mundo era tan injusto y jugaba a la pelota como un ciego.

Al final, Clayton no había podido soportarlo más. Estaba intentando pasar un buen rato con su hijo, pero este se había propuesto desafiarlo, y sí, de acuerdo, quizá le había lanzado la pelota con demasiada fuerza la última vez. Pero lo que sucedió a continuación no fue culpa suya. Si el chico hubiera estado atento, la pelota no habría rebotado en su guante y Ben no habría acabado berreando como un bebé, como si se estuviera muriendo o algo parecido. ¡Ni que fuera el único chaval en la historia del mundo que hubiera recibido un pelotazo!

Pero todo eso estaba de más. La verdad es que Ben se había hecho daño. No era una herida seria, y los morados desaparecerían al cabo de un par de semanas. Dentro de un año, Ben se habría olvidado por completo del incidente o fanfarronearía con sus amigos recordando el día en que recibió un fuerte pelotazo.

Beth, en cambio, jamás lo olvidaría. Le guardaría rencor durante mucho, muchísimo tiempo, a pesar de que la culpa hubiera sido más de su hijo que suya. Ella no comprendía el simple hecho de que todos los chicos recordaban sus heridas deportivas con orgullo.

Ya esperaba la reacción histérica de Beth, y la verdad es que no la culpaba por ello. Eso era lo que las mamás hacían, y Clayton ya estaba preparado para soportar ese numerito. Le parecía que había controlado la cuestión bastante bien, casi hasta el final, hasta que vio a ese tipo con el chucho sentado en el porche, como si fuera el dueño y señor de la casa.

Logan
Tai-bolt
.

Había recordado el nombre al instante, claro. Durante varios días había estado buscando a ese tipo infructuosamente, hasta que al final había desistido pensando que lo más probable era que se hubiera largado del pueblo. De ninguna manera un tipo con esa pinta y con ese perro podrían pasar desapercibidos en Hampton, ¿no? Por eso al final había dejado de preguntar por ahí si alguien los había visto.

Imbécil.

¿Y ahora qué iba a hacer? ¿Qué pensaba hacer con ese… nuevo giro inesperado?

Ya se encargaría de Logan
Tai-bolt
, de eso estaba seguro, y esta vez no lo pillaría desprevenido. Lo que quería decir que, antes de actuar, necesitaba información. Dónde vivía ese tipo, dónde trabajaba, dónde pasaba sus ratos libres. Dónde podía encontrarlo solo.

Por más que le costara, averiguaría dónde podía encontrarlo solo, especialmente sin el perro. Tenía el presentimiento de que
Tai-bolt
y ese chucho nunca, o casi nunca, se separaban. Pero ya se le ocurriría un remedio para eso.

Obviamente, necesitaba saber qué había entre Beth y
Tai- bolt
. Desde que había asustado a ese mequetrefe de Adam, no tenía conocimiento de que Beth estuviera saliendo con nadie más. Le costaba creer que pudiera estar liada con un tipo como aquel, teniendo en cuenta que Clayton siempre conocía todos los pasos que daba Beth. Francamente, no podía imaginar qué era lo que había podido ver en alguien como
Tai-bolt
. Beth había ido a la universidad; seguramente lo último que deseaba en su vida era a un piojoso recién llegado al pueblo. ¡Ese tipo ni tan solo tenía coche!

Sin embargo, allí estaba un sábado por la noche, y eso obviamente significaba algo. De todos modos, había alguna cosa que no encajaba. Se preguntó por un momento si no sería que ese tipo estaba trabajando en la residencia canina… Bueno, fuera lo que fuese, lo averiguaría, y cuando lo hiciera, tomaría cartas en el asunto, y el señor Logan
Tai-bolt
se arrepentiría del día en que había pisado por primera vez su pueblo.

Beth

Aquel domingo estaba siendo sin lugar a dudas el día más caluroso de todo el verano, con una elevada humedad y unas temperaturas que superaban los cuarenta grados. En la meseta del Piedmont, los lagos se habían comenzado a secar, los ciudadanos de Raleigh se habían visto obligados a racionar el agua y en la zona más al este de Carolina del Norte las cosechas se estaban malogrando por culpa de la brutal sequía. En las últimas tres semanas, los bosques se habían convertido en una hoguera en potencia, y todos esperaban algún que otro inevitable incendio forestal a causa de una colilla mal apagada o de algún rayo. La única incógnita era cuándo y dónde se iba a generar el incendio.

A menos que estuvieran encerrados en los caniles, los perros lo pasaban realmente mal, e incluso Logan había empezado a acusar los efectos del asfixiante calor. Había acortado las sesiones de adiestramiento cinco minutos menos, y cuando sacaba a pasear a los perros siempre se dirigía directamente al arroyo, donde los perros podían chapotear y refrescarse.
Zeus
había entrado y salido del agua por lo menos una docena de veces, y a pesar de que Ben había intentado atraer su atención para que jugaran con la pelota tan pronto como había regresado de misa, el perro había mostrado un escaso interés en la actividad. Al final, el chico optó por sacar un ventilador y emplazarlo en el porche frontal de la casa, enfocando la brisa hacia
Zeus
, luego se sentó al lado del perro a leer EL ASESINATO DE ROGER ACKROYD, uno de los pocos libros de Agatha Christie que todavía no había acabado. Únicamente abandonó la lectura unos instantes para ir a ver qué hacía Logan, con una absoluta apatía, antes de volver a su libro.

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