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Authors: Nicholas Sparks

Cuando te encuentre (20 page)

BOOK: Cuando te encuentre
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—¿Tienes hermanos o hermanas?

—No.

—¿De niño te gustaban los deportes?

—Sí, aunque nunca destaqué en ninguno en particular.

—¿Cuál es tu equipo de fútbol americano favorito?

—Los Denver Broncos, por supuesto.

Mientras Ben y Thibault charlaban animadamente, Elizabeth seguía su conversación con interés.

La tarde dio paso al atardecer; la mortecina luz del sol que se filtraba a través de la ventana cambiaba de ángulo y se desvanecía, inundando lentamente la cocina de sombras. Terminaron de comer, y después de pedir permiso, Ben salió nuevamente al porche para reunirse con
Zeus
. Thibault ayudó a Elizabeth a quitar la mesa, envolviendo los restos y metiendo los platos y los cubiertos en el lavavajillas. Infringiendo su propia norma, ella abrió una segunda cerveza y ofreció otra a Thibault antes de que ambos decidieran salir fuera para escapar del bochorno en la cocina.

En el porche, el aire era más fresco. Las hojas de los árboles se agitaban suavemente gracias a la brisa. Ben y
Zeus
estaban jugando otra vez, y la risa de Ben quedaba suspendida en el aire. Elizabeth se apoyó en la barandilla, observando a su hijo, y Thibault tuvo que hacer un esfuerzo para no mirarla descaradamente. Ninguno de los dos sentía la necesidad de hablar. Thibault tomó un largo y lento sorbo de cerveza, preguntándose adonde lo llevaría aquella situación.

Beth

Caía la noche. En el patio trasero, Beth observaba a Logan, que estaba completamente concentrado en el tablero de ajedrez, mientras pensaba que aquel hombre le caía bien, que se sentía a gusto con él. Le parecía algo sorprendente y natural a la vez.

Ben y Logan estaban concentrados en su segunda partida de ajedrez. Thibault se estaba tomando su tiempo antes de mover ficha. Ben había ganado la primera partida sin dificultad, y ella había podido leer la sorpresa en la expresión de Logan. El se había tomado bien la derrota, incluso le había preguntado a Ben en qué se había equivocado. Habían vuelto a colocar las fichas tal y como estaban en una de las jugadas previas, y el niño le había mostrado la serie de errores que había cometido, primero con la torre y la reina y, por último, con el caballo.

—Vaya, vaya… —Logan le sonrió—. Te felicito.

Beth no quería ni imaginar cómo habría reaccionado Keith si hubiera perdido. De hecho, no tenía que imaginarlo. Padre e hijo habían jugado una partida un par de años antes, y cuando Ben ganó, Keith derribó el tablero de la mesa antes de salir de la habitación hecho una verdadera furia. Unos pocos minutos más tarde, mientras Ben estaba recogiendo las fichas esparcidas por el suelo, su padre volvió a entrar en la habitación. En lugar de pedir disculpas, declaró que el ajedrez era una pérdida de tiempo y que sería mucho mejor que Ben invirtiera su tiempo en algo importante, como por ejemplo en hacer los deberes del cole o practicar con el bate de béisbol, ya que «un ciego jugaba a béisbol mil veces mejor que él».

¡Cuántas veces se había contenido Beth para no estrangular a ese botarate!

Con Logan, en cambio, todo era distinto. Beth podía ver que estaba perdiendo de nuevo en aquella segunda partida. Y no lo sabía porque estuviera pendiente del tablero —no dominaba tanto el juego como para discernir la complejidad que separaba a un buen jugador del mejor—, pero cada vez que Ben escrutaba a su adversario más que a sus fichas, ella sabía que se aproximaban al final de la partida, a pesar de que Logan no parecía ser consciente de ello.

Lo que más le gustaba de aquella escena era que, a pesar de la concentración que el juego requería, Logan y Ben todavía conseguían… conversar. Sobre el cole y los maestros de Ben y acerca de cómo era
Zeus
cuando era un cachorro, y puesto que Logan parecía genuinamente interesado, Ben le reveló varios secretos que la sorprendieron, como que uno de los chicos de su clase le había quitado el almuerzo un par de veces y que a Ben le gustaba una chica que se llamaba Cici. Logan no le dio ningún consejo; en vez de eso, le preguntó cómo había actuado en ambas circunstancias. Basándose en su experiencia con los hombres, Beth sabía que la mayoría de ellos pensaba que cuando les hablabas de un problema o un dilema tenían que darte su opinión, a pesar de que lo único que quisieras fuera simplemente que te escucharan.

Por lo visto, la natural reticencia de Logan le brindaba a Ben un espacio para expresarse abiertamente. Era evidente que aquel hombre se sentía a gusto consigo mismo. No estaba intentando impresionar ni a Ben ni a ella demostrándole lo bien que podía llevarse con su hijo.

A pesar de que Beth no había salido con muchos hombres en los últimos años, había descubierto que en la mayoría de los casos se comportaban siempre igual: o bien actuaban como si Ben no existiera y prácticamente ni le hablaban, o bien se excedían en la camaradería con él, como si intentaran hacer alarde de su gran habilidad para ganarse su confianza. Desde que era muy pequeño, el niño había demostrado una increíble capacidad para catalogarlos en una o en otra categoría casi de inmediato. Igual que ella, y eso normalmente bastaba para que Beth decidiera poner fin a la relación. Bueno, eso cuando no eran ellos los que decidían romper con ella.

Era obvio que Ben se sentía cómodo con él. Sin embargo, lo que más le alegraba era que Logan también parecía estar a gusto con su hijo. En el silencio reinante en mitad de la partida, Logan continuaba con la vista fija en el tablero. Apoyó un momento el dedo índice en el caballo antes de moverlo hacia uno de sus peones. Ben enarcó las cejas levemente. Ella no sabía si su hijo pensaba que el movimiento de Logan era acertado o no, pero en su siguiente turno Logan movió el peón. Ben hizo su siguiente movimiento casi de inmediato, y Beth supo que aquello era una mala señal para Logan. Unos pocos minutos más tarde, él se dio cuenta de que, por más que moviera una ficha u otra, su rey no tenía escapatoria. Sacudió la cabeza.

—Me has vuelto a ganar.

—Sí —confirmó Ben.

—Pensaba que esta vez estaba jugando mejor.

—Y así es —admitió Ben.

—¿Hasta cuándo?

—Hasta tu segunda jugada.

Logan se rio.

—¡Pues vaya!

—No te preocupes —lo animó Ben, visiblemente orgulloso. Señaló hacia el patio—. ¿Crees que ya ha oscurecido bastante?

—Sí, creo que sí. ¿Estás listo para jugar,
Zeus
?

Zeus
alzó las orejas y ladeó la cabeza. Cuando Logan y Ben se pusieron de pie, el perro los imitó.

—¿Vienes, mamá?

Beth se levantó de la silla.

—No me lo perdería por nada en el mundo.

Se abrieron paso entre la oscuridad hasta la parte frontal de la casa. Beth se detuvo junto a los peldaños del porche.

—Quizá será mejor que vaya a buscar una linterna.

—¡Eso es trampa! —protestó Ben.

—No para el perro, sino para ti. Para que no te pierdas.

—No se perderá —le aseguró Logan—.
Zeus
lo encontrará.

—Ya, es fácil hablar cuando no se trata de tu hijo.

—No me pasará nada, mamá —terció Ben.

Ella miró primero a Ben y luego a Logan antes de sacudir la cabeza. No estaba completamente convencida, pero Logan no parecía preocupado.

—De acuerdo —convino, suspirando—. Pero de todos modos iré a buscar una linterna para mí. ¿Os parece bien?

—Vaaaale —aceptó Ben—. ¿Qué tengo que hacer?

—Esconderte dijo Logan. Y yo le pediré a
Zeus
que te busque.

—¿Puedo esconderme donde quiera?

—¿Por qué no te escondes por esa zona? —sugirió Logan, señalando hacia un espacio boscoso que quedaba a la izquierda del arroyo, al otro lado de la carretera y de los caniles—. No me gustaría que te cayeras al agua sin querer. Y además, seguro que tu olor es más fresco en esa zona. ¿Recuerdas que antes de cenar los dos estabais correteando precisamente por allí? ¡Ah! Y una última cosa: cuando él te encuentre, síguelo, ¿de acuerdo? Así no te perderás.

Ben clavó la vista en el bosque.

—Vale. ¿Y cómo sé que no hará trampa y me mirará mientras me escondo?

—Lo encerraré dentro y contaré hasta cien antes de soltarlo.

—¿Y no dejarás que mire?

—Te prometo que no. —Logan centró su atención en
Zeus
—. Vamos —le dijo. Enfiló hacia la puerta y la abrió antes de hacer una pausa—. ¿Te importa si
Zeus
entra unos minutos en tu casa?

Beth sacudió la cabeza.

—No, adelante.

Logan le hizo una señal al perro para que entrara y se tumbara, luego cerró la puerta.

—¿Estás listo?

Ben salió disparado hacia el bosque mientras Logan empezaba a contar en voz alta. Al cabo de unos segundos, Ben gritó por encima del hombro:

—¡Cuenta más despacio!

Su silueta se fundió gradualmente con la oscuridad, e incluso antes de llegar al bosque, ya había desaparecido de vista.

Beth se abrazó, inquieta.

—No me gusta este juego.

—¿Por qué no?

—¿Mi hijo escondiéndose en el bosque por la noche? No me da buena espina.

—No le pasará nada.
Zeus
lo encontrará en dos o tres minutos. Como máximo.

—Veo que tienes una fe ciega en tu perro, y eso no es muy usual.

Logan sonrió. Por un momento permanecieron en el porche, dejándose envolver por las sombras de la noche. El aire, cálido y húmedo, ya no era sofocante y olía como el campo que los rodeaba: una mezcla a roble, pino y tierra, un aroma que siempre le hacía recordar a Beth que, a pesar de que el mundo sufría cambios constantemente, aquel lugar en particular siempre parecía inalterable.

Era consciente de que Logan la había estado observando todo el rato desde la cena, realizando un enorme esfuerzo por no parecer descarado. Pero ella había estado haciendo lo mismo con él. Le gustaba que le prestara aquella atención, que la encontrara atractiva, y que, además, aquella atracción no se mezclara con una irreprimible necesidad animal, aquel obvio deseo carnal que a menudo notaba cuando los hombres la miraban. En lugar de eso, Logan parecía darse por satisfecho con estar a su lado, justo lo que Beth necesitaba.

—Me alegro de que te hayas quedado a cenar —comentó ella, sin saber qué más decir—. Ben se lo está pasando fenomenal.

—Yo también me alegro.

—Gracias por haber sido tan considerado con Ben, me refiero a cuando estabais jugando al ajedrez.

—No me cuesta nada. Es un chico encantador.

—Qué bien que pienses así.

Logan dudó unos instantes.

—¿De nuevo estás pensando en tu exmarido?

—No sabía que fuera tan obvio. —Beth se apoyó en la columna—. Tienes razón. Estaba pensando en el botarate de mi exmarido.

Logan se apoyó en la columna al otro lado de los peldaños, de cara a ella.

—¿Y?

—Nada, solo que desearía que las cosas fueran distintas.

Él vaciló. Beth se dio cuenta de que estaba preguntando si debía añadir algo más o no. Al final, no dijo nada.

—No te gustaría —agregó ella—. De hecho, a mí tampoco me gusta.

—¿Ah, no?

—No. Y considérate afortunado. No te pierdes nada.

Logan la miró con insistencia, sin decir nada.

Al recordar cómo ella misma había decidido cambiar de tema antes, Beth supuso que él no quería aventurarse a tantear nuevamente la cuestión. Se apartó unos mechones rebeldes que le cubrían parte de la visión, preguntándose si debía continuar.

—¿Quieres que te lo cuente?

—Solo si tú quieres —la alentó él.

Beth sintió que sus pensamientos volaban del presente al pasado y suspiró.

—La típica historia: yo era una estudiante poco espabilada en el último curso del instituto cuando conocí a un chico un par de años mayor que yo, pero lo cierto es que nos conocíamos de vista desde que éramos críos, ya que íbamos a misa a la misma iglesia, así que sabía perfectamente quién era él. Unos meses antes de graduarme del instituto empezamos a salir. Su familia es muy rica, y él siempre había salido con las chicas más populares del pueblo; supongo que me dejé llevar por lo idílico de la situación. Pasaba por alto sus defectos, o los excusaba, y de repente, supe que estaba embarazada. Súbitamente, mi vida cambió de una forma radical, ¿sabes? Aquel otoño tenía que empezar mis estudios en la universidad, pero no tenía ni idea de lo que significaba ser madre, y menos aún madre soltera: se me hizo una montaña. Lo último que esperaba era que él me pidiera que nos casáramos. Pero lo hizo, aunque no sé por qué, y yo acepté. Quería creer que todo iba a salir bien y me esforcé por convencer a Nana de que sabía dónde me metía, pero creo que los dos sabíamos que habíamos cometido un error antes de que se secara la tinta del certificado de matrimonio. No teníamos nada en común. Nada. Nos peleábamos constantemente, y al poco de que naciera Ben nos separamos.

Y entonces, perdí el norte.

Logan entrelazó las manos.

—Pero eso no te detuvo.

—¿A qué te refieres?

—A que finalmente fuiste a la universidad y te convertiste en maestra. Y aprendiste a ser madre soltera. Y a salir adelante.

Beth le regaló una sonrisa de agradecimiento.

—Con la ayuda de Nana.

—Seguramente, pero el hecho es que al final lo lograste. —Logan cruzó una pierna por encima de la otra, estudiándola detenidamente antes de sonreír burlonamente—. Conque poco espabilada, ¿eh?

—¿En el instituto? Sí, era muy poco espabilada.

—Me cuesta creerlo.

—Lo creas o no, es la verdad.

—¿Y qué tal en la universidad?

—¿Con Ben, te refieres? No resultó fácil. Pero me preparé asistiendo a clases en la universidad local mientras Ben todavía iba en pañales. Asistía a clases dos o tres días por semana mientras Nana cuidaba de mi hijo, y también estudiaba en casa en mis ratos libres. E hice lo mismo cuando me aceptaron en la Universidad de Carolina del Norte en Wilmington, que estaba lo bastante cerca de aquí como para poder ir por la mañana y volver cada noche. Necesité seis años para sacarme la carrera, pero no quería abusar de Nana ni darle a mi ex ningún motivo por el que pudiera solicitar la custodia de nuestro hijo. Y con lo poderosa que es su familia, si se lo hubiera propuesto, lo habría conseguido.

—Por lo que cuentas de él, no parece un tipo entrañable.

Beth torció el gesto.

—No tienes ni idea.

—¿Quieres que le rompa las piernas?

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