Cruzada (11 page)

Read Cruzada Online

Authors: James Lowder

BOOK: Cruzada
13.38Mb size Format: txt, pdf, ePub

Tendría que esperar hasta la noche siguiente para aplicarlo, porque primero necesitaba tiempo para hacerse un disfraz adecuado.

El chambelán, vestido con sus mejores galas, entró en la sala del trono. Avanzó con paso pomposo hasta el centro de la gran sala y saludó a la figura sentada en el solio, al otro extremo. Después de unos momentos de silencio, que al enviado zhentarim debieron de parecerle una hora, el chambelán golpeó con fuerza la contera dorada de su bastón contra el mármol pulido del suelo.

—Su alteza, con vuestro permiso os presento a Lythrana Dargor, enviada especial del lord Chess de Zhentil Keep.

La introducción se escuchó en toda la sala, y el eco resonó en el suelo y las hermosas vidrieras emplomadas, hasta perderse en los valiosos tapices que cubrían casi todas las paredes. La enviada especial Dargor esperó pacientemente, a pesar de que en Zhentil Keep le habían dicho que el encuentro con Azoun IV sería sin ceremonias.

En el trono, el rey daba golpes con la punta del pie, contando en silencio los segundos que dejaría pasar antes de permitir que se acercara la enviada zhentarim. Se acomodó mejor en el asiento y se entretuvo acomodando los pliegues de la capa púrpura. A su lado se encontraba Vangerdahast, resplandeciente con su túnica más adornada. Aunque ocultaba el cansancio tan bien como Azoun, cualquier observador atento habría visto sus ojos inyectados en sangre y la palidez en las mejillas.

Al cabo de un par de minutos, que Azoun supuso que debían de haberle parecido una eternidad a la dignataria visitante, el rey se irguió en el trono y ordenó al chambelán:

—Permitidle que se adelante, gran chambelán.

El chambelán hizo otra reverencia y se volvió hacia Lythrana. La mujer se arregló la camisa gris, y apartó con un gesto de irritación un mechón suelto de pelo negro azabache, antes de caminar hacia el trono. El ruido que hacían los tacones altos de sus botas con cada paso resonaron como martillazos, acompañados por el rumor del roce del vestido negro de cuello alto contra el suelo.

—Es un placer para mí poder encontrarme por fin con su alteza —manifestó Lythrana con una voz baja y sibilante.

—Nos complace que Zhentil Keep envíe a una embajadora de tanta fama a discutir las necesidades de Faerun —respondió el rey. Aunque Vangerdahast se rió para sus adentros al escuchar que Azoun utilizaba el «nos» real, algo que sólo hacía muy de vez en cuando, sabía que las palabras de elogio a la enviada zhentarim eran sinceras. La reputación de Lythrana Dargor como una negociadora dura y astuta era bien conocida en todos los países de las riberas del Interior.

—En mi viaje desde el Keep —dijo Lythrana, que correspondió al cumplido del rey con una leve sonrisa—, me enteré del reciente atentado contra vuestra persona. Lord Chess sin duda desearía que os hiciera llegar su preocupación y sus esperanzas de que no hayáis sufrido ningún daño.

—¿No habéis tenido conocimiento previo del intento? —intervino Vangerdahast, con un tono cargado de sarcasmo.

—Es lógico que los muy capaces consejeros del rey —saludó al hechicero con una inclinación de cabeza— sospechen de Zhentil Keep en este asunto —contestó la enviada, que levantó las manos con los dedos bien abiertos en señal de paz—. No ocultamos los métodos que empleamos para resolver nuestros problemas, o los dioses que adoramos. —La hermosa mujer apartó los rizos que le caían sobre los ojos. En la frente tenía tatuado un círculo negro con una calavera blanca en el centro, el símbolo de Cyric, dios de la muerte, la mentira y el asesinato.

—Apreciamos vuestra sinceridad —repuso Azoun con frialdad. Una vez más Lythrana asintió mientras dejaba que el pelo volviera a ocultar el símbolo de su dios.

—Ya que hablamos con toda franqueza, me tomaré la libertad de preguntar a vuestra alteza: ¿por qué no se invitó al Zhentil Keep a la reunión general que mantuvisteis con vuestros nobles, los sembianos, y los señores de Los Valles?

Vangerdahast se balanceó sobre los pies, de pronto molesto por la brusquedad de la discusión. El hechicero miró al rey y se sorprendió un poco al ver que Azoun no parecía inmutarse.

—Los demás no estaban preparados para discutir los planes para una guerra en el extranjero delante de una representación zhentarim —afirmó Azoun sin vacilar—. Si hubierais estado presentes en la reunión, quizá no habría obtenido la cooperación de los demás políticos. No obstante, el hecho de no haber sido invitados no os impidió espiar la conferencia.

Lythrana observó al rey por un instante, extrañada por la franqueza. Escogió pasar por alto la acusación, lo que significó un reconocimiento tácito de la culpabilidad de Zhentil Keep.

—Deduzco de vuestro comentario —contestó, por fin— que la cruzada está recibiendo el apoyo que se merece.

—Se lo comuniqué a lord Chess en la carta donde le pedía el envío de un representante.

Después de un momento de tensión, Lythrana miró al rey una vez más. Se obligó a mostrar una expresión de calma que no sentía.

—Hace un día muy bonito, su alteza, y tengo entendido que disponéis de unos magníficos cotos de caza al norte de Suzail, que están cerca. ¿No podríamos discutir el tema en un entorno menos ceremonioso?

Azoun hizo una pausa, que quizá resultó demasiado larga, para buscar la manera de rechazar cortésmente la solicitud. Se sentía muy cansado para cabalgar y, por otro lado, no le gustaba mucho la caza. Llegó a la conclusión de que Lythrana lo sabía y sólo pretendía ponerlo en un brete. En cuanto comprendió que la enviada esperaba una negativa, el rey sonrió con entusiasmo.

—Desde luego —respondió Azoun al tiempo que se volvía hacia Vangerdahast—. Por favor, ordena a los mozos que ensillen mi caballo y al montero real que organice la partida. —Después le preguntó a Lythrana, que lo miraba sin disimular la sorpresa—: ¿Halcón o sabuesos, señora Dargor?

—Sabuesos —contestó la enviada y, señalando su vestido, añadió—: Quizá mi sugerencia ha sido un tanto apresurada. No llevo el atuendo más apropiado.

—Eso no es ningún problema —replicó el rey con una sonrisa—. Encontraremos algo para que os cambiéis. —Dicho esto, Azoun envió al hechicero a que se ocupara de los preparativos—. Mientras esperamos —agregó el rey en cuanto su amigo abandonó la sala—, ¿por qué no discutimos la amenaza tuigana contra Zhentil Keep?

Lythrana Dargor comprendió que se hallaba en desventaja frente a un político mucho más hábil, por lo que aceptó la propuesta con una sonrisa y dejó que el rey de Cormyr se explayara sobre la amenaza de los bárbaros. Mientras realizaban un recorrido por el palacio, Azoun alternaba la descripción de los preparativos de la cruzada con la historia de los artefactos antiguos que encontraban a su paso.

Al cabo de una hora trasladaron la discusión al exterior, a la carretera de Suzail. A medida que la comitiva real atravesaba la ciudad, Azoun comprendió que era muy bueno para la moral de los súbditos que lo vieran sano y vigoroso después del intento de asesinato. La muchedumbre se agolpaba en las aceras para lanzar vivas al paso del monarca en su camino hacia la puerta norte.

En cuanto dejaron atrás el enjambre de tiendas que rodeaban las murallas de Suzail, el grupo puso los caballos al galope. El aire helado sacudía las capas y les hacía llorar los ojos, pero Azoun se sintió revivir. Aunque no le gustaba cazar, le encantaba la sensación de libertad que le daba montar a un brioso corcel. Por lo tanto, ajustó la capa púrpura sobre la sobreveste forrada de piel y dejó que el animal se desfogara.

Por fin, la partida puso los caballos otra vez al trote, y el encargado de la jauría se preparó para soltar a los perros. Ahora se encontraban en zona de bosques y prados, bastante lejos de las prósperas granjas cercanas a la ciudad. El rey avanzó al trote para reunirse con Lythrana.

—¿Os parece bien aquí? —preguntó cortésmente—. Supongo que en estos campos encontraremos un par de jabalíes.

Lythrana asintió. Tenía los ojos enrojecidos por el viento, pero éstos conservaban todo su brillo.

—Éste resulta un lugar tan bueno como cualquier otro —contestó.

El rey hizo una seña al montero mayor y, cogiendo la lanza que le ofrecía un joven escudero, se la dio a Lythrana; después cogió otra para él. Los ojeadores con los sabuesos se internaron en el bosque en busca de la presa. La caza comenzaría para los nobles después de que los ojeadores consiguieran llevar a campo abierto a un jabalí o a un venado. Mientras tanto, un puñado de guardias ocupó posiciones alrededor de un claro para proteger al rey.

Azoun aprovechó la espera para reanudar la discusión con Lythrana. Tal como suponía, la enviada zhentarim sabía muchas cosas de la invasión tuigana en Rashemen y Thesk. En cambio, el monarca se sorprendió al escuchar que los líderes de Zhentil Keep consideraban el ataque preventivo contra los bárbaros como una idea muy sensata, siempre y cuando la pusieran en práctica las otras naciones de Faerun.

—Si comprendéis la importancia de la cruzada —le señaló Azoun a la enviada—, también veréis la importancia de una tregua con Los Valles. Necesito las tropas de Mourngrym y los demás. No las enviarán si piensan que vosotros los atacaréis en cuanto envíen sus soldados fuera de las fronteras nacionales.

Lythrana se movió incómoda en la montura. Los pantalones de montar muy ajustados y la abrigada chaqueta de lana que le habían dado en el palacio le picaban; estaba acostumbrada al tacto de la seda y no a tejidos más burdos, aunque resultaran más prácticos.

—¿Creéis que los dirigentes de Los Valles darán por bueno cualquier pacto que firmemos?

—Desde luego —afirmó Azoun, bien erguido en la silla—, pero sólo si también aceptáis enviar tropas a Thesk como una muestra de buena fe.

—Es algo poco probable —contestó Lythrana, que se entretuvo unos momentos escarbando el suelo con la lanza mientras pensaba—. A menos que consigamos algo a cambio, aparte de la satisfacción de hacer el bien. —La mujer pronunció esta última palabra con repulsión.

—¿Qué deseáis? —le preguntó Azoun, consciente de que Lythrana ya tenía pensado el precio de la ayuda.

—La Ciudadela Oscura —replicó Lythrana—. El Keep desea que no persigáis a las patrullas de la Ciudadela Oscura.

—Ni hablar —exclamó Azoun, indignado—. La ciudadela sólo es un refugio de criminales y bergantes. Son una plaga en nuestra frontera occidental. Nunca aceptaría… —El rey vio la sonrisa de Lythrana y se interrumpió.

—No esperaríais que pidiéramos algo ridículo, como acuerdos comerciales o alimentos, ¿verdad? —dijo la enviada—. Zhentil Keep tiene un interés especial por la Ciudadela Oscura, y vuestras patrullas representan una amenaza. Si queréis que el Keep firme un pacto con Los Valles, tendréis que llegar a un compromiso con nosotros.

Un pitido agudo y muy fuerte sonó sobre el campo. Con la lanza en alto, Azoun se volvió hacia el bosquecillo que había a unos cien metros hacia el este. Esta última acción era un reflejo nacido de las batallas que había librado en la juventud y del entrenamiento en el manejo de las armas. El toque del cornetín siempre era una llamada para entrar en acción. El caballo de Lythrana se movió inquieto, y la zhentarim preparó la lanza.

—Me marcho esta noche, su alteza —manifestó la enviada—. Necesito saber vuestra respuesta ahora mismo.

La furia dominó a Azoun como una marea negra que amenazaba con ahogarlo. Él sólo deseaba luchar contra los tuiganos, salvar a Faerun, a todo el continente incluido Zhentil Keep. Sin embargo, nadie parecía darse cuenta de la importancia, de la urgencia, de su tarea.

Azoun frunció el entrecejo. No podía aceptar un trato que protegiera a los asesinos y ladrones que vivían en la Ciudadela Oscura.

Antes de que el rey pudiera dar una respuesta, el montero mayor salió del bosquecillo y cabalgó hacia el monarca. El gran caballo negro del cazador trotaba entre la hierba alta como una nave en un mar agitado. El montero sofrenó al animal a unos metros de Azoun, desmontó y saludó al rey con una reverencia.

—Los perros no han encontrado nada —informó—. ¿Desea vuestra alteza que vayamos a otro sitio?

Azoun respiró aliviado al escuchar la noticia, aunque lo disimuló ante la enviada. Frunció el entrecejo y mostró una consternación fingida.

—En esta tierra siempre abundaba la caza. Por lo que parece, los guardabosques no se preocupan de perseguir a los cazadores furtivos. —Se volvió hacia la enviada zhentarim—. Disponemos de otro coto real a unos pocos kilómetros de aquí donde sin duda encontraremos alguna pieza.

—Si a vuestra alteza no le molesta, ¿podríamos volver a la ciudad? —inquirió Lythrana—. Creo que no me di cuenta a tiempo de lo agotador que resultó el viaje.

Sólo bastó un gesto de Azoun para que los nobles, los cazadores y los soldados se pusieran en marcha. En cuestión de minutos, apenas acabaron de reunir a los perros, la comitiva real avanzaba al paso, de regreso a Suzail.

—Nunca había participado en la caza del jabalí —comentó Lythrana, que cabalgaba junto al rey—. Aunque he oído decir que estas bestias se parecen mucho a los tuiganos.

—No os comprendo.

—Enviamos exploradores… espías, si los queréis llamar así… —explicó la dignataria sin apartar la mirada del rostro del rey— a Rashemen y Thay para que nos informaran de los tuiganos. —Lythrana espoleó el caballo, que intentaba mordisquear la hierba—. Son auténticas bestias: despiadados, astutos, amorales. Al igual que los jabalíes, los señores de las estepas nunca se cansan y no desisten de la lucha hasta que el enemigo o ellos estén muertos.

—Entonces, ¿por qué no nos ayudáis contra ellos?

Lythrana vio la furia en los castaños ojos del monarca. Los nobles y los cazadores se alejaron y mantuvieron un silencio respetuoso.

—Os ayudaremos… —respondió en voz baja— después de conocer vuestra decisión sobre la Ciudadela Oscura.

Azoun tiró de las riendas para detener su cabalgadura. Los demás integrantes de la comitiva imitaron al monarca.

—Discutiremos este asunto durante la cena —gruñó Azoun, dispuesto a no dejarse presionar. Clavó las espuelas a su caballo y se alejó, primero al trote rápido, y después a todo galope. Mientras cabalgaba, el rey dejó que el aire helado disipara la furia que le oprimía el corazón. Permitió que el canto de los pájaros y la luz del sol lo calmaran.

Durante todo el camino de regreso, le dio vueltas al problema. Al principio no vio más alternativa que la de rechazar la propuesta del Keep, lo que significaba perder el apoyo de los señores de Los Valles y de las tropas que pudiera recibir de Zhentil Keep. Muchos súbditos de Azoun habían sido víctimas de las bandas de ladrones y traficantes de esclavos que tenían su base en la Ciudadela Oscura, y las quejas de los mercaderes cormytas por las actividades delictivas de los ocupantes de la poderosa ciudadela eran constantes. Azoun había hecho todo lo posible para poner coto a las acciones de los bandidos, pero la Ciudadela Oscura se encontraba fuera de las fronteras del reino y contaba con la protección de una magia muy poderosa. No tenía las fuerzas suficientes para destruir la ciudadela. Sin embargo, era consciente de que era su deber combatir contra las fuerzas del mal de la siniestra ciudadela.

Other books

Posh and Prejudice by Grace Dent
The Dictator's Handbook by Bruce Bueno de Mesquita
World War IV: Empires by James Hunt
Kiss the Dead by Laurell K. Hamilton
Precious Cargo by Sarah Marsh
The Wings of Morning by Murray Pura
Pao by Kerry Young