Cronopaisaje (22 page)

Read Cronopaisaje Online

Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Cronopaisaje
2.08Mb size Format: txt, pdf, ePub

Gordon intentó concentrarse en la conferencia del coloquio, pero de alguna forma el hilo argumental se le escapaba constantemente. Sólo a unas hileras de distancia de su asiento, Murray Gell-Mann estaba explicando el esquema de la «vía óctuple» para comprender las partículas básicas de toda la materia. Gordon sabía que tenía que seguir de cerca la discusión, puesto que era una cuestión realmente fundamental. Los especialistas en teoría de partículas decían ya que Gell-Mann debería recibir el premio Nobel por su trabajo. Frunció el ceño y se inclinó hacia delante en su asiento, mirando fijamente las ecuaciones de Gell-Mann. Alguien entre el público hizo una pregunta escéptica, y Gell-Mann se volvió, siempre educado e imperturbable, para responderla. La audiencia siguió el intercambio verbal con interés. Gordon recordó su último año en Columbia, cuando empezó a asistir por primera vez a los coloquios del departamento de física. Había observado un cierto ritual en aquellas reuniones semanales, uno del que nunca había oído hablar. Cualquiera podía formular una pregunta y cuando lo hacía, toda la atención del público se centraba en él. Si había un intercambio verbal entre conferenciante e interrogador, mejor aún. Y un interrogador que atrapaba al conferenciante en un error era recompensado con asentimientos de cabeza de aquellos que lo rodeaban. Todo aquello estaba claro, y estaba doblemente claro que nadie del público se había preparado para los coloquios, nadie estudiaba para asistir a ellos.

El tema del coloquio era anunciado con una semana de anticipación. Gordon empezó entonces a leer sobre los temas y a tomar algunas notas. Revisaba los artículos del conferenciante, poniendo especial atención en la parte de las conclusiones, donde los autores normalmente especulan un poco, lanzan alguna que otra idea atrevida, y ocasionalmente aprovechan para lanzar dardos a sus competidores. Luego leía también los artículos de esos competidores. Generalmente, esto daba origen a algunas buenas preguntas. Ocasionalmente, alguna de esas preguntas, inocentemente formulada, podía clavarse en las ideas del conferenciante como si fuera un puñal. Eso creaba un murmullo de interés en la audiencia, y miradas interrogativas hacia Gordon. Incluso una pregunta vulgar, bien planteada, creaba la impresión de una comprensión profunda. Gordon empezó haciendo sus preguntas desde la parte de atrás. Al cabo de algunas semanas empezó a avanzar. Los principales profesores del departamento siempre ocupaban las sillas de las primeras filas, y pronto estuvo sentado a tan sólo dos filas de distancia de ellos. Empezaron a volverse en sus asientos para observar mientras él formulaba una pregunta. Al cabo de algunas otras pocas semanas estaba en la segunda fila. Los profesores empezaron a saludarle mientras ocupaban sus asientos antes de que empezara el coloquio. Por Navidad Gordon era conocido por la mayor parte del departamento. Al principio había experimentado un cierto sentimiento de culpabilidad por todo aquello pero, al fin y al cabo, él no hacía nada excepto mostrar un permanente y sistemático interés. Si esto lo beneficiaba, mucho mejor. Por aquel entonces se había convertido en un apasionado de la física y de las matemáticas, más interesado en observar a un conferenciante extraer un conejo analítico de un sombrero de altas matemáticas que en asistir a un espectáculo de Broadway. En una ocasión pasó toda una semana intentando desarrollar el último teorema de Fermat, saltándose conferencias para realizar su trabajo. Allá por los alrededores del año 1650, Pierre de Fermat había anotado la ecuación x
n
+y
n
=z
n
en el margen de su ejemplar de la Aritmética de Diofante. Fermat escribió que si x, y, z y n eran números enteros positivos, entonces no había solución a la ecuación si n era mayor que dos. «La prueba es demasiado larga para escribirla en este margen», había anotado Fermat. En los trescientos años desde entonces, nadie había sido capaz de probar aquello. ¿Estaba fanfarroneando Fermat? Quizá no existiera ninguna prueba. Cualquiera que pudiera mostrar la salida con una demostración matemática sería famoso. Gordon batalló con el rompecabezas y luego, dándose cuenta de que aquello perjudicaba su trabajo en las clases, lo dejó correr. Pero se prometió a sí mismo que algún día volvería a él.

El Último Teorema poseía una extrema belleza matemática, pero no era eso lo que le había atraído. Le gustaba resolver problemas, simplemente por el hecho de que estaban allí. La mayoría de los científicos lo hacían; eran jugadores precoces de ajedrez, y gozaban resolviendo rompecabezas. Eso, y la ambición, eran los dos rasgos que los auténticos científicos tenían en común, al menos bajo su punto de vista. Gordon meditó durante un momento en lo distintos que eran él y Lakin, pese a sus intereses científicos comunes… y entonces, repentinamente, se envaró en su silla. Las cabezas que lo rodeaban se volvieron ante su brusco movimiento. Gordon repasó mentalmente su conversación con Lakin, recordando cómo sus palabras acerca del mensaje habían sido limpiamente desviadas, primero con una acusación hacia Cooper, luego con la historia de Lowell, seguida por el aparente dilema de Lakin sobre el asunto de «a publicar en la PRL». Lakin había conseguido el artículo que quería, con Gordon y Cooper como coautores, y Gordon no tenía más que la transcripción de su mensaje.

Gell-Mann estaba describiendo, a su manera, una detallada pirámide de partículas ordenadas según masa, spin y diversos números cuánticos. Todo aquello carecía de significado para Gordon. Rebuscó en el bolsillo de su chaqueta —siempre se ponía una chaqueta para los coloquios, si no una corbata—, y extrajo el mensaje. Se lo quedó mirando por un momento y luego se puso en pie. El público que asistía a la conferencia de Gell-Mann era grande, el mayor lleno de todo el año. Todos parecieron quedárselo mirando mientras se abría camino a través del bosque de rodillas hasta el pasillo. Salió del coloquio tambaleándose ligeramente, con el papel del mensaje arrugado en su mano, Muchos ojos le siguieron hasta que desapareció por una de las puertas laterales.

—¿Tiene sentido? —preguntó Gordon con voz tensa al hombre de pelo canoso que estaba al otro lado del escritorio.

—Bueno, sí, más o menos.

—¿Las referencias químicas son correctas?

Michael Ramsey alzó las manos, las palmas hacia arriba.

—Seguro, hasta tanto puedo seguirlas. Esos nombres industriales… Springfield AD45, Du Pon Analagan 58… no significan nada para mí. Quizá todavía estén en período de desarrollo.

—Lo que dice acerca del océano, y todas esas materias reaccionando juntas… Ramsey se alzó de hombros.

—¿Quién sabe? Somos como niños perdidos en un bosque en lo referente a las cadenas moleculares largas. El hecho de que podamos fabricar impermeables de plástico no quiere decir que seamos magos.

—Mira, he venido aquí a química para encontrar algo de ayuda con el fin de comprender este mensaje. ¿Quién puede saber más al respecto?

Ramsey se echó hacia atrás en su sillón detrás del escritorio, parpadeando sin darse cuenta mientras miraba a Gordon, intentando captar la situación. Tras un momento, dijo con suavidad:

—¿Dónde obtuviste esta información?

Gordon se agitó intranquilo en su silla.

—Yo… mira, no querría que esto saliera de aquí.

—Oh, por supuesto, por supuesto.

—He estado recibiendo algunas… señales extrañas… en uno de mis experimentos. Señales donde no debería haber ninguna. Ramsey parpadeó de nuevo.

—Oh.

—Mira, ya sé que todo este asunto no está demasiado claro. Sólo son fragmentos de frases.

—Eso es lo que esperabas, ¿no?

—¿Esperaba? ¿De que?

—Un mensaje interceptado, captado por una de nuestras estaciones de escucha en Turquía. —Ramsey sonrió con un toque de regocijo, frunciendo su piel en torno a sus azules ojos de tal modo que sus pecas parecieron juntarse.

Gordon se llevó una mano al cuello de su camisa, abrió la boca y volvió a cerrarla.

—Oh, vamos —dijo Ramsey, alegremente ahora que había penetrado en una historia obviamente secreta—. Sé lo que son todas estas cosas de la Inteligencia. Hay montones de tipos que trabajan en ello. El gobierno no puede conseguir la suficiente gente cualificada para tratar con todo esto, así que acuden a asesores.

—No estoy trabajando para el gobierno. Quiero decir, aparte la FNC.

—Por supuesto, no estoy diciendo que lo hagas. Está ese grupo de trabajo que tiene el Departamento de Defensa, ¿cómo lo llaman? Sí, Jason. Hay un montón de chicos brillantes allí, Hal Lewis ahí en Santa Bárbara, Rosenbluth aquí. Gente aguda.

¿Colaboraste en algo en ese trabajo de la reentrada de los misiles balísticos intercontinentales para el Departamento de Defensa?

—No podría decirlo —respondió Gordon con deliberada suavidad. Lo cual era exactamente la verdad, pensó.

—¡Ja! Buena frase. No podría decirlo. ¿Qué es lo que dijo el mayor Daley? «Lavarse no es lo mismo que tomar un baño». No te pediré que me reveles tus fuentes.

Gordon se dio cuenta de que estaba tirando de nuevo del cuello de su camisa, y descubrió que el botón estaba a punto de saltar. En sus días en Nueva York su madre había tenido que coserle uno cada semana o así. Más tarde la frecuencia había descendido, pero últimamente…

—Estoy sorprendido de que los soviéticos estén hablando acerca de este tipo de cosa, sin embargo —murmuró Ramsey, pensando para sí mismo. El fruncimiento alrededor de sus ojos se había relajado, y volvió a deslizarse dentro del molde del químico orgánico experimental ponderando un problema—. No han ido muy lejos en esa dirección. De hecho, en el último congreso en Moscú al que asistí, hubiera podido jurar que iban por detrás de nosotros. Van a dar un impulso bastante grande al empleo de fertilizantes en su próximo plan quinquenal. Pero nada de esta complejidad.

—¿Por qué los nombres de marcas americanas e inglesas? —dijo Gordon resueltamente, inclinándose hacia delante en su silla—. Dupont y Springfield, Y esto… «emitiendo desde el punto de repetido uso agrícola utilicen cuenca amazónica otros emplazamientos», y así.

—Sí —aceptó Ramsey—. Parece curioso. No supones que tenga nada que ver con Cuba, ¿verdad? Ése es el único lugar por donde andan revoloteando los rusos en Sudamérica.

—Hummm. —Gordon frunció el ceño, agitando la cabeza para sí mismo. Ramsey estudió el rostro de Gordon.

—Oh, quizás esto tenga sentido. ¿Algún tipo de acción lateral de Castro en el Amazonas? ¿Un poco de ayuda disimulada a los desheredados, para hacer las guerrillas más populares? Puede tener sentido.

—Parece un poco complicado, ¿no? Quiero decir, todas las otras partes acerca de la neuroenvoltura del plancton y lo demás.

—Sí, no comprendo eso. Quizá ni siquiera forme parte de la misma transmisión. —Alzó la vista—. ¿No puedes conseguir una transcripción mejor que ésta? Esos radioescuchas…

—Me temo que es lo mejor que puedo conseguir. Tú ya comprendes —añadió significativamente. Ramsey se mordió los labios y asintió.

—Si el Departamento de Defensa está tan interesado en conseguir este tipo de información… Fascinante, ¿no? Debe haber realmente algo en ella.

Gordon se alzó de hombros. No se atrevía a decir nada más. Aquél era un juego delicado, dejar que Ramsey se adentrara en una explicación de capa y espada, sin decirle realmente nada que no fueran completas mentiras. Había acudido al departamento de química preparado para explicarlo todo, pero ahora se daba cuenta de que eso no hubiera conducido a ninguna parte. Mejor seguir el juego de esta manera.

—Me gusta —dijo Ramsey con tono decidido. Dio una fuerte palmada a un montón de hojas de examen sobre su escritorio—. Me gusta mucho. Un maldito y curioso rompecabezas, y el Departamento de Defensa interesado en él. Ha de haber algo ahí.

¿Crees que Podremos obtener algunos fondos?

Aquello tomó a Gordon por sorpresa.

—Bueno, no sé… no había pensado… Ramsey asintió de nuevo.

—Correcto, entiendo. El Departamento de Defensa no va a soltar dinero sobre cualquier idea alocada que encuentre por ahí. Ellos desean algo más concreto.

—Algo sobre lo que apoyarse.

—Aja. Algunos datos preliminares. Algo que despierte el interés para proseguir con ello. —Hizo una pausa, como si estuviera revisando mentalmente posibilidades—. Tengo alguna idea acerca de como podemos empezar. Pero no puedo ponerme de lleno a ello inmediatamente, lo comprendes. Tengo un montón de otros trabajos en curso en este momento. —Se relajó, se reclinó en su sillón giratorio, sonrió—. Envíame una fotocopia de esto, y déjame madurarlo un poco, ¿eh? Me gusta un rompecabezas como éste. Pone un poco de salsa picante a las cosas. Te agradezco que hayas venido aquí, y que me permitas entrar en ello.

—Y yo me alegro de que tú estés interesado —murmuró Gordon. Su sonrisa era ligeramente amarga y distante.

13 - 14 de enero de 1963

Se abrió camino a lo largo de la calle Pearl, apretando los frenos a cada momento cada vez que las luces de frenada de los coches de delante se encendían premonitoriamente. El tráfico se iba haciendo más intenso casi cada día. Gordon sintió por primera vez irritación hacia los demás, gente que iba de un lado para otro, invadiendo el paisaje, llenando su porción de paraíso, empujándole. Parecía sin sentido, ahora que él ya se había instalado, desarrollar aún más aquella zona. Sonrió débilmente cuando se le ocurrió el pensamiento de que se había unido a la legión de los genuinamente trasplantados; California estaba ahora aquí, los otros venían de allá. Nueva York era más una idea distinta que un lugar distinto.

Penny no estaba en el bungalow. Él le había dicho que volvería tarde debido a un cóctel de reclutamiento en casa de Lakin, y había esperado a medias que ella hubiera dejado preparada una cena ligera. Fue arriba y abajo por el apartamento, preguntándose qué hacer a continuación, sintiéndose nervioso y con el estómago vacío después de tres vasos de vino blanco. Encontró una lata de cacahuetes y los fue masticando. Los papeles de Penny de su clase de composición estaban cuidadosamente apilados sobre la mesa del comedor, como si se hubiera tenido que ir aprisa, sin tiempo para guardarlos, Frunció el ceño; aquello no era propio de ella. Los papeles estaban cubiertos con su clara y rizada letra, etiquetando párrafos con «tibio» o «discutible», letras de imprenta gritando «FRAGSEM» o simplemente «AG»… falta de concordancia entre sujeto y predicado, le había explicado ella, no un grito de angustia. En la cabecera del ensayo de un estudiante sobre Kafka y Cristo ella había escrito:

Other books

Dragonmaster by Karleen Bradford
We Are the Ants by Shaun David Hutchinson
The Twilight Watch by Sergei Lukyanenko
Thai Girl by Andrew Hicks
Violent Spring by Gary Phillips
Crimson's Captivation by Melange Books, LLC
I Kissed A Playboy by Oates, Sorell