Criopolis (41 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Criopolis
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Jin, después de mirar a su madre, obedeció.

—Usted, Sato, levántese. Usted también, doctor, y póngase las manos sobre la cabeza. Sato, coja a la mini-zorra de la mano con su mano derecha. Ahora salgan todos en fila, y Oki con su porra los mantendrá a raya. ¡Ponla al máximo, Oki!

El grandullón tragó saliva, asintió, y jugueteó con el control en la base del mango.

—Ahora, sigan todos a Oki, salgan por la puerta y giren a la derecha. Sato primero, luego Leiber, después yo.

Con expresión completamente inmutable y concentrada, la madre agarró compulsivamente la mano de Mina. Las dos se levantaron juntas. Avanzó descalza por el suelo, la bata de felpa aleteando en torno a sus pantorrillas. Mina, lloriqueando y asustada, la siguió. Leiber-sensei habría parecido un tonto con las manos levantadas así, como si jugara un juego infantil de tocarse la nariz y las orejas y la cabeza, si no hubiera estado tan serio, tan pálido y tembloroso. Jin esperó a que la tenaza en su pelo se aflojara y la presión del cuchillo se volviera más débil, para poder retorcerse y correr, pero las grandes manazas que lo sujetaban no cedieron.

Siguieron a los demás al pasillo. Los pies de Jin apenas tocaban el suelo cuando lo arrastró y giró a la derecha. Dieron unos tres pasos hacia las escaleras del fondo.

Un grito tras ellos. La voz grave del soldado Roic:

—¡Alto!

El jefe Hans se dio media vuelta, todavía sujetando a Jin delante. Por el pasillo, desde las escaleras del otro extremo, venía Roic-san, con Miles-san corriendo a su lado y Raven-sensei tras él. Roic alzó el brazo derecho, algo en su puño demasiado borroso para que los ojos llenos de lágrimas de Jin pudieran distinguirlo. Su expresión era muy extraña, fría y remota, como si no fuera ninguna expresión.

Jin sintió vacilación en su captor. El filo del cuchillo mordió con más fuerza. Hans gritó:

—¡Otra vez tú! Suelta ese maldito aturdi…

Una luz blanca destelló en la mano de Roic-san, y se produjo un extraño sonido zumbante. El mundo, o tal vez la cabeza de Jin, pareció explotar en un chaparrón entrecortado de lluvia de colores. La lluvia se volvió negra, y lo ahogó en su seno.

19

Aunque no se lo esperaba, Roic recibió ayuda del doctor Leiber en su captura del otro miembro de seguridad de NeoEgipto. Oki había agarrado al científico cuando Roic le gritó, en teoría para impedirle disparar, pero luego le resultó difícil deshacerse de él: Leiber se agarró del grueso brazo izquierdo que intentaba aferrarlo, volviéndose, retorciéndose y tratando de esquivar lo que parecía una gruesa porra eléctrica, justo el tiempo suficiente para que Roic cubriera la distancia que los separaba y apuntara con su aturdidor entre los ojos de Oki.

—Ríndase, Oki —aconsejó Roic—. Ha pasado una eternidad desde que envié sus confesiones. Creía que ya se habrían dado cuenta.

Capturado e inmovilizado por la fija e implacable mirada de Roic tanto como por el arma que le apuntaba a la cabeza, Oki alzó reacio su brazo derecho y soltó la porra, que cayó con un castañeteo. Mientras aflojaba la presión, Leiber se apartó de él, resoplando pero con la espalda recta para variar. Sin que se lo pidiera nadie, Oki cruzó las manos sobre la cabeza y se puso a mirar al suelo, con aspecto triste.

La señora Sato, inquieta, se arrastró por el suelo para abrazar el cuerpo inconsciente de su hijo. El muchacho estaba pálido, pero Roic vio con satisfacción que el corte de su cuello era un simple arañazo que apenas sangraba.

—Lamento que Jin quedara atrapado en el radio de mi aturdidor, señora —le dijo Roic—. Pero he descubierto que a menudo soy mejor resolviendo estas situaciones lo más directamente que puedo. Es malo que se prolonguen.

—Esto es una pesadilla —gimió ella.

Roic reconoció sus palabras asintiendo, pero dijo:

—Ya se ha terminado, señora. Ahora mismo Raven le dará a Jin algo de sinergina —Roic miró a Raven—, y ni siquiera despertará con dolor de cabeza.

Raven captó la indirecta, se apoderó de la porra eléctrica y miró a su cautivo con aire curioso y pensativo, como un biólogo que planea la disección de un prometedor espécimen nuevo.

Oki, asombrado, lo miró a su vez.

—¿Quién demonios son ustedes, por cierto?

—Desde su punto de vista —dijo milord—, supongo que somos su karma a domicilio. ¿Por qué diablos no han huido usted y su amigo Hans cuando tenían la oportunidad, hace un rato? O ayer. Supongo. ¿Por qué volvieron con sus jefes?

—¡Tenemos familias! ¿Sabe?

Milord frunció el ceño. Roic se preguntó si este detalle no se le había ocurrido antes.

Oki vaciló un momento.

—Eso, y el dinero.

Milord frunció el ceño un poco más. Oki dijo a la defensiva:

—Por primera vez en mi vida, el dinero fue bueno. Compramos… una casa.

Roic sospechó que el mundo de Oki no era exactamente un lujo continuo. Si las prácticas de contratación de seguridad de NeoEgipto eran «buenas», probablemente era un hombre honrado antes de verse empantanado en esta historia por sus jefes. Roic miró a milord, preparado para darle un codazo y hacérselo entender, pero milord ya estaba en ello.

—No es demasiado tarde para limitar sus daños, ni siquiera ahora. ¿Cuál es el equivalente local de un Testigo del Emperador, lo sabe alguien? Tiene que haber uno.

—Creo que la Evidencia de la Prefectura, milord —dijo Roic.

—Da la casualidad de que tengo una buena abogada en nómina que puede asesorarles, si cooperan conmigo adecuadamente —les dijo milord a sus cautivos—. Es decir, ahora mismo.

Roic captó la indirecta y agarró con más fuerza su aturdidor, mirando a los ojos de Oki para darle énfasis al gesto.

—¿Adónde iban a llevar a Leiber y Sato? —preguntó milord—. No a dar un paseo, sin duda.

—Akabane nos está esperando en la calle con la furgoneta —murmuró Oki.

—¿El jefe de finanzas de NeoEgipto? ¿Solo?

Oki se humedeció los labios.

—Se suponía que sólo sería Leiber, ¿sabe?

Los ojos de milord se iluminaron.

—Es lo que queremos, Roic…
in flagrante delicto
y arrestado aquí mismo, si es posible. Un error del enemigo es un regalo táctico que nunca debe ser desperdiciado.

Sin que le preguntaran nada, Oki añadió:

—Iba a ser… para ellos: el presidente Kim, y Choi, que dirige Operaciones, y Napak, el jefe de investigación. Akabane nos abordó después de la gran reunión, dijo que estaba claro que nosotros y él íbamos a ser los chivos expiatorios, que los otros tres nos entregarían sin pestañear por la mañana si no se hacía nada. Pero sabía de la última vez que mi cuñado pertenecía a los Libertadores del Legado y…

—División y pánico, ah —dijo milord, bastante satisfecho—. Eso explica mucho. Aprisa, Roic. Akabane saldrá pitando en cuanto aparezca la policía.

Raven regresaba con un botiquín. Roic le pasó su aturdidor brevemente a milord, rodeó a Oki y le sujetó las muñecas a la espalda con sus propias esposas, recuperó el arma, agarró a Leiber por el brazo y corrió hacia las escaleras del fondo.

—¿Qué falta hago yo? —preguntó Leiber, un poco alarmado, mientras bajaban rápidamente los escalones.

—Puede identificar a Akabane por mí. No querría aturdir al tipo que no es, después de todo.

—Tiene mucha maña con esa arma.

—No hay problema. Tengo licencia para aturdir.

—Creí que era licencia para matar.

Roic hizo una mueca.

—Eso también. Pero no puede imaginarse todos los impresos que hay que rellenar después.

Leiber puso cara de no estar seguro de si era una broma o no, cosa que estaba muy bien, ya que Roic tampoco estaba seguro. Los procedimientos no eran nada divertidos en su momento. Ni en retrospectiva.

Atravesaron las pesadas puertas de metal situadas al fondo del edificio de recepción, se dirigieron a la izquierda y doblaron la esquina para llegar al largo lateral. Un breve camino de acceso en forma de U en el centro conducía a un espacio de entrada cubierto, donde los pacientes y visitantes sin duda bajaban antaño. El camino rodeaba lo que probablemente fuera un cuidado jardín y ahora no era más que un triste montón de hierbajos. No había luces de seguridad, pero un puñado de linternas fluctuantes revelaron a un montón de gente mayor vestida y desvestida de todas las formas, caminando por el sendero y en dirección al antiguo jardín. Para alivio de Roic, ningún brillo anaranjado se reflejaba en la bruma nocturna desde el otro lado del complejo, pero varios colores de luces de emergencia sí lo hacían, lo cual ayudaba a iluminar la escena como si fuera una fiesta de baile.

Una doble fila de aparcamientos se extendía por toda la fachada. Roic pudo ver el extremo del edificio de administración, más allá del de recepción, y situó mentalmente la oficina de la esquina de la señora Suze en el piso superior. Más allá del aparcamiento, las instalaciones quedaban rodeadas por la oxidada verja de hierro.

En la calle lateral, sólo había aparcados un par de vehículos oscuros y distantes, pero más allá de la verja con su cascada garita de seguridad estaba aparcada una furgoneta familiar. La verja, naturalmente, había sido forzada y la habían dejado abierta de par en par.

—Muy bien —dijo Roic—. Espere a que me oculte tras la garita, luego salga al jardín y siga a los demás. Asegúrese de que pueden verlo desde la calle, pero no se acerque demasiado.

—Espere, espere, ¿quiere usarme como cebo? —dijo Leiber, indignado—. ¡Creí que quería que identificara a Akabane!

—Esto servirá —respondió Roic, razonablemente—. Nadie más intentará cogerlo. Además, eso le hará salir del vehículo.

«Espero.»

—¿Por qué molestarse?

—Primero, no puedo aturdido a través de la furgoneta, y segundo, aunque no sea por otra cosa, lord Mark lo podrá acusar de allanamiento. Lo cual lo contendrá durante esta noche. Por la mañana ya será demasiado tarde.

—Creía que ese tal Fuwa era el dueño del lugar.

—Si lord Mark no es el dueño ya, es que no lo conozco.

No es que nadie lo conociera realmente, ni siquiera milord. Bueno, tal vez la señorita Kareen.

—Vamos.

Roic le dio a Leiber un empujoncito para animarlo y luego se escabulló entre las sombras para ocultarse tras la garita, donde no pudieran verlo desde la calle.

Leiber caminó dando tumbos de manera muy convincente entre los matorrales, aunque Roic habría preferido que lo hiciera unos cuantos metros más allá, alzando la cabeza y con cara de asombro, mostrando su cara de frente y de perfil. Durante un minuto, Roic no estuvo seguro de que Akabane fuera a picar el anzuelo, y estaba intentando diseñar un nuevo plan, cuando la furgoneta pasó ante la garita. Roic se agazapó en las sombras.

Por un horrible instante, se preguntó si había calculado mal la situación: si Akabane elevaba la furgoneta a la altura de la cabeza para caer encima de su víctima, Leiber no estaría en disposición de confesar nada más a nadie de nuevo. Alguien había intentado hacer lo mismo con milord una vez, según le había contado éste a Roic, pasando varias veces por encima como una gran bota aplastante que estuvo a centímetros de reducirlo a una mancha en el suelo. Roic se tensó como un corredor al principio de la carrera, preparado para salir en sprint al rescate de su cebo.

Pero tal vez estos vehículos locales tenían sensores de seguridad para impedir esta clase de accidentes, o tal vez Akabane se inhibía por el centenar de testigos presentes. En cualquier caso, cuando su puerta lateral se abrió la furgoneta simplemente se plantó en el césped ante Leiber, impidiendo que lo vieran los viejos, que en su mayoría estaban mirando la fuente de las luces destellantes.

Una oscura forma saltó de la furgoneta hacia Leiber, que retrocedió. Roic disparó a las rodillas y abatió a la figura, que emitió un grito ahogado de sorpresa y furia. Unas cuantas zancadas rápidas, y Roic estuvo en posición de poner su inmovilización favorita de baja potencia en la nuca del tipo, desde una distancia que hacía imposible fallar.

—Rápido, ayúdeme a subirlo a la furgoneta —le dijo a Leiber, quien asintió jadeando y obedeció.

El jefe de finanzas Akabane resultó un lugareño típico: podría haber sido el tío pícaro de Raven si el clon Durona hubiera tenido tíos de alguna clase. Aunque Akabane no parecía especialmente pícaro en este momento, sólo pálido y flácido. Y, esperaba Roic, derrotado.

A pesar de todos los días que milord llevaba combatiendo al grupo de NeoEgipto, ésta era la primera vez que Roic veía directamente el rostro del enemigo, a excepción de unos cuantos vids. Todo había sido acción en la distancia, como en una guerra espacial. O tal vez alguna extraña forma mutante de ajedrez donde las reglas cambiaran cada dos movimientos. El formidable padre de milord, que en tiempos fue almirante espacial, podría haberse sentido a sus anchas, y milord apenas habría pestañeado, pero para Roic parecía algo extraño e incruento y distante, aunque agradecía la parte incruenta.

Y entonces Roic se preguntó cómo debía de haber parecido la súbita estela de caos de milord en sus asuntos a los confusos hombres de las criocorporaciones, que pensaban que lo tenían todo atado y bien atado. Esa visión le hizo sonreír, aunque fue una sonrisa que hizo que Leiber se retirara incómodo.

Por el rabillo del ojo, Roic vio las luces de los vehículos de emergencia que llegaban a la calle: atravesarían la verja en cuestión de segundos.

—Mézclese con la multitud y reúnase conmigo en la puerta del fondo —le dijo a Leiber, y siguió rápidamente su propio consejo.

Mezclarse con la multitud resultó ser un poco dificultoso, ya que era una cabeza más alto y como un siglo más joven que las personas que lo rodeaban. Pero estaban sucediendo tantas cosas ahora mismo que nadie le prestó mucha atención.

Leiber llegó a su lado un poco después.

—¿Ya está? —preguntó.

Roic asintió.

—Milord se encargará del resto. El aturdidor ya ha hecho su efecto. —Roic sintió un momento de modesta satisfacción por su trabajo—. A partir de aquí, son todo palabras. Que no son mi departamento.

Tras una pausa añadió:

—Afortunadamente.

Jin abrió los ojos para descubrir que estaba mirando el techo. De la sala de recuperación, advirtió después de volver la cabeza. Se tocó la cara, que le cosquilleaba, y abrió y cerró los párpados varias veces, pero no se sentía especialmente mareado ni aturdido. Tampoco se sentía especialmente bien. Ni fu ni fa, en realidad. Parecía estar tumbado en una de las diversas mesas-cama de la habitación, aunque no tenía ninguna sábana, y sentía su quebradizo plástico viejo extraño contra la piel.

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