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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Criopolis (40 page)

BOOK: Criopolis
2Mb size Format: txt, pdf, ePub
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—La confidencialidad con el cliente tiene ciertos límites, lord Vorkosigan —le advirtió Xia. Amablemente, pensó él.

—¿Inmunidad diplomática?

—Funciona para usted. No para mí. Pero en este caso, con los cargos criminales que sin duda le caerán a NeoEgipto, puede que haya medios legales de librar al señor Kang y la señora Khosla de sus captores. Citándolos como testigos, para empezar.

Miles ladeó la cabeza, reflexivo.

—Si podemos evitar que sean destruidos por NeoEgipto sobre la marcha.

—Eso sería una importante consideración a tener en cuenta para diseñar la estrategia, sí.

—Kareen, ponla en nómina —señaló Mark.

Xia sonrió cautelosamente.

—El plato de mi trabajo está ya bastante lleno. Sólo he podido acudir aquí esta noche por la hora.

—¿Socia o empleada?

—¿Yo? Soy una de tres asociadas en el departamento de leyes comerciales galácticas de mi bufete. Trabajamos para un socio.

—El Grupo Durona necesitará asesoría legal a tiempo completo —murmuró Kareen—. Tal vez deberíamos hablar de su salario… más tarde.

Xia pospuso el tema, provisionalmente.

—En cualquier caso, señora Suzuki, la invito a pensar en cuál es el mejor resultado práctico a largo plazo para sus patrones. Usted sirve a una comunidad; esta tecnología tiene potencial para servir al planeta. Si el…

Una explosión en el exterior sacudió las ventanas. Roic se incorporó de un salto y se asomó a la noche.

—¿Qué demonios…?

—Eso ha sonado horriblemente cerca —dijo Xia, inquieta.

—¿Hemos sido nosotros? —preguntó la señora Suze—. Tenbury…

—Podría ser la fábrica de plásticos de al lado —dijo Fuwa, uniéndose a Roic—. Aunque no imagino qué pueden estar haciendo a esta hora. O algo en la calle… ¿Un choque?

Pero con la red de control de tráfico municipal, los choques eran cada vez más raros, pensó Miles.

—Es difícil decir la dirección —comentó Tenbury, estirando también el cuello.

—Sube a mirar al tejado —ordenó la señora Suze.

Tenbury estaba saliendo por la puerta cuando el comunicador de muñeca de Miles trinó, por el canal seguro de emergencia. «Vorlynkin. Mala señal.» Miles se encontró de pie sin recordar haberse incorporado.

—Aquí Vorkosigan.

—Lord Auditor. —Vorlynkin parecía sin resuello—. Un equipo de pirómanos… he contado cuatro hombres… acaba de lanzar una bomba incendiaria por la ventana de la planta baja de la torre térmica. Asterzina, creo: era un acelerante líquido en dos partes, al menos.

—¡Llame a los bomberos locales!

—Ya lo he hecho, señor. —La cadencia del lenguaje de Vorlynkin volvía a su antiguo entrenamiento militar, advirtió Miles de pasada—. Y a la policía también. Deberían llegar de un momento a otro.

—Bien hecho.

—Ahora estoy averiguando si hay más intrusos. No he detectado a ninguno hasta ahora. Estoy seguro de que no queda nadie en la torre térmica… No puedo saber si los hay debajo.

—Deje abierto este canal.

—Bien, señor.

Miles se dio media vuelta para descubrir que todo el mundo estaba mirando a Fuwa, que parecía horrorizado.

—¡No he sido yo! —lloriqueó prácticamente el contratista—. ¡Esta vez no! ¿Por qué iba a hacerlo ahora? ¡Estoy a punto de librarme de este muerto!

—¡Mis torres térmicas! —exclamó Tenbury, lanzándose de nuevo hacia la puerta.

Suze lo agarró por la manga.

—¡Si se desploman, todos empezarán a descongelarse!

—¡Mis torres térmicas! —gimió Fuwa—. ¡Mis instalaciones! —«Mis.»

—Tenbury. —La señora Suze sacudió el brazo del custodio, con fuerza—. Diles a todos los que veas que salgan de los edificios y se reúnan en el solar delante del edificio de recepción. Yo despertaré y advertiré a todos los de esta planta.

La entrada del edificio de recepción de patrones estaba en el lado opuesto del complejo de cuatro edificios donde de momento estaba el fuego, un mapa del trazado del incendio en la mente de Miles. Así que el incendio había tenido lugar lo más lejos posible del edificio de recepción, y de la gente que ahora había dentro. Esto apestaba a maniobra de distracción.

—¿Deberíamos ir con Vorlynkin? —preguntó Roic, sacudiéndose como un caballo al principio de una carrera.

—No. Con Leiber. Lo interesante sucederá con Leiber.

Roic abrió mucho los ojos cuando captó las implicaciones: Miles no tenía que aclarar nada.

—Ah.

—Suze, iremos a dar el aviso en el edificio de recepción —añadió Miles.

La señora Suze, ya sin aliento y con las manos en el corazón, asintió y dijo:

—Sé que Vristi Tanaka está en el primer piso. Creo que acaba de empezar una criopreparación.

—La informaremos, igual que a nuestra gente.

Ella le dio las gracias con un gesto y salió, acompañada de Xia, que preguntaba dónde podrían estar todos los residentes que dormían a estas horas. Tenbury se adelantó corriendo. Miles y Roic los siguieron y se volvieron en la dirección opuesta al llegar a las escaleras más cercanas.

A través de las puertas de la oficina, Miles vio a Mark y Kareen, que sujetaban a Fuwa, uno por cada codo, proporcionando una resistencia combinada que claramente sorprendía al hombretón, que casi perdió el equilibrio.

—Fuwa-san —empezó a decir Mark con su tono más civilizado—, hablemos de rebajas por incendio.

Jin bajó a trompicones el último tramo de escaleras, jadeando, cargando con Nefertiti. Por algún motivo incomprensible, la criatura se había asustado y lo adelantó en el callejón bajo el edificio término cuando Vorlynkin desapareció tras la esquina, y por suerte Jin pudo capturarla. Bueno, había parecido suerte en ese momento. La esfinge parecía pesar al menos el doble desde entonces. Gruñía continuamente, y había soltado pelaje y plumas en la camisa de Jin, pero no intentaba arañarlo.

—Esa puerta —rezongó Jin, y Mina asintió y la abrió de par en par. Tenía un cartel, por este lado: «Puerta de incendios. No bloquear.» ¿Eso significaba que detendría un incendio? Jin esperaba no tener que averiguarlo.

Nefertiti se agitó un poco más, y finalmente saltó de la sudorosa y débil presa de Jin justo cuando llegaban al pasillo de la sala de recuperación, así que el chico pudo al menos conducirla a esta zona más confinada. Leiber-sensei, que estaba sentado en una ajada silla plegable mirando ansiosamente la nada, se irguió cuando entraron.

—¡Creí que ibas a deshacerte de ese bicho! —dijo, mirando a la esfinge con disgusto.

Su madre se incorporó en su cama.

—¿Jin? ¿Mina? ¿Qué ocurre?

—¡Eran ninjas, mami! —declaró Mina, sin aliento—. ¡Los hemos visto! ¡Le han pegado fuego al escondite de Jin!

—¿Qué?

—No eran ninjas —dijo Jin, impaciente—. Eran sólo unos tipos estúpidos vestidos de negro.

—¿Tiene algo que ver con el extraño golpe que hemos oído a través de las paredes hace unos minutos? —preguntó su madre.

Jin asintió.

—Ha sonado aún más fuerte de cerca. El cónsul Vorlynkin ha dicho que era una especie de acelerante líquido.

Su madre se quedó boquiabierta.

—¿A qué distancia estabais?

—¡Estábamos en lo alto del edificio, mirándolos! —dijo Mina—. ¡La bola de fuego era toda naranja y negra!

Leiber-sensei se levantó y se agarró al respaldo de su silla, con aspecto muy inquieto.

—¿Dónde está Raven-sensei? —preguntó Jin—. Vorlynkin dijo que teníamos que contarle lo del incendio, y hacer lo que él dijera.

—Ha bajado al primer piso a ayudar a la tecnomed Tanaka con una criopreparación —dijo Leiber-sensei.

La madre de Jin se levantó de la cama y se acercó a la pared de su cabina y apoyó las manos contra el cristal.

—Jin, tal vez será mejor que bajes y les digas lo que está pasando. ¿Se extendía muy rápido el fuego?

—No lo sabemos.

—Tal vez sea mejor que busque una habitación con ventana y me asome —dijo Leiber-sensei.

—¿Dónde ha ido Stefin? —preguntó la madre—. ¡Se suponía que tenía que cuidar de vosotros dos!

—Creo que ha ido a buscar más ninjas —dijo Mina.

La madre se llevó una mano a los labios.

—¿No es eso lo que debe hacer el soldado Roic?

—Probablemente estará con Miles-san —dijo Jin, mientras se dirigía de nuevo hacia la puerta—. ¡Mina, no dejes que Nefertiti se escape!

Leiber-sensei siguió de cerca a Jin. Y entonces retrocedió cuando abrieron la puerta de una patada. Mina chilló.

Y también Nefertiti.

—¡Enemigos, enemigos! —gritó, aleteando como loca por toda la habitación y subiéndose a una mesa.

«Oh, Nefertiti, cuánta razón tienes», pensó Jin, retrocediendo mientras el jefe Hans y el sargento Oki entraban en la sala de recuperación.

La pareja parecía agotada, y furiosa, y mucho, mucho más grande en vertical que tendida en el suelo de la oficina del garaje, babeando mientras roncaba. Se habían cambiado el arrugado pijama azul médico que llevaban antes, y ahora vestían pantalones grises y gruesas chaquetas de uniforme, con cinturones de equipo y grandes botas, pero sin ninguna insignia ni chapa ni marcas de identificación.

—¡Ahí estás, mojón estúpido! ¡Por fin! —le rugió Hans a Leiber-sensei, que retrocedió contra una mesa, pálido.

—¿Qué demonios…? —dijo el ancho Oki, observando a su público—. ¿Qué están haciendo aquí estos niños? Ese gilipollas de Akabane no dijo nada de niños.

—No importa, cógelo.

Oki se adelantó y agarró a Leiber-sensei y le dio la vuelta, haciendo algo con la porra de policía que llevaba en la mano y retorciendo el brazo del científico en su espalda. Leiber-sensei aulló.

—¡Suéltelo! —gritó la madre de Jin a través del cristal.

Hans volvió la cabeza y entornó los ojos.

—¿Qué demonios…? ¡Es esa zorra de Sato! Deben de haberla despertado. ¡Nos ha tocado la lotería! ¡Cógela también, Oki!

—Lo tendrás que hacer tú. Tengo las manos ocupadas —replicó su compañero.

Leiber-sensei trató de resistirse no oponiendo resistencia, y casi logró escabullirse de la tenaza de su captor, pero Oki lo obligó a erguirse una vez más, liberó la mano de la porra y golpeó el muslo de Leiber-sensei lanzándole una fuerte descarga eléctrica. Leiber-sensei aulló con ganas. Con un jadeo de sorpresa, Oki dio un respingo y casi lo soltó, ya que la sacudida eléctrica evidentemente había viajado por el cuerpo de su víctima y le había alcanzado la mano. Pero recuperó su presa antes de que el tembloroso científico pudiera escapar de ella.

Hans avanzó hacia la cabina y pulsó el cierre de control. La puerta se deslizó, y salió una vaharada de aire.

—¡No! —dijo Jin, tan lleno de pánico que su visión se nubló—. ¡No puede salir todavía! ¡Se pondrá enferma!

—Se pondrá mucho más enferma cuando Akabane termine con ella —replicó Hans. Se abalanzó hacia su madre, que dio un salto al otro lado de la cama, y casi llegó a la puerta y la libertad antes de que volviera a abalanzarse, la cogiera por el brazo y la lanzara contra la pared de cristal con un golpe estremecedor. La sacó a la fuerza de la cabina, tambaleándose, arrastrando sus largos cabellos.

—¡No, no pueden llevarse a mi mami! —gritó Mina—. ¡Acabamos de recuperarla!

Agarró la silla plegable, la cerró y golpeó con todas sus fuerzas. Puede que intentara alcanzar al jefe de seguridad en el estómago, pero Mina era muy bajita, y apuntó a ciegas, mientras se volvía. En cambio, las patas de la silla lo alcanzaron directamente en la entrepierna… pero no con suficiente fuerza.

Se dobló, diciendo palabras realmente horribles, pero no soltó el brazo de su madre. Con el otro puño, dio un revés a Mina, que cayó de culo, llorando. Su madre intentó darle una patada, con más precisión que Mina, pero estaba descalza y le faltaba el aliento.

—¿Cómo se atreve… a tocar… a mis hijos, horrible… asesino?

Recordando la sangre que corría por la cara de Vorlynkin, Jin rodeó la mesa donde estaba Nefertiti, envarada, aleteando, la piel erizada en una oscura cresta por toda su espalda, agitando la cola y chillando incoherentemente. La agarró y la lanzó hacia Oki, que estaba más cerca. El hombretón gritó, agitando su porra, pero sólo alcanzó las plumas de las alas, que se chamuscaron con un hedor terrible. Nefertiti saltó para esquivarlo, arañando su chaqueta aunque no consiguió más que una marca profunda en su grueso cuello. Sin embargo, Leiber-sensei logró zafarse de él. El científico se alejó cojeando, apartándose de la porra.

—¡Oh, por el amor de Dios! —dijo Hans—. ¡Akabane no dijo que tendríamos que capturar a una maldita tribu!

Mientras Jin embestía con la peregrina idea de darle un cabezazo en el estómago, Hans apartó con fuerza a su madre, quien cayó y resbaló por el suelo cerca de Mina, que corrió a su lado. El hombretón se dirigió entonces hacia Jin, lo agarró por el pelo y le hizo darse media vuelta. Jin gritó, con lágrimas de dolor en los ojos. Oyó un extraño chasquido junto a la oreja, miró bizqueando y logró ver una hoja de acero de al menos quince centímetros pasar ante su cara y alojarse bajo su barbilla levantada.

—¡Todo el mundo quieto! —gritó el jefe Hans.

Todos obedecieron.

—¡Tú no, Oki! —añadió Hans, impaciente.

—Después del día que hemos tenido, no me presiones.

El alivio y el terror en la cara de Oki convencieron a los demás de que no era un farol y que la cosa iba en serio. Jin pudo sentir el filo de la hoja presionando contra su piel, y mechones de pelo que caían de su cabeza.

—Muy bien —dijo Hans. El gran pecho contra el que Jin se apretujaba ahora se agitó en busca de aire, y tal vez de equilibrio. ¿Podría estar asustado también este hombre? Era una idea extraña, y no resultaba tranquilizadora—. Comportaos, todos, o le rajo la garganta al crío, ¿entendido? ¡Tú, deja de moverte! —Tiró hacia delante y atrás de los pelos de Jin.

La madre del chico, todavía en el suelo, alzó la cabeza llena de furia, pero dijo con voz agudizada por el temor:

—¡Jin, quédate quieto!

Jin pudo ver a Leiber-sensei tragar saliva. Cojeando, la esfinge se había refugiado en las sombras bajo una de las mesas, donde se agazapó y murmuró quejumbrosa:

—¡Enemigos, enemigos, fuera, casa, duele!

Eso y la respiración de la gente eran los únicos sonidos en la habitación sin ventanas.

Hans se enderezó.

—Eso está mejor. Ahora, tú, chaval, métete las manos en los bolsillos.

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