»Ese compás de espera le dio a todo el mundo tiempo para calmarse y pensar, incluido yo. Me sentía muy mal al respecto. Sobre todo por Lisa. Había destruido todo por lo que ella trabajaba, aunque sólo intentaba ayudar. Así que cuando me ofrecieron el soborno, lo acepté, aunque no me lo creyera ni por un momento, porque pensé que eso los pacificaría —reflexionó—. Creo que sobornaron a Rog mucho antes.
—¿Qué forma tuvo ese soborno?
—Nada útil de manera inmediata, eso lo tuvieron claro. Todo son opciones de acciones que se revalorizan después de un puñado de años. Siempre pensé que me despedirían antes de tener que pagar nada, pero no lo sé. Me dejaron trabajar de verdad: desarrollé una prueba de escáner no invasivo para las malas preparaciones, que después de todo era una tarea que no podría haberse asignado a cualquiera. El primer pago tendría que haberse hecho pronto, y eso es lo que puso en marcha mi plan.
—¿Qué plan?
—Rescatar a Lisa. —Los ojos de Leiber brillaron, y miró a Miles a los ojos casi por primera vez—. Es lo que me ha mantenido en pie durante el último año y medio. —Bajó la voz, suplicante—. Tenía que conservar mi trabajo con Neo-Egipto para tener acceso a su criocámara, ¿comprende? Me di cuenta de ello prácticamente al instante.
»Al principio, pensé en ahorrar suficiente dinero para rescatarlos a todos, a Kang y Khosla y Lisa, enviar las tres criocámaras en secreto a Escobar para revivirlos allí. Pero costaba más de lo que creía. El tiempo se agotaba, pensé que los Cuatro bajaban un poco la guardia conmigo, así que revisé el plan para rescatar sólo a Lisa, llevarla a Escobar y presentar cargos contra NeoEgipto y todo el sistema corrupto desde allí, donde estaríamos a salvo.
—Ya veo que lo planeó muy bien —dijo Miles, con tono neutro, y se llevó la mano a la boca para impedir que se le escapara ningún sermón prematuro.
Leiber casi se exaltó.
—¡Habría funcionado! Podríamos haber estado a salvo, juntos. Ni siquiera habríamos tenido que regresar a Kibou, si no hubiéramos querido. Con mis credenciales, yo podría haber encontrado trabajo para mantenernos a ambos.
Por el rabillo del ojo Miles vio una leve perturbación en la cortina. Tuvo cuidado de no volver la cabeza.
Leiber le dirigió a Raven una mirada especulativa.
—Tal vez incluso un lugar como el Grupo Durona. —Su mirada se volvió más urgente—. Tal vez, si ustedes pudieran ayudarme, todavía podría salir bien…
Las heroicas visiones de Leiber fueron bruscamente interrumpidas cuando la cortina se retiró y la señora Sato golpeó el cristal y gritó algo, ininteligible a causa de la barrera. Miles señaló su comunicador de muñeca.
Leiber casi se cayó de la silla.
—¡Lisa! —exclamó, aunque Miles no estuvo seguro de si de alegría o de terror.
La señora Sato al parecer no captó el mensaje sobre el comunicador, porque cerró los puños y se dio la vuelta para salir por la puerta de su cabina. Raven corrió a interceptarla, aunque sólo para ponerle apresuradamente la mascarilla filtrante antes de que la puerta se abriera de golpe. Prudentemente, Roic se había apartado de en medio.
—:¡Seiichiro Leiber, idiota! —gritó la señora Sato, más o menos lo que Miles había supuesto que intentaba decir, ya que él mismo había estado esforzándose por no decirlo—. ¿En qué estabas pensando? ¿Ibas a secuestrarme, sacarme del planeta y abandonar a mis hijos? ¿Y atraparme allí, sin dinero para volver a casa?
—¡No, no! —dijo Leiber, levantándose rápidamente y extendiendo suplicante las manos—. ¡No era así! ¡No iba a ser así!
Todo iba a ser exactamente así, en la mente de Leiber, dedujo Miles. Un rescate principesco, con Leiber en el papel principal y el «felices para siempre jamás», si no planeado, al menos muy deseado. ¿Había tenido voz alguna vez Blancanieves en su ataúd de cristal? ¿O voto?
—¡Lisa, sé que todo esto fue culpa mía! ¡Todo se iba a arreglar, lo juro!
Miles pensó que tras la mascarilla la señora Sato murmuraba algo. Pudo comprenderla.
—¿Arreglarlo? —estalló—. ¡Lo empeoraste!
—¿Saben? —intervino Raven—. Inquietar y poner nervioso a un nuevo redivivo no es bueno para el sistema inmunológico. Ni para ningún otro sistema.
Desde luego, hacía falta un ejercicio más suave que acumular rabia. Los colapsos eran otra posibilidad real en los redivivos más frágiles, recordó tenuemente Miles. Interesado como estaba en qué más podía sonsacarle a Leiber, era hora de intervenir.
—Bueno, su plan se ha ido al garete —la tranquilizó—. Tendremos que ver si se nos ocurre algo mejor.
Se levantó de un salto y arrastró la silla de Raven.
—Por favor, señora Sato, siéntese. Agradeceré enormemente su colaboración, en este punto.
Sin aliento, la señora Sato se sentó, los ojos marrones todavía mirando a Leiber por encima de la mascarilla. También Leiber se sentó, o tal vez sus rodillas cedieron.
La señora Sato se frotó la frente, un gesto que hizo que Raven frunciera el ceño, preocupado. Su voz mostró cansancio, igual que su cuerpo.
—Si las corporaciones se han vuelto tan corruptas y están tan por encima de la ley que pueden escaparse incólumes no sólo con sus robos, sino con asesinatos, ¿qué esperanza queda para Kibou?
—¿Escapar? —propuso Leiber.
Los ojos de ella lanzaron chispas de desprecio por encima de la mascarilla.
—¿Dejar que mis hijos sean engullidos por esas fauces? —Tomó aire—. ¿Los hijos de todo el mundo?
—NeoEgipto no ha escapado incólume aún a ningún asesinato —dijo Miles suavemente—. De hecho, tanto secretismo sugiere que son vulnerables en ese punto. Una bomba pestilente suficientemente grande, bien apuntada, podría alcanzar todavía el objetivo.
La señora Sato sacudió la cabeza. Miles no estaba seguro de que sus espasmos de desesperación fueran el resultado del agotamiento postresurrección, perfectamente comprensible dadas las circunstancias, o de un conocimiento de los problemas de Kibou-daini mucho más profundo que el suyo propio. La mirada que le dirigió Raven, sin embargo, sugirió lo primero.
—Roic —dijo por encima de su hombro—. Quiero que hagas un interrogatorio con pentarrápida a esos dos payasos que tenemos abajo. Concéntrate en los asesinatos, pero saca todo lo que puedas, sobre todo respecto a sus jefes. Envía las grabaciones al consulado, por enlace seguro.
—¿Serán admisibles esas confesiones en los tribunales locales?
—Hummm… Tengo que pensarlo. El hecho de que nosotros no seamos las autoridades locales podría fastidiarlo un tanto. Vorlynkin puede preguntarle a la abogada del consulado. —Miles se preguntó qué estaría pensando aquella mujer, todavía desconocida, de la batería de extrañas preguntas legales que le hacía su cliente. Bueno, era sin duda tiempo que se ahorraba—. En cualquier caso, quiero asegurar las pruebas para mis propios propósitos. Más vale pájaro en mano y todo eso.
—¿Querremos seguir liberándolos después? ¿Si son asesinos?
—Hablas como si fueran aficionados, no asesinos a sueldo. Y aficionados torpes además. Eh… Depende de lo que surja en los interrogatorios. Raven puede asistir, pero que no lo vean. No tiene sentido que sepan más de lo que ya saben.
—¿Y si los dos son alérgicos?
Una alergia inducida y fatal a la pentarrápida no era desconocida entre los agentes galácticos encubiertos. Miles no estaba tan seguro con estos civiles.
—Que Raven lo compruebe primero. Los parches de pruebas están en mi maletín junto con la pentarrápida. Si lo son, llámame.
Roic asintió. Miles confiaba en las habilidades interrogatorias de Roic en asuntos criminales: era una tarea en la que podía delegar sin problemas.
—Los asuntos mayores… —Miles se interrumpió—. Todavía no les he pillado el tranquillo. Es difícil ver cómo esta tecnología, ampliamente adoptada y combinada con la naturaleza humana, no se encontrará a su debido tiempo con las mismas trampas en todas partes. En un sentido más amplio, esto también es problema de Barrayar, o lo será.
Bueno, tenía una defensa absoluta para su informe de gastos de esta misión. Era una preocupación menor, pero creciente.
Roic se rascó la cabeza.
—La cosa es que todo el mundo aquí pretende lo mismo. Si los de arriba permiten que todo el sistema se vuelva tan corrupto, ¿cómo esperan poder asegurar sus propias resurrecciones futuras?
—No subestime nunca la capacidad humana para el auto-engaño y la ceguera —dijo Miles. Ni la de una sociedad entera tan dedicada a evitar la muerte, que quizá se había olvidado de vivir.
Roic tamborileó con los dedos en la costura de su pantalón.
—Sí, probablemente.
Un movimiento llamó la atención de Miles: la puerta exterior de la sala de recuperación se abría. En ella apareció Vorlynkin, ansiosamente remolcado por Jin y Mina.
Miles señaló.
—Señora Sato, creo que tiene visita.
Ella volvió la cabeza. Jadeó, bajo la máscara, y sus ojos se ensancharon. Saltó de la silla, Raven se puso en alerta por si el súbito movimiento la mareaba peligrosamente, pero ella salía ya de la cabina.
—¡Jin! ¡Mina!
—¡Mami!
La pareja corrió hacia delante, pero como no habían soltado a Vorlynkin, el hombre se vio obligado a dar unas cuantas zancadas largas y desequilibradas que hicieron que acabara cara a cara con la señora Sato. Ella se hincó de rodillas para abrazar a sus hijos, primero a uno, luego al otro, luego a los dos juntos, con todas sus fuerzas. A Miles le pareció que estaba llorando. Se acercó a la puerta de la cabina y se apoyó en el marco, observando. Ni siquiera Jin, con toda la austeridad de sus casi doce años, rechazó el abrazo y los besos ahora.
—¡Mina! —La señora Sato se separó un poco de su hija y la observó. Su voz tembló—. ¡Has crecido!
Por primera vez, pensó Miles, recuperaba aquellos dieciocho meses perdidos y lo que le habían robado. Una prueba que podía tocar, no sólo palabras y más palabras.
Ella alzó la cabeza por fin, y con cierto asombro miró a Vorlynkin.
—¿Y éste quién es?
—Es Vorlynkin-san, mami —respondió Mina ansiosamente—. Ha cuidado de nosotros en su casa. ¡Tiene un gran jardín! A todas las criaturas de Jin les gusta también. —Cogió la mano de Vorlynkin y se agarró con fuerza para columpiarse, sin la menor desazón por parte del cónsul.
Vorlynkin sonrió y le ofreció a la señora Sato su otra mano. Después de un primer intento tembloroso por levantarse, ella advirtió que la necesitaba, y la aceptó. Era tan alto que tuvo que alzar la cabeza: a Leiber podía mirarlo directamente a los ojos.
—Stefin Vorlynkin, señora Sato. Soy el cónsul de Barrayar en Kibou-daini. Encantado de conocerla por fin.
Ella hizo un gesto para que su hija dejara de usar al cónsul como columpio, pero Mina ya había soltado la mano y daba vueltas entusiasmada. Jin saltaba arriba y abajo con un estallido de explicaciones, la mayoría de las cuales parecían girar sobre la continuada salud y bienestar de sus criaturas, con especial referencia a Lucky.
—¿Ha estado usted cuidando de mis hijos? —preguntó, insegura.
—Sólo estos últimos días, señora. Tiene usted un par de chicos muy buenos. Muy inteligentes.
Miles pensó que bajo la máscara tal vez un atisbo de sonrisa asomara a su boca. Desde luego, era la primera vez que veía sus ojos oscuros brillar de placer.
Raven intervino entonces para acompañar a su todavía recién rediviva a la cama, pero permitió que la reunión familiar continuara. Miles observó a través del cristal, los niños agitando las manos y explicando sus vidas durante los últimos dieciocho meses, la señora Sato con aspecto inquieto mientras se esforzaba por entender lo que decían.
Vorlynkin se acercó a mirar por encima del hombro de Miles.
—Me alegra ver que está despierta y consciente. Eso resuelve para mí varios problemas legales. Ahora sí puedo proteger a esos niños.
—Muy bien. —Miles sonrió.
Roic recogió a Raven y se marchó a cumplir su siguiente tarea. Leiber, con aspecto confuso, saludó sin afecto a la familia Sato a través del cristal y dijo:
—¿Y qué hago yo ahora?
Miles se volvió hacia él, se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared.
—Bueno, desde luego no es prisionero. Las únicas personas sobre las que tengo autoridad legal para poder arrestarlas son otros barrayareses.
—Oh, ¿y qué hay de Hans y Oki?
—No los he arrestado, los he secuestrado. Según Roic. Veo que tendré que explicarle alguna vez la diferencia entre permiso y perdón.
—¿Y cuál es la diferencia? —preguntó Vorlynkin, alzando las cejas.
—Normalmente, el éxito. En cualquier caso, doctor Leiber, puede usted marcharse cuando quiera. No se lo recomiendo, a menos que tenga un plan mejor para esconderse que el anterior. Suponiendo que Hans y Oki no sean los únicos matones de sus jefes.
—No, no lo son —suspiró Leiber.
—También puede quedarse si quiere. Pasar aquí la noche puede que sea mejor escondite que cualquier callejón, eso es seguro. Sospecho que a todos nos vendría bien un poco de tiempo para digerir esto. Aunque también le sugiero que vuelva a pensarse cualquier intento de abordar su lanzadera orbital mañana por la tarde. Puedo asegurarle que no pasará del espacio-puerto.
—No —reconoció tristemente Leiber—. Ya no.
—¿Y qué va a hacer usted a continuación, milord Auditor? —preguntó Vorlynkin.
Miles se frotó la mandíbula y frunció pensativo el ceño.
—Lo que hace cualquier comandante cuando está en inferioridad numérica, supongo. Buscar aliados.
El interrogatorio que Roic realizó a sus dóciles prisioneros salió tan bien como Miles esperaba, aunque las ansiosas autojustificaciones de Hans y Oki se filtraron a través de la feliz bruma causada por la pentarrápida. Como Leiber había supuesto, las dos muertes fueron más resultado de la torpeza que de la malicia, aunque la imagen de la pareja de matones persiguiendo a la anciana señora Tennoji por su apartamento para arrojarla por el balcón era bastante repugnante. Su intento por obligar a George Suwabi a hacer aterrizar su volador podría haber funcionado, si hubiera aterrizado en terreno seco en vez de en aguas profundas. Podrían haberlo sacado de la jaula de seguridad para meterlo en el congelador abiertamente, fingiendo tan sólo un rápido rescate de un hombre por lo demás fatalmente herido. Tal como salieron las cosas, su cadáver ahogado fue rescatado de las aguas demasiado tarde incluso para que los médicos de Kibou-daini pudieran ayudar.