Crimen En Directo (6 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #novela negra

BOOK: Crimen En Directo
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El teléfono, que estaba encima de la cama de su hija, lo sacó de sus cavilaciones.

—Hola.

—…

—¡Vaya! Hola, Erica.

—…

—Sí, es un poco duro. Las niñas se fueron ayer por la tarde.

—…

—Ya, ya sé que vendrán otra vez dentro de una semana, pero me parece una eternidad. Bueno, dime, ¿cómo estás tú?

Dan la escuchó con atención. La preocupación que reflejaba su semblante antes de la llamada se agravó más aún.

—¿Tan mal están las cosas? Bueno, si hay algo que yo pueda hacer, dímelo.

Continuó escuchando a Erica hasta que, finalmente, le respondió:

—Pues... sí que puedo, claro. Si crees que servirá de algo.

—…

—Bien, entonces, saldré ahora mismo.

Dan colgó el auricular y permaneció un rato sentado, sumido en honda reflexión. No sabía si, realmente, podía contribuir en algo, pero cuando Erica le pedía ayuda, no se lo pensaba un momento. Hubo un tiempo ya lejano en el que fueron pareja, aunque desde hacía muchos años eran sólo muy buenos amigos. Además, Erica le había ayudado durante su separación de Pernilla, y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella. También Patrik se había convertido en buen amigo suyo, y Dan los visitaba a menudo.

Se puso el anorak y salió con el coche. No le llevó más de unos minutos llegar a casa de Erica, que le abrió enseguida.

—Hola, entra —le dijo dándole un abrazo.

—¡Hola! ¿Dónde está Maja? —Dan miró con interés a su alrededor en busca de la pequeña, que se había convertido en su bebé favorito. Y le gustaba creer que Maja también lo miraba con buenos ojos.

—Está durmiendo,
sorry
—respondió Erica riendo. Sabía que su princesita suscitaba en Dan más interés que ella, con creces.

—Bueno, intentaré subsistir sin hacerle cosquillas en el cogote.

—No creas, no tardará en despertarse. Venga, entra. Anna está en el dormitorio. —Erica señaló el piso de arriba.

—¿Crees que es buena idea? —preguntó Dan inquieto—. Quizá a ella no le apetezca lo más mínimo. Puede que incluso se enfade.

—No me digas que un hombre alto y fuerte como tú se echa a temblar ante la ira de una pobre mujer —bromeó Erica mirando a Dan, cuyo aspecto imponía, sin duda.

—Pero es verdad que me parezco mucho, ¿no? —Dan adoptó una pose ridículamente artificial, antes de romper a reír—. No, creo que tienes razón. Y mis días de guaperas han terminado para siempre. Supongo que necesitaba eliminarlo del sistema...

—Bueno, tanto Patrik como yo deseamos que llegue el día en que nos traigas a una novia con la que se pueda mantener una conversación.

—Quieres decir, teniendo en cuenta el alto nivel intelectual reinante en esta casa... Por cierto, ¿cómo van las cosas en el programa
Hotel Paradise?
¿Siguen dentro tus favoritos? ¿Quién llegará a la final? Tú que eres fiel telespectadora, sabrás ponerme al día de lo que pasa en ese programa cultural que constituye un reto para tu cerebro ansioso de conocimiento. Y Patrik... bueno, él podrá decirme algo sobre la quiniela. Eso son matemáticas avanzadas.

—Ja, ja, ja. Tú ganas —le dijo Erica dándole un puñetazo en el brazo—. Anda, sube y haz algo de provecho. Quién sabe si, al final, no me vas a ser útil.

—¿Estás segura de que Patrik sabe lo que hace? Creo que tendré una charla con él sobre lo sensato que puede ser llevarte al altar. —Dan ya había subido la mitad de las escaleras y le hablaba por encima del hombro.

—Muy gracioso... ¡Anda, sube ya!

A Dan se le atragantó la risa en la garganta en los últimos peldaños. Apenas había visto a Anna desde que fue con los niños a vivir a casa de Erica y Patrik. Al igual que el resto del país, había leído acerca de la tragedia en los diarios, pero cuando iba a ver a Erica, Anna se quedaba en su habitación. Por lo que Erica le decía, pasaba allí encerrada la mayor parte del tiempo.

Llamó discretamente, pero no obtuvo respuesta. Volvió a llamar.

—¿Anna? ¿Hola? Soy Dan, ¿puedo entrar? —Anna seguía sin contestar y él se quedó fuera, desconcertado. La situación no le resultaba cómoda en absoluto, pero le había prometido a Erica que le ayudaría y no le quedaba más remedio que intentarlo. Respiró hondo y empujó la puerta. Anna estaba tendida en la cama, despierta. Clavaba en el techo la mirada vacía y tenía las manos cruzadas sobre el estómago. Ni siquiera miró a Dan cuando entró. Este se sentó en el borde de la cama. Ella seguía sin reaccionar.

—¿Qué tal? ¿Cómo estás?

—¿A ti cómo te parece que estoy? —respondió Anna sin apartar la vista del techo.

—Pues nada bien. Erica está preocupada por ti.

—Erica siempre está preocupada por mí —respondió Anna.

Dan sonrió.

—Sí, desde luego, en eso tienes razón. Es un poco como una madre sobreprotectora, ¿no?

—Y que lo digas —respondió Anna mirando a Dan.

—Pero su intención es buena. Y ahora está más preocupada que de costumbre, diría yo.

—Sí, claro, ya lo sé —dijo Anna exhalando un suspiro. Un suspiro largo y profundo que pareció liberar mucho más que un poco de aire—. Es que no sé cómo salir de esto. Es como si me hubiese quedado sin un ápice de energía. Y no siento nada. Nada en absoluto. No estoy triste. Y no estoy contenta. Simplemente, no siento nada.

—¿Has hablado con alguien?

—¿Te refieres a un psicólogo o algo así? Sí, Erica también insiste en ello. Pero tampoco para eso tengo fuerzas, no me veo hablando con un extraño. Sobre Lucas y sobre mí. No podré.

—Y ¿conmigo...? —Dan dudó un instante y se movió inquieto en el borde de la cama—. ¿Podrías plantearte hablar conmigo? No es que nos conozcamos mucho tú y yo, pero desde luego no soy un extraño.

Calló y aguardó tenso su respuesta. Esperaba que dijera que sí. De pronto, sintió un terrible instinto protector al ver su cuerpo demacrado y la mirada llena de ansiedad. Se parecía tanto a Erica aunque, al mismo tiempo, eran tan distintas... Una versión de Erica más asustadiza y más frágil.

—Pues... no lo sé —respondió Anna vacilante—. No sé qué podría decirte. Ni por dónde empezar.

—Podemos empezar por dar un paseo, ¿no? Si quieres hablar, hablas. Si no, pues caminamos un rato. ¿Te parece? —Al propio Dan le pareció que sonaba ansioso.

Anna se incorporó y se sentó despacio en la cama. Se quedó un rato de espaldas a él, hasta que se levantó.

—Vale. Daremos un paseo. Sólo un paseo.

—Vale —respondió Dan. Bajó la escalera delante de Anna y echó una ojeada a la cocina, donde oyó trajinar a Erica—. Vamos a dar una vuelta —le gritó. Con el rabillo del ojo vio que Erica se esforzaba por fingir que aquello no tenía nada de extraordinario.

—Hace fresco fuera, así que más vale que te abrigues —le dijo a Anna, que, siguiendo su consejo, se puso una trenca beis y una bufanda color hueso.

—¿Estás preparada? —le dijo, con la sensación de que la pregunta tenía más de una dimensión.

—Sí, eso creo —respondió Anna quedamente antes de salir al sol primaveral.

—Oye, ¿tú crees que uno llega a acostumbrarse un día? —preguntó Martin cuando iban en el coche camino de Fjällbacka.

—No —respondió Patrik parcamente—. O al menos, eso espero. Y, de ser así, sería el momento de cambiar de profesión.

Tomó la curva de Langsjö a más velocidad de la recomendable y Martin se agarró convulsamente, como siempre, del asa del techo. Se dijo que no debía olvidar advertirle a la nueva compañera que se guardara de ir en el coche con Patrik. Aunque ya era tarde, claro, pues había acudido con él por la mañana al lugar del accidente, así que habría vivido ya su primera experiencia de proximidad con la muerte.

—¿Qué tal es? —preguntó Martin.

—¿Quién? —respondió Patrik, que parecía más distraído que de costumbre.

—La nueva, Hanna Kruse.

—Ah, sí, bien... —respondió Patrik.

—¿Pero?

—¿Cómo que pero? —Patrik volvió la vista hacia Martin, que se agarró al asa con más fuerza aún.

—¡Oye, mira la carretera, coño! Bueno, me ha dado la impresión de que querías añadir algo.

—Bah, no sé —dijo Patrik, para alivio de Martin, ya con la vista en la carretera—. Es sólo que no estoy acostumbrado a la gente tan tremendamente... bueno, ambiciosa.

—¿Y qué puñetas quieres decir con eso? —rió Martin, aunque sin poder ocultar que se sentía un tanto dolido.

—¡Vamos, hombre! No te lo tomes a mal, no quiero decir que tú carezcas de ambición, pero Hanna es... ¿cómo describirla? ¡Superambiciosa!

—Superambiciosa —respondió Martin con escepticismo—. Tienes reservas hacia ella porque es ¡superambiciosa! ¿No podrías ser más explícito? Y además, ¿qué tienen de malo las chicas superambiciosas? No serás de los que piensan que la policía no es para mujeres, ¿verdad?

Patrik volvió a apartar la vista de la carretera para dirigirle a Martin una mirada de lo más desconfiada.

—Vamos a ver, ¿es que no me conoces en absoluto o qué? ¿Crees que soy un machista de mierda? Un machista cuya pareja gana el doble que él, en todo caso... Lo que quiero decir es que... ¡Bah! Da igual, ya te darás cuenta tú mismo.

Martin guardó silencio unos minutos, al cabo de los cuales preguntó:

—¿Lo dices en serio? ¿Erica gana el doble que tú? —Patrik se echó a reír.

—Ya sabía yo que eso te cerraría el pico. Pero, para ser sinceros, sólo en bruto, antes de las retenciones. Con las retenciones, todo va a parar a las arcas del Estado. Y es una suerte. Hacerse rico habría sido una puta pena.

Ahora fue Martin quien se echó a reír.

—Sí, qué triste destino. Nadie quiere exponerse a una cosa así.

—No, ya te digo —convino Patrik con una sonrisa, pero enseguida adoptó una expresión grave. Acababan de entrar en el barrio de Kullen, compuesto de altos edificios muy próximos unos a otros. Dejó el coche en el aparcamiento. Ambos permanecieron unos minutos sentados y en silencio. —Bueno, pues ya toca. Otra vez.

—Sí —dijo Martin con un nudo cada vez más grande en el estómago. Sin embargo, no había vuelta atrás. Mejor acabar cuanto antes.

—¿Lars? —Hanna puso el bolso en el suelo, colgó la cazadora y dejó los zapatos en el armario zapatero. Nadie respondió—. ¿Hola? ¿Lars? ¿Estás en casa? —Notó que la preocupación empezaba a empañar su voz—. ¿Lars? —Fue llamándolo por toda la casa. Todo estaba en calma. Las partículas de polvo revoloteaban a su paso y se veían claramente a la luz primaveral que se filtraba por las ventanas. El propietario no se había esforzado mucho en dejarla limpia antes de alquilarla, pero ella no se sentía con ánimo de ponerse manos a la obra nada más llegar. La inquietud que sentía neutralizaba todo lo demás—. ¡LARS! —gritó, ya en voz alta, aunque sin oír nada más que su propia voz, que rebotó contra las paredes.

Hanna continuó su recorrido por la casa. No había nadie en la planta baja, de modo que subió aprisa las escaleras hacia el primer piso. La puerta del dormitorio estaba cerrada. La abrió despacio.

—¿Lars? —dijo suavemente. Lo encontró tumbado en la cama, de costado y de espaldas a ella. Se había tumbado sobre la colcha y estaba vestido, pero, por lo pausado de la respiración, Hanna dedujo que dormía. Con mucho cuidado, se tumbó a su lado, pegada a él y en la misma postura. Se quedó unos minutos escuchando su respiración y notó que el ritmo la adormecía. El sueño se llevó su preocupación.

—¡Vaya mierda de sitio! —exclamó Uffe al tiempo que se dejaba caer en una de las camas que había preparadas en el espacioso local.

—Pues yo creo que va ser divertido —dijo Barbie dando saltitos sentada en su cama.

—¿Acaso he dicho yo que no vaya a ser divertido? —se burló Uffe—. He dicho que esto es un agujero de mierda, pero nosotros vamos a animarlo, ¿a que sí? No hay más que ver los recursos que han puesto a nuestra disposición —dijo incorporándose y señalando el bar bien repleto—. ¿Qué decís? ¿Empezamos la fiesta?

—¡Sí! —corearon todos, menos Jonna. Nadie miró las cámaras que zumbaban a su alrededor. Estaban demasiado habituados como para cometer ese tipo de fallos de principiante.

—Pues vamos, joder, ¡salud! —gritó Uffe, antes de empezar a beber cerveza directamente de la botella.

—¡Salud! —respondieron los demás alzando sus botellas. Todos menos Jonna, que se quedó en la cama mirando a los otros cinco, sin moverse.

—Y a ti ¿qué coño te pasa? ¿Es que no somos lo bastante buenos para que bebas con nosotros?

Todas las miradas se volvieron expectantes hacia Jonna. Todos eran muy conscientes de que un conflicto suponía un buen programa y nada les interesaba tanto como hacer de
Fucking Tanum
un buen programa.

—Es que ahora no tengo ganas —respondió Jonna evitando la mirada de Uffe.

—Es que ahora no tengo ganas —la imitó Uffe con voz aflautada. Miró a su alrededor, para asegurarse de que contaba con el apoyo de los demás y, al ver la expectación en sus caras, continuó—: ¡Qué coño! ¿Es que eres abstemia o qué? Creía que estábamos aquí para hacer de esto una ¡FIESTA! —exclamó antes de alzar la botella y dar otro par de tragos.

—No es abstemia —se atrevió a decir Barbie, que calló enseguida ante la mirada de reprobación de Uffe.

—¡Bah, dejadme en paz! —soltó Jonna bajándose de la cama—. Voy a dar una vuelta —dijo al tiempo que se ponía un chaquetón amorfo de estilo militar que tenía colgado en la silla.

—Sí, lárgate —le gritó Uffe—. ¡Perdedora de mierda! —Se carcajeó ruidosamente y abrió otra cerveza. Luego, miró a su alrededor—. ¿Qué coño hacéis ahí mirando? Es el momento de la gran ¡FIESTA! ¡Salud!

Tras unos segundos de silencio, empezaron a difundirse por el local unas risas nerviosas. Luego, también los demás alzaron sus botellas y se entregaron a la nebulosa del alcohol. Las cámaras no dejaban de filmar con su zumbido incesante, acentuando la embriaguez de los chicos. Ser visto era muy agradable.

—Papá, ¡que están llamando a la puerta! —Sofie vociferó antes de volver a su conversación telefónica. Exhaló un suspiro—. Mi padre es tan lento. Jo, no soporto esto. No veo la hora de volver con mi madre y con Kerstin. Una mierda tener que estar aquí justo cuando están filmando
Fucking Tanum.
Los colegas iban a verlos y yo me lo pierdo todo. ¡Tenía que pasarme a mí, mierda! —se lamentó—. ¡Papá! ¡Que ABRAS la puerta! ¡Están llamando! —volvió a gritar—. Ya te digo, soy demasiado mayor para andar de una casa a otra en plan hija de padres separados. Pero siguen sin llevarse bien, así que ninguno me hace el menor caso. ¡Qué infantiles son!

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