—Aferren ya la mayor.
Bolitho observó a los escasos hombres disponibles que se abalanzaban sobre las escalas de flechastes. El otro capitán vería lo falto de dotación que iba el
White Hills
e imaginaría que había sufrido algún ataque. A aquella distancia era fácil distinguir el boquete que el proyectil de dieciocho libras del
Trojan
había abierto en el costado.
Enfocó su lente para observar la cubierta del otro velero, ajeno por completo a los gritos y maldiciones de los hombres que luchaban con las lonas rebeldes. Frowd tenía razón. El bergantín iba armado hasta la borda, y en su cubierta se agolpaban hombres listos para todo.
Se preguntó qué habría ocurrido con el comandante inglés asignado al bergantín cuando éste fue capturado por los rebeldes. Catorce cañones y una dotación entrenada constituían un enemigo considerable. Bolitho observó el barco que se inclinaba hacia él, mecido por el oleaje, y dejaba entrever la cubierta principal y la hilera de cañones de la banda opuesta. No se observaba que los servidores trabajasen en ellos, por más que en la borda más cercana asomaban algunas cabezas por encima de las portas. Eso le hizo sospechar que esos cañones estaban cargados y listos.
Moffit cruzó la cubierta y ofreció con ánimo:
—¿Tendrá necesidad de mí, señor? Sé cómo hay que hablar con esos bribones.
—Esté preparado.
Estudió en el barco enemigo la posición de cada una de las velas y se detuvo luego en la espuma que bullía bajo la roda de su proa. Se hallaba cada vez más cerca. Sus vergas se movían como si las manejase un solo hombre.
Media milla más. Ya faltaba poco.
Desplazó la mirada hacia su propio velero y percibió los gestos rápidos y angustiados de su reducida dotación. Hasta los heridos trataban de alargar sus cuellos para observar al enemigo por encima de la regala de barlovento.
—¡Descienda ya, señor Quinn! —gritó Bolitho para luego dirigirse hacia Stockdale y Buller—: Asegúrense de que nuestra gente mantiene escondidas todas las armas. En cuanto dé la orden, esos cañones tienen que salir por sus portas como si les fuese la vida. Hagan fuego a discreción. A lo mejor acertaremos a sus oficiales. La sorpresa nos permitirá separarnos y huir.
Quinn se acercó resollando con la mirada fija en el barco enemigo.
—¿Cree que piensan atacarnos?
—No.
Bolitho se cruzó de brazos deseando que, visto contra el tapiz brillante de las olas y la espuma, se le notase más seguro y tranquilo de lo que realmente se sentía.
—De querer hacerlo, se habrían lanzado ya sobre nosotros. Disponen de toda la ventaja.
Bastaría que la brisa eligiese aquel momento para cambiar de dirección… Forzó a su mente a negar esa posibilidad y se concentró en las velas y el gallardete del palo mayor. El viento, fresco y regular, venía del noroeste. El
White Hills
lo recibía por la aleta de babor, escorado hacia estribor con sus vergas braceadas. Si lograban sacar de dudas al otro capitán y mantenerle separado hasta la puesta de sol, acaso lograrían despistarle durante la noche en el laberinto de islas, y zafarse de él al día siguiente.
Tras eso, si el capitán corsario se obsesionaba en lograr una victoria y conseguía atraparles de nuevo, podrían despistarle de nuevo hacia el norte, o en los estrechos canales que se abren entre Nevis y San Cristóbal. En esas aguas traidoras, cerca de puntos peligrosos como el llamado Scotch Bonnet, podían osar incluso engañar a su perseguidor y llevarlo sobre los escollos.
En aquella precaria circunstancia, su único aliado era el viento. Ambos bergantines arbolaban la totalidad de su trapo y podían, en caso de necesidad, virar de bordo o ponerse con el viento a fil de roda con gran agilidad.
—Parece que gobierne rumbo sureste franco, señor —indicó Stockdale—. Recibe el viento prácticamente en popa redonda.
Bolitho asintió, consciente de que Stockdale pretendía ser de alguna ayuda con su comentario, ya de marino profesional.
La distancia ya se había reducido a menos de un cuarto de milla, lo que permitía distinguir perfectamente las figuras vigilantes plantadas en la toldilla y el castillo de proa del otro velero.
—Moffit: en cuanto se dirija a nosotros, dígale que el capitán Tracy está acostado, que fue herido de gravedad durante un encuentro con los británicos. —Vio que el hombre apretaba con fuerza los labios y añadió—: No es ninguna mentira, ¿verdad? Lo mejor es lo más simple.
—¡Si esos malditos nos abordan, señor, yo personalmente me ocuparé de que el canalla no sobreviva! —replicó con odio Moffit.
Los servidores de la batería de barlovento se desplazaban de rodillas entre los cuatro pequeños cañones, cual seguidores de un extraño culto religioso. Cada cañón llevaba bala y metralla. Su impacto apenas habría hecho mella sobre un majestuoso navío de dos cubiertas como el
Trojan
. Pero una andanada que acertase sobre el alcázar del enemigo podía salvarles. Tiempo, tiempo, tiempo. La palabra golpeaba en su mente como un martillo sobre el yunque.
Dos sombras se movieron por el costado del R
evenge
. Inmediatamente Bolitho oyó cómo se les escapaba a los marineros heridos un murmullo de ansiedad. El
Revenge
había alzado las tapas de dos de sus portas de proa. Sin dejar de vigilar la popa, vio por el rabillo del ojo que el sol se reflejaba en los morros de las dos piezas empujadas hacia fuera.
—El bandido nos ha reconocido —musitó con incomodidad Frowd.
Bolitho meneó su cabeza.
—No lo creo. De tomarnos por enemigos ya habría sacado toda la batería y soltado una andanada, y quizá luego caído con el viento en popa para cruzar nuestra estela. —De nuevo era como si pensase en voz alta para compartir sus reflexiones con los hombres cercanos—. Al igual que hemos hecho nosotros, nos ha estado vigilando todo este tiempo. Ya se debe de haber percatado de la ausencia de Tracy. Si se trata de un capitán embarcado hace poco tiempo, se lo pensará mucho antes de correr algún riesgo. Aunque tampoco querrá que sus hombres le vean dudar. Seguir a un hombre como Tracy no es tarea fácil.
Vio que algunos de sus marineros se miraban los unos a los otros buscando una seguridad o una confirmación. Él mismo sabía que sus palabras no pasaban de ser una mera conjetura basada en sus propias esperanzas.
El capitán del R
evenge
podía ser más veterano y experimentado que el propio Tracy. En ese mismo instante podía mantener todos sus cañones cargados, con los servidores listos para abrir fuego, y esperar a acercarse al
White Hills
en su misma bordada para bombardearle con una andanada directa.
Moffit, con ademán despreocupado, agarró una bocina de metal y se acercó a los obenques de barlovento. El todavía enemigo se hallaba demasiado lejos para oírle, pero el gesto podía ayudar a disipar sus sospechas.
En caso contrario, el combate estallaría sobre ambas cubiertas en menos de un cuarto de hora.
—Ustedes —ordenó con voz pausada Bolitho— conduzcan a todos los heridos hasta la cubierta inferior. Si tenemos que abandonar el barco, el bote de popa quedará reservado para ellos.
Frowd se revolvió sobre la tapa de la escotilla como un perro preso de un ataque de rabia.
—¡Maldita sea su estampa! —rugió con una mueca producida por el dolor que recorría su cuerpo—. ¡No pienso morir como una mujerzuela enferma! —Luego adoptó un tono más controlado y explicó—: No quiero faltarle al respeto, señor, pero le ruego que lo vea también desde mi punto de vista.
—¿Cuál es su punto de vista?
Frowd vacilaba como un arbusto agitado por el viento, buscando equilibrio en el vaivén del casco que se alzaba sobre una ola y cortaba la mar.
—Si su plan funciona, señor, y yo ruego a Dios que sea así, seremos perseguidos, y sólo podremos ganar gracias a la suerte y a una mejor navegación:
—Es posible —dijo Bolitho con una sonrisa.
—Pero si, como sospecho, nos vemos obligados a luchar, le ruego por el amor de Dios que me permita tomar parte en el combate. Desde que tengo memoria que estoy alistado en la Armada. Si acabo mi vida acobardado en el sollado mientras el metal y el fuego sobrevuelan la cubierta, mi vida habrá sido de lo más inútil.
—Muy bien —respondió Bolitho mirando hacia Couzens—. Ayude al teniente a desplazarse a popa. Ocúpese de abastecerle de munición y pólvora para que pueda recargar las pistolas y los mosquetes. Así daremos la impresión de contar con una fuerza superior en número y armamento.
—Eso quiero decir, señor —exclamó Frowd—. No pido nada más. Ellos son cuatro hombres por cada uno de nosotros, acaso más. Manteniendo un ritmo de disparo rápido podemos acabar con unos cuantos.
Parecía increíble, reflexionó Bolitho. Las palabras de Frowd acababan de presentar la idea de la muerte como una posibilidad obvia e inevitable, pero al mismo tiempo habían hecho desvanecer la aprehensión que le dominaba un momento antes. La peor parte en un combate era siempre la espera; tanto él como sus hombres entendían mucho mejor la tarea de luchar y morir. Le parecía oír de nuevo las palabras de Sparke. Manténgales ocupados. Que no tengan tiempo para quejarse o acobardarse.
Se volvió para observar el
Revenge
, cuyas velas de trinquete y foques restallaban en el viento como alas perfiladas. Al instante supo que el bergantín modificaba su rumbo para acercarse aún más al
White Hills
. Cuanto más próximo se hallaba, más impresionante y bien armado se veía.
Su casco llevaba las marcas del tiempo y el océano; sus velas, parcheadas en numerosos lugares, mostraban numerosas manchas. Tras apresarlo, los nuevos dueños del bergantín lo habían usado sin descanso para luchar contra sus antiguos dueños, pensó sombríamente Bolitho.
—Dejaremos pasar unos minutos más, Stockdale. Luego quiero que dé timón a estribor y gobierne franco hacia el este. Es la maniobra más lógica para colocarnos a su nivel y mantenernos al alcance de su voz.
El sonido metálico de una pica que golpeaba contra la cubierta le hizo parpadear. Inmediatamente el servidor imprudente la recogió bajo una cascada de maldiciones y amenazas proferidas por Buller.
Vio los machetes y las pistolas junto a los hombres. La espera, que se alargaba por insoportables minutos, les hacía mantener los músculos en tensión. Todos parecían soportar un enorme peso sobre los hombros.
—¡Hombres a las brazas! ¡Listos para maniobrar!
Bolitho se desplazó hacia el costado y añadió con firmeza:
—¡Tranquilos, muchachos! Sin prisas. —Vio que algunos se detenían y le observaban sorprendidos. Para alguien acostumbrado a servir en un navío de Su Majestad, oír la orden de maniobrar sin prisas era como una blasfemia. Por eso añadió—: Pretendemos hacerles creer que somos hombres de secano, ¿recuerdan? —Era increíble, pero una broma tan burda despertó risas y muecas entre algunos de ellos—. ¡Olviden por un rato que son marineros de primera!
—¡Pero no por mucho rato! ¿eh? —añadió con voz aguda Buller, que también mostraba una sonrisa.
—Adelante, Stockdale.
A medida que las vergas y el timón pivotaban en una torpe conjunción de movimientos, el pequeño bergantín cayó tres cuartas hacia sotavento. Los mástiles del
Revenge
parecieron desfilar hacia la popa hasta que apareció navegando en rumbo paralelo. Su bauprés y su botalón se hallaban a la altura del coronamiento del
White Hills
, separados por una distancia de medio cable.
Obediente, o así lo parecía, el otro velero se unió a la maniobra y cayó aún más en el lecho del viento, apoyado sobre la amura de babor. No más de cincuenta yardas separaban a los dos bergantines, aunque el
Revenge
iba algo retrasado. A cada cambio de rumbo, el
White Hills
ganaba unos minutos preciosos y una ventaja minúscula sobre su indeseado compañero.
Frowd habló entre dientes:
—Gracias a Dios, esta vez no tienen ninguna señal preestablecida entre ellos.
—Habla usted como el Sabio.
Pero Frowd estaba en lo cierto. El enemigo había disfrutado de tiempo de sobra para examinarles de arriba abajo, así como para iniciar el diálogo en un código de señales parecido al usado por las armadas profesionales.
Aparte del rugido de la espuma que corría junto al casco y el sonoro restallar de las velas, el silencio más profundo reinaba en la cubierta.
—Veo a uno de ellos con una bocina en la mano, señor —explicó Moffit. Luego dirigió a Bolitho una mirada calmada y añadió—: Sé lo que debo decir. No le fallaré.
—No te conviene hacerlo, compañero —replicó a su lado Rabbet—. ¡He estado en demasiadas mazmorras para terminar pudriéndome vivo en una de las de esa gente!
Moffit soltó una sonrisa antes de agitar la bocina en dirección al otro velero. Ambos bergantines trazaban su ruta en igual bordada, lo que en otra ocasión hubiese producido una imagen bella y elegante. En aquel momento, sin embargo, su controlado avance encerraba en cada uno de ellos una cualidad amenazadora. Eran como dos fieras que se observaban, una de ellas recelosa de caer en la trampa, mientras la otra temía mostrar cualquier asomo de debilidad al adversario.
Y fue entonces, en el mismo instante en que alguien saludaba con el brazo desde el alcázar del
Revenge
, que un terrible aullido rasgó la tensión del aire. Sonó como un quejido inhumano procedente de un alma en tormento insoportable.
Tanto los hombres de las brazas como los que se escondían junto a los cañones observaron a su alrededor, aterrados primero, furiosos cuando el aullido ganó volumen y se volvió más salvaje.
—¿Qué es eso, en el nombre de Dios? —preguntó Quinn con un jadeo.
—Gallimore, señor —aventuró Stockdale—. Se le debe de haber reventado la herida.
Bolitho asintió con el gesto notando el sabor de la bilis en su garganta, mientras recordaba la imagen de la carne gangrenada, horrible. Su podredumbre emanaba tal hedor que había sido necesario trasladar a Gallimore al pañol del cable de fondeo.
—Digan a Borga que le haga callar.
Intentó olvidar los gritos para apartar de su mente la imagen del hombre que sufría bajo cubierta.
Una voz que cruzaba desde el otro bergantín obligó a Bolitho a regresar a la realidad y al peligro.
—¡Ah del
White Hills
! ¿Qué diantre era ese aullido?