—¿Por qué, Dan?
—Porque el estado ha recortado el presupuesto para educación en un quince por ciento y no pudo encontrar suficiente personal de secretaría y de vigilancia al que despedir. —McCallum dejó cuidadosamente su bolígrafo rojo sobre el montón de exámenes y miró a Archie, arqueando las cejas—. ¿Tiene hijos, detective?
Archie hizo un mohín.
—Dos.
—Envíelos a una escuela privada.
—¿Qué le ha pasado a su barco, Dan?
McCallum volvió a coger su bolígrafo y escribió «suspenso» en uno de los exámenes, trazando un círculo entorno a la nota.
—Un incendio en el muelle lo destruyó. Aunque presumo que ya está enterado.
—En realidad, parece que el incendio se inicio en su embarcación. —Ese comentario hizo que McCallum prestara atención —. Los restos del incendio indicaban que el fuego comenzó con un acelerador. Gasolina, para ser exactos.
—¿Alguien incendió mi barco?.
—Efectivamente, Dan.
Una de las enormes cejas comenzó a temblarle. McCallum apretó su velluda mano en torno al bolígrafo rojo.
—Mire —dijo, alzando la voz con un tono estridente—. Les dije a los detectives dónde estaba cuando desaparecieron las chicas. No he tenido nada que ver con eso. Les daré una muestra de ADN, si quieren. No enseño Biología porque no me gusta diseccionar ranas. Yo no soy el que están buscando. Ni sé por qué alguien ha incendiado mi barco Pero no creo que tenga nada que ver con esas chicas.
Archie se puso de pie y se inclinó sobre la mesa, apoyándose en los nudillos para colocarse por encima del profesor.
—El asunto es —comenzó Archie— que el fuego comenzó en la cabina, Dan. Eso nos hace pensar que alguien tenía una llave. ¿Por qué entrar en un barco para incendiarlo? ¿Por qué no echar un poco de gasolina sobre la cubierta y comenzar allí el fuego?
El rostro de McCallum se oscureció y miró con desesperación a Archie y a Claire.
—No lo se. Si el fuego comenzó en la cabina, entonces alguien entró en el barco. Pero no sé por qué.
—¿Cuándo fue la última vez que estuvo en él? preguntó Archie.
—El lunes hizo una semana. Era la primera vez que lo sacaba esta temporada. Navegué unas pocas millas por el Willamette.
—Vio alguna cosa fuera de lugar?
—No. Todo estaba como lo había dejado. Al meno eso me pareció.
—¿Quién sabe que tiene un barco? —interrogó Archi.
—Bueno, lo tengo desde hace nueve años. Multiplique por cien alumnos al año. Eso le da una cifra de novecientos sólo en el Cleveland. Mire, no soy el profesor más popular Soy exigente. —Levantó unos cuantos exámenes de sus alumnos como para demostrar lo que decía—. El semestre pasado ninguno de mis alumnos de Física Avanzada recibió un sobresaliente. Tal vez alguno de los chicos perdió la cabeza y quisiera castigarme. A mí me gustaba mucho ese barco. Todos lo sabían. Si alguien quería hacerme daño, el barco era un buen objetivo.
Archie observó detenidamente a McCallum, que había comenzado a sudar profusamente a medida que transcurrían los minutos. A Archie no le gustaba. Pero había aprendido hacía mucho tiempo que, aunque un sospechoso no le cayera bien, eso no significaba que estuviera mintiendo.
—Muy bien, Dan. Puede irse. Tomaremos una muestra de su ADN. Claire le indicará adonde ir.
McCallum se levantó, recogió los exámenes y los guardó en una ajada cartera de cuero. Claire abrió la puerta.
—Espéreme en el vestíbulo un minuto, Dan —le pidió. Éste asintió y salió.
Claire miró a Archie.
—No tenemos ningún ADN con el que comparar el suyo —dijo.
—Ya, pero él no lo sabe —replicó Archie—. Toma una muestra y que lo sigan a todas horas.
—Fue un incendio en un barco, Archie.
—Es lo único que tenemos.
Susan, sentada en su coche en el aparcamiento, llamó al móvil de Justin Johnson.
—Hola —contestó el muchacho.
Ella se lanzó de cabeza a la explicación que había ensayado.
—Hola, J.J. Mi nombre es Susan Ward. Nos conocimos el aparcamiento del Cleveland. A mi coche le habían puesto un cepo, ¿te acuerdas?
Hubo una larga pausa.
—Se supone que no debo hablar con usted —le dijo. Y colgó.
Susan se quedó mirando su teléfono.
¿Qué demonios estaba sucediendo?
Susan se cambió de ropa tres veces antes de dirigir se al apartamento de Archie Sheridan. Y ahora que se encontraba ante su puerta, deseó haberse presentado con un atuendo completamente distinto. Pero él ya la había visto y era demasiado tarde para regresar a su coche.
—Hola —dijo—. Gracias por dejarme venir.
Eran más de las ocho. Archie todavía llevaba puesto lo que Susan suponía que era su ropa de trabajo: unos zapatos de cuero marrones, gruesos pantalones de pana de color verde y una camisa celeste, desabrochada en el cuello, sobre una camiseta. Susan no quiso pensar en su propio aspecto, con los vaqueros negros, una vieja camiseta de Aerosmith sobre una larga camisa y botas de motorista. Había recogido su cabello rosa en dos coletas. El conjunto había resultado muy apropiado para la entrevista que había hecho a los de Metallica después de un concierto, pero, para este encuentro, ahora no le parecía correcto. Debería haberse puesto algo más intelectual. Un jersey, tal vez.
Archie abrió la puerta y se apartó para dejarla entrar en el apartamento. Era verdad lo que ella le había dicho por teléfono: necesitaba entrevistarle. Debía entregar su articulo al día siguiente, y tenía muchas preguntas que hacerle al detective. Pero también quería ver dónde vivía. No había libros—. Y las paredes estaban desnudas, ni fotos familiares ni souvenirs comprados durante las vacaciones. Tampoco había CD ni revistas viejas esperando a ser recicladas. A juzgar por el triste estado del sofá marrón y el sillón tapizado en pana, parecía haber alquilado el apartamento ya amueblado. Sin personalidad alguna. ¿Qué clase de padre divorciado no tiene las fotos de sus hijos a la vista?.
—¿Cuanto hace que vives aquí? —le preguntó, esperanzada.
—Casi dos anos —respondió—. Lo siento. No hay suficiente mobiliario, ya lo sé.
—Dime que, al menos, tienes un televisor.
Él se rió.
—Está en el dormitorio.
«Apuesto a que no tiene televisión por cable», pensó Susan. Hizo un gesto de echar un vistazo a la habitación.
—¿En dónde guardas tus cosas? Tienes que tener objetos inútiles. Todos los tenemos.
—La mayoría de mis trastos están en casa de Debbie. —Hizo un gesto amable, señalando el sofá—. Siéntate. ¿Puedes beber durante las entrevistas?
—Ah, claro que sí —aseguró Susan. La mesa de centro estaba cubierta de informes policiales, ordenados cuidadosamente en dos montones. Se preguntó si Archie era una de esas personas ordenadas por naturaleza. Se sentó en el sofá, buscó en su bolso, sacó un ejemplar manoseado de La última victima y lo colocó sobre la mesita, junto a los informes.
—Sólo tengo cerveza —anunció Archie desde la cocina.
Ella no había comprado
La última víctima
cuando lo publicaron, pero lo había hojeado. El relato truculento del secuestro de Archie Sheridan había sido expuesto en todos los anaqueles de los supermercados. Gretchen Lowell aparecía en la portada. Si normalmente la belleza por sí misma hacía aumentar las ventas de libros, los que trataban sobre asesinas en serie hermosas se convertían bestsellers.
El detective le alcanzó una botella de cerveza de una conocida marca local, y se sentó en el sillón. Ella vio cómo sus ojos se concentraban en el libro, pero al momento apartó la mirada.
—¡ Vaya! —bromeó Susan, mirando la cerveza—. Buena elección. Cuidado. Tal vez me estás dando a conocer accidentalmente algo de tu personalidad.
—También me gustan el vino y el licor, pero sólo tengo cerveza. Y no, no tengo una marca favorita. Compro la que está de oferta y no es una porquería.
—¿Sabes que Portland tiene más marcas de cerveza locales y cervecerías que cualquier otra ciudad del país?
—No lo sabía.
Susan se puso una mano sobre la boca.
—Lo siento —se disculpó—. Parezco una fuente de información. No hago más que dar datos. Deformación profesional de redactora de artículos de interés general. —Inclinó la botella haciendo un brindis. Archie no bebía—. Por Portland. Incorporada en 1851. Con una población de 545.140 habitantes. —Le guiñó un ojo—. Dos millones si cuentas las afueras.
Archie sonrió débilmente.
—Impresionante.
Susan sacó la grabadora digital de su bolso y la colocó junto al libro, sobre la mesita que los separaba.
—¿Te importa si grabo la conversación?
—Graba lo que quieras.
Ella esperaba que el hiciera algún comentario sobre el libro, y el que le hiciera la primera pregunta. Desde la portada. Gretchen Lowell miraba desafiante debajo del título. Susan pensó en disculparse, y así poder salir corriendo hasta su apartamento, para cambiarse de ropa.
A la mierda con todo. Apretó el botón de grabar y abrió la libreta. Había creído que el libro descolocaría un poco a Archie; que le impulsaría a decir algo, cualquier cosa. Tenia que echar mano del plan B.
—Ha hablado hoy con tu esposa.
—Ex esposa.
Bueno, pensó Susan, no ha mordido el anzuelo. Tenía tentar algo más directo. Alzó la vista.
—Todavía te ama.
En el rostro de Archie no hubo ningún cambio de expresión.
—Y yo a ella —replicó, sin perder un instante.
—¡Eh, tengo una idea! —exclamó Susan, ingeniosa—, por qué no volvéis a casaros?
Archie suspiró.
—Nuestra relación es muy complicada por el hecho de estoy emocionalmente trastornado.
—¿Te ha hablado de nuestra entrevista?
—Aja.
—¿Qué te ha contado?
—Me dijo que estaba preocupada por haber sido demasiado sincera sobre… —buscó la palabra exacta—… mi relación con Gretchen.
—Relación —repitió lentamente Susan—. Una definición extraña.
El negó con la cabeza.
—No lo es. Criminal/policía, secuestrador/secuestrado, asesino/victima… Se trata de relaciones. —Hizo un gesto irónico con la boca—. No he querido decir que estuviéramos saliendo juncos.
Archie estaba sentado, con las piernas sin cruzar, las rodillas separadas, los codos apoyados en los brazos del sillón. Susan pensó que, aunque estaba intentando mostrarse despreocupado, lo cierto es que no estaba relajado. Lo discretamente. El ángulo de su cabeza, el corte de su camisa, la profundidad de su mirada, su espeso y rizado cabello castaño.
La verdad es que Archie Sheridan le hacía sentirse d colocada. Era algo a lo que Susan no estaba acostumbrad El poder, en las entrevistas, estaba habitualmente de su lado pero cuanto más tiempo pasaba junto a Archie Sheridan, n¿ la invadía una extraña sensación, una cierta ansiedad, como si le entraran unas ganas tremendas de fumarse un cigarrillo o algo similar.
Él la miraba, esperando a que dijera algo. Sucedía siempre lo mismo en las entrevistas. Era como una primera cita de larga duración. «Entonces, ¿de dónde eres? ¿Qué estudiaste? ¿Hay algún Huntington en tu familia?».
—¿Por qué crees que Gretchen Lowell te secuestró?
—Ella es una asesina en serie. Quería matarme. —La voz de Archie era tranquila. Podían haber estado hablando del tiempo.
—Pero no lo hizo —observó Susan.
Él se encogió de hombros.
—Cambió de idea.
—¿Por qué?
Archie sonrió ligeramente.
—¿No es una particularidad femenina?
—En serio.
Su expresión volvió a ser neutra. Se quitó una pelusa microscópica del pantalón.
—No sé responder a esa pregunta.
—¿Nunca se lo has preguntado? —Susan abrió los ojos con una expresión de incredulidad—. ¿En ninguna de las entrevistas de los domingos?
—Nunca ha salido el tema.
—¿De qué habláis?
Sus ojos se enfrentaron a los de ella.
—De asesinatos.
—No me estás dando demasiados detalles.
—Es que no estás haciendo las preguntas correctas.
Susan pudo oír a un niño corriendo en el piso de arriba sobre sus cabezas. Archie ni siquiera se inmutó.
—Bueno —dijo ella lentamente—, me pregunto por qué ella cambió su estilo en tu caso. Me refiero a que inducía forma de torturarte fue diferente, ¿verdad? Ella mataba a sus víctimas pocos días después de secuestrarlos, ¿no? A ti te mantuvo con vida. Por tanto, te consideró diferente desde el principio.
—Yo era el investigador principal en su caso. El resto fueron simplemente víctimas aleatorias. Por lo que sabemos, con excepción de sus cómplices, a los que asesinó, no conocía a ninguna de sus víctimas. Sin embargo, ella y yo nos conocíamos. Temamos una relación.
Susan subrayó la palabra «relación» en su libreta.
—Pero ella se infiltró en el caso para llegar hasta ti. Supongo que por eso vino a Portland y llamó a la puerta del equipo especial. Te estaba buscando.
Archie levantó los brazos y cruzó y descruzó las manos sobre su regazo. Estaba mirando el ejemplar de
La última víctima
, la foto de Gretchen Lowell, con una expresión insondable en sus ojos, sin parpadear. Susan se dio cuenta. Parecía como si una vez que había posado su mirada en el libro ya no pudiera apartar la vista.
—No es extraño que los psicópatas quieran saber como van las investigaciones —explicó, con los ojos puestos todavía en el grueso libro—. Disfrutan viendo cómo se desarrolla el drama. Les hace sentirse superiores.
Susan se inclinó hacia delante, descansando los brazo sobre las piernas cruzadas, y se acercó un poco a Archie. Siempre tenía que dar el primer paso en las primeras citas.
—Pero ella se arriesgó mucho —dijo suavemente Para acercarse a ti, y después te dejó vivir. —Él seguía mirando a Gretchen. Susan sintió el repentino impulso de coger el libro y tirarlo al suelo, aunque sólo fuese para ver su reacción—. Eso me resulta muy sorprendente. No parece se muy propio de ella.
—Perdón —se excusó Archie, y se levantó con rapidez para dirigirse a la cocina. Susan se revolvió incómoda en su asiento para poder verlo. No llegaba a apreciar la expresión de su rostro, porque él se encontraba de espaldas a ella, con las manos a la cintura, mirando una triste hilera de alacenas de fórmica blanca. De repente, suspiró y dijo—: ¿Mellarías el favor de apartar el libro?
El libro. ¿Era la fotografía de Gretchen Lowell con aspecto de chica Breck o era su contenido?