Read Contra el viento del Norte Online
Authors: Daniel Glattauer
Re:
Sí, busco algo. Busco con urgencia un cura que me explique qué significa engañar a mi marido, o por lo menos qué cree él que significa. Un cura que nunca haya engañado a nadie, no sólo por falta de una mujer con la que engañar a su esposa, sino también por falta de una esposa a la que engañar, aparte de Nuestra Señora. ¡Haz el favor de no dártelas de «pájaro espino», Leo! Yo no quiero tener una «aventura» contigo. Simplemente quiero ver quién eres. Quiero mirar alguna vez a los ojos a mi amigo del correo electrónico. Si para ti eso es «engañar», confieso que soy una potencial engañadora.
20 minutos después
Fw:
Pero para mayor seguridad no le contarías nada de eso a tu marido.
15 minutos después
Re:
¡No me gusta cuando te pones tan puritano, Leo! Por mí puedes serlo en tus asuntos, pero no en los míos. Que esté felizmente casada no quiere decir que deba entregar a mi pareja un informe diario sobre cada una de mis citas. Además, Bernhard se moriría de aburrimiento si lo hiciera.
Dos minutos después
Fw:
¿Así que no le contarías nada de nuestro encuentro a tu Bernhard por temor a que se muera de aburrimiento?
Tres minutos después
Re:
¡Qué bien que digas «tu Bernhard», Leo! Yo no tengo la culpa de que mi marido tenga un nombre. Pero eso no quiere decir ni mucho menos que me pertenezca, ni que se pase las 24 horas del día encadenado a mi lado, mientras yo lo acaricio sin parar y mascullo «¡mi Bernhard!». Creo que no tienes ni la más remota idea de lo que es un matrimonio, Leo.
Cinco minutos después
Fw:
Yo no he dicho nada de matrimonio, Emmi. Por cierto, no has respondido a mi última pregunta. Pero ¿cómo decías el otro día?... Una evasiva también es una respuesta.
Diez minutos después
Re:
Querido Leo:
A ver si acabamos de una vez. Eres TÚ quien no ha contestado a la pregunta decisiva. Te la repetiré con mucho gusto: ¿quieres encontrarte conmigo? Si quieres, hazlo. Si no, dime qué es todo esto, cómo continuará o, mejor dicho, si continuará.
20 minutos después
Fw:
¿Por qué no podemos seguir conversando por escrito como hasta ahora?
Dos minutos después
Re:
Es increíble: no quiere conocerme... Oye, LEO, eres incorregible, ¿no ves que puedo ser la rubia de pechos grandes?
30 segundos después
Fw:
¿Y a mí qué?
20 segundos después
Re:
Que podrías mirármelos.
35 segundos después
Fw:
¿A ti te gustaría?
25 segundos después
Re:
A mí, no. A ti. A todos los hombres les gusta, sobre todo a los que no lo admiten.
50 segundos después
Fw:
Estos diálogos me gustan mucho más.
30 segundos después
Re:
Ya, es que eres un erotómano verbal reprimido.
Tres minutos después
Fw:
Ése ha sido un buen comentario final, Emmi. Lo siento, tengo que salir.
Buenas noches.
Cuatro minutos después
Re:
Hoy nos hemos escrito 28 mensajes, Leo. ¿Y qué hemos sacado en claro? Nada. ¿Cuál es tu lema? La falta de compromiso. ¿Cuál es tu comentario final? Me deseas «buenas noches». Estamos más o menos al nivel de «feliz Navidad y un próspero año nuevo les desea Emmi Rothner». Resumiendo: después de intercambiar cien mensajes y cumplir profesionalmente el precepto «todo menos quedar para conocernos», no nos hemos acercado ni un milímetro. Lo único que mantiene nuestro «íntimo desconocimiento» es el desmedido esfuerzo que hemos invertido y seguimos invirtiendo en él. Leo. Leo. Leo. Qué pena. Qué pena. Qué pena.
Un minuto después
Fw:
Si en un día no te envío ningún mensaje, te quejas. Y si te envío catorce en el término de cinco horas, también te quejas. Creo que de momento no consigo hacer nada a tu gusto, querida Emmi.
20 segundos después
Re:
¡¡No por correo electrónico!! Buenas noches, señor Leike.
Después de cuatro días
Sin asunto
¡Cuuucuuu!
Un saludo afectuoso,
Emmi
Al día siguiente
Sin asunto
Leo, si esto es una táctica, es una mala táctica. Vete a la porra. Ya no te escribiré más. Adiós.
Cinco días después
Sin asunto
Pero electricidad sigues teniendo, ¿verdad, Leo?
Empiezo a preocuparme por ti. Escribe al menos: ¡beee...!
Tres minutos después
Fw:
Vale, Emmi, por mí podemos encontrarnos. ¿Aún quieres? ¿Cuándo? ¿Hoy? ¿Mañana? ¿Pasado mañana?
15 minutos después
Re:
¡Vaya con el desaparecido! Ahora resulta que tiene bastante prisa por verme... Sí, es posible que todavía quiera. Pero primero explícame por qué no has dado señales de vida en una semana y media. ¡Y haz el favor de darme una buena explicación!
Diez minutos después
Re:
Mi madre ha muerto. ¿Te parece buena explicación?
20 segundos después
Re:
¡Joder! ¿De veras? ¿De qué?
Tres minutos después
Fw:
A fin de cuentas, de mala suerte. En el hospital dicen que tenía un «tumor maligno». Por suerte todo ha sido bastante rápido. Físicamente no sufrió mucho.
Un minuto después
Re:
¿Estabas con ella cuando murió?
Tres minutos después
Fw:
Cerca. Estaba con mi hermana en la sala de espera. Los médicos creían que no era muy conveniente verla en ese momento. Me pregunto cuándo habría sido más «conveniente» que entonces.
Cinco minutos después
Fw:
¿Estabas muy apegado a ella? (Perdona, Leo, las preguntas que se hacen en estos casos son siempre las mismas.)
Cuatro minutos después
Fw:
Hace una semana habría dicho: no, no estoy muy apegado a ella. Hoy me pregunto, si no es «apego», qué es entonces lo que me corroe las entrañas. Pero no quiero aburrirte con mi historia familiar, Emmi.
Seis minutos después
Re:
No me aburres lo más mínimo, Leo. ¿Quieres que nos veamos y hablemos? Quizá yo sea la persona más indicada en esta situación. Totalmente ajena a tu vida y, en cierto modo, cercana. Olvidémonos de las apariencias y encontrémonos como dos viejos y buenos amigos.
Diez minutos después
Fw:
De acuerdo, Emmi, te lo agradezco. Si quieres, nos vemos esta noche. Pero te lo advierto: mi «falta de humor» acaba de alcanzar su apogeo.
Tres minutos después
Re:
Mi querido Leo:
Desgraciadamente esta noche no puedo. Pero mañana sí. ¿Quedamos sobre las siete? ¿En algún bar del centro?
Ocho minutos después
Fw:
Mañana es el entierro. Pero supongo que a las siete ya habrá acabado. Te escribo un mensaje antes de las cinco y vemos dónde quedamos. ¿Te parece bien?
Diez minutos después
Re:
Sí, Leo, de acuerdo. Me gustaría decirte algo que te conforte. Pero quizá sonaría como «Feliz Navidad y un próspero año nuevo», así que mejor lo dejo. Estoy a tu lado. Me imagino cómo te sientes. No me atrevo ni siquiera a desearte «buenas noches». Esta noche seguramente no será buena. Pero mañana te serviré de apoyo.
Hasta pronto, Emmi
(A pesar de las angustiosas circunstancias, me hace ilusión verte.)
Cinco minutos después
Fw:
Yo también.
Leo
Al día siguiente
Asunto: Cancelación
Querida Emmi:
Lo siento, pero tengo que anular nuestra cita de hoy. Mañana te explico por qué. No te enfades, por favor. Y gracias por ofrecerte a estar ahí cuando te necesitaba. Lo valoro muchísimo.
Un fuerte abrazo,
Leo
Dos horas después
Re:
Vale.
Emmi
Al día siguiente
Asunto: Marlene
Querida Emmi:
Anoche estuve con Marlene, mi ex compañera. Ella también estaba en el entierro. Mi madre le caía muy bien, y ella a mi madre también. Para mí era importante hablar de todo esto con Marlene. Ella es una llave que puede abrir las puertas de mi hermética historia familiar. También se entendía bien con mi madre, cosa que yo nunca logré. Ayer Marlene estaba mal. Era yo quien debía consolarla. Y me sentía feliz en ese papel. No soporto que me compadezcan. Prefiero ser yo el que compadece a otro. (A veces a mí mismo, pero eso me gusta guardármelo.) Espero que no estés enfadada porque te di «plantón». Además, me dije: Leo, ¿por qué implicar a una mujer que no tiene nada que ver con tu pasado? Tampoco quería que me vieras en ese estado. Me gustaría que me conocieses de mejor humor. Espero que me comprendas, Emmi. Te agradezco de nuevo que te ofrecieras a estar cuando te necesitaba. Ha sido una extraordinaria señal de confianza.
Saludos cariñosos,
Leo
Tres horas después
Re:
Está bien.
Un saludo afectuoso,
Emmi
Cinco minutos después
Fw:
No, no está nada bien que escribas «Está bien». ¿Qué pasa, Emmi? ¿Te sientes herida en tu honor porque cancelé nuestra cita? ¿Crees que te he utilizado (y, por lo tanto, que no te necesitaba)?
Dos horas y media después
Re:
No, no, Leo. Sólo que estoy muy ocupada, por eso he sido tan seca.
Ocho minutos después
Fw:
No te creo. Te conozco, Emmi. En cierto modo te conozco. Curiosamente me remuerde la conciencia sólo de imaginar que puedas estar ofendida conmigo, aunque tú sabes mejor que nadie que no tienes ningún derecho.
Cuatro minutos después
Re:
No digas tonterías, Leo. ¿Lograste al menos consolar a Marlene? ¿Os habéis arreglado?
Ocho minutos después
Fw:
¡Ah..., es eso! ¡Claro que sí! Leo Leike se atreve a encontrarse con su ex novia después del entierro de la madre. Emmi Rothner, que normalmente no regatea esfuerzo para calificar al señor Leike de teólogo moral, de repente barrunta depravación de las costumbres. Pues te diré algo más, querida Emmi, por un pelo no me acosté con mi ex novia seis horas después de enterrar a mi madre. Espero que te hayas escandalizado como es debido.
Buenas noches.
Tres minutos después
Re:
Explícame cómo es posible no haberse acostado con alguien «por un pelo». Y sobre todo: por qué razón puede uno no haberse acostado con alguien «por un pelo». Estoy convencida de que sólo los hombres son capaces de hacer una cosa así. Probablemente pensaste que podrías «consolar» a tu ex novia llevándola a la cama. Pero ella lo notó un instante antes y te susurró al oído: «No, Leo, ahora no nos haría bien. Echaría por tierra toda la confianza que hemos recuperado esta noche». Y tú pensaste: «Qué pena, qué pena, por un pelo...».
15 minutos después
Fw:
¿Sabes lo que te digo, querida Emmi? Me parece sensacional la naturalidad y la obstinación con que pretendes arrancarme explicaciones respecto a asuntos privados que no te atañen en lo más mínimo. Y la precisión con que en los peores momentos haces esos comentarios de mal gusto en que procuras reducir a otras personas a lo primero que parece venirte siempre a la mente: sexo, sexo, sexo. Empiezo a preguntarme por qué lo haces.
Ocho minutos después
Re:
Querido Leo:
Con el debido respeto a tu luto: ¿quién ha presumido de no haberse acostado con alguien «por un pelo»? ¿Tú o yo? Lo siento, Leo, me imagino esas escenas del tipo «no acostarse por un pelo» como si las estuviera viendo. Antes las vivía muy a menudo y tengo muchas amigas que siguen viviéndolas (y padeciéndolas). Si lo que ocurrió entre tú y Marlene fue completamente distinto, perdóname. Por lo demás, un hombre tan sensible como tú debería saber que una mujer tan sensible como yo se sentirá rechazada si en el último momento le cancelan una cita «por razones de ex novias». Sí, Leo, me siento rechazada. Yo no soy una persona cualquiera, tampoco para ti.
Te saluda atentamente,
Emmi
Al día siguiente
Asunto: Emmi
Claro que no, Emmi, tú no eres una persona cualquiera. Si hay una persona que no es cualquiera, ésa eres tú. Y menos para mí. Eres como una segunda voz dentro de mí, que me acompaña día a día. Has convertido mi monólogo interior en un diálogo. Enriqueces mi vida interior. Indagas, insistes, parodias, entras en conflicto conmigo. Te agradezco tanto tu gracia, tu encanto, tu vivacidad, incluso tus «comentarios de mal gusto»...
¡Pero no puedes pretender ser mi conciencia, Emmi! Volviendo a uno de tus temas favoritos: debería darte igual cuándo, cómo, con quién y con qué frecuencia hago el amor. Yo no te pregunto por tu vida sexual con Bernhard. A decir verdad, tampoco me interesa. Eso no quiere decir que nunca tenga fantasías eróticas cuando pienso en ti. Pero procuro mantenerte al margen de ellas, no tengo derecho a exigirte tanto. Están dentro de mí y allí se quedan. No empecemos a invadir la privacidad del otro. No conduciría a nada.
Aquellas cuatro palabras aparentemente intrascendentes que intercambiamos sobre la muerte de mi madre me hicieron muy bien, Emmi. Ahí estaba otra vez esa segunda voz en mí, la que me formula «mis» preguntas y «mis» respuestas pendientes, la que permanentemente irrumpe y se infiltra en mi soledad. De inmediato sentí el imperioso deseo de dejar que te acercaras aún más, de tenerte muy cerca. Si hubieses podido aquella misma noche, habría ocurrido. Y hoy todo sería distinto entre nosotros. Todos los secretos se habrían desvelado, todos los misterios se habrían resuelto. Inmediatamente después de saludarte te habría colgado una pesada mochila familiar, y ambos habríamos sucumbido bajo ese peso. No más magia, no más ilusiones. Habríamos hablado, hablado y hablado hasta «desahogarnos». ¿Y luego qué? Desencanto, ¿qué si no? ¿Cómo podría dominar la inmediatez del encuentro quien no está entrenado en ella? ¿Con qué ojos nos habríamos mirado? ¿Qué habríamos visto de repente en el otro? ¿Cómo nos escribiríamos hoy? ¿Qué nos escribiríamos? ¿Seguiríamos escribiéndonos?