Read Contra el viento del Norte Online
Authors: Daniel Glattauer
Hasta te besaría a ciegas. Sí, lo haría. En este preciso instante.
Dos días después
Asunto: Ni una palabra.
Treinta grados y ni una palabra del hombre que descansa de sí mismo. Sé que mi mensaje de anteayer se pasó un poco de la raya. ¿Te pedí demasiado, Leo? ¡Fue el whisky, créeme! El whisky y yo. Yo, lo que hay dentro de mí. El whisky, lo que él sacó de mí.
Te saluda con impaciencia,
Emmi
Al día siguiente
Sin asunto
Viento del sur... y sin embargo doy vueltas en la cama. Una sola letra tuya y me dormiría en el acto.
Buenas noches, mi querido hombre que descansa de sí mismo.
Dos días después
Asunto: Mi último mensaje
¡Mi último mensaje sin contramensaje! ¡Lo que estás haciendo es muy cruel, Leo! Déjalo ya, por favor, es tremendamente doloroso. Todo vale, todo menos callar.
Al día siguiente
Asunto: Contramensaje
Querida Emmi:
No tardé más de unas horas en tomar una decisión que cambiará mi vida. Pero he necesitado nueve días para comunicarte las consecuencias. Emmi, en pocas semanas me iré a vivir a Boston durante al menos dos años. Voy a dirigir un grupo de trabajo en la universidad. El proyecto es sumamente atractivo, tanto desde el punto de vista científico como económico. Mi situación me permite ser así de espontáneo. Es poco lo que debo dejar aquí. Por lo visto es cosa de familia cambiar de continente en algún momento de la vida. Echaré de menos a unos cuantos amigos íntimos. Echaré de menos a mi hermana Adrienne. Y echaré de menos... a Emmi. Sí, muy especialmente a ella.
También he tomado otra decisión. Suena tan duro que me tiemblan los dedos ahora que debo comunicártelo por escrito, inmediatamente después de los dos puntos: voy a interrumpir nuestra relación por correo electrónico. Necesito quitarte de mi cabeza, Emmi. No es posible que seas mi primer y mi último pensamiento de cada día hasta el fin de mi vida. Es enfermizo. Tú tienes «compromisos», tienes familia, obligaciones, desafíos, responsabilidades. Estás muy apegada a todo eso, es el mundo donde eres feliz, me lo has dado a entender claramente. (Con mezclas de alta graduación de nostalgia y whisky, de tanto escribir se provoca uno, como tú en tu último y largo mensaje, un estado de desdicha que a más tardar desaparece al despertar al día siguiente.) Estoy convencido de que tu marido te ama como sólo se ama a una mujer después de tantos años de convivencia. Lo que te falta podría no ser más que un poco de aventura extramatrimonial en la cabeza, algo de maquillaje para tu rutina sentimental. En eso se basa tu afecto por mí. En eso se funda nuestra relación escrita, que probablemente te confunda más de lo que a la larga podría enriquecerte.
Y respecto a mí: tengo 36 años, Emmi (bueno, ahora ya lo sabes). No pienso pasarme la vida con una mujer que sólo está disponible para mí en la bandeja de entrada. Boston me da la oportunidad de empezar de nuevo. De repente vuelvo a tener ganas de conocer a una mujer de una manera de lo más conservadora: primero la veo, luego escucho su voz, luego la huelo, tal vez la beso. Y más tarde en algún momento posiblemente le escriba un correo electrónico. El camino inverso que hemos recorrido nosotros era y es tremendamente excitante, pero no conduce a ninguna parte. Debo superar mi bloqueo mental. Durante meses he visto a Emmi en cada mujer bonita que me cruzaba por la calle. Pero ninguna podía compararse con la verdadera, ninguna podía competir con ella, pues mantenía a la auténtica alejada del mundo, socialmente marginada, aislada, toda para mí solo en el ordenador. Allí me recogía a la salida del trabajo. Allí me esperaba antes, después o en lugar del desayuno. Allí me deseaba buenas noches al final de una larga velada. Bastante a menudo se quedaba en casa hasta el amanecer, en la habitación, en la cama, tenía tratos secretos conmigo. Pero, finalmente, en todas las etapas, seguía siendo inalcanzable, inaccesible para mí. Las imágenes que tenía de ella eran tan frágiles y delicadas que no habrían resistido una visión real sin agrietarse y resquebrajarse de inmediato. Esa Emmi creada artificialmente me parecía una filigrana tan fina que se habría desmoronado si la hubiese tocado de verdad aunque sólo fuera una vez. Físicamente no era más que el aire entre las teclas con las que yo la invocaba día a día a fuerza de escribir. Un soplo... y habría desaparecido. Sí, Emmi, para mí hasta ese extremo hemos llegado: cerraré el correo, soplaré en mi teclado, bajaré la pantalla. Me despediré de ti.
Leo
Al día siguiente
Asunto: ¿A que viene esa despedida?
¿Ése fue tu último mensaje? ¡Imposible! Así perderé la confianza en el último mensaje. Oye, Leo: no espero brillantes actuaciones humorísticas si quieres poner tierra por medio. Pero ¿qué significa esa farsa tan trágica? ¿Qué clase de despedida es ésa? ¿Cómo imaginar la cara que pondrás al soplar melodramáticamente en las teclas? Sí, de acuerdo, últimamente me he dejado ir un poco. Y también he empezado a escribir demasiado. A veces mi espíritu, de por sí ligero como una pluma, pesaba más que un bloque de hormigón. Sí, llevaba siempre conmigo nuestro paquete gigante de correo electrónico. Me he enamorado un poco del señor anónimo, eso es cierto. Ninguno de los dos conseguía ya quitarse de la cabeza al otro, nos hemos devuelto la pelota. Pero no tenemos ningún motivo para hacer de ello Tristán e Isolda en versión virtual.
Que viajas a Boston, pues viaja a Boston. Que interrumpes nuestra relación por correo electrónico, pues interrúmpela. ¡¡¡Pero no ASÍ!!! Es literaria y emocionalmente incompatible con tu estilo y mi dignidad, querido amigo. Soplar en las teclas... ¡Venga ya, Leo! ¡Menuda cursilería! No me quedará otra que pensar: «¿Así ha estado hablando conmigo este tío todo el tiempo?».
Por favor, demuéstrame que ése no fue el último mensaje que me escribiste. Para terminar quiero algo positivo, algo sorprendente, una salida sabrosa, con gracia. Di, por ejemplo: «¡Y por último te propongo que nos veamos!». Por lo menos sería un final divertido. (Bueno, ahora, si me permites, me voy a llorar a moco tendido.)
Cinco horas después
Fw:
Querida Emmi:
¡Y por último te propongo que nos veamos!
Cinco minutos después
Re:
No hablas en serio.
Un minuto después
Fw:
Pues claro que sí. No bromearía con una cosa así, Emmi.
Dos minutos después
Re:
No sé qué pensar, Leo. ¿Es un capricho? ¿He pronunciado alguna contraseña? ¿Mis palabras te han convertido de melodramático en satírico?
Tres minutos después
Fw:
No. Emmi, no es un capricho, es un propósito bien meditado. Sólo que te me has anticipado. Te lo repito: me gustaría terminar nuestra relación por correo electrónico con un encuentro, Emmi. Sería un único encuentro antes de trasladarme a Boston.
50 segundos después
Re:
¿Que nos veamos una única vez? ¿Qué esperas de eso?
Tres minutos después
Fw:
Comprensión. Alivio. Distensión. Claridad. Amistad. Resolución de un enigma de personalidad creado con palabras, pero increíblemente sobredimensionado. Eliminación de bloqueos. Una buena impresión después. La mejor receta contra el viento del norte. Un digno final para una emocionante etapa de la vida. La simple respuesta a miles de preguntas complicadas aún pendientes. O, como tú misma has dicho: «Por lo menos un final divertido».
Cinco minutos después
Re:
Pero quizá no resulte nada divertido.
45 segundos después
Fw:
Eso depende de nosotros.
Dos minutos después
Re:
¿De nosotros? De momento estás muy solo, Leo. Aún no he dado el «sí» al encuentro
last—minute
y, a decir verdad, hasta ahora estoy bastante lejos de hacerlo. Primero quisiera saber más sobre esa extravagante cita del tipo «
The first date must be the last date
». ¿Dónde quieres que quedemos?
55 segundos después
Fw:
Donde tú quieras, Emmi.
45 segundos después
Re:
¿Y qué haremos?
40 segundos después
Fw:
Lo que queramos.
35 segundos después
Re:
¿Qué queremos?
30 segundos después
Fw:
Ya veremos.
Tres minutos después
Re:
Creo que prefiero mensajes desde Boston. Así no hay que ver antes si alguno de los dos quiere alguna cosa. Yo, al menos, ya sé que quiero algo y ya sé qué es lo que quiero: mensajes desde Boston.
Un minuto después
Fw:
No voy a escribirte mensajes desde Boston, Emmi. Quiero acabar con esto, de veras. Estoy convencido de que será bueno para los dos.
50 segundos después
Re:
¿Y hasta cuándo piensas mandarme mensajes?
Dos minutos después
Fw:
Hasta que nos veamos. Salvo que digas que definitivamente no quieres encontrarte conmigo, lo que sería, como quien dice, una suerte de conclusión.
Un minuto después
Re:
¡Eso es un chantaje, maestro Leo! Además, eres bastante grosero. ¿Por qué no relees tu último mensaje? No creo que quiera quedar con un tío que habla así.
Buenas noches.
A la mañana siguiente
Sin asunto
Buenos días, Leo.
¡Sin duda No quedaré contigo en el café Huber!
Una hora después
Fw:
No tienes por qué hacerlo. Pero ¿por qué no?
Un minuto después
Re:
Allí se encuentran compañeros de trabajo o personas que se conocen por azar.
Dos minutos después
Fw:
Es difícil que haya dos personas que se conozcan de un modo más casual que nosotros.
50 segundos después
Re:
¿Ésa es la actitud con que has entablado y mantenido nuestra relación y con la que ahora quieres ponerle fin? En ese caso, será mejor que olvidemos nuestra azarosa y volátil cita.
Al día siguiente
Sin asunto
¿Qué es lo que te pasa, Leo? ¿Por qué de repente te has vuelto tan mal educado y destructivo? ¿Por qué desprecias tanto «nuestra historia»? ¿Te esfuerzas a propósito por ser insensible y malvado? ¿Quieres hacerme apetecible tu abandono?
Dos horas y media después
Fw:
Lo siento, Emmi, estoy haciendo denodados esfuerzos por quitarme de la cabeza «nuestra historia». Ya te he explicado por qué es necesario para mí. Sé que desde lo de Boston mis mensajes suenan terriblemente escuetos. No me gusta nada escribir así, pero me obligo a hacerlo. No quiero invertir más sentimientos por escrito en «nuestra historia». No quiero seguir construyendo antes de derribarlo todo. De verdad, ya no quiero nada más que ese único encuentro. Creo que nos hará bien a los dos.
Dos minutos después
Re:
¿Y qué pasa si después del encuentro queremos volver a vernos?
Cuatro minutos después
Fw:
Por mi parte puedo descartarlo. Mejor dicho: ya lo he descartado. Quiero encontrarme contigo esa única vez para cerrar con dignidad «nuestra historia» antes de marcharme a Estados Unidos.
15 minutos después
Re:
¿Qué entiendes tú por «cerrar con dignidad»? O, en otras palabras: ¿qué quieres que piense de ti después de la cita?
1) Muy majo, pero ni con mucho tan interesante como por escrito. Ya puedo borrarlo para siempre de todos los ficheros de mi vida con la conciencia tranquila y una buena impresión.
2) ¿Por este pelmazo he vivido «liada» durante un año?
3) Un hombre ideal para una escapada extramatrimonial. Lástima que ahora se escape al otro lado del océano.
4) ¡Qué tío tan impresionante! ¡Vaya noche más alucinante! Todos estos meses escribiendo correos electrónicos sí que han merecido la pena. Bueno, ya está. Ya puedo volver a concentrarme en los bocadillos de Jonás.
5) ¡Mierda! ¡Es él! Por él dejaría plantado a Bernhard y abandonaría a mi familia. Por desgracia, ahora se me escapa a Estados Unidos, el país desde donde no es posible mandar mensajes. Pero le esperaré. Cada día encenderé una vela por él. Y lo incluiré en mis rezos con los niños hasta que regrese con toda su gloria y esplendor...
Tres minutos después
Fw:
¡Cómo echaré de menos tu sarcasmo, Emmi!
Dos minutos después
Re:
Puedes llevarte a Boston todo el sarcasmo que te apetezca, Leo. Aún me queda bastante. Y bien: ¿qué papel te gustaría hacer con motivo de nuestra separación oficial?
Cinco minutos después
Fw:
No quiero hacer ningún papel. Seré el que soy. Y tú me veras tal como soy. Al menos me verás tal como crees que soy. O tal como quieres creer que soy.
Un minuto después
Re:
¿Querré verte de nuevo?
45 segundos después
Fw:
No.
35 segundos después
Re:
¿Por qué no?
50 segundos después
Fw:
Porque es imposible.
Un minuto después
Re:
Todo es posible.
45 segundos después
Fw:
Eso no. Esa posibilidad queda descartada de antemano.
55 segundos después
Re:
Con posterioridad suelen realizarse posibilidades que de antemano no existían. Y no suelen ser las peores.
Dos minutos después
Fw:
Lo siento, Emmi. La posibilidad de que quieras volver a verme no existe. Ya verás.
Un minuto después
Re:
¿Y por qué querría ver una cosa así? Si sé que después de nuestra primera cita no querré encontrarme contigo por segunda vez, ¿por qué iba a quedar contigo?
Dos minutos después
Asunto: Para el señor Leike
Estimado señor Leike: Estamos pasando unos días terribles. Si esto no se acaba, nuestro matrimonio fracasará. No puedo creer que usted desee tal cosa. Por favor, encuéntrese con mi mujer y deje de escribirle. (Le juro que no tengo ni idea de qué se escriben, y tampoco quiero saberlo, sólo quiero que acabe de una vez.)