Cómo ser toda una dama (36 page)

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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

BOOK: Cómo ser toda una dama
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—Han pasado casi dos años desde la última vez que os visteis.

—Eso le daría igual. Su lealtad y su afecto no funcionan así. Pero nunca lo he visto tan inquieto. No está bien.

—Tal vez necesite una actividad adecuada a su naturaleza. Debe de echar de menos su barco —Serena la miró de repente—. Y tal vez tú también lo hagas, ¿verdad, Vi?

A Viola se le secó la boca.

—Un poquito.

—Serena, no te sorprenda si se va tan de repente como llegó —advirtió Alex—. Lo mismo puede ser mañana o la semana que viene.

—No me sorprendería en absoluto. No soy una completa ignorante acerca de las costumbres de los marineros —los ojos de su hermana relampaguearon. Alex sonrió.

Y Viola sintió el corazón a punto de estallar. Tanto que se puso en pie.

—Iré a terminar de arreglarme —echó casi a correr hacia la puerta.

—Pero ya estás…

Huyó de la estancia. No soportaba la idea de que se fuera. Otra vez no. No tan pronto. Porque sería una despedida definitiva. Se marcharía y ella no volvería a verlo en la vida, y sería lo mejor.

Maldito fuera. Maldito fuera por regresar y alterarla tanto. ¿Alterarla? No estaba alterada como una tontuela inocente. Estaba confundida, segura de que en cualquier momento, cuando él decidiera marcharse tan de repente como había vaticinado Alex, su corazón terminaría de romperse.

Los invitados habían estado llegando a lo largo de todo el día. Cuando el sol se puso, sumergiéndose en el océano envuelto en pinceladas grises y rosadas, la casa estaba a rebosar. No era un grupo demasiado numeroso, le aseguró madame Roche.

—Rien qu'une petite fête.

Sólo unas ochenta personas. Unas ochenta personas, que a Viola se le antojaban muchas más. Todas elegantemente ataviadas, charlando de la capital y de cuándo volverían para la temporada social. Le parecían muy sofisticadas. Los criados se movían entre la maraña de gente con bandejas llenas de copas de champán mientras las damas se congregaban en grupitos y los caballeros daban buena cuenta del vino y de otras bebidas más fuertes. En el salón, lady Fiona tocaba el piano a la perfección, tras lo cual ocupó su lugar otra joven que también cantó. Hubo mucha conversación animada, más música a cargo del cuarteto contratado, una cena buffet y, por fin, el baile. La luz de las velas arrancaba destellos a todas las superficies. Las risas salieron hasta la terraza, iluminada con farolillos chinos, mientras los bailarines disfrutaban de la cálida noche. Todos parecían encantados con los entretenimientos, regalando sonrisas y felicidad a diestro y siniestro.

Viola, en cambio, intentaba esconderse.

Al principio, había disfrutado un poco. Pero recordaba a muy pocas personas. Las damas de mayor edad se volcaron con ella, insistiendo en que había sido una niña muy guapa.

—Y tan… briosa —proclamó una dama con una sonrisa de oreja a oreja—. Vaya, Amelia, ¿recuerdas aquel domingo en la iglesia cuando bañó a su gatito en la pila bautismal?

—Dijo que el agua bendita curaría su patita herida —la dama en cuestión meneó la cabeza—. Hester, que no se te olvide la empanada de sapo que llevó una tarde a casa de la señora Creadle. Siempre le dije a la querida Maria que su Viola era una salvaje. Una salvaje… —pronunció esa última frase como si Viola no estuviera sentada a su lado.

—Sin embargo, ha llevado una vida muy tranquila con su tía en Boston, aunque ninguno de nosotros sabía que estaba allí. Y qué jovencita más recatada nos ha resultado, ¿verdad, Amelia?

—Encantadora, Hester. Tengo que alabar a su tía americana.

Tenían que estar mintiendo como bellacas. O ser unas ignorantes. O unas tontas de remate. Desconocía de dónde habían partido esos rumores, pero dudaba de que Serena y Alex los hubieran esparcido.

Pronto se cansó de fingir que no había pasado quince años de su vida en el mar. La única persona en ese salón que conocía toda la verdad acerca de su vida era un antiguo pirata, pero él tampoco se parecía en nada a lo que había sido. Esa noche, llevaba una chaqueta y unos pantalones oscuros, con un alfiler rematado por una piedra preciosa roja en la corbata. Era perfecto, pero no se acercó ni a diez metros de ella.

Para evitarse la desdicha más absoluta, Viola fingió que no estaba presente. Se quedó en el otro extremo del salón, no miró hacia él y, en resumidas cuentas, intentó no pensar siquiera en él.

Era evidente que lady Fiona se había decantado por la táctica opuesta. Con la marcha del señor Yale, toda su atención se concentraba en Jin. Con sonrisas tímidas, consiguió entablar conversación con él sin que Jin pareciera molesto. De hecho, mientras hablaba con ella no puso los ojos en blanco ni frunció el ceño una sola vez.

—No es la adecuada para él,
ma chère
—madame Roche agitó un dedo, con la uña pintada en rojo, delante de su cara.

Viola parpadeó.

—¿Cómo dice? Ah, perdón.
Pardonnez-moi
?

Sus labios carmesí esbozaron una sonrisa encantadora, que resaltó en su cara empolvada y blanquísima.

—Mademoiselle Fiona no es la adecuada para él.
Non
—agitó un pañuelo de encaje negro, impregnado de perfume—. Es
très jolie
. Pero él no está interesado.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque lleva toda la noche mirándola a usted —la dama se retiró, envuelta en su encaje.

El corazón le latía desenfrenado. Levantó la vista. Efectivamente, él la estaba mirando.

En ese caso, ¿por qué no la había besado en la biblioteca? ¿Por qué se había marchado? No, ¿por qué había huido? ¿Y por qué no se acercaba a hablar con ella en ese momento?

Se volvió, pasó a otra estancia y se encontró a tres caballeros, a quien distrajo contándoles anécdotas escandalosas. Se las inventó en su mayoría. Si estaban casados con las damas que se habían inventado las historias sobre ella, ya estarían acostumbrados.

Bailó un poco. La primera pieza con el barón, después con Tracy y por último con uno de los tres ancianos. Casi no pisó a ninguno de ellos. Varios caballeros más jóvenes la invitaron a bailar, pero ella rehusó con una sonrisa.

—Sus zapatos relucen demasiado. No me gustaría deslustrarlos con las suelas de mis escarpines.

De hecho, sonrió sin parar, se rió abiertamente de las frases más ingeniosas, se inventó una anécdota tras otra, a cada cual más inverosímil, e intentó demostrarse a sí misma, y a Jin, que no le importaba en lo más mínimo. Como tampoco le importaban las jovencitas con quienes parecía disfrutar esa noche.

En un momento dado, bien entrada la madrugada, o tal vez debería decir casi entrada la mañana, y cuando creyó que se le caerían los pies si no conseguía librarse de los apretados escarpines, los invitados comenzaron a marcharse. Los que vivían cerca se subieron a sus carruajes, y los que habían acudido desde puntos más alejados se retiraron dando tumbos por los laberínticos pasillos en dirección a sus habitaciones.

—Todos se han enamorado de ti —Serena le pasó un brazo por la cintura y la besó en la mejilla—. Y parecía que te estabas divirtiendo. Me alegro mucho.

—Gracias por esta estupenda fiesta, Ser. Ha sido maravillosa.

Y por fin se había terminado, de modo que podía marcharse a su dormitorio y pasar el resto de la noche llorando por el hombre del que había cometido la estupidez de enamorarse. La última vez que lo vio, lady Fiona estaba cogida de su brazo mientras dos jovencitas la miraban con envidia. Al menos, no era la única que sentía celos, aunque le revolvieran el estómago.

—Vamos, te acompaño —dijo Serena.

—No, no. Seguro que quieres ver a Maria antes de acostarte, y tienes que estar agotada.

—Pues subiremos juntas. Y aquí ha venido mi marido para acompañarnos. ¿Subes con nosotras?

El conde se acercó a ellas y cogió la mano de Serena para besársela.

—Estoy encargado de los juegos de cartas. ¡Cartas! Como si mi adorable esposa no me estuviera esperando. Algunos hombres jamás aprenderán.

—Pero tienes que comportarte como un buen anfitrión —replicó dicha adorable esposa mientras arrastraba a Viola hacia la escalera.

En el descansillo de la tercera planta, Viola se soltó.

—Gracias. Anda, ve con Maria.

Serena, pese al cansancio, esbozó una sonrisa antes de marcharse.

Arrastrando los pies, Viola echó a andar por el pasillo a oscuras, deseando haber llevado consigo una palmatoria o una lamparita, aunque después se alegró de no haberlo hecho. Se sentía tan cansada y tan derrotada que seguro que parecía haber pasado por una tempestad. Y el hecho de sentirse tan mal después de que su hermana tirara la casa por la ventana con una fabulosa fiesta en su honor hizo que se sintiera todavía peor. A medio pasillo, se encontró con un par de damas, muy pegadas la una a la otra, cotilleando sin cesar. Les deseó buenas noches y ellas respondieron con sendos gestos de la mano, sin dejar de cuchichear. Viola continuó andando, pese a los pies doloridos y llenos de ampollas.

Tras cinco minutos andando, se dio cuenta de que se había vuelto a perder. En esa ocasión, literalmente. El pasillo estaba ahora iluminado por los haces ambarinos de las lámparas de pared, dispuestas a intervalos regulares. No reconoció nada, ni la mesita auxiliar ni el cuadro de la pared. Nunca había estado en ese pasillo. Escuchó voces a lo lejos. Tal parecía que los omnipresentes criados habían perdido el poder de la omnipresencia.

Se detuvo y se dio media vuelta. Jin caminaba hacia ella.

El corazón comenzó a latirle con fuerza en el pecho.

—¿Qué probabilidad hay de que me pierda y tú aparezcas de la nada para llevarme de vuelta al lugar que me pertenece? —preguntó con voz temblorosa.

—Ninguna —se detuvo justo delante de ella, tan cerca como la noche de la terraza, cuando habló con ella por última vez, y como en la puerta de la biblioteca, cuando no lo hizo—. Te estaba buscando.

—¿A mí? —fue incapaz de morderse la lengua. Al parecer, estaba conectada con su corazón—. ¿Seguro que no buscabas a lady Fiona?

—Segurísimo.

Esos ojos azules la recorrieron por completo, empezando por el pelo, siguiendo por los hombros y deteniéndose en el punto donde su respiración agitada hacía que su pecho temblara bajo el corpiño. Quería que la mirase así, cierto, pero ya la había mirado así antes y la había rechazado después.

—Te desea —masculló en un intento por ahuyentarlo con esas palabras.

—Yo no la deseo a ella —Jin la cogió de los brazos, y con muy poca caballerosidad, se inclinó hacia ella—. Te deseo a ti.

Y, por fin, volvió a besarla.

Capítulo 25

Después de lo que le había parecido una vida entera sin él, Jin la estaba besando. No con delicadeza ni con indecisión, sino con la plena seguridad de que ella le devolvería el beso. Y lo hizo. Aceptó gustosa las caricias de su lengua y disfrutó del momento como un náufrago que se estuviera ahogando y necesitara aire para sobrevivir, pero sin poder evitar que el agua le llenara los pulmones. Porque seguro que eso iba a matarla. No obstante, lo besó porque no podía negarse. Jin le había colocado una mano en la nuca y la mantenía pegada a él como aquella primera vez. La pasión no tardó en adueñarse de ellos. Con una rapidez abrumadora. Y en absoluto silenciosa. Le mordisqueó los labios y ella jadeó, y lo acarició con la lengua. Él gimió y se apartó.

—Te deseo, Viola —repitió contra sus labios.

Ella intentó luchar contra las emociones.

—Pues yo a ti no.

Jin tiró del escote de su vestido y le bajó el corpiño, las copas del corsé y la camisola, dejando sus pechos descubiertos.

—Tendrás que demostrármelo de una forma más convincente.

Viola miró hacia abajo. Tenía los pezones endurecidos. Volvió a mirarlo a los ojos, contrariada por la traición de su cuerpo.

—Eso es sólo lujuria.

Sus ojos azules parecieron derretirse por la pasión.

—¿Necesitas más?

¿Más? ¡Lo quería todo de él! Todo lo que él no quería darle. Mattie le había dicho que no era un hombre constante. Su comportamiento con ella lo demostraba y las palabras de Alex, cuando anunció que pronto se marcharía, la habían asustado de un modo irracional.

—Eres un imbécil arrogante —le soltó para salvaguardar su orgullo y quizá para convencer a su corazón. Sin embargo, sus palabras no surtieron efecto en él, ni tampoco en su corazón. La mirada rebosante de deseo de esos ojos azules siguió tal cual y la dolorosa punzada que sentía en el pecho no encontró alivio—. ¿Por qué no has hablado conmigo? ¿Por qué no me besaste ayer en la biblioteca?

—Estaba intentando ser fuerte —le enterró las manos en el pelo mientras la observaba con una expresión tan abrasadora que la sangre de Viola se convirtió en lava.

—¿Y ahora?

—Ahora me veré obligado a soportar cómo Viola Carlyle capitanea toda una casa llena de gente como capitaneaba un barco lleno de marineros: conquistándolos a todos —tenía la voz muy ronca—. Al cuerno con ser fuerte.

Viola le rodeó el cuello con los brazos y le permitió que la besara, que le acariciara los pechos, animándolo con quedos gemidos que era incapaz de contener. No debería estar haciendo eso. En su barco era una mujer de mar, libre para hacer lo que quisiera. Sin embargo, Fiona Blackwood jamás permitiría que un hombre le acariciara los pechos en el pasillo a oscuras de la mansión de un conde. Una dama de verdad jamás lo permitiría.

Pero ella no era una dama de verdad. Ambos lo sabían.

Jin le lamió el labio inferior al tiempo que se lo acariciaba con la yema de un pulgar, provocándole una punzada de deseo, que se transformó en un dolor palpitante. Ella lo abrazó con más fuerza y se pegó por completo a él. Jin la besó con más pasión, acariciándole el trasero y frotándola contra su miembro erecto. Era maravilloso. Demasiado maravilloso. Y desesperante. Porque sólo la quería para eso. Aunque tal vez fuera mejor que nada, y era cierto que la deseaba. Con la misma urgencia que la deseaba aquella primera vez a bordo de su barco. Era como estar en el paraíso. O al menos, de camino al paraíso, sin importar que las puertas estuvieran cerradas a cal y canto.

—Ven a mi dormitorio —susurró Jin contra su boca, como si no quisiera separarse de ella ni siquiera para hablar.

—No me des órd…

—Órdenes, ya lo sé —la besó una y otra vez, una lluvia de besos que pese a su brevedad la instó a abrazarlo con más fuerza si cabía—. Pues al tuyo, entonces.

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