Cómo ser toda una dama

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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

BOOK: Cómo ser toda una dama
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A Viola Carlyle no le importa transgredir las reglas que le impone la sociedad victoriana. Aunque se supone que las damas nunca deben besar a un hombre que no sea su prometido, ella ansía con desesperación besar al atractivo capitán Jin Seton.

Él también está interesado, pero tiene un propósito oculto: saldar una antigua deuda. Y aunque ha jurado no permitir que Viola conquiste su corazón, esa dama que tiene muy poco de dama podría acabar siendo la mujer que por fin lo doblegue.

Katharine Ashe

Cómo ser toda una dama

Falcon Club - 2

ePUB v1.0

theonika
03.05.13

Título original:
How to be a proper lady

Katharine Ashe, 2012.

Traducción: Ana Isabel Domínguez Palomo

Editor original: theonika (v1.0)

ePub base v2.1

Para Laurie y Kimberley Van Horn,

cuyo apoyo, afecto y entusiasmoagradeceré siempre.

Y para Marquita Valentine,

mi querida amiga.

Gracias de corazón.

Prólogo

Devonshire, 1803

Las niñas jugaban como si nada malo pudiera sucederles. Porque nada podía ocurrirles en la verde colina desde la que se observaba el océano y donde habían jugado toda la vida. Su padre era un barón, de modo que llevaban gruesas enaguas blancas de muselina que las cubrían hasta las pantorrillas y delantales bordados con hilo de seda. Soplaba una leve brisa que les pegaba las faldas a las piernas y les alborotaba el pelo, ladeándoles los bonetes una y otra vez. La mayor, que tenía trece años y era alta y de extremidades largas como si fuera un muchacho, estaba recogiendo delicados jacintos silvestres para hacer un ramillete. La pequeña, bajita y risueña, giraba con los brazos en cruz, lanzando al aire una lluvia de violetas silvestres. Corrió hacia el borde del acantilado con sus rizos oscuros flotando al viento. Su hermana la siguió con un brillo soñador en los ojos mientras sus rubios tirabuzones se agitaban en torno a sus hombros.En el horizonte, a muchas millas de distancia, allí donde el cielo azul se encontraba con el resplandeciente océano, apareció una vela.

—Ser, si fuera un marinero —le gritó la pequeña a su hermana—, me convertiría en el capitán de un barco inmenso y navegaría hasta los confines del mundo para poder contar mi hazaña después.

Serena meneó la cabeza con cariño.

—Vi, las mujeres no pueden ser marineros, no está permitido.

—¿A quién le importa lo que esté permitido y lo que no? —la risa de Viola flotó en la brisa, a su alrededor.

—Si alguna chica puede convertirse en capitana de un barco, eres tú —replicó Serena, con un brillo cariñoso en los ojos. Viola corrió a abrazar a su hermana por la cintura.

—Serena, eres una princesa.

—Y tú eres un duendecillo, por lo que te admiro mucho.

—Mamá admira a los marineros —Viola comenzó a saltar muy cerca del borde del acantilado—. La vi hablando con uno en Clovelly, el día que fuimos a comprar las cintas.

—Mamá es amable con todo el mundo —Serena sonrió—. Seguro que le estaba dando limosna.

Sin embargo, a Viola no le pareció que su madre estuviera dando limosna. La había visto hablar con el marinero durante un buen rato y cuando regresó a su lado, tenía los ojos llenos de lágrimas.

—A lo mejor quería más dinero que el que mamá podía darle.

El barco se acercó y de él descendió un bote alargado con doce remos. Las hermanas observaron la escena. Estaban acostumbradas a ella, ya que vivían muy cerca del puerto, pero poseían la curiosidad típica de los niños.

—Ser, ¿crees que son contrabandistas?

—Podrían serlo, supongo. La cocinera dice que había contrabandistas por la zona el miércoles, cuando fue al mercado. Papá dice que los contrabandistas son bienvenidos porque estamos en guerra.

—No reconozco el barco.

—¿Cómo vas a reconocer alguno?

Viola puso sus oscuros ojos violetas en blanco.

—Por la bandera, tonta.

El bote se acercó a la playa situada a los pies del acantilado, subiendo y bajando sobre la espumosa cresta de las olas. Los marineros saltaron al agua y se mojaron los pantalones. Unos cuantos arrastraron el bote hasta la pedregosa orilla. Cuatro de ellos se dirigieron al estrecho sendero que subía por el acantilado.

—Parece que quieren subir —comentó Serena, que se mordió el labio inferior—. Pero estas tierras son de papá.

Viola se aferró a los dedos de su hermana. Encontrarse tan cerca de unos contrabandistas era algo que sólo sucedía en sus sueños. Tal vez les preguntara por sus viajes o por el cargamento del barco. Tal vez llevaran algún tesoro a bordo, algo muy valioso procedente de tierras lejanas. Seguro que tenían muchas historias que contar de dichas tierras.

—Agárrate fuerte a mi mano, Ser —dijo con la voz trémula por la emoción—. Vamos a saludarlos y a preguntarles qué se les ofrece.

El marinero que guiaba a los demás era un hombre fornido, apuesto y un tanto siniestro. Pero en absoluto estaba desaseado o mal vestido como cabría esperar. Tanto él como sus compañeros coronaron el acantilado y se acercaron directamente a ellas.

—¡Caray! —exclamó Viola—. ¡Es el mismo marinero con el que mamá estuvo hablando el otro día!

Las niñas los observaron y no vieron nada peligroso en el saludo sonriente y afable del marinero, cuyos ojos se clavaron en sus manos unidas. Porque contaban con su amor fraternal, feroz y tierno, y nada malo podía sucederles.

Capítulo 1

Londres, 1818

Compatriotas británicos:

Los ciudadanos de nuestro gran reino no deben seguir viendo que el dinero que ganan con su sudor es malgastado por los ociosos ricos. ¡Mi misión continúa! Mientras recababa información acerca del misterioso club para caballeros sito en el 14 V de Dover Street y conocido como
Club Falcon
, descubrí algo muy intrigante. Uno de sus miembros es un hombre de mar y lo apodan
Águila Pescadora
.

¡Pájaros por todas partes! ¿Cuál será el siguiente apodo, Mamá Pato?

Por desgracia, no he podido averiguar el nombre de su navío. Pero no me sorprendería nada que fuera un miembro de la Armada o un corsario. Otro gasto más a cuenta de las arcas públicas para apoyar los intereses personales de aquellos que ya disfrutan de inconmensurables privilegios.

No descansaré hasta que todos los miembros del
Club Falcon
sean descubiertos o, debido a mi investigación, hasta que dicho grupo se desbande por temor a la identificación.

La Dama de la Justicia

A la atención de
La Dama de la Justicia

Brittle & Sons
, editores

Londres

Estimada señora:

Su persistencia a la hora de descubrir la identidad de los miembros de nuestro humilde club es gratificante. Nos complace en gran medida sabernos el centro de atención de una dama de semejante altura.

Ha dado en el clavo. Uno de nuestros miembros es, ciertamente, un hombre de mar. Le deseo mucha suerte para identificarlo entre la legión de ingleses que surcan los mares. ¡Ah, por cierto! ¿Me permite ayudarla? Poseo un modesto esquife. Se lo prestaré encantado para que pueda hacerse a la mar en busca de su enemigo. Mejor aún, me ofrezco para remar. Tal vez mientras esté sentado frente a usted, que manejaría el timón para surcar las espumosas olas, me enamore tanto de su belleza como me he enamorado de su tenaz inteligencia… porque sólo una beldad podría ocultarse tras un nombre y un proyecto tan aterradores.

Confieso que la curiosidad me puede y que estoy tentado de intentar averiguar su identidad con la misma insistencia con la que usted busca la nuestra. Señora, una palabra suya bastará para que lleve mi barca a su puerto en este instante.

Atentamente,

Halcón Peregrino

Secretario del Club Falcon

Estimado señor:

He dejado la nota con el nombre codificado en un lugar donde LJ pueda encontrarla y perder el tiempo persiguiendo sombras. No me cabe la menor duda de que sus bolsillos están tan vacíos como sus bravuconadas, de modo que debe mantener contento a su editor.

De hecho, el nombre en clave de
Águila Pescadora
puede darse por perdido. No he tenido comunicación directa con él desde hace quince meses. El Almirantazgo me ha informado de que aunque sigue ostentando una patente de corso, no tiene noticias suyas desde que acabó ese asunto escocés hace más de un año. Aun trabajando para el Club se regía por sus propias normas. Sospecho que ha dimitido, tal como ya sospechábamos. Debemos agradecer que, al menos, ahora sea leal a la Corona y no su enemigo.

A su servicio,

Halcón Peregrino

Capítulo 2

Jin Seton clavó la vista en su único amor y se le heló la sangre en las venas. El viento y la lluvia lo azotaban mientras observaba cómo la personificación de la belleza se hundía en el fondo del océano Atlántico, envuelta en llamas y humo negro.

La goleta más elegante que jamás había surcado los mares. Desaparecida.

Su pecho exhaló un gemido silencioso cuando los últimos restos de madera ardiente, de velamen y de quilla desaparecieron bajo la burbujeante superficie verdosa. Unos pedazos salieron a flote, trozos de tablones y de mástiles, barriles vacíos y jirones de velas. Su precioso caparazón permaneció en el fondo.

La cubierta del bergantín norteamericano se mecía bajo sus pies separados y la lluvia arreciaba, ocultando los restos de su navío naufragado, a unos cincuenta metros de distancia. Cerró los ojos con fuerza para contener el dolor.

—Ha sido muy buena, Jin —dijo el hombretón que tenía al lado, meneando apenado su cabeza morena—. No ha sido culpa tuya que se fuera al fondo.

Jin frunció el ceño. No era culpa suya. ¡Dichosos corsarios norteamericanos que le disparaban a todo lo que navegaba!

—Se han comportado como piratas —replicó entre dientes con voz ronca—. Han arriado un bote. Han disparado sin previo aviso.

—Se nos han echado encima sin darnos cuenta —la enorme cabeza asintió.

Jin resopló y apretó los dientes al tiempo que sus brazos se tensaban contra las sogas que lo ataban al mástil del bergantín. Alguien iba a pagar por eso. De la forma más dolorosa que se le ocurriera.

—La trataste como a una reina, ya lo creo —masculló Mattie, cuya voz se impuso al creciente rugir de la rabia que inundaba los oídos de Jin.

Una rabia que amortiguaba los gritos y los gemidos de los heridos a su alrededor. Volvió la cabeza para echar un vistazo más allá de su enorme timonel, buscando, contando. Matouba estaba atado a una barandilla; Juan, a una jarcia.
Pequeño
Billy se debatía contra un marinero que lo doblaba en tamaño.
Gran
Mattie le tapaba el resto de la cubierta, pero había treinta…

—Los otros consiguieron subir a los botes cuando empezó a arder —gruñó Mattie—. Los chicos están bastante bien, porque como estos no son piratas… No hay que preocuparse de nada.

—No hay que preocuparse de nada —Jin soltó una carcajada amarga—. Estoy más atado que un pavo en el horno y la
Cavalier
está en el fondo del mar. No, no tengo de qué preocuparme.

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