—No me vengas con esas. Sé que te preocupas más por nuestros chicos que por tu dama, y mira que la mimabas.
—Te equivocas como siempre, Matt.
Levantó la cabeza y vio la bandera del estado de Massachusetts que colgaba lacia por la lluvia que le golpeaba la cara. Había perdido el sombrero. Sin duda alguna lo perdió en algún momento durante la escaramuza que lo llevó del bote a la cubierta enemiga, cuando se dio cuenta de repente que les había ordenado a sus hombres abordar un navío corsario norteamericano, no un barco pirata. La lluvia chorreaba desde su nariz hasta su boca. Escupió y echó un vistazo a su alrededor.
La cubierta del bergantín, velada por una capa grisácea, estaba llena de hombres y de madera. Hombres de ambas tripulaciones yacían tumbados mientras otros intentaban curar las heridas con urgencia. Las velas colgaban de los mástiles, algunas desgarradas. Una de las vergas estaba rota y las barandillas habían acabado destrozadas por los cañonazos. Además, había restos de pólvora por todas partes. Aunque la habían pillado desprevenida, la
Cavalier
se había defendido bien. Sin embargo, el barco yanqui seguía a flote. Mientras que el navío de Jin, la
Cavalier
, estaba en el fondo del mar.
Volvió a cerrar los ojos. Sus hombres estaban vivos y él podía permitirse otro barco. Podía permitirse doce barcos más. Por supuesto, le había prometido al anterior dueño de la
Cavalier
que la cuidaría. Pero se había prometido a sí mismo mucho más. Ese golpe no lo detendría.
—Hemos estado en peores —Mattie enarcó sus pobladas cejas.
Jin le lanzó una mirada hosca.
—Vamos, tú has estado en peores —se corrigió el timonel.
En situaciones muchísimo peores. Pero ninguna tan humillante ni tan dolorosa. Nadie le ganaba la mano. Nadie.
—¿Quién ha hecho esto? —gruñó, entrecerrando los ojos para protegerlos de la lluvia—. ¿Quién narices ha podido acercarse tan rápido sin ser detectado?
—Pues ha sido su alteza, señor —la voz cantarina le llegó desde la cintura. El chiquillo, delgaducho, pecoso y pelirrojo, le sonrió enseñándole las mellas, se llevó una mano a la cintura y le hizo una reverencia—. Bienvenido a bordo de la
Tormenta de Abril
, capitán
Faraón
.
Jin se tensó de la cabeza a los pies.
«
La Tormenta de abril
» pensó.
—¿Quién es el capitán de este barco, muchacho?
El niño se estremeció al escuchar su tono desabrido. Acto seguido, examinó las cuerdas que los ataban a ambos al palo mayor por la cintura, el pecho y las manos, y los delgaduchos hombros se relajaron.
—Violet
la Vil
, señor —replicó.
—Deja de removerte, niño, y dile a tu patrona que venga —rugió Mattie.
El niño puso los ojos como platos y se marchó a toda prisa.
—¿Violet
la Vil
? —masculló Mattie antes de apretar sus gruesos labios—. Mmmm.
Jin inspiró hondo para calmarse, pero el corazón le latía demasiado deprisa.
—¿Los muchachos están listos?
—Lo están desde hace meses. Claro que ahora da igual, porque están todos atados.
—Hablo yo.
Mattie frunció su enorme nariz.
—Mattie, como no cierres la boca, te la cierro yo aunque esté atado.
—Sí, capitán. Como quieras.
—Maldita sea, Mattie, como después de todo este tiempo se te ocurra siquiera abr…
—Vaya, vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí, chicos? —la voz les llegó antes de ver a la mujer, una voz melódica, armoniosa y dulce, como la caricia de la seda contra la piel. Muy distinta a la de cualquier otra mujer hecha a la mar que Jin había conocido.
Sin embargo, cuando apareció ante sus ojos tras rodear a su timonel, Jin comprobó que su aspecto era muy común. A través de la intensa lluvia vio por primera vez a la corsaria de Massachusetts más afamada y con más éxito: Violet
la Vil
.
La mujer a quien llevaba buscando casi dos años.
Los marineros la rodearon de forma protectora, mirándola con adoración y lanzando miradas asesinas a Jin y a su timonel. La mujer era más baja que los hombres que la protegían. A él le llegaría por la barbilla. Vestía pantalones anchos y un largo gabán de loneta desgastada; además, llevaba un enorme pañuelo negro al cuello, un tahalí con al menos tres pistolas distintas y un sombrero de ala ancha que le ocultaba la cara. No se parecía mucho a su hermana. Sin embargo, Jin había pasado incontables noches en puertos desde Boston a Veracruz, emborrachando a marineros y a mercaderes, sobornándolos con cualquier cosa que tuviera a mano para recabar información sobre la niña que desapareció quince años atrás. El hecho de que la mujer que había encontrado no se pareciera en absoluto a una elegante dama inglesa daba igual.
Violet
la Vil
; era Viola Carlyle, la niña a quien había salido a buscar desde Devonshire veintidós meses antes. La niña que, con diez años, fue raptada por un contrabandista norteamericano del hogar de un caballero. La niña a quien todo el mundo, salvo su hermana, daba por muerta.
El ala del sombrero se elevó despacio entre la lluvia. Ante sus ojos, apareció una barbilla alargada, seguida de una boca fruncida, una nariz delgada y bronceada y un par de ojos entrecerrados, con arruguitas en los rabillos. Unos ojos que lo observaron de los pies a la cabeza. La mujer enarcó una ceja y sus labios esbozaron una sonrisa irónica.
—Así que este es el famoso Jin Seton del que tanto he oído hablar… «
El Faraón
» —su voz se deslizaba como una vela sobre un mástil bien engrasado. Las espesas pestañas se agitaron mientras lo repasaba de nuevo, aunque más rápido en esa ocasión. Meneó la cabeza e hizo un puchero—. Menuda decepción.
Mattie casi se atragantó.
Jin entrecerró los ojos.
—¿Cómo sabes quién soy?
—Tus hombres. Presumían de ti aunque estabais perdiendo el combate —rió y puso los brazos en jarras antes de volverse hacia los hombres que la rodeaban—. ¡Mirad, chicos! La Armada británica ha enviado a su peor pirata para aprehenderme.
Los marineros vitorearon, y los aplausos y silbidos se extendieron por toda la cubierta. Los hombres se acercaron con enormes sonrisas, dejando al descubierto sus dentaduras maltrechas, y riéndose a carcajadas, blandiendo mosquetes y espadas. Ella levantó la mano y se hizo el silencio, sólo se escuchaba el golpeteo de las olas contra la quilla del bergantín y el de la lluvia contra las velas y la madera. La mujer clavó la mirada, tan afilada como un cuchillo, en Jin.
—Supongo que debería sentirme halagada… —su voz era como el terciopelo.
Por un instante, un momento totalmente inusitado, Jin sintió un nudo en la garganta. Ninguna mujer debería hablar con esa voz. Salvo cuando estaba en la cama.
—¿Por qué has hundido mi barco? —adoptó el deje acerado que solía usar cuando era más joven sin esfuerzo alguno—. Era la embarcación más rápida del Atlántico. ¿Qué clase de corsario eres que hundes semejante botín? Podrías habértela quedado o haberla vendido. Habrías ganado bastante dinero.
La mujer enarcó las cejas.
—Cierto, podría habérmela quedado, capitán inglés. O haberla vendido. Pero me daba la impresión de que el capitán de la
Cavalier
no iba a permitir que pasara a otras manos. ¿Me he equivocado? —sonrió—. Claro que no. En cuanto recuperase la libertad, dicho capitán me perseguiría para recuperarla, de modo que tendría que hundir otro de sus barcos hasta que se alejara de mi costa. No, gracias —sus ojos relucieron.
—Nuestros países ya no están en guerra. Deberías habernos dejado tranquilos en cuanto te diste cuenta de quiénes éramos.
—No me disteis alternativa, os dispusisteis a abordar mi barco sin invitación.
Jin meneó la cabeza, asombrado.
—Ibais a abordarnos. ¿Qué hacéis acechando como piratas al abrigo de la lluvia?
—Buscamos tontos ansiosos de fama —respondió ella con tranquilidad—. ¿Qué clase de imbécil ataca un barco pirata?
La clase de imbécil que había presenciado cómo clavaban los pies de un hombre a una tabla entre otras torturas inimaginables. La clase de imbécil que en otro tiempo fue igual de desalmado que dichos piratas y que en ese momento intentaba expiar esos pecados. Jamás permitiría que un barco pirata surcara los mares libremente.
—Da igual —continuó ella al tiempo que se encogía de hombros—, ver cómo se hundía la todo-poderosa
Cavalier
ha sido tan entretenido que no he podido resistirme.
Jin lo vio todo rojo. Parpadeó para intentar librarse de la ira. Le dolía el estómago. Por todos los infiernos, se moría por tener un cuchillo y una pistola. O quizá se moría por una botella de ron.
La mujer esbozó una sonrisa desdeñosa.
«
Dos botellas
», se corrigió. Se rumoreaba que era muy buena marinera para ser mujer, pero nadie le había dicho que estaba loca.
—¿Qué vas a hacer con mi tripulación? —le temblaba la voz. ¡Por todos los infiernos!
La mujer volvió a enarcar una ceja.
—¿Qué crees que voy a hacer con ellos? ¿Venderlos?
Jin se tensó.
—No lo harías. No podrías vender ni a la mitad —sólo a la mitad de piel oscura.
—Por supuesto que no voy a hacerlo, majadero —pese a las palabras, su voz siguió siendo aterciopelada.
—Entonces, ¿qué?
Una ráfaga de aire hizo que la lluvia cayera de lado. El bergantín se inclinó y la mujer separó aún más las piernas. La vio apretar los labios.
—Os desembarcaré esta noche cuanto atraquemos en el puerto. Os llevarán a la cárcel y el jefe del puerto decidirá qué hacer con vosotros.
—¿El jefe del puerto? —masculló Mattie.
—¿Qué pasa, hombretón? ¿Quieres quedarte a bordo? —lo miró con una sonrisa torcida—. Me vendría bien un gigante como tú. Eres bienvenido si quieres quedarte y dejar que lord
Faraón
se pudra en la cárcel con los demás.
Mattie se puso muy rojo. A Jin le dolían los puños por las ganas de estampárselos en la mandíbula a su timonel. Mattie se volvía tonto con las mujeres.
Sin embargo, inspiró hondo para tranquilizarse. Con ese discursito le había revelado todo lo que necesitaba. La mujer había delatado sus orígenes.
A lo largo de sus veintinueve años, Jin había navegado desde Madagascar hasta Barbados. Se había emborrachado con hombres desde Cantón hasta Ciudad de México, y había escuchado muchos idiomas. Nada le había resultado más dulce que la curiosa dicción de Violet
la Vil
, delatora de su origen. Si esa mujer no había nacido y crecido en Devonshire, él no era marino. Daba igual que hubiera perdido la
Cavalier
. Había encontrado su objetivo.
Su tripulación la creía un corsario más al que capturar para conseguir la recompensa, un objetivo fijado por su trabajo para el gobierno. No lo era, era una misión particular. Con el regreso de Viola Carlyle a Inglaterra, por fin saldaría la deuda que tenía con el hombre que le había salvado la vida.
—Gracias, señorita —Mattie intentó hacer una reverencia pese a las ataduras—. Me quedaré con mis compañeros.
—Tú mismo —miró a Jin—. Supongo que esperas que te desate, pirata.
—Así es. Y deprisa.
—Ya no es pirata, señorita —masculló Mattie—. No desde hace dos años.
Los ojos de la mujer relampaguearon.
—Me complace llamarlo así —dijo, enarcando una ceja—. Es evidente que no le gusta. Es tan arrogante como dicen.
La mujer se acercó a él, deteniéndose a escasos centímetros. Echó la cabeza hacia atrás, de modo que el ala del sombrero quedó justo por encima de la nariz de Jin mientras lo observaba a través de los párpados entornados. Un color inusual. De un azul tan oscuro que podría decirse que eran violetas. De ahí su apodo, sin duda alguna.
De cerca su piel irradiaba el calor del sol y estaba bronceada, todo lo contrario de la delicada blancura de una dama inglesa. Tenía los labios más carnosos de lo que había supuesto en un principio, en forma de corazón y con un pequeño lunar junto al labio inferior. Una lluvia de pecas salpicaba su nariz chata.
Aunque no era chata. Delicada. Casi como la de una dama.
Le devolvió la mirada insolente.
La vio fruncir ese apéndice que era casi como el del una dama.
—Arrogante —soltó un sonoro suspiro—. Y me sigue decepcionando. Admito que esperaba mucho más de la leyenda.
—Puedo darte más si lo deseas —y lo haría. En cuanto se librara de la soga que lo inmovilizara, le daría a Viola Carlyle justo lo que debería haber tenido quince años atrás.
Le daría a su familia.
Viola soltó una carcajada.
—¿De verdad?
—Puedo hacerte daño incluso con las manos atadas a la espalda —su voz era grave; y sus gélidos ojos azules, intensos.
En todas las historias que Viola había escuchado del infame pirata reconvertido en corsario británico, no se mencionaban esos ojos. Sin embargo, los marineros eran un hatajo de necios que no se percataban de esos detalles. Todos los miembros de su tripulación podían decirle la dirección exacta en la que soplaba el viento en el cabo de Nantucket en pleno diciembre o la diferencia entre el nudo llano y el de vuelta redonda. Pero apostaría cualquier cosa a que no sabían de qué color tenía ella el pelo aunque apareciera con la cabeza descubierta, y eso que era su capitana desde hacía dos años y los conocía desde hacía quince. Los marineros no eran muy observadores a ese respecto.
Una lástima que ese no fuera su caso. Jinan Seton era un magnífico espécimen masculino.
Sonrió.
—Me gustaría ver cómo lo intentas —burlarse de un hombre atado a un mástil no era muy digno. Pero sí era divertido, sobre todo cuando dicho hombre era demasiado guapo, además de un reconocido sinvergüenza.
—¿Te gustaría? —los gélidos ojos relucieron.
—Pavonéate y alardea todo lo que quieras, pirata —Viola se desentendió de la repentina sequedad de su garganta mientras señalaba las cuerdas que lo ataban—. Mis hombres saben cómo hacer nudos.
—No me cabe la menor duda —su voz era grave. Relajada. Destilaba demasiada confianza—. ¿Me estás desafiando?
—¿Rodeada por sesenta de mis hombres mientras que los tuyos están tan atados como tú? —meneó las cejas—. ¿Por qué no?
Él chasqueó los dientes. Y Viola sintió un repentino dolor en la nariz.
Consiguió liberarse y se alejó de un salto al tiempo que se llevaba una mano a la cara.