El culpable de su debilidad desmontó, dejó su caballo al cuidado de un criado (¡Dios Santo, un criado vestido con librea negra y dorada!) y se acercó a ellos. El atuendo de caballero le sentaba muy bien. Su ropa era simple, pero parecía de mejor calidad que la del señor Yale.
Sin embargo, eso no le importaba. Al igual que había sucedido esa misma mañana durante el gris amanecer en el puerto de Exmouth, sólo tuvo que enfrentar esa mirada desapasionada para que se le formara un nudo en las entrañas.
La puerta de la mansión se abrió en ese momento y apareció una mujer en los escalones. Llevaba un precioso vestido, iba peinada con un elegante recogido y, pese a los quince años transcurridos, le resultó dolorosamente familiar. Eran los mismos ojos risueños y pensativos, pero cuajados de lágrimas. Los mismos dedos elegantes y largos en su mejilla. La misma boca de labios gruesos, abierta por la sorpresa.
—¿Vi-Viola? —logró balbucear—. ¿Viola? —susurró.
Ella asintió unas cuantas veces, si bien apenas logró mover la cabeza.
Serena bajó volando los escalones con las faldas agitándose a cada paso y le dio un fuerte abrazo. Le sacaba casi una cabeza. Olía a canela. Viola enterró la nariz en su hombro, la abrazó por la cintura y cerró los ojos con fuerza. No se había imaginado ese recibimiento. En realidad, no sabía cómo la iban a recibir, pero no se le había pasado por la cabeza que pudiera ser así. Que la acogiera con tanta emoción. Con tanto amor. Pensó que tal vez fuera una pésima profeta de su propia vida.
Serena aflojó el abrazo lo suficiente como para apartarse un poco y le colocó una mano en una mejilla.
—No sé por dónde empezar —sus ojos, esos preciosos ojos de distinto color, uno azul y otro violeta, brillaban a causa de las lágrimas mientras la examinaban con avidez—. Podría gritar de alegría al ver la belleza en la que te has convertido, pero siempre has sido preciosa. Podría acribillarte a preguntas, pero debes de estar cansada del largo viaje —la abrazó de nuevo—. Así que prefiero contemplarte con total asombro. No me puedo creer que seas tú.
—Lo soy —dijo con un hilo de voz. En ese momento, bajo el amor de la mirada de su hermana, se le contrajeron las entrañas y sólo se le ocurrieron dos palabras—: Lo siento.
Serena enarcó las cejas.
—¿Qué es lo que sientes?
—No haber vuelto antes a casa.
La sonrisa desapareció de los labios de su hermana, pero su mirada siguió siendo cariñosa.
—Ay, Vi, tú y yo tenemos muchas cosas de las que hablar —soltó una carcajada mitad alegre y mitad triste, y volvió a abrazarla—. Tenemos quince años de los que hablar —añadió en un susurro. Le aferró una mano con fuerza—. Pero antes, debo dar las gracias —se volvió hacia los hombres que se habían mantenido apartados—. Señor Yale, es un placer verlo. Espero que su visita sea prolongada —dijo con la elegancia de una reina mientras realizaba una elegante genuflexión. Su elegante vestido y su pelo rubio brillaban a la luz de la lámpara que sostenía un criado a fin de aliviar la creciente oscuridad del crepúsculo—. Gracias por colaborar en el regreso de mi hermana.
El señor Yale le hizo una reverencia.
—Ha sido un gran placer, lady Savege.
Los dedos de Serena la soltaron para acercarse a Jin con las manos extendidas. Una vez que estuvo frente a él, le cogió las manos y le dijo en voz baja y con cierta dificultad:
—No sé ni cómo agradecértelo.
Los ojos de Jin brillaban como Viola jamás los había visto brillar. Con una luz muy poderosa, como si estuviera en paz.
—No hace falta.
—En realidad, es imposible. No hay nada que pueda decir o hacer que se equipare a lo que has hecho.
Jin esbozó el asomo de una sonrisa.
—Me siento recompensado —su mirada se clavó en Viola.
Y ella fue incapaz de respirar. Sus palabras y su mirada siempre tenían el mismo efecto en su rebelde cuerpo: la dejaban totalmente paralizada. Sin embargo, en esa ocasión fue peor. Porque dentro de poco, cuando el conde le pagara, él se marcharía.
—Señorita Carlyle, ¿me permite acompañarla al interior? —le preguntó el señor Yale, ofreciéndole el brazo.
Serena se volvió de repente.
—¡Ah, no, señor! No pienso permitir que pase ni un minuto en compañía de otra persona hasta que la tenga por lo menos quince días para mí sola —rodeó la cintura de Viola con un brazo y la guió hacia la escalera, inclinando la cabeza para decirle—: Mi marido estará ausente unos días, pero espero que vuelva esta misma semana. Cuando me llegó la carta de Jinan esta mañana por mensajero urgente, le envié una nota a Alex urgiéndolo a adelantar su regreso. Le alegrará mucho conocerte. Pero, por favor, te suplico que no te dejes influir por lo que el señor Seton te haya contado sobre él. Debes formarte tu propia opinión.
—El señor Seton no me ha contado nada sobre lord Savege, la verdad.
Serena rió entre dientes.
—Típico de Jinan, por supuesto —miró hacia atrás—. Caballeros, pasen y dejen que el señor Button les sirva algo de beber en el salón mientras los criados se encargan de todo.
Y, ciertamente, los criados se encargaron de todo. Un ejército de criados vestidos de negro y dorado trasladó el equipaje, al mismo tiempo que otros se mantenían en sus puestos, aguardando cualquier orden mientras Serena la acompañaba por el vestíbulo de dos plantas en dirección a la escalinata. El suelo era de mármol blanco y gris. Los escalones estaban cubiertos por una alfombra oriental y la madera del pasamanos relucía a la luz de las numerosas velas. En la pared del descansillo superior, había un retrato de Serena. Con un bebé.
Viola lo miró fijamente. En el retrato, Serena llevaba un fastuoso vestido dorado, así como diamantes en el cuello, en las orejas y en el pelo. El bebé que sostenía iba vestido de blanco. La mirada de la madre contemplaba a la criatura con ternura.
—¡No mires esa ridiculez! Alex insistió. Es un padre orgulloso. Pero aborrecí cada minuto que estuve posando, como también lo aborreció Maria. No paró de llorar.
—Tienes una hija —susurró Viola.
Serena le dio un apretón en la cintura.
—Tu sobrina.
—Y la has llamado Maria.
—Como mamá —cogió a Viola de la mano—. Vamos, sube. La señora Tubbs te ha preparado la mejor habitación, y te esperan el té y un baño bien caliente. Una vez que estés vestida, podrás cenar, si te encuentras en condiciones de hacerlo. No es que me queje, pero no entiendo por qué Jinan ha insistido en que hicierais el viaje en un sólo día. Son más de noventa kilómetros desde Exmouth y por un camino montañoso. Debes de estar agotada.
—No mucho —logró decir con los ojos como platos, como si fuera una niña.
El pasillo parecía no tener fin, doblaron varias esquinas y subieron y bajaron varias escaleras hasta que Serena se detuvo delante de una preciosa puerta de roble.
La habitación no era tan grande como el alcázar de la
Tormenta de Abril
, pero lo sería si se incluía el vestidor adyacente. Las paredes estaban adornadas con paneles de madera en color claro y pintadas con un delicado tono rosa. Las tapicerías eran doradas y de color marfil. Contaba con una cama con dosel y suntuosas cortinas, un tocador con detalles dorados y un espejo. La estancia parecía salida de los cuentos de hadas con los que soñaba de pequeña.
—¿Es tu dormitorio? —le preguntó a su hermana.
—No, tonta. Es el tuyo. Ahí tienes el baño. Dentro de un momento, subirá una doncella para ayudarte, aunque me gustaría quedarme contigo mientras te instalas, si no te importa.
Viola se volvió en dirección al pasillo.
—Creo que Jane está…
Serena la cogió del brazo y la obligó a entrar en el dormitorio, tras lo cual cerró la puerta.
—La señora Tubbs, que es mi ama de llaves y una gran persona, se encargará de que tu doncella cene y descanse en condiciones antes de retomar sus ocupaciones mañana. Esta noche, te atenderá mi doncella —frunció el ceño—. ¿Te parece bien? Lo siento mucho. Debería haberte preguntado primero, pero supuse que después de un viaje tan largo… —se mordió el labio inferior, un gesto tan familiar para Viola que podría pensar que pertenecía a un sueño, aunque, en realidad, procedía de sus recuerdos—. ¿Viola?
—¿Mmmm?
—No estás bien, claro —a su hermana le temblaba la voz—. Sin duda estás exhausta —se acercó al tocador donde descansaba una bandeja con una delicada tetera de porcelana, varias tazas y un plato de galletas bañadas con azúcar—. Debes tomarte un poco de té. Estoy segura de que te reconfortará. ¡Ay, por Dios! —exclamó al tiempo que la porcelana tintineaba entre sus manos—. Tengo los nervios destrozados. Cualquiera diría que es la primera vez que me reencuentro con mi hermana a la que todo el mundo salvo yo dio por muerta hace quince años —volvió la cara con la taza y el platillo en las manos. Le temblaban los hombros.
—¡Ay, Ser! —exclamó Viola con los ojos llenos de lágrimas.
Serena la miró y vio que estaba llorando. En cuanto soltó la taza y el platillo, se acercó a ella y se abrazaron con fuerza. Siguieron abrazadas en silencio durante un buen rato.
Serena se excusó con los caballeros y ordenó que llevaran una cena ligera al dormitorio de Viola, quien después de bañarse se puso su camisa y sus calzones habituales. Al mirar a su hermana y ver su expresión, supo lo que opinaba al respecto de su atuendo. El hecho de haber sido capaz de leer los pensamientos de Serena desde que eran niñas no evitó el nudo que sentía en el estómago.
—No te gusta lo que me pongo para dormir.
—¡Ah! ¿Es para dormir? ¡Menudo alivio! —su hermana esbozó una sonrisa—. Pensé que quizá pretendías ir por la casa de esa guisa. Los criados se escandalizarían, por si no lo sabes —soltó una risilla.
Viola rió a carcajadas. Después recordó el escaso atuendo que llevaba la noche que Jin fue a su camarote en busca del sextante, y la risa murió en su garganta.
—Perdóname, hermana —Serena se acercó a ella y le acarició una mejilla, un gesto de intimidad femenino típico de su madre y que Viola no había olvidado—. No tengo la menor idea de la vida que has llevado. Me temo que lo ignoro todo —sus ojos recorrieron la cara de Viola mientras fruncía el ceño—. Jinan dice que has estado en la mar durante un tiempo.
Viola se llevó la mano a la cara.
—Ya sé que estoy muy morena.
—No. Quiero decir que no estás morena. Siempre tenías la piel así de bonita cuando éramos pequeñas.
—Tú también.
—Pero no como la tuya. Siempre estabas radiante de vitalidad. ¿Sigues estándolo después de tantos años?
Viola parpadeó.
—Yo… eso espero.
Serena la tomó de las manos, pero Viola no puedo seguir mordiéndose la lengua más tiempo.
—Ser, ¿por qué no contestaste mis cartas?
Su hermana abrió los ojos de par en par.
—¿Qué cartas?
—Las cartas que te escribí durante los primeros años.
Serena negó con su rubia cabeza.
—No me llegó carta alguna. Nada.
A Viola le dio un vuelco el corazón.
—¿Ninguna carta?
Serena le apretó las manos con más fuerza.
—¿Me escribiste? —susurró.
A esas alturas, Viola tenía un nudo en la garganta.
—Seguro que no las envió.
—¿Quién?
—Mi tía. Yo vivía con ella y con sus hijos. Los cuidaba —se esforzó por seguir respirando mientras Serena le tomaba la cara entre las manos.
—Vi —susurró—, cuéntamelo todo. Desde el principio.
Empezó hablándole de Fionn, comparando su historia con la de Serena. Su padre había descubierto la verdad. Todo el mundo la dio por muerta menos Serena, la muchacha que se pasaba el día inventándose cuentos de hadas y de príncipes azules, a quien nadie quiso escuchar. Sin embargo, su madre se pasó toda esa noche esperándola junto al acantilado, bajo la lluvia. Murió quince días después, sin mencionar a Fionn, debido a la fiebre que contrajo después de aquella noche.
Serena le habló de la segunda esposa del barón, ya fallecida a esas alturas, y de las hijas que había dejado (Diantha, que tenía dieciséis años, y la pequeña Faith) y que seguían viviendo en Glenhaven Hall. Charity, la mayor de las hermanastras de Serena, se había casado. Y su hermanastro, sir Tracy Lucas, se encontraba en su propiedad de Essex. Era evidente que Serena adoraba a sus tres hermanastros y a su hermana pequeña, Faith. Sin embargo, mientras le relataba su historia aumentó la presión con la que se aferraba a las manos de Viola.
A su vez, ella le narró su historia, incluyendo la parte de Aidan. Sintiéndose protegida por el cariño que le demostraba su hermana, revivió el cariño y también la protección que le ofreció Aidan en los peores momentos de la enfermedad y la muerte de Fionn.
—Quieres mucho al señor Castle, ¿verdad? —le preguntó Serena en voz baja.
—Sí —lo quería. Sería absurdo tirar por la borda el pasado que compartían movida por la culpa o por la desilusión, sobre todo porque ella jamás lo había presionado para que se casaran. En cambio, se había concentrado con todas sus fuerzas en su vida en alta mar.
—¿Dónde está?
—¿No te lo ha dicho el señor Seton?
—Apenas he tenido tiempo para hablar con él.
—El señor Castle nos ha acompañado desde las Indias Occidentales a Exmouth. Ha partido a Dorset para reunirse con su familia después de muchos años. Me dijo que le gustaría visitarme, si a ti no te importaba.
Serena soltó la taza de té y aferró una de las manos de Viola.
—Por supuesto que no me importa —le dio un apretón en los dedos—. Vi, ¿qué te parece si demoramos el encuentro con nuestro padre y nuestros hermanastros durante unos días para poder disfrutar de unas vacaciones aquí? Antes de que Alex regrese. Sólo nosotras dos.
—¿Y qué pasa con el señor Yale y el señor Seton?
—El señor Yale estará contentísimo de entretenerse solo y Jinan pensaba marcharse mañana de todas formas. Nunca se queda mucho tiempo con nosotros, ni en ningún otro sitio, supongo —esbozó una sonrisa de complicidad—. Tendremos la casa prácticamente para nosotras.
Viola sintió un vacío en el estómago. Sin embargo, el cariño que vio en los ojos de su hermana lo alivió en parte.
—Me parece maravilloso.
Esa noche durmió en el diván. No le quedó otra alternativa. La cama era demasiado grande, demasiado blanda y demasiado firme como para sentirse cómoda en ella. A fin de no herir los sentimientos de su hermana, arrugó las sábanas por la mañana y mientras su doncella la peinaba, se sentó en el almohadón adornado con encaje para que pareciera que lo había usado.