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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Ciudad abismo (69 page)

BOOK: Ciudad abismo
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Asentí con la cabeza y sentí una paradójica sensación de alivio; resignación, supongo. No me reconfortaba mucho saber que Zebra trabajaba para el hombre que había ido a asesinar, especialmente si teníamos en cuenta que me había capturado. Pero también sentía cierto placer derrotista al ver cómo aquel misterio se aclaraba.

—Reivich debió contactar contigo nada más llegar aquí —seguí—. Eres… ¿qué? ¿Una mercenaria a sueldo? ¿Una experta en seguridad por derecho propio, como nuestro amigo Pransky? Tendría sentido. Sabías cómo manejar un arma y estabas un paso por delante de la gente de Waverly cuando me cazaban. Toda la historia del sabotaje de la cacería era una tapadera. Por lo que sé, juegas cada noche con los mejores de ellos. Bien. ¿Cómo voy?

—Es fascinante —dijo Zebra—. Por favor, continúa.

—Te contrató Reivich para encontrarme. Sospechaba que habían enviado a alguien desde Borde del Firmamento, así que era cuestión de abrir bien las orejas y escuchar. El músico era también parte de la operación… el líder que me rastreó desde el hábitat Mendicante.

—¿Quién es el músico? —preguntó Pransky—. Primero Reivich, luego el músico. ¿Existen de verdad esas personas?

—Cállate —dijo Zebra—. Y deja que siga Tanner.

—El músico era bueno —dije—. Pero no estoy seguro de haberle dado lo bastante; creo que no pudo establecer más allá de toda duda que yo fuera el hombre que quería y no un inmigrante inocente. —Miré a Zebra en busca de confirmación, pero como no obtuve ninguna, seguí hablando—. Quizá lo único que el músico pudo decirle a Reivich era que yo era una posibilidad. Así que tú me vigilaste. De algún modo tenías contactos en el movimiento de los cazadores… quizá conexiones con un grupo de auténticos saboteadores, por lo que sé. Y a través de Waverly descubriste que me habían escogido como víctima.

—¿De qué está hablando? —preguntó Pransky.

—De la verdad, desgraciadamente —respondió Zebra mientras le dedicaba una mirada fulminante al experto en seguridad, que probablemente fuera su subordinado, su suplente o su burro de carga—. Al menos en lo de la caza. Tanner se metió en la parte equivocada del Mantillo y lo capturaron. Se defendió bastante bien, pero lo hubieran matado de no ser porque llegué a tiempo.

—Ella tenía que salvarme —dije—. Pero no tuvo nada de noble. Zebra solo quería información. Si hubiera muerto, nadie habría podido establecer si era o no el hombre enviado para matar a Reivich. Eso pondría a Reivich en una posición incómoda; no podría relajarse durante el resto de su vida. Siempre existiría el peligro de que el verdadero asesino se acercara. Un montón de noches sin dormir. Fue así, ¿no, Zebra?

—Puede —respondió ella—. Si estuviera confabulada con tus delirios.

—Entonces, ¿por qué me salvaste, si no fue para mantenerme vivo y averiguar si era realmente el hombre?

—Por las mismas razones que ya te dije. Porque odio la caza y quería ayudarte a vivir. —Sacudió la cabeza, casi a modo de disculpa—. Lo siento, Tanner. Aunque me encantaría ayudarte con tu fantasía paranoide, no hay nada más. Soy quien dije ser y actué por las razones que te dije. Y te agradecería que restringieras al mínimo tu conversación sobre los saboteadores, incluso en la apreciada compañía de Pransky.

—Pero me acabas de decir (de decirle) que sabes quién es Reivich.

—Lo sé, ahora. Pero no entonces. ¿Continuamos? Quizá debas oír mi versión de la historia.

—Estoy impaciente.

Zebra tomó aire y miró con interés la pastosa superficie del techo antes de volver a mirarme a mí. Yo tenía la sensación de que había ensayado mucho lo que me iba a decir.

—Te rescaté de la partida de caza de Waverly —dijo Zebra—. No te engañes pensando que podrías haber salido vivo tú solo, Tanner. Eres bueno, eso es obvio, pero no tan bueno.

—Quizá no me conozcas lo suficiente.

—No estoy segura de querer hacerlo. ¿Puedo seguir?

—Soy todo oídos.

—Me robaste cosas. No solo ropa y dinero, sino también un arma que no deberías haber sabido cómo usar. No mencionaré el teleférico. Podrías haberte quedado donde estabas hasta que el implante dejara de transmitir, pero por alguna razón pensaste que estarías más seguro solo.

Me encogí de hombros.

—Sigo vivo, ¿no?

—Por el momento —me concedió Zebra—. Pero Waverly no, y él era uno de los pocos aliados que teníamos en el núcleo del movimiento. Sé que lo mataste, Tanner… el rastro que dejaste estaba tan caliente que igual podías haber esparcido plutonio a tu paso. —Caminó por la habitación y los tacones de aguja de sus botas golpearon el suelo como un par de metrónomos coordinados—. Eso fue muy desafortunado, ¿sabes?

—Waverly se puso en mi camino. No es que ese cabrón sádico estuviera en mi lista de Navidad.

—¿Por qué no esperaste?

—Tenía otros asuntos que atender.

—Reivich, ¿no? Supongo que te mueres por saber de dónde he sacado el nombre y cómo sé lo que significa para ti.

—Creo que estás a punto de decírmelo.

—Después de que abandonaras mi coche en la cuneta —siguió Zebra—, apareciste en la Estación Central. Desde allí me llamaste.

—Sigue.

—Tenía curiosidad, Tanner. Para entonces ya sabía que Waverly estaba muerto y aquello no tenía sentido. Tú deberías haber sido el muerto, aunque tuvieras la pistola que me robaste. Así que empecé a preguntarme a quién había estado protegiendo. Tenía que saberlo. —Dejó de dar vueltas; el taconeo de las botas disminuyó—. No fue difícil. Tenías un interés poco común en averiguar dónde iba a tener lugar el Juego de aquella noche. Así que te lo dije. Si tú ibas a estar allí, pensé que yo también debía estar.

Pensé en lo que parecía haber pasado hacía cientos de horas, pero que en realidad había sucedido a primera hora de la larga noche en la que todavía estaba inmerso.

—¿Estabas allí cuando capturé a Chanterelle?

—No era lo que esperaba.

Claro que no… ¿cómo iba a serlo?

—Entonces, ¿qué pasa con Reivich? —pregunté—. ¿Cómo entra en esta historia?

—A través de una amiga mutua llamada Dominika —Zebra sonrió, porque sabía que me había sorprendido.

—¿Fuiste a ver a Dominika?

—Tenía sentido. Hice que Pransky te siguiera hasta Escher Heights mientras yo iba al bazar y hablaba con la vieja. Sabía que te habían quitado el dispositivo, ¿sabes? Y como habías estado antes en el bazar, Dominika debía saber quién había hecho la operación, si es que no había sido ella. Y, por supuesto, sí lo había sido, lo que simplificó mucho las cosas.

—¿Hay alguien en Ciudad Abismo al que no haya engañado?

—Posiblemente, en alguna parte, pero es solo una posibilidad extremadamente teórica. En realidad, Dominika es la más pura expresión del paradigma que hace funcionar esta ciudad, que se basa en que no hay nada ni nadie que no se pueda comprar, si se le ofrece el precio adecuado.

—¿Qué te dijo?

—Solo que eras un hombre muy interesante, Tanner, y que tenías bastante interés por encontrar a un caballero llamado Argent Reivich. Un hombre que había llegado a Escher Heights tan solo unos días antes. Bien, ¿no era toda una coincidencia, teniendo en cuenta que Pransky te acababa de seguir hasta esa parte de la ciudad?

El pequeño y esbelto experto en seguridad decidió que había llegado el momento de intervenir en la narración.

—Te seguí durante casi toda la noche, Tanner. Estabas empezando a hacer buenas migas con Chanterelle Sammartini, ¿no? ¡Quién lo hubiera pensado, tú y ella! —Sacudió la cabeza como si hubiéramos violado alguna ley física básica del universo—. Pero ibais por ahí como viejos amigos. Hasta os vi en las carreras de palanquines.

—Qué aburridamente romántico —dijo Zebra arrastrando las palabras, sin interrumpir la historia de Pransky.

—Llamé a Taryn y me encontré con ella —dijo el hombre—. Después os seguimos, con discreción, por supuesto. Visitasteis una boutique y al salir parecías un hombre nuevo… o al menos, no del todo tú. Después fuisteis a ver al Maestro Mezclador. Fue un hueso duro de roer. No quería decirme lo que querías y estoy deseando saberlo.

—Solo fue un chequeo —respondí.

—Bueno, quizá. —Pransky enlazó sus largos y elegantes dedos y después hizo crujir los nudillos—. Quizá no importe. Realmente resulta difícil ver qué relación tiene con lo que pasó después.

Intenté parecer interesado.

—¿Que fue…?

—Que casi matas a alguien —dijo Zebra tras silenciar a su socio con un gesto cortante en el aire—. Te vi, Tanner. Estaba a punto de acercarme para preguntarte qué estabas haciendo y, de repente, te sacaste una pistola del bolsillo. No podía verte la cara, pero te había estado siguiendo lo bastante como para saber que eras tú. Te observé moverte con la pistola en la mano; con elegancia y tranquilidad, como si hubieras nacido para hacerlo —hizo una pausa—. Y entonces apartaste la pistola y nadie más había prestado la atención suficiente como para darse cuenta de lo que habías hecho. Te observé mirar a tu alrededor, pero estaba claro que, fuera quien fuera, ya no estaba… si es que lo había estado alguna vez. Era Reivich, ¿no?

—Pareces saber mucho, dímelo tú.

—Creo que viniste aquí para matarlo —respondió Zebra—. No sé por qué. Los Reivich son una antigua familia de la Canopia, pero no tienen tantos enemigos como otros. Pero tiene sentido. Eso explicaría por qué estabas tan desesperado por entrar en la Canopia como para meterte en una cacería. Y por qué no querías quedarte en la seguridad de mi hogar. Era porque te asustaba perder el rastro de Reivich. Dame la razón, Tanner.

—¿Tendría algún sentido negarlo?

—No mucho, pero puedes intentarlo.

Ella llevaba razón. Igual que había hecho antes aquella noche con Chanterelle, me desahogué contándole todo a Zebra. Pero parecía menos íntimo. Quizá fuera por el hecho de que Pransky estaba allí absorbiéndolo todo. O por la sensación de que los dos sabían más sobre mí de lo que habían dicho y de que poco de lo que les estaba contando les resultaría nuevo. Les dije que Reivich era alguien de mi mundo natal, no un hombre realmente malvado, sino uno que había hecho algo muy malo por estupidez o debilidad y que tenía que ser castigado con la misma severidad que si fuera un agresivo psicópata de nacimiento obsesionado por los cuchillos.

Cuando hube terminado, después de que Zebra y Pransky me acribillaran a preguntas y examinaran cada aspecto de mi historia como si buscaran un defecto que tenía que estar allí, hubo una última pregunta, y la hice yo.

—¿Por qué me has traído aquí, Zebra?

Con las manos en las caderas y los codos sobresaliendo del recinto negro de su abrigo, dijo:

—¿Por qué crees?

—Curiosidad, supongo. Pero eso no basta.

—Estás en peligro, Tanner. Te estoy haciendo un favor.

—Llevo en peligro desde que llegué aquí. No es nada nuevo.

—Me refiero a peligro de verdad —dijo Pransky—. Te has metido demasiado. Has llamado demasiado la atención.

—Lleva razón —dijo Zebra—. Dominika era el eslabón débil. Puede que ya haya alertado a media ciudad. Casi seguro que Reivich sabe que estás aquí y él probablemente sepa que casi lo matas esta noche.

—Eso es lo que no entiendo —dije—. Si ya lo han avisado de mi presencia, ¿por qué demonios se expuso tanto? Si hubiera sido tan solo un segundo más rápido, lo habría matado.

—Quizá el encuentro fuera una coincidencia —dijo Pransky.

Zebra lo miró con desprecio.

—¿En una ciudad tan grande? No, Tanner lleva razón. Ese encuentro tuvo lugar porque Reivich así lo quiso. Y hay algo más. Mírame, Tanner. ¿Notas algo distinto?

—Has cambiado tu aspecto.

—Sí. Y no es muy difícil, créeme. Reivich podría haber hecho lo mismo… nada drástico, solo lo bastante para asegurarse de que no lo reconocieran de inmediato en un sitio público. Unas cuantas horas bajo el cuchillo, como mucho. Hasta un cortasangres incompetente podría haberlo hecho.

—Entonces no tiene ningún sentido —dije—. Es como si me incitase. Como si quisiera que lo matase.

—Quizá quería —dijo Zebra.

Hubo momentos en los que pensé que nunca saldría de aquella habitación; que Zebra y Pransky me habían llevado allí para matarme.

Estaba claro que Pransky era un profesional y a Zebra tampoco le era desconocida la muerte, dada su afiliación al movimiento de saboteadores.

Pero no me mataron.

Cogimos un teleférico a casa de Zebra y Pransky salió a hacer otro recado.

—¿Quién es? —le pregunté a Zebra cuando nos quedamos solos—. ¿Un ayudante a sueldo?

—Investigador privado —contestó Zebra tras dejar el abrigo en el suelo—. Está de moda. Hay rivalidades en la Canopia… feudos y guerras silenciosas, a veces entre familias y a veces dentro de ellas.

—Pensabas que podía ayudarte a localizarme.

—Y parece que no me equivoqué.

—Sigo sin saber por qué, Zebra. —De nuevo, miré hacia el exterior de la habitación, hacia el borde del abismo que era como la boca de un volcán alrededor del que crecía una ciudad en vísperas de su destrucción. La luz del alba salía tímidamente del horizonte—. A no ser que pienses que puedes usarme de alguna forma… en cuyo caso me temo que te equivocas. No me interesan los juegos de poder de la Canopia en los que puedas estar involucrada. He venido a hacer una sola cosa.

—Matar a un hombre inocente.

—Estamos en un universo cruel. ¿Te importa que me siente? —Lo hice antes de que me respondiera, mientras el mueble móvil se ponía en su sitio bajo mí como un criado obsequioso—. Sigo teniendo corazón de soldado y mi trabajo consiste en no cuestionar estas cosas. En cuanto empiece a hacerlo, dejaré de realizar bien mi trabajo.

Zebra, toda angularidad y líneas cortantes, se dejó caer en la suntuosidad de un asiento junto al mío y colocó las rodillas bajo la barbilla.

—Alguien está detrás de ti, Tanner. Por eso tenía que encontrarte. Es peligroso que te quedes aquí. Tienes que salir de la ciudad.

—No esperaba otra cosa. Reivich habrá comprado toda la ayuda que pueda obtener.

—¿Ayuda local?

Era una pregunta extraña.

—Sí, supongo. No buscarías a alguien que no conociera la ciudad.

—El que te persigue no es de aquí, Tanner.

Me puse tenso en el asiento e hice que sus músculos escondidos generaran ondas de masaje.

—¿Qué sabes?

—No mucho, salvo que Dominika dijo que alguien había intentado encontrarte. Un hombre y una mujer. Actuaban como si nunca hubieran estado aquí antes. Como si vinieran de otro mundo. Y estaban muy interesados en encontrarte.

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