Cincuenta sombras más oscuras (8 page)

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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

BOOK: Cincuenta sombras más oscuras
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Es raro estar con Christian Grey en el apartamento. Parece un sitio muy pequeño para él.

Sigo enfadada: su acoso no tiene límites, y ahora caigo que es así como supo que los correos de SIP estaban monitorizados. Seguramente sabe más de SIP que yo. Esa idea me resulta desagradable.

¿Qué puedo hacer? ¿Por qué tiene esa necesidad de mantenerme a salvo? Soy una adulta —más o menos—, por el amor de Dios… ¿Qué puedo hacer para tranquilizarle?

Observo su cara mientras se pasea por la habitación como un animal enjaulado, y mi rabia disminuye. Verle aquí, en mi espacio, cuando creí que habíamos terminado, es reconfortante. Más que reconfortante… le quiero, y mi corazón se expande con un júbilo exaltado y embriagador. Él echa un vistazo por todas partes, examinando el entorno.

—Es bonito —dice.

—Los padres de Kate lo compraron para ella.

Asiente abstraído y sus vivaces ojos grises descansan en los míos, me miran.

—Esto… ¿quieres beber algo? —susurro, ruborizada por los nervios.

—No, gracias, Anastasia.

Su mirada se ensombrece.

¿Por qué estoy tan nerviosa?

—¿Qué te gustaría hacer, Anastasia? —pregunta dulcemente mientras camina hacia mí, salvaje y ardiente—. Yo sé lo que quiero hacer —añade en voz baja.

Me echo hacia atrás y choco contra el cemento de la cocina tipo isla.

—Sigo enfadada contigo.

—Lo sé.

Me sonríe con un amago de disculpa y yo me derrito… bueno, quizá no esté tan enfadada.

—¿Te apetece comer algo? —pregunto.

Él asiente despacio.

—Sí, a ti —murmura.

Mi cuerpo se tensa de cintura para abajo. Solo su voz basta para seducirme, pero esa mirada, esa hambrienta mirada de deseo urgente… Oh, Dios.

Está de pie delante de mí, sin llegar a tocarme. Baja la vista, me mira a los ojos y el calor que irradia su cuerpo me inunda. Siento un ardor sofocante que me aturde y las piernas como si fueran de gelatina, mientras un deseo oscuro me recorre las entrañas. Le deseo.

—¿Has comido hoy? —murmura.

—Un bocadillo al mediodía —susurro.

No quiero hablar de comida.

Entorna los ojos.

—Tienes que comer.

—La verdad es que ahora no tengo hambre… de comida.

—¿De qué tiene hambre, señorita Steele?

—Creo que ya lo sabe, señor Grey.

Se inclina y nuevamente creo que va a besarme, pero no lo hace.

—¿Quieres que te bese, Anastasia? —me susurra bajito al oído.

—Sí —digo sin aliento.

—¿Dónde?

—Por todas partes.

—Vas a tener que especificar un poco más. Ya te dije que no pienso tocarte hasta que me supliques y me digas qué debo hacer.

Estoy perdida; no está jugando limpio.

—Por favor —murmuro.

—Por favor, ¿qué?

—Tócame.

—¿Dónde, nena?

Está tan tentadoramente cerca, su aroma es tan embriagador… Alargo la mano, y él se aparta inmediatamente.

—No, no —me recrimina, y abre los ojos con una repentina expresión de alarma.

—¿Qué?

No… vuelve.

—No.

Niega con la cabeza.

—¿Nada de nada?

No puedo reprimir el anhelo de mi voz.

Me mira desconcertado y su duda me envalentona. Doy un paso hacia él, y se aparta, levanta las manos para defenderse, pero sonriendo.

—Oye, Ana…

Es una advertencia, y se pasa la mano por el pelo, exasperado.

—A veces no te importa —comento quejosa—. Quizá debería ir a buscar un rotulador y podríamos hacer un mapa de las zonas prohibidas.

Arquea una ceja.

—No es mala idea. ¿Dónde está tu dormitorio?

Señalo con la cabeza. ¿Está cambiando de tema aposta?

—¿Has seguido tomando la píldora?

Maldita sea. La píldora.

Al ver mi gesto le cambia la cara.

—No —mascullo.

—Ya —dice, y junta los labios en una fina línea—. Ven, comamos algo.

—¡Creía que íbamos a acostarnos! Yo quiero acostarme contigo.

—Lo sé, nena.

Sonríe y de repente viene hacia mí, me sujeta las muñecas, me atrae a sus brazos y me estrecha contra su cuerpo.

—Tú tienes que comer, y yo también —murmura, y baja hacia mí sus ardientes ojos grises—. Además… la expectación es clave en la seducción, y la verdad es que ahora mismo estoy muy interesado en posponer la gratificación.

Ah… ¿desde cuándo?

—Yo ya he sido seducida y quiero mi gratificación ahora. Te suplicaré, por favor —digo casi gimoteante.

Me sonríe con ternura.

—Come. Estás demasiado flaca.

Me besa la frente y me suelta.

Esto es un juego, parte de algún plan diabólico. Le frunzo el ceño.

—Sigo enfadada porque compraras SIP, y ahora estoy enfadada porque me haces esperar —digo haciendo un puchero.

—La damita está enfadada, ¿eh? Después de comer te sentirás mejor.

—Ya sé después de qué me sentiré mejor.

—Anastasia Steele, estoy escandalizado —dice en tono burlón.

—Deja de burlarte de mí. No estás jugando limpio.

Disimula la sonrisa mordiéndose el labio inferior. Tiene un aspecto sencillamente adorable… de Christian travieso que juega con mi libido. Si mis armas de seducción fueran mejores, sabría qué hacer, pero no poder tocarle lo hace aún más difícil.

La diosa que llevo dentro entorna los ojos y parece pensativa. Hemos de trabajar en eso.

Mientras Christian y yo nos miramos fijamente —yo ardiente, molesta y anhelante, y él, relajado, divirtiéndose a mi costa—, caigo en la cuenta de que no tengo comida en el piso.

—Podría cocinar algo… pero tendremos que ir a comprar.

—¿A comprar?

—La comida.

—¿No tienes nada aquí?

Se le endurece el gesto.

Yo niego con la cabeza. Dios, parece bastante enfadado.

—Pues vamos a comprar —dice en tono severo y, girando sobre sus talones, va hacia la puerta y me la abre de par en par.

—¿Cuándo fue la última vez que estuviste en un supermercado?

Christian parece fuera de lugar, pero me sigue diligentemente, cargando con la cesta de la compra.

—No me acuerdo.

—¿La señora Jones se encarga de todas las compras?

—Creo que Taylor la ayuda. No estoy seguro.

—¿Te parece bien algo salteado? Es rápido.

—Un salteado suena bien.

Christian sonríe, sin duda imaginando qué hay detrás de mi deseo de preparar algo rápido.

—¿Hace mucho que trabajan para ti?

—Taylor, cuatro años, me parece. La señora Jones más o menos lo mismo. ¿Por qué no tenías comida en el apartamento?

—Ya sabes por qué —murmuro, ruborizada.

—Fuiste tú quien me dejó —masculla, molesto.

—Ya lo sé —replico en voz muy baja; no quiero que me lo recuerde.

Llegamos a la caja y nos ponemos en la cola sin hablar.

Si no me hubiera ido, ¿me habrías ofrecido la alternativa vainilla?, me pregunto vagamente.

—¿Tienes algo para beber? —dice, devolviéndome al presente.

—Cerveza… creo.

—Compraré un poco de vino.

Ay, Dios. No estoy segura de qué tipo de vino tienen en el supermercado Ernie’s. Christian vuelve con las manos vacías y una mueca de disgusto.

—Aquí al lado hay una buena licorería —digo enseguida.

—Veré qué tienen.

Quizá deberíamos ir a su piso, y así no pasaríamos por todo este lío. Le veo salir por la puerta muy decidido, con su elegancia natural. Dos mujeres que entran se paran y se quedan mirando. Ah, sí, mirad a mi Cincuenta Sombras, pienso con cierto desaliento.

Le deseo tal como le recuerdo, en mi cama, pero se está haciendo mucho de rogar. A lo mejor yo debería hacer lo mismo. La diosa que llevo dentro asiente frenéticamente. Y mientras hago cola, se nos ocurre un plan. Mmm…

Christian entra las bolsas de la compra al apartamento. Ha cargado con ellas todo el camino desde que salimos de la tienda. Se le ve muy raro, muy distinto de su porte habitual de presidente.

—Se te ve muy… doméstico.

—Nadie me había acusado de eso antes —dice con sequedad.

Coloca las bolsas sobre la encimera de la isla de la cocina. Mientras yo empiezo a vaciarlas, él saca una botella de vino y busca un sacacorchos.

—Este sitio aún es nuevo para mí. Me parece que el abridor está en ese cajón de allí —digo, señalando con la barbilla.

Esto parece tan… normal. Dos personas que se están conociendo, que se disponen a comer. Y, sin embargo, es tan raro. El miedo que siempre sentía en su presencia ha desaparecido. Ya hemos hecho tantas cosas juntos que me ruborizo solo de pensarlo, y aun así apenas le conozco.

—¿En qué estás pensando?

Christian interrumpe mis fantasías mientras se quita la americana de rayas y la deja sobre el sofá.

—En lo poco que te conozco, en realidad.

Se me queda mirando y sus ojos se apaciguan.

—Me conoces mejor que nadie.

—No creo que eso sea verdad.

De pronto, y totalmente en contra de mi voluntad, la señora Robinson aparece en mi mente.

—La cuestión, Anastasia, es que soy una persona muy, muy cerrada.

Me ofrece una copa de vino blanco.

—Salud —dice.

—Salud —contesto, y bebo un sorbo mientras él mete la botella en la nevera.

—¿Puedo ayudarte con eso? —pregunta.

—No, no hace falta… siéntate.

—Me gustaría ayudar.

Parece sincero.

—Puedes picar las verduras.

—No sé cocinar —dice, mirando con suspicacia el cuchillo que le doy.

—Supongo que no lo necesitas.

Le pongo delante una tabla para cortar y unos pimientos rojos. Los mira, confundido.

—¿Nunca has picado una verdura?

—No.

Lo miro riendo.

—¿Te estás riendo de mí?

—Por lo visto hay algo que yo sé hacer y tú no. Reconozcámoslo, Christian, creo que esto es nuevo. Ven, te enseñaré.

Le rozo y se aparta. La diosa que llevo dentro se incorpora y observa.

—Así —digo, mientras corto el pimiento rojo y aparto las semillas con cuidado.

—Parece bastante fácil.

—No deberías tener ningún problema para conseguirlo —le aseguro con ironía.

Él me observa impasible un momento y después se pone a ello, mientras yo comienzo a preparar los dados de pollo. Empieza a cortar, con cuidado, despacio. Por favor… así estaremos aquí todo el día.

Me lavo las manos y busco el wok, el aceite y los demás ingredientes que necesito, rozándole repetidas veces: con la cadera, el brazo, la espalda, las manos. Toquecitos inocentes. Cada vez que lo hago, él se queda muy quieto.

—Sé lo que estás haciendo, Anastasia —murmura sombrío, mientras sigue aún con el primer pimiento.

—Creo que se llama cocinar —digo, moviendo las pestañas.

Cojo otro cuchillo y me coloco a su lado para pelar y cortar el ajo, las chalotas y las judías verdes, chocando con él a cada momento.

—Lo haces bastante bien —musita mientras empieza con el segundo pimiento rojo.

—¿Picar? —Le miro y aleteo las pestañas—. Son años de práctica.

Vuelvo a rozarle, está vez con el trasero. Él se queda inmóvil otra vez.

—Si vuelves a hacer eso, Anastasia, te follaré en el suelo de la cocina.

Oh, vaya, esto funciona.

—Primero tendrás que suplicarme.

—¿Me estás desafiando?

—Puede.

Deja el cuchillo y, lentamente, da un paso hacia mí. Le arden los ojos. Se inclina a mi lado, apaga el gas. El aceite del wok deja de crepitar casi al instante.

—Creo que comeremos después —dice—. Mete el pollo en la nevera.

Esta es una frase que nunca habría esperado oír de labios de Christian Grey, y solo él puede hacer que suene erótica, muy erótica. Cojo el bol con los dados de pollo, le pongo un plato encima con manos algo temblorosas y lo guardo en la nevera. Cuando me doy la vuelta, él está a mi lado.

—¿Así que vas a suplicar? —susurro, mirando audazmente sus ojos turbios.

—No, Anastasia. —Menea la cabeza—. Nada de súplicas.

Su voz es tenue y seductora.

Y nos quedamos mirándonos el uno al otro, embebiéndonos el uno del otro… el ambiente se va cargando, casi saltan chispas, sin que ninguno diga nada, solo mirando. Me muerdo el labio cuando el deseo por ese hombre me domina con ánimo de venganza, incendia mi cuerpo, me roba el aliento, me inunda de cintura para abajo. Veo mis reacciones reflejadas en su semblante, en sus ojos.

De golpe, me agarra por las caderas y me arrastra hacia él, mientras yo hundo las manos en su cabello y su boca me reclama. Me empuja contra la nevera, y oigo la vaga protesta de la hilera de botellas y tarros en el interior, mientras su lengua encuentra la mía. Yo jadeo en su boca, y una de sus manos me sujeta el pelo y me echa hacia atrás la cabeza mientras nos besamos salvajemente.

—¿Qué quieres, Anastasia? —jadea.

—A ti —gimo.

—¿Dónde?

—En la cama.

Me suelta, me coge en brazos y me lleva deprisa y sin aparente esfuerzo a mi dormitorio. Me deja de pie junto a la cama, se inclina y enciende la luz de la mesita. Echa una ojeada rápida a la habitación y se apresura a correr las cortinas beis.

—¿Ahora qué? —dice en voz baja.

—Hazme el amor.

—¿Cómo?

Madre mía.

—Tienes que decírmelo, nena.

Por Dios…

—Desnúdame —digo ya jadeando.

Él sonríe, mete el dedo índice en el escote de mi blusa y tira hacia él.

—Buena chica —murmura, y sin apartar sus ardientes ojos de mí, empieza a desabrocharme despacio.

Con cuidado, apoyo las manos en sus brazos para mantener el equilibrio. Él no protesta. Sus brazos son una zona segura. Cuando ha terminado con los botones, me saca la blusa por encima de los hombros, y yo le suelto para dejar que la prenda caiga al suelo. Él se inclina hasta la cintura de mis vaqueros, desabrocha el botón y baja la cremallera.

—Dime lo que quieres, Anastasia.

Le centellean los ojos. Separa los labios y respira entrecortadamente.

—Bésame desde aquí hasta aquí —susurro deslizando un dedo desde la base de la oreja hasta la garganta.

Él me aparta el pelo de esa línea de fuego y se inclina, dejando un rastro de besos suaves y cariñosos por el trazado de mi dedo, y luego de vuelta.

—Mis vaqueros y las bragas —murmuro, y él, pegado a mi cuello, sonríe antes de dejarse caer de rodillas ante mí.

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