—Dame un poco de tiempo… por favor —murmuro.
Deja escapar un leve gruñido, y por fin me besa, larga y apasionadamente. Luego entramos en el ascensor, y somos solo manos y bocas y lenguas y labios y dedos y cabello. El deseo, denso y fuerte, invade mi sangre y enturbia mi mente. Él me empuja contra la pared, presionando con sus caderas, sujetándome con una mano en mi pelo y la otra en mi barbilla.
—Te pertenezco —susurra—. Mi destino está en tus manos, Ana.
Sus palabras me embriagan, y ardo en deseos de despojarle de la ropa. Tiro de su chaqueta hacia atrás, y cuando el ascensor llega al piso salimos a trompicones al vestíbulo.
Christian me clava en la pared junto al ascensor, su chaqueta cae al suelo, y, sin separar su boca de la mía, sube la mano por mi pierna y me levanta el vestido.
—Esta es la primera superficie —musita y me levanta bruscamente—. Rodéame con las piernas.
Hago lo que me dice, y él se da la vuelta y me tumba sobre la mesa del vestíbulo, y queda de pie entre mis piernas. Me doy cuenta de que el jarrón de flores que suele estar allí ya no está. ¿Eh? Christian mete la mano en el bolsillo del pantalón, saca el envoltorio plateado, me lo da y se baja la cremallera.
—¿Sabes cómo me excitas?
—¿Qué? —jadeo—. No… yo…
—Pues sí —musita—, a todas horas.
Me quita el paquete de las manos. Oh, esto va muy rápido, pero después de todo ese ritual de provocación le deseo con locura, ahora mismo, ya. Él me mira, se pone el condón, y luego planta las manos debajo de mis muslos y me separa más las piernas.
Se coloca en posición y se queda quieto.
—No cierres los ojos. Quiero verte —murmura.
Me coge ambas manos con las suyas y se sumerge despacio dentro de mí.
Yo lo intento, de verdad, pero la sensación es tan deliciosa. Es lo que había estado esperando después de todos esos juegos. Oh, la plenitud, esta sensación… Gimo y arqueo la espalda sobre la mesa.
—¡Abiertos! —gruñe apretándome las manos, y me penetra con dureza y grito.
Abro los ojos, y él me está mirando con los suyos muy abiertos. Se retira despacio y luego se hunde en mí otra vez, y su boca se relaja y dibuja un «Ah…», pero no dice nada. Al verle tan excitado, al ver la reacción que le provoco, me enciendo por dentro y la sangre me arde en las venas. Sus ojos grises me fulminan e incrementa el ritmo, y yo me deleito con ello, gozo con ello, viéndole, viéndome… su pasión, su amor… y juntos alcanzamos el clímax.
Chillo al llegar al orgasmo, y Christian hace lo mismo.
—¡Sí, Ana! —grita.
Se derrumba sobre mí, me suelta las manos y apoya la cabeza en mi seno. Yo sigo envolviéndole con las piernas y, bajo la mirada maternal y paciente de los cuadros de Madonas, acuno su cabeza contra mí e intento recuperar el aliento.
Él levanta la cabeza para mirarme.
—Todavía no he terminado contigo —murmura, se incorpora y me besa.
* * *
Estoy en la cama de Christian, desnuda y tumbada sobre su pecho, jadeando. Por Dios… ¿nunca se le agota la energía? Sus dedos me recorren la espalda, arriba y abajo.
—¿Satisfecha, señorita Steele?
Yo asiento con un murmullo. Ya no me quedan fuerzas para hablar. Levanto la cabeza y vuelvo mi mirada borrosa hacia él, deleitándome con sus ojos cálidos y cariñosos. Inclino la cabeza hacia abajo muy despacio, dejándole clara mi intención de que voy a besarle el torso.
Él se tensa un momento, y yo le planto un leve beso en el vello del pecho, aspirando ese extraordinario aroma a Christian, mezcla de sudor y sexo. Es embriagador. Él se mueve para ponerse de costado, de manera que quedo tumbada a su lado, y baja la vista y me mira.
—¿El sexo es así para todo el mundo? Me sorprende que la gente no se quede en casa todo el tiempo —murmuro, con repentina timidez.
Él sonríe.
—No puedo hablar en nombre de todo el mundo, Anastasia, pero contigo es extraordinariamente especial.
Se inclina y me besa.
—Eso es porque usted es extraordinariamente especial, señor Grey —añado sonriendo, y le acaricio la cara.
Él me mira y parpadea, desconcertado.
—Es tarde. Duérmete —dice.
Me besa, luego se tumba, me atrae hacia él, y se pega a mi espalda.
—No te gustan los halagos.
—Duérmete, Anastasia.
Ah… pero él es extraordinariamente especial. Dios… ¿por qué no se da cuenta?
—Me encantó la casa —murmuro.
Permanece un buen rato sin decir nada, pero noto que sonríe.
—A mí me encantas tú. Duérmete.
Hunde la nariz en mi pelo y me voy deslizando en el sueño, segura en sus brazos, soñando con puestas de sol y grandes ventanales y amplias escalinatas… y con un crío con el pelo cobrizo que corre por un prado, riendo y dando grititos mientras yo le persigo.
* * *
—Tengo que irme, nena.
Christian me besa justo debajo de la oreja.
Abro los ojos: ya es de día. Me doy la vuelta para mirarle, pero ya se ha levantado y arreglado y se inclina, fresco y delicioso, sobre mí.
—¿Qué hora es?
Oh, no… no quiero llegar tarde.
—No te asustes. Yo tengo un desayuno de trabajo —me dice, frotando su nariz contra la mía.
—Hueles bien —murmuro, y me desperezo debajo de él.
Siento una placentera tensión en las extremidades, que crujen después de todas nuestras proezas de ayer. Le echo los brazos al cuello.
—No te vayas.
Él ladea la cabeza y arquea una ceja.
—Señorita Steele… ¿acaso intenta hacer que un hombre honrado no cumpla con su jornada de trabajo?
Yo asiento medio dormida, y él sonríe, con esa nueva sonrisa tímida.
—Eres muy tentadora, pero tengo que marcharme.
Me besa y se incorpora. Lleva un traje azul oscuro muy elegante, una camisa blanca y una corbata azul marino que le dan aspecto de presidente ejecutivo… un presidente terriblemente sexy.
—Hasta luego, nena —murmura, y se va.
Echo un vistazo al despertador y veo que ya son las siete… no debo de haber oído la alarma. Bueno, hora de levantarse.
* * *
Mientras me ducho, tengo una nueva inspiración: se me ha ocurrido otro regalo de cumpleaños para Christian. Es muy difícil comprarle algo a un hombre que lo tiene todo. Ya le he dado mi regalo principal, y también está el otro que le compré en la tienda para turistas, pero este nuevo regalo será en realidad para mí. Cuando cierro el grifo, me rodeo con los brazos emocionada ante la perspectiva. Solo tengo que prepararlo.
En el vestidor me pongo un traje rojo ceñido con un gran escote cuadrado. Sí, no es excesivo para ir a trabajar.
Ahora, para el regalo de Christian. Empiezo a revolver en los cajones buscando sus corbatas. En el último cajón encuentro esos vaqueros descoloridos y rasgados que lleva en el cuarto de juegos… esos con los que está condenadamente sensual. Los acaricio cuidadosamente con la mano. Oh, la tela es muy suave.
Debajo descubro una caja de cartón negra, ancha y plana, que despierta mi interés al instante. ¿Qué hay ahí? La miro, y vuelvo a tener la sensación de estar invadiendo una propiedad privada. La saco y la agito un poco. Pesa, como si contuviera documentos o manuscritos. No puedo resistirme. Abro la tapa… e inmediatamente vuelvo a cerrarla. Dios santo, son fotografías del cuarto rojo. La conmoción me obliga a sentarme sobre los talones, mientras intento borrar la imagen de mi mente. ¿Por qué he abierto la caja? ¿Por qué guarda Christian esas fotos?
Me estremezco. Mi subconsciente me mira ceñuda: Esto es anterior a ti. Olvídalo.
Tiene razón. Cuando me levanto veo que las corbatas están colgadas al fondo de la barra del armario. Cuando encuentro mi preferida, salgo corriendo.
Esas fotografías son A.A.: Antes de Ana. Mi subconsciente asiente para darme la razón, pero me dirijo hacia la sala para desayunar sintiendo un peso en el corazón. La señora Jones me sonríe con afecto y luego frunce el ceño.
—¿Va todo bien, Ana? —pregunta con amabilidad.
—Sí —murmuro, distraída—. ¿Tiene usted una llave del… cuarto de juegos?
Ella, sorprendida, se queda quieta un momento.
—Sí, claro. —Se descuelga un manojo de llaves del cinturón—. ¿Qué le apetece para desayunar, querida? —pregunta cuando me entrega las llaves.
—Solo muesli. Enseguida vuelvo.
Ahora, desde que he encontrado esas fotografías, ya no tengo tan claro lo del regalo. ¡No ha cambiado nada!, me increpa de nuevo mi subconsciente, mirándome por encima de sus gafas de media luna. Esa imagen que viste era erótica, interviene la diosa que llevo dentro, y yo le respondo torciendo el gesto mentalmente. Sí, era demasiado… erótica para mí.
¿Qué otras cosas habrá escondido? Rebusco en la cómoda rápidamente, cojo lo que necesito, y cierro con llave el cuarto de juegos al salir. ¡Solo faltaría que José viera esto!
Le devuelvo las llaves a la señora Jones y me siento a devorar el desayuno, sintiéndome extraña porque Christian no está. La imagen de la fotografía aparece en mi mente sin que nadie la haya invitado. Me pregunto quién era. ¿Leila, quizá?
* * *
De camino al trabajo, medito si decirle o no a Christian que he encontrado sus fotografías. No, grita mi subconsciente con su cara a lo Edvard Munch. Decido que probablemente tiene razón.
En cuanto me siento a mi escritorio, vibra la BlackBerry.
De: Christian Grey
Fecha: 17 de junio de 2011 08:59
Para: Anastasia Steele
Asunto: Superficies
Calculo que quedan como mínimo unas treinta superficies. Me hacen mucha ilusión todas y cada una de ellas. Luego están los suelos, las paredes… y no nos olvidemos del balcón.
Y después de eso está mi despacho…
Te echo de menos. x
Christian Grey
Priápico presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Su e-mail me hace sonreír, y mis anteriores reservas desaparecen totalmente. A quien desea ahora es a mí, y el recuerdo de las correrías sexuales de anoche invade mi mente… el ascensor, el vestíbulo, la cama. «Priápico» es el término adecuado. Me pregunto vagamente cuál sería el equivalente femenino.
De: Anastasia Steele
Fecha: 17 de junio de 2011 09:03
Para: Christian Grey
Asunto: ¿Romanticismo?
Señor Grey:
Tiene usted una mente unidireccional.
Te eché de menos en el desayuno.
Pero la señora Jones estuvo muy complaciente.
A x
De: Christian Grey
Fecha: 17 de junio de 2011 09:07
Para: Anastasia Steele
Asunto: Intrigado
¿En qué fue complaciente la señora Jones?
¿Qué está tramando, señorita Steele?
Christian Grey
Intrigado presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
¿Cómo lo sabe?
De: Anastasia Steele
Fecha: 17 de junio de 2011 09:10
Para: Christian Grey
Asunto: Es un secreto
Espera y verás: es una sorpresa.
Tengo que trabajar… no me molestes.
Te quiero.
A x
De: Christian Grey
Fecha: 17 de junio de 2011 09:12
Para: Anastasia Steele
Asunto: Frustrado
Odio que me ocultes cosas.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Me quedo mirando la pequeña pantalla de mi BlackBerry. La vehemencia implícita en este e-mail me coge por sorpresa. ¿Por qué se siente así? No es como si yo estuviera escondiendo fotografías eróticas de mis ex.
De: Anastasia Steele
Fecha: 17 de junio de 2011 09:14
Para: Christian Grey
Asunto: Mimos
Es por tu cumpleaños.
Otra sorpresa.
No seas tan arisco.
A x
Él no me contesta inmediatamente, y entonces me llaman para acurdir a una reunión, así que no puedo entretenerme mucho.
* * *
Cuando vuelvo a echar un vistazo a mi BlackBerry, veo horrorizada que son las cuatro de la tarde. ¿Cómo ha pasado tan rápido el día? Sigue sin haber ningún mensaje de Christian. Decido volver a mandarle un e-mail.
De: Anastasia Steele
Fecha: 17 de junio de 2011 16:03
Para: Christian Grey
Asunto: Hola
¿No me hablas?
Acuérdate de que saldré a tomar una copa con José, y que se quedará a dormir esta noche.
Por favor, piénsate lo de venir con nosotros.
A x
No me contesta, y siento un escalofrío de inquietud. Espero que esté bien. Le llamo al móvil y salta el contestador. La grabación dice simplemente: «Grey, deja tu mensaje», en un tono muy cortante.
—Hola… esto… soy yo, Ana. ¿Estás bien? Llámame —le hablo tartamudeante al contestador.
No había tenido que hacerlo nunca. Me ruborizo y cuelgo. ¡Pues claro que sabrá que eres tú, boba! Mi subconsciente me mira poniendo los ojos en blanco. Me siento tentada de telefonear a Andrea, su ayudante, pero decido que eso sería ir demasiado lejos. Vuelvo al trabajo de mala gana.
* * *
De repente suena mi teléfono y el corazón me da un vuelco. ¡Christian! Pero no: es Kate, mi mejor amiga… ¡por fin!
—¡Ana! —grita ella desde donde quiera que esté.
—¡Kate! ¿Has vuelto? Te he echado de menos.
—Yo también. Tengo que contarte muchas cosas. Estamos en el aeropuerto… mi hombre y yo.
Y suelta una risita tonta, bastante impropia de Kate.
—Fantástico. Yo también tengo muchas cosas que contarte.
—¿Nos vemos en el apartamento?
—He quedado con José para tomar algo. Vente con nosotros.
—¿José está aquí? ¡Pues claro que iré! Mandadme un mensaje con la dirección del bar.
—Vale —digo con una sonrisa radiante.
—¿Estás bien, Ana?
—Sí, muy bien.
—¿Sigues con Christian?
—Sí.
—Bien. ¡Hasta luego!
Oh, no, ella también. La influencia de Elliot no conoce fronteras.
—Sí… hasta luego, nena.
Sonrío, y ella cuelga.
Uau. Kate ha vuelto. ¿Cómo voy a contarle todo lo que ha pasado? Debería apuntarlo, para no olvidarme de nada.
* * *
Una hora después suena el teléfono de mi despacho: ¿Christian? No, es Claire.