Cincuenta sombras más oscuras (30 page)

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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

BOOK: Cincuenta sombras más oscuras
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—Puede que un día de estos te ate a ti —mascullo en tono gruñón.

Él tuerce el gesto, divertido.

—Primero tendrá que atraparme, señorita Steele.

Sus palabras me traen a la cabeza la imagen de él persiguiéndome por todo el apartamento, la excitación, y después sus espantosas consecuencias. Frunzo el ceño y me estremezco. Después de aquello, le dejé.

¿Le dejaría otra vez ahora que ha reconocido que me quiere? Levanto la vista hacia sus claros ojos grises. ¿Sería capaz de dejarle otra vez… me hiciera lo que me hiciese? ¿Podría traicionarle de ese modo? No. No creo que pudiera.

Me ha dado otro completo tour por este magnífico barco, explicándome todos los detalles del diseño, las técnicas innovadoras y los materiales de alta calidad que se utilizaron para construirlo. Recuerdo aquella primera entrevista, cuando le conocí. Entonces descubrí ya su pasión por los barcos. Creí que reservaba su entrega incondicional a los cargueros transoceánicos que construye su empresa… pero no, también los elegantes catamaranes de encanto tan sensual.

Y, por supuesto, me ha hecho el amor con dulzura, sin prisas. Recuerdo mi cuerpo arqueado y anhelante bajo sus expertas manos. Es un amante excepcional, de eso estoy segura… aunque, claro, no tengo con quién compararle. Pero Kate hubiera alardeado más si esto fuera siempre así: no es propio de ella callarse los detalles.

Pero ¿durante cuánto tiempo le bastará con esto? No lo sé, y el pensamiento resulta muy perturbador.

Ahora se sienta y me rodea con sus brazos, y yo permanezco en la seguridad de su abrazo durante horas —o eso me parece—, en un silencio cómodo y fraterno, mientras el
Grace
se desliza y se acerca más y más a Seattle. Yo llevo el timón, y Christian me avisa cada vez que tengo que ajustar el rumbo.

—Hay una poesía en navegar tan antigua como el mundo —me dice al oído.

—Eso suena a cita.

Noto que sonríe.

—Lo es. Antoine de Saint-Exupéry.

—Oh… me encanta
El principito.

—A mí también.

* * *

Comienza a caer la noche cuando Christian, con sus manos todavía sobre las mías, nos conduce al interior de la bahía. Las luces de los barcos parpadean y se reflejan en el agua oscura, pero todavía hay algo de claridad: el atardecer es agradable y luminoso, el preludio de lo que sin duda será una puesta de sol espectacular.

Una pequeña multitud se congrega en el muelle cuando Christian hace girar despacio el barco, en un espacio relativamente pequeño. Lo hace con destreza, atracando de nuevo en el embarcadero del que habíamos zarpado. Mac salta a tierra y amarra el
Grace
a un noray.

—Ya estamos de vuelta —murmura Christian.

—Gracias —susurro tímidamente—. Ha sido una tarde perfecta.

Christian me sonríe.

—Yo pienso lo mismo. Quizá deberíamos matricularte en una escuela náutica, y así podríamos salir durante unos días, tú y yo solos.

—Me encantaría. Podríamos estrenar el dormitorio una y otra vez.

Se inclina y me besa bajo la oreja.

—Mmm… estoy deseándolo, Anastasia —susurra, y consigue que se me erice todo el vello del cuerpo.

¿Cómo lo hace?

—Vamos, el apartamento es seguro. Podemos volver.

—¿Y las cosas que tenemos en el hotel?

—Taylor ya las ha recogido.

¡Oh! ¿Cuándo?

—Hoy a primera hora —contesta Christian antes de que le plantee la pregunta—, después de haber examinado el
Grace
con su equipo.

—¿Y ese pobre hombre cuándo duerme?

—Duerme. —Christian, desconcertado, arquea una ceja—. Simplemente cumple con su deber, Anastasia, y lo hace muy bien. Es una suerte contar con Jason.

—¿Jason?

—Jason Taylor.

Pensaba que Taylor era su nombre de pila. Jason… Es un nombre que le pega: serio y responsable, fiable. Por alguna razón, eso me hace sonreír.

Christian me mira pensativo y comenta:

—Tú aprecias a Taylor.

—Supongo que sí.

Su comentario me confunde. Él frunce el ceño.

—No me siento atraída por él, si es eso lo que te hace poner mala cara. Déjalo ya.

Christian hace algo parecido a un mohín, como enfurruñado.

Dios… a veces es como un niño.

—Opino que Taylor cuida muy bien de ti. Por eso me gusta. Me parece un hombre que inspira confianza, amable y leal. Lo aprecio en un sentido paternal.

—¿Paternal?

—Sí.

—Bien, paternal.

Christian parece analizar la palabra y su significado. Me echo a reír.

—Oh, Christian, por favor, madura un poco.

Él abre la boca, sorprendido ante mi salida, pero luego piensa en lo que he dicho y tuerce el gesto.

—Lo intento —dice finalmente.

—Se nota. Y mucho —le digo con cariño, pero después pongo los ojos en blanco.

—Qué buenos recuerdos me trae verte hacer ese gesto, Anastasia —dice con una gran sonrisa.

—Bueno, si te portas bien a lo mejor revivimos alguno de esos recuerdos —replico con aire cómplice.

Él hace una mueca irónica.

—¿Portarme bien? —Levanta las cejas—. Francamente, señorita Steele, ¿qué le hace pensar que quiera revivirlos?

—Seguramente porque, cuando lo he dicho, tus ojos han brillado como luces navideñas.

—Qué bien me conoces ya —dice con cierta sequedad.

—Me gustaría conocerte mejor.

Sonríe con dulzura.

—Y a mí a ti, Anastasia.

—Gracias, Mac.

Christian estrecha la mano de McConnell y baja al muelle.

—Siempre es un placer, señor Grey. Adiós. Y, Ana, encantado de conocerte.

Le doy la mano con timidez. Debe de saber a qué nos hemos dedicado Christian y yo mientras él estaba en tierra.

—Que tengas un buen día, Mac, y gracias.

Me sonríe y me guiña el ojo, haciendo que me ruborice. Christian me coge de la mano y subimos por el muelle hacia el paseo marítimo.

—¿De dónde es Mac? —pregunto, intrigada por su acento.

—Irlandés… del norte de Irlanda —concreta Christian.

—¿Es amigo tuyo?

—¿Mac? Trabaja para mí. Ayudó a construir el
Grace.

—¿Tienes muchos amigos?

Frunce el ceño.

—La verdad es que no. Dedicándome a lo que me dedico… no puedo cultivar muchas amistades. Solo está…

Se calla y se pone muy serio, y soy consciente de que iba a mencionar a la señora Robinson.

—¿Tienes hambre? —pregunta para cambiar de tema.

Asiento. La verdad es que estoy hambrienta.

—Cenaremos donde dejé el coche. Vamos.

Al lado del SP hay un pequeño bistró italiano llamado Bee’s. Me recuerda al local de Portland: unas pocas mesas y reservados, con una decoración muy moderna y alegre, y una gran fotografía en blanco y negro de una celebración de principios de siglo a modo de mural.

Christian y yo nos sentamos en un reservado, y echamos un vistazo al menú mientras degustamos un Frascati suave y delicioso. Cuando levanto la vista de la carta, después de haber elegido lo que quiero, Christian me está mirando fijamente, pensativo.

—¿Qué pasa?

—Estás muy guapa, Anastasia. El aire libre te sienta bien.

Me ruborizo.

—Pues la verdad es que me arde la cara por el viento. Pero he pasado una tarde estupenda. Una tarde perfecta. Gracias.

En sus ojos brilla el cariño.

—Ha sido un placer —musita.

—¿Puedo preguntarte una cosa?

Estoy decidida a obtener información.

—Lo que quieras, Anastasia. Ya lo sabes.

Ladea la cabeza. Está encantador.

—No pareces tener muchos amigos. ¿Por qué?

Encoge los hombros y frunce el ceño.

—Ya te lo he dicho, la verdad es que no tengo tiempo. Están mis socios empresariales… aunque eso es muy distinto a tener amigos, supongo. Tengo a mi familia y ya está. Aparte de Elena.

Ignoro que ha mencionado a esa bruja.

—¿Ningún amigo varón de tu misma edad para salir a desahogarte?

—Tú ya sabes cómo me gusta desahogarme, Anastasia. —Christian hace una leve mueca—. Y me he dedicado a trabajar, a levantar mi empresa. —Parece desconcertado—. No hago nada más; salvo navegar y volar de vez en cuando.

—¿Ni siquiera en la universidad?

—La verdad es que no.

—¿Solo Elena, entonces?

Asiente, con cautela.

—Debes de sentirte solo.

Sus labios esbozan una media sonrisa melancólica.

—¿Qué te apetece comer? —pregunta, volviendo a cambiar de tema.

—Me inclino por el
risotto
.

—Buena elección.

Christian avisa al camarero y da por terminada la conversación.

Después de pedir, me revuelvo incómoda en la silla y fijo la mirada en mis manos entrelazadas. Si tiene ganas de hablar, he de aprovecharlo.

Tengo que hablar con él de cuáles son sus expectativas, sus… necesidades.

—Anastasia, ¿qué pasa? Dime.

Levanto la vista hacia su rostro preocupado.

—Dime —repite con más contundencia, y su preocupación se convierte ¿en qué… miedo… ira?

Suspiro profundamente.

—Lo que más me inquieta es que no tengas bastante con esto. Ya sabes… para desahogarte.

Tensa la mandíbula y su mirada se endurece.

—¿He manifestado de algún modo que no tenga bastante con esto?

—No.

—Entonces, ¿por qué lo piensas?

—Sé cómo eres. Lo que… eh… necesitas —balbuceo.

Cierra los ojos y se masajea la frente con sus largos dedos.

—¿Qué tengo que hacer? —dice en voz tan baja que resulta alarmante, como si estuviera enfadado, y se me encoge el corazón.

—No, me has malinterpretado: te has comportado maravillosamente, y sé que solo han pasado unos días, pero espero no estar obligándote a ser alguien que no eres.

—Sigo siendo yo, Anastasia… con todas las cincuenta sombras de mi locura. Sí, tengo que luchar contra el impulso de ser controlador… pero es mi naturaleza, la manera en que me enfrento a la vida. Sí, espero que te comportes de una determinada manera, y cuando no lo haces supone un desafío para mí, pero también es un soplo de aire fresco. Seguimos haciendo lo que me gusta hacer a mí. Dejaste que te golpeara ayer después de aquella espantosa puja. —Esboza una sonrisa placentera al recordarlo—. Yo disfruto castigándote. No creo que ese impulso desaparezca nunca… pero me esfuerzo, y no es tan duro como creía.

Me estremezco y enrojezco al recordar nuestro encuentro clandestino en el dormitorio de su infancia.

—Eso no me importó —musito con timidez.

—Lo sé. —Sus labios se curvan en una sonrisa reacia—. A mí tampoco. Pero te diré una cosa, Anastasia: todo esto es nuevo para mí, y estos últimos días han sido los mejores de mi vida. No quiero que cambie nada.

¡Oh!

—También han sido los mejores de mi vida, sin duda —murmuro, y se le ilumina la cara.

La diosa que llevo dentro asiente febril, dándome fuertes codazos. Vale, vale, ya lo sé…

—Entonces, ¿no quieres llevarme a tu cuarto de juegos?

Traga saliva y palidece, con el rostro totalmente serio.

—No, no quiero.

—¿Por qué no? —musito.

No es la respuesta que esperaba.

Y sí, ahí está… esa punzada de decepción. La diosa que llevo dentro hace un mohín y da patadas en el suelo con los brazos cruzados, como una cría enfurruñada.

—La última vez que estuvimos allí me abandonaste —dice en voz baja—. Pienso huir de cualquier cosa que pueda provocar que vuelvas a dejarme. Cuando te fuiste me quedé destrozado. Ya te lo he contado. No quiero volver a sentirme así. Ya te he dicho lo que siento por ti.

Sus ojos grises, enormes e intensos, rezuman sinceridad.

—Pero no me parece justo. Para ti no puede ser bueno… estar constantemente preocupado por cómo me siento. Tú has hecho todos esos cambios por mí, y yo… creo que debería corresponderte de algún modo. No sé, quizá… intentar… algunos juegos haciendo distintos personajes —tartamudeo, con la cara del color de las paredes del cuarto de juegos.

¿Por qué es tan difícil hablar de esto? He practicado todo tipo de sexo pervertido con este hombre, cosas de las que ni siquiera había oído hablar hace unas semanas, cosas que nunca había creído posibles, y, sin embargo, lo más difícil de todo es hablar de esto con él.

—Ya me correspondes, Ana, más de lo que crees. Por favor, no te sientas así.

El Christian despreocupado ha desaparecido. Ahora tiene los ojos muy abiertos con expresión alarmada, y verlo así resulta desgarrador.

—Nena, solo ha pasado un fin de semana. Démonos tiempo. Cuando te marchaste, pensé mucho en nosotros. Necesitamos tiempo. Tú necesitas confiar en mí y yo en ti. Quizá más adelante podamos permitírnoslo, pero me gusta cómo eres ahora. Me gusta verte tan contenta, tan relajada y despreocupada, sabiendo que yo tengo algo que ver en ello. Yo nunca he… —Se calla y se pasa la mano por el pelo—. Para correr, primero tenemos que aprender a andar.

De repente sonríe.

—¿Qué tiene tanta gracia?

—Flynn. Dice eso constantemente. Nunca creí que le citaría.

—Un flynnismo.

Christian se ríe.

—Exacto.

Llega el camarero con los entrantes y la brocheta, y en cuanto cambiamos de conversación Christian se relaja.

Cuando nos colocan delante nuestros pantagruélicos platos, no puedo evitar pensar en cómo he visto a Christian hoy: relajado, feliz y despreocupado. Como mínimo ahora se ríe, vuelve a estar a gusto.

Cuando empieza a interrogarme sobre los lugares donde he estado, suspiro de alivio en mi fuero interno. El tema se acaba enseguida, ya que no he estado en ningún sitio fuera del Estados Unidos continental. En cambio, él ha viajado por todo el mundo, e iniciamos una charla más alegre y sencilla sobre todos los lugares que él ha visitado.

* * *

Después de la sabrosa y contundente cena, Christian conduce de vuelta al Escala. Por los altavoces se oye la voz dulce y melodiosa de Eva Cassidy, y eso me proporciona un apacible interludio para pensar. He tenido un día asombroso; la doctora Greene; nuestra ducha; la admisión de Christian; hacer el amor en el hotel y en el barco; comprar el coche. Incluso el propio Christian se ha mostrado tan distinto… Es como si se hubiera desprendido de algo, o hubiera redescubierto algo… no sé.

¿Quién habría imaginado que pudiera ser tan dulce? ¿Lo sabría él?

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