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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, #Fantástico

¡Chúpate Esa! (30 page)

BOOK: ¡Chúpate Esa!
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Lash le pasó a Barry un bastón de un metro veinte de largo con punta roma de metal y metió otro arpón en la pistola.

—¿Es el último? —preguntó Barry. Lash asintió con la cabeza. —¿Dónde está Clint?

Justo en ese momento la rubia alta apareció al fondo del pasillo arrastrando a Clint, que estaba inconsciente, por el cuello de la camisa. Una gruesa mancha de sangre le corría desde la barbilla a la ingle, y Barry y Lash vieron sus colmillos desde lejos.

—Mira que sois malos. Dejar a vuestro amigo, el renacido, tirado en el suelo, donde alguien pueda tropezarse con él.

Tiró a Clint de bruces y echó a andar por el pasillo, hacia ellos, con pasos largos y lentos.

Lash cruzó de un salto, seguido por Barry, las puertas de lona de la trastienda y se metió en la cámara de los lácteos. La cámara era un largo pasillo con cajas de leche de plástico apiladas a un lado y las vitrinas de los lácteos al otro. Empujaron pilas de pesados cartones de leche de tres litros, las colocaron delante de la puerta y luego se apoyaron de espaldas contra el fondo de la cámara y se pusieron a observar la tienda a través de las puertas transparentes de la vitrina, por encima de los cartones de yogures y queso fresco.

—¿Qué es lo que lleva en la mano? —preguntó Barry. —Una sartén —dijo Lash.

—Ah —dijo Barry—. Siento haberla dejado entrar. Estaba casi desnuda. —¿Cómo ibas a saberlo tú?

—Bueno, cuando dijo que iba a echarme un polvo por mi cumpleaños, debí figurarme que había gato encerrado. —Tu cumpleaños es como en marzo, ¿no? —Sí.

Lash dio una fuerte palmada a Barry en el cráneo pelado y luego volvió a apuntar con la pistola de arpones por encima de los yogures.

—Me lo merecía —dijo Barry.

—¿Crees que el arpón le habrá dado a Jeff en el corazón? —Seguro. Le ha entrado medio metro por el esternón. —Pues no parece muerto.

—Entonces habrá que disparar a la cabeza, supongo. —Barry sacudió la cabeza—. ¿Quieres que pruebe yo? —No. Si fallo, tienes el bastón. —Lash señaló el largo palo que Barry tenía entre los brazos. Era básicamente un cartucho de escopeta del calibre 12 sujeto al extremo de un palo. Se usaba para matar tiburones. Se les pinchaba con el palo y el cartucho se disparaba a bocajarro.

—Apuesto a que ni siquiera sabe qué es.

—Apunta bien —dijo Lash—. Vuélale los putos sesos.

Se miraron al oír que se apagaban los compresores de refrigeración y los ventiladores. Luego se fue la luz.

—Estamos jodidos —dijo Lash.

—Sí —contestó Barry.

30

Las crónicas de Abby Normal,

oscura y misteriosa diosa del Amor Prohibido

No me juzguéis. He mirado a la muerte a la cara y he hecho de ella mi esclava. Hice lo que hice por amor, y no quiero parecer una engreída, pero ¡oh, Dios mío!, somos héroes. Y cuando digo «somos», me refiero a nosotros.

Si os lo hubiera contado antes, me habríais llamado pringada y me habríais tachado de optimista y monísima sin remedio, pero ahora que estoy segura en mi nefanda guarida de amor y todo eso, al menos puedo confesar que durante mi candorosa juventud mi personaje literario favorito no era Cthulhu, de Lovecraft, como afirmé en mi curso de inglés de nivel avanzado, sino Pipi Calzaslargas. Antes de que me condenéis por repipi, tened en cuenta que:

Pipi bebía un montón de café. (Porque, como yo, era sabia.)

Pipi era pelirroja natural (como yo lo he sido de vez en cuando).

Pipi solía llevar medias largas de rayas (como es sabido que las lleva una servidora).

Pipi tenía una fuerza sobrehumana. (Podría ocurrir.)

Pipi los tenía bien puestos. (Como esta humilde narradora.)

Pipi era una niña que vivía sin padres en su propia casa. (¡Bravo!)

Steve, cielo mío, mi amor,
mi corazón se inflama
pero ¡oh, Dios mío!, Steve,
cariñín,
sufro porque tengas un
nombre tan tontín.

Yo lo llamo «Perro Fu» porque guarda la puerta de mi templo, vosotros ya me entendéis. Ahora mismo llevo puesta la chaqueta que me hizo. También la llevaba puesta cuando vinieron a por mí, pero eso no es lo que importa. Lo que importa es que no me salvé a mí misma: salvé el amor.

Así que esa noche, después de contarle a la condesa cómo me había salvado del vampiro mi dulce Perro Fu, la condesa dijo que iba a volver al loft a por dinero y a darle de comer a Chet, y a recoger lo que quedaba de la sangre de William para lord Flood, porque su amor es verdaderamente eterno.

Y Jared y yo dijimos que nosotros también íbamos, pero la condesa nos mandó a rescatar al vampiro Flood del sótano de Jared y de su odiosa familia. Así que le dijimos que «bueno, vale».

Pero cuando llegamos a casa de Jared, Flood se había ido.

Y entonces Steve (o sea, Perro Fu), me llamó y me dijo: —Voy a salir temprano del trabajo, no quiero dejarte ahí fuera sin protección.

Así que le dije dónde estábamos. Y entonces lord Flood va y sale de entre las sombras y dice:

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?

Y yo:

—La condesa ha vuelto al loft.

Y él:

—Está en peligro. Hemos de irnos.

Y yo:

—Quieto parado, que mi dulce amor ninja viene para acá en su superbuga.

Y Flood:

—Bueno, vale.

Ahora veo que mi atracción por el vampiro Flood no era más que un capricho infantil que nunca iba a ser correspondido porque él solo tiene ojos para la condesa.

Así que fue un corte cuando apareció Steve y tuve que pararle los pies a lord Flood y hacer que se sentara en el asiento de atrás para demostrar que a quien de verdad amo es a Perro Fu, antes llamado Steve.

Y cuando llegamos al loft, las ventanas estaban abiertas, pero no había luz. Y Flood hizo que nos pasáramos una manzana y luego salimos y él volvió andando. Luego llegó corriendo y dijo:

—Elijah está allí. Tiene a Jody.

Y yo:

—Pues ve a por ella.

Y Steve:

—No, iré yo. —Y saca del maletero un abrigo largo. El abrigo estaba como lleno de verrugas o algo así, y voy y le digo:

—Muy bonito, pero, ¿sabes?, los vampiros…

Y Steve:

—Son diodos ultravioleta. Como las luces con las que quemamos a los vampiros ayer.

Y yo:

—¡Cómo mola!

Así que Steve empieza a ponerse el abrigo y Flood lo para y dice:

—Te oirá subir por las escaleras. Iré yo.

Y Steve:

—No puedes. A ti también te quemará la luz.

Y Flood:

—No, qué va.

Así que se pasan como cinco minutos detrás del coche apañando un conjunto megaguay hecho con una máscara de gas vieja y una sudadera con capucha y guantes enterizos y toda la pesca, hasta que Flood está totalmente cubierto, con el abrigo largo de las verrugas de cristal puesto por encima, como uno de los cenobitas de Hellraiser.

Y Steve va y dice:

—No aprietes el interruptor hasta que estés seguro de que Jody está tapada. —Y le da a Flood una especie de lona negra de goma y un bate de béisbol, lo cual le quitó al conjunto todo su encanto, pero imagino que era necesario.

Luego, justo cuando yo iba a preguntarle cómo iba a entrar sin que lo oyeran, oímos chillar a la condesa y Flood cruzó corriendo la calle y se subió por un lado del edificio hasta la mitad de la pared, dio media vuelta, volvió a bajar, cruzó otra vez la calle, subió por la pared de su edificio y se metió por la ventana con los putos pies por delante.

Y yo: —Uau.

Y Steve y Jared: —Uau.

Y un segundo después oímos golpes y una luz morada se encendió en las ventanas del loft y el viejo vampiro saltó por la ventana hecho una puta antorcha y cayó como un cometa. Y aterrizó de pie en medio de la calle, soltó un siseo y nos miró, y entonces fue cuando Steve levantó uno de sus focos ultravioleta y el vampiro se largó por el callejón del otro lado de la calle tan deprisa que casi ni lo vimos.

Luego Flood salió del edificio llevando en brazos a la condesa, que iba envuelta en la lona de plástico negro y estaba totalmente comatosa y hecha un guiñapo. Y Steve va y dice:

—Métela en el coche.

Y yo:

—¿Has dado de comer a Chet?

Y Jared:

—Sí, claro, ¿y los otros vampiros qué, Abby?

Y yo:

—Cállate, ya lo sé. —Así que nos metimos todos en el coche de Steve y llevamos a Flood y a la condesa a un hotel en Van Ness, que pagó Steve con su Visa, lo cual fue muy generoso y maduro por su parte.

Era uno de esos moteles en los que tienes entrada directa al aparcamiento, así que no te ven pasar por el vestíbulo, y Flood llevó a la condesa a la habitación y nosotros subimos unas cosas que Steve había guardado en el maletero de su coche.

Era tan triste… Flood le acariciaba la mejilla a la condesa e intentaba que se despertara, pero ella no se despertaba. Y él me dijo:

—Abby, necesita alimento. No te lo pediría, pero Elijah le ha hecho algo, está herida.

Y yo lo habría hecho encantada, pero Steve me apartó a un lado y cogió la nevera portátil que nos había hecho subir y sacó unas bolsas de sangre.

Y se las da a Flood y dice:

—Las cogí del hospital universitario. Podrían echarme de la facultad por esto.

Y Flood:

—Gracias. —Y de un mordisco abre un agujero en una de las bolsas y lo estruja sobre los labios de la condesa y entonces es cuando yo empiezo a llorar.

Había como cuatro bolsas y cuando Flood iba a empezar con la última, Steve va y le dice: —Tienes que beberte esa.

Y Flood:

—De eso nada, es para ella.

Y Steve:

—Tú sabes que tienes que bebértela.

Así que Flood dijo que sí con la cabeza y se bebió la última, y luego se quedó allí sentado, al lado de la condesa, acariciándole el pelo.

Y Steve dijo:

—Tommy, ya sabes que puedo revertir tu vampirismo. Estoy seguro de que el proceso funciona.

Y Flood se limitó a mirarlo y asintió con la cabeza. Era tan triste… Y entonces la condesa empezó a gemir y abrió los ojos y vio al vampiro Flood y dijo:

—Hola, nene. —Así, sin más. Y yo empecé a llorar otra vez como una cretina y Steve nos llevó a Jared y a mí al coche para que estuvieran solos un rato.

Y Steve dijo:

—Te he hecho esto con mi chaqueta. —Y me puso encima una chaqueta de cuero de motorista, cubierta de diodos, esos chismes de cristal. Pesaba bastante, porque llevaba pilas en el relleno, pero molaba. Y me dijo:

—Esto te mantendrá a salvo. El interruptor está en el corchete del puño derecho. Si lo aprietas, se encienden las luces. La luz no te hará daño, pero tienes que ponerte gafas de sol para protegerte la retina. —Entonces me puso unas cibergafas de sol totalmente envolventes y me besó. Y yo lo besé a él con todas mis fuerzas (con lengua incluida), y pasado un rato él se apartó, delicado como una mariposa. Y entonces le di una bofetada, para que no se creyera que soy una zorra. Pero para que no pensara que soy una frígida, salté encima de él, lo rodeé con las piernas y por accidente lo tiré al suelo. Había empezado a restregarme contra él como quien no quiere la cosa encima de la acera cuando las luces de mi chaqueta se encendieron y la gente del hotel salió a las ventanas y qué sé yo, y Jared puso fin a nuestro idilio pulsando el interruptor de mi chaqueta y apartándome a rastras.

Y yo:

—¡Eres mi hombre, Fu!

Y él:

—¿Eh? —Porque yo no le había dicho aún que ahora se llama Perro Fu.

Pero luego dijo que tenía que volver a casa a fichar o sus padres se asustarían. Y me dijo que vigilara a los amos hasta que él volviera y que si tenía ocasión intentara convencerlos de que se reconvirtieran. Así que nos dimos el lote un rato en el capó del Honda y luego él se alejó en la soledad de la fría noche como el superhéroe que es. (El efecto quedó más o menos arruinado porque Jared aprovechó para irse con él.)

Así que yo subí las escaleras, me senté a los pies de la cama de los amos y estuve velándolos mientras los escu hava.

Estaban hablando bajito, pero yo les oía.

El vampiro Flood decía:

—Quizá deberíamos probar.

Y la condesa:

—¿El qué, la cura? No puede funcionar, Tommy. Ya has visto lo que soy capaz de hacer, sabes lo que puedes hacer tú. Esto no es biológico, es mágico.

—Puede que no. Puede que sea una ciencia que no conocemos aún.

—Da igual. Ni siquiera sabemos si funciona.

—Deberíamos probar.

—¿Por qué, Tommy? Solo hace un par de semanas que eres inmortal. ¿Quieres renunciar a tus poderes, a… no sé… a dominar el mundo?

—Pues… sí.

-¿Sí?

—Sí. No me gusta, Jody. No me gusta tener miedo constantemente. No me gusta estar solo. No me gusta ser un asesino.

—Esa mujer te estaba torturando, Tommy. Eso no va a volver a pasar.

—El problema no es ese. Eso lo superaré. El problema es que me gustó. Me gustó.

Entonces la condesa se quedó callada un rato y yo pensé que a lo mejor había amanecido o algo así, pero miré por encima del borde de la cama y vi que estaba mirando a los ojos a Flood. Luego me miró a mí.

—Hola, pequeña —dijo, y me sonrió, y me pareció como un regalo o algo así. Era, no sé, real. Entonces se quitó el reloj y me lo tiró a los pies de la cama—. Tiene calendario automático. ¿Por qué no pones la alarma para que salte veinte minutos antes de que anochezca? Así no volverán a pillarte fuera, ¿vale? —Y yo iba a decirle lo de la chaqueta que me había hecho Fu, pero me había quedado sin habla, así que dije que sí con la cabeza y me puse el reloj y volví a deslizarme hasta el suelo.

Entonces oí que la condesa decía:

—No estás solo. Yo estoy aquí. Podemos irnos donde nadie nos conozca, donde nadie nos persiga. Yo estaré siempre contigo.

Y él:

—Lo sé. Me refería a estar apartado de todos los demás. Excluido. Quiero ser humano, no una cosa muerta y asquerosa.

—Creía que querías ser especial. —Sí, pero quiero ser un humano especial… por algo que haya hecho.

Entonces se quedaron callados un rato y luego la condesa dijo:

—A mí me encanta, Tommy. Yo no tengo miedo todo el tiempo, como tú. Al contrario. No me di cuenta de lo asustada que estaba antes hasta que me convertí en esto. Me encanta pasear por la calle sabiendo que soy el animal alfa, oyendo, viendo y oliéndolo todo, formando parte de todo. Me gusta. Quería compartir eso contigo.

—No pasa nada. Tú no podías saberlo.

BOOK: ¡Chúpate Esa!
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