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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, #Fantástico

¡Chúpate Esa! (25 page)

BOOK: ¡Chúpate Esa!
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Vampiros. Aquello suponía, por un lado, un problema enorme (un problema que quizá atrajera una atención que Elijah no deseaba), pero, por otro, hacía un siglo que no sentía una emoción semejante.

—Cuatro contra uno. Ay, gatito, ¿cómo voy a arreglármelas?

El viejo vampiro se pasó la lengua por los colmillos. A pesar de toda la rabia, la frustración y el malestar que había sentido desde que eligiera a la pelirroja como polluela, no se aburría por primera vez desde hacía décadas. Se lo estaba pasando en grande.

—Hora de matar, gatito —dijo mientras se calzaba un par de playeras Nike de Tommy.

Jody se despertó con un olor a cigarrillos de clavo y el ruido de alguien mascando ganchitos de queso. Había también una música chirriante: un tipo quejumbroso cantaba sobre una chica llamada Ligeia a la que por lo visto echaba mucho de menos, porque hablaba de desenterrar su cuerpo comido por los gusanos y de acariciar su mejilla en un acantilado sobre el mar antes de arrojarse al vacío con ella en brazos.

El cantante parecía un poco deprimido y daba la impresión de necesitar una pastilla para la garganta.

Jody abrió los ojos y al principio se deslumbró, hasta que se acostumbró a la luz negra. Luego pegó un chillido. Jared Lobo Blanco estaba sentado en la cama como a un metro de ella, metiéndose en la boca puñados de crujientes ganchitos de queso. Tenía una rata marrón sobre el hombro.

—Hola. —Las migas de los ganchitos se esparcían, fluorescentes, sobre las sábanas y la ropa negra.

—Hola—dijo Jody, volviendo la cabeza para esquivarlas.

—Esta es mi habitación. ¿Te gusta?

Jody miró a su alrededor y por una vez no le hizo tanta gracia su visión nocturna de vampiro. Las sábanas tenían unas manchas preocupantes que refulgían y casi todo lo demás era de color negro y tenía una pátina de polvo o de pelusa que la luz negra hacía brillar. Hasta la rata estaba cubierta de pelusa.

—Está genial —dijo. Qué curioso, pensó. Ya no le daban miedo las bandas callejeras ni los delincuentes, y hasta estaba dispuesta a enfrentarse a un vampiro de ochocientos años, si era necesario, pero en cambio los roedores seguían dándole pánico. Los ojos de la rata brillaban plateados en la oscuridad.

—Este es Lucifer Segundo, es ilegal. —Jared se quitó al animal del hombro y se lo acercó.

A pesar de sus intentos de dominarse, Jody trepó de espaldas por la pared, haciendo de paso jirones con las uñas un póster de Marilyn Manson.

—Lucifer Primero se fue al otro barrio cuando intenté teñirlo de negro.

—Vaya, qué lástima —dijo Jody.

—Sí. —Jared dio la vuelta a la rata y frotó su nariz contra la del animal—. Confiaba en que la volviéramos un nosferatu cuando nos convirtáis a Abby y a mí.

—Sí, claro, no hay problema. ¿Por qué estoy en tu habitación, Jared?

—No se nos ocurrió otro sitio donde traeros. Debajo del puente no estabais seguros. Abby tuvo que irse, así que ahora el responsable soy yo.

—Me alegro por ti. ¿Dónde está Tommy?

—Debajo de la cama.

Jody se habría dado cuenta (lo habría oído respirar) si la música no hubiera estado a un volumen capaz de reventar un ataúd.

—¿Podrías bajar un poco la música, por favor?

—Vale —dijo Jared. Se guardó a Lucifer Segundo en el bolsillo y se arrastró por la cama, enredándose un poco en su guardapolvos negro; luego se tiró al suelo y rodó por la habitación estilo comando en combate hasta que llegó al estéreo, donde giró el dial, sacando al fúnebre cantante de su agonía, o al menos cerrándole la boca de una puta vez.

—¿Dónde estamos? —La voz de Tommy desde debajo de la cama—. Huele como el calcetín sucio de un viejo jipi.

—Estamos en la habitación de Jared —contestó Jody Dejó caer una mano por el borde de la cama. Tommy la cogió y ella lo ayudó a salir. Estaba todavía parcialmente envuelto en cinta de embalar y bolsas de basura.

—¿Me han vuelto a secuestrar?

—Tuvimos que taparos para que no os quemara el sol. —Ah, bueno, gracias.

Tommy miró a Jody, que se encogió de hombros.

—Yo ya estaba desenvuelta cuando me desperté —dijo ella.

—Eso es porque Abby dice que eres la vampiro Alfa. Chicos, ¿queréis jugar a la Xbox o ver un DVD? Tengo la edición especial para coleccionistas de El cuervo.

—Vaya —dijo Jody—, eso sería estupendo, Jared, pero creo que será mejor que nos vayamos.

Tommy, que ya había agarrado el mando de la Xbox, lo dejó con notoria desaprobación, como si de pronto hubiera percibido una pizca de botulismo allí, en el botón de disparar.

—No podéis iros hasta que mis padres se vayan a la cama. —Jared soltó una risilla aguda de niña—. Esta puerta da justo a donde ven la tele.

—Saldremos por una ventana —dijo Jody.

Jared volvió a reírse, luego bufó un poco, empezó a toser y antes de proseguir se metió un chute del inhalador que llevaba colgado al cuello.

—No hay ventana. Este sótano es totalmente ciego. Es como si estuviéramos emparedados aquí con nuestra grotesca desesperación. ¿A que mola?

—Podríamos convertirnos en humo —dijo Tommy—. Y pasar por debajo de la puerta.

—Eso sería genial —dijo Jared—, pero mi padre puso burletes de goma alrededor de la puerta para contener mi asqueroso hedor gótico. Así lo llama él: «mi asqueroso hedor gótico». Aunque la verdad es que yo no me considero gótico, sino más bien punk siniestro. A mi padre no le gustan los cigarrillos de clavo. Ni la marihuana. Ni el pachulí. Ni los gais.

—Qué reaccionario —dijo Tommy.

—¿Os apetecen unas lagartijas de queso? —Jared recogió el paquete de gusanitos del suelo y se lo tendió—. Puedo abrirme una vena y regarlos con sangre, si hace falta. —Agitó el pulgar que la noche anterior Abby había pinchado para prepararles el café, y que ahora estaba envuelto en una bola harapienta de gasa y esparadrapo del tamaño de una pelota de tenis.

—No, gracias —dijo Tommy.

Jody asintió con la cabeza; le habría encantado tomar una taza de café, pero no creía que debiera pedirle a Jared que volviera a pincharse tan pronto.

Miró su reloj.

—¿A qué hora se van a la cama tus padres?

—Oh, sobre las diez. Tendréis tiempo de sobra para merodear por la noche y todo eso. ¿Queréis lavaros o algo así? Hay cuarto de baño aquí abajo. Y lavadora. Mi habitación era la bodega, pero luego mi padre se estrelló con el coche y empezó a ir a Alcohólicos Anónimos y yo me quedé con este cuarto tan mono. Abby dice que es húmedo y asqueroso... ¡y lo dice como si eso fuera malo! Yo creo que es su lado alegre, que vuelve a manifestarse. La quiero mucho, pero a veces es un poco optimista. No le digáis que os lo he dicho.

Jody sacudió la cabeza y dio un codazo a Tommy, que también sacudió la cabeza.

—No se lo diremos. —Aquel chaval le ponía los pelos de punta. Jody creía que había perdido aquella capacidad con el beber sangre y el sueño de los no muertos y todo eso, pero no: se les estaban poniendo los pelos completamente de punta.

—Jared, ¿cuándo va a volver Abby?

—Oh, estará aquí de un momento a otro. Fue a vuestro loft a dar de comer al gato.

—¿Fue a nuestro loft? ¿Al loft donde estaba Elijah?

—No, si no pasa nada. Se fue cuando era de día para que no la atacara.

—Pero ya no es de día —dijo Jody.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Jared—. Aquí no hay ventanas, boba.

Tommy se dio una palmada en la frente con fuerza suficiente para dejar inconsciente a un mortal.

—¡Porque estamos despiertos, cretino!

—Ah, sí, ja —dijo Jared. Aquel gorgorito otra vez—. Eso es malo, ¿no?

25
No saben lo que hacen

Cuando Rivera y Cavuto llegaron al Safeway descubrieron que los Animales que quedaban habían crucificado a Clint en un expositor de acero inoxidable para patatas fritas y le estaban disparando con pistolas de bolas de pintura. Lash les abrió la puerta. El Emperador y sus hombres entraron detrás. Holgazán se puso a ladrar como un loco al oír los gritos de Clint, y el Emperador lo agarró y lo metió de cabeza en el bolsillo de su abrigo.

—¿De veras es necesario? —preguntó Rivera, señalando al mártir embadurnado de pintura.

—Creemos que sí —contestó Lash—. Nos ha delatado. —Lash se dio la vuelta, apuntó por el pasillo de la caja tres y disparó al centro del pecho de Clint una rápida descarga de bolas de pintura azul eléctrico—. ¿Ha vuelto a llamaros?

Rivera señaló con el pulgar al Emperador, que estaba detrás de él.

El Emperador hizo una reverencia.

—Necesitabais ayuda, hijo mío.

Lash asintió con la cabeza y pensó que tal vez el Emperador tuviera razón; luego se giró y disparó rápidamente tres veces más a la entrepierna de Clint—. Es igual, hijoputa.

— ¡Ya está bien! —dijo Rivera, y le quitó de las manos la pistola de bolas de pintura. —No pasa nada. Lleva gorra.

—Y además su alma está salvada para toda la eternidad —añadió Barry, que había estado disparando desde la caja cuatro.

—Ahora sí que lo está —dijo Cavuto. Mientras se acercaba al evangelista empapado de pintura, se sacó del bolsillo trasero una navajita de borde aserrado y la abrió—. Y conste —añadió cuando estaba de espaldas a ellos— que si me vuelvo y hay una sola pistola apuntándome, me veré obligado a confundirla con un arma de verdad y a liarme a tiros con vuestros patéticos traseros.

Barry y Troy Lee dejaron inmediatamente sus armas sobre el mostrador.

—Bueno, el Emperador nos ha dicho que estáis tramando algo. Creía que habíamos quedado en que intentaríamos pasar desapercibidos hasta que se calmaran las cosas.

Lash se miró los zapatos.

—Es que nos dimos una pequeña fiesta en Las Vegas. Rivera asintió.

—¿Y secuestrasteis a Tommy Flood?

Lash miró al Emperador con enfado por encima del hombro de Rivera.

—Eso era un secreto. En realidad, lo salvamos de la luz del sol.

—Entonces, ¿la pelirroja lo convirtió en vampiro?

—Eso parece. Se quedó inconsciente al amanecer. Y, cuando lo estábamos moviendo, un poquitín de luz le tocó la pierna y empezó a humear.

—¿Y qué hicisteis, cerebritos?

—Pues lo atamos a una cama en mi apartamento y nos marchamos.

—¿Os marchasteis?

—Teníamos que trabajar.

Cavuto, que había cortado las bridas que sujetaban a Clint al expositor de patatas fritas, lo ayudó a llegar a la caja, donde lo sentó con cuidado de no mancharse de pintura la chaqueta deportiva.

—Perdónalos porque no saben lo que hacen—dijo Clint, e hizo una mueca al tocarse el hombro salpicado de pintura.

—Porque son unos jodidos idiotas —dijo Cavuto, acercándole un rollo de papel.

Rivera ignoró la escena que estaba teniendo lugar en la caja registradora.

—O sea que simplemente lo dejasteis allí. Entonces estará allí ahora, ¿no?

—Eso fue hace un par de noches —contestó Lash.

—Continúa. —Rivera miró su reloj.

—Bueno, el caso es que por la mañana se había ido.

-¿Y?

—Esto es muy violento. —Para variar, Lash miró los zapatos de Barry.

—Es lo que pasa cuando se ata a un amigo y se lo tortura —dijo Rivera.

—Nosotros no lo torturamos. Fue ella.

—¿Ella? —Rivera levantó una ceja.

—Blue. Una puta que alquilamos en Las Vegas.

—Ahora nos vamos entendiendo —dijo Cavuto.

—Blue se vino con nosotros. Quería que raptáramos a Tommy o a su novia.

—¿Para qué? ¿Para quedarse con su parte del dinero?

—No, tenía dinero de sobra. Creo que quería convertirse en vampira.

Rivera intentó disimular su sorpresa.

-¿Y?

—Cuando volvimos al apartamento por la mañana, Tommy se había ido y Blue estaba muerta.

—Nosotros no tuvimos nada que ver con eso —añadió Barry.

—Pero pensamos que no os lo creeríais —dijo Troy Lee.

Rivera sintió que una jaqueca tensional empezaba a latirle en las sienes. Cerró los ojos y se frotó la frente.

—Así que encontrasteis una mujer muerta en el apartamento, ¿y no os pareció buen momento para llamar a la policía?

—Bueno, ya sabes, una puta muerta en tu casa... Es embarazoso —dijo Troy Lee—. Creo que todos nos hemos visto en esas. Así que choca esos cinco... —Pero Rivera no parecía estar por la labor, y Troy Lee se quedó con la mano colgando.

—Eso es lo raro —dijo Barry—. Cuando fuimos a llevárnosla, el cadáver había desaparecido. Pero la alfombra en la que la habíamos envuelto seguía allí.

—Sí que es raro, sí—dijo Cavuto, y le dio un codazo en el brazo a su compañero.

—Qué jodienda más nefanda y atroz —dijo el Emperador.

—¿Usted cree? —preguntó Cavuto.

Holgazán gruñó desde su santuario de bolsillo.

—No sois de ninguna ayuda, chicos —dijo Rivera. Luego se dirigió otra vez a Lash—. ¿Tenéis una descripción de esa puta?

Lash describió a Blue, pasando de puntillas sobre el hecho de que era azul y dedicando muchísimo más tiempo a describir sus pechos.

—Eran asombrosos —dijo Barry—. Me los quedé yo.

Rivera se volvió hacia Troy Lee, que parecía el más racional de aquellos chiflados.

—Explícate, por favor.

—Encontramos unos implantes de silicona en la alfombra en la que habíamos envuelto a Blue. —Ajá —dijo Rivera—. ¿Intactos? —¿Eh? —preguntó Troy. —¿Estaban rajados?

—¿Cree que alguien se los sacó y se llevó el cadáver? —preguntó Troy.

—No, no lo creo —dijo Rivera—. Entonces, ¿habéis perdido a tres de vuestros colegas?

—Sí. Drew, Jeff y Gustavo no han venido esta noche.

Rivera le dijo a Lash que fuera a la oficina a buscar las señas de los Animales desaparecidos y las anotó en su libreta.

—¿Y no creéis que puedan estar por ahí, de juerga?

—Hemos llamado a todos sus teléfonos y hemos ido a sus casas —contestó Lash—. En la de Drew la puerta estaba abierta, y Jeff se había dejado media cerveza en la entrada, cosa que nunca haría. Además, Jeff y Drew podrían haberse escaqueado, pero Gustavo no. Hasta fuimos a Oakland, a casa de su primo, a buscarlo.

—Y tampoco está en la biblioteca*—añadió Barry, que por alguna razón creía que todos los hispanohablantes pasaban un montón de tiempo en la biblioteca, razón por la cual había ido allí a buscar al intrépido portero de noche.

—¿Algún cadáver más que se os haya olvidado mencionar?

—No, qué va —dijo Lash—. Aunque nuestro dinero desapareció. Pero de todos modos se lo habíamos dado todo a Blue.

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