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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, #Fantástico

¡Chúpate Esa! (27 page)

BOOK: ¡Chúpate Esa!
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Y va y dice:

—Ultravioleta de alta intensidad.

Y yo:

—Tú también.

Y él:

—¿De qué estás hablando?

Y yo:

—Creía que era un piropo.

Entonces sonríe con una sonrisa monísima, aunque seguía conduciendo muy deprisa y de puta madre, y va y dice:

—No, digo que esa luz de ahí atrás, que es ultravioleta de alta intensidad. Los quema.

Y yo:

—Ya lo sabía.

Y él:

—También sabes que esos tres tíos eran vampiros, ¿no?

Y yo:

—Claro. —Pero no lo sabía. Así que voy y le digo—: ¿Cómo lo sabías tú?

Entonces se quita las gafas de sol y se pone unas gafas de robot tipo prismáticos como las que llevan en el Siphon Assassin Six de la Xbox (aunque yo estoy en contra de ese juego, porque glorifica la violencia en las mentes de los chicos adolescentes y porque es totalmente imposible disparar decentemente a la cabeza cuando tus compañeros de escuadrón no dejan de chocarse contigo, y eso tendrán que arreglarlo en la próxima versión si es que alguna vez quiero hacer la «rociada gris» en la torre de cristal del centinela).

Así que Steve me dice:

—Sí, son infrarrojos. Ves el calor con ellos, y ahí atrás nadie emitía calor, excepto tú.

Y yo:

—¿Quién coño eres tú?

Y él:

—Me llamo Steve. Estoy trabajando en mi máster de bioquímica en la Universidad Estatal de San Francisco.

—Basta —dije yo—. Por favor, no te me encapulles más. Tienes un pelo genial y tu coche mola mazo, y acabas de salvarme con tu habilidad de conductor ninja, así que no mancilles tu imagen heroica de tío bueno recitándome tu curriculum de pardillo. No me digas qué estás estudiando, Steve, dime qué hay en tu alma. ¿Qué es lo que te atormenta?

Y él:

—Tía, tienes que cortarte un poco con la cafeína. Lo cual es justo, y sé que solo lo decía porque se preocupa por mi salud y todo eso, porque creo que ya entonces sabía que estábamos destinados a estar juntos, que somos almas gemelas.

Así que mientras conducía me contó que estaba haciendo experimentos con unos cadáveres para ese rollo del máster y que había descubierto que las células de las víctimas se regeneraban cuando se les ponía sangre, y que cree que puede volver a transformarlos en seres humanos normales usando no sé qué terapia génica o algo así. Y que había hablado con la condesa y con lord Flood para reconvertirlos, pero que la condesa le había dicho: «Ni hablar, aunque seas un científico con ese pelo de manga y estés tan bueno».

Y yo:

—¿Por qué iban a querer renunciar a su inmortalidad y a sus superpoderes y todo eso?

Y él:

—No lo sé.

Y yo:

—Deberíamos discutirlo tomando un café.

Y él:

—Me encantaría, pero ya llego tarde al trabajo.

Y yo:

—Creía que eras un científico loco.

Y él:

—Trabajo en el Stereo City.

Y yo:

—Tío, deberías buscarte trabajo en el Metreon vendiendo pantallas de plasma, porque tienen los mejores sofás para probarlas.

Y él:

—Vale. —Así, sin más—: Vale.

Él quería acercarme a casa para que no me pasara nada, lo cual es una monada, pero yo necesitaba un mocachino con soja doble para calmar los nervios, así que aquí estoy, en el Tully, abismada total.

Pero antes de salir del coche le dije:

—Steve, ¿tienes novia?

Y él:

—No, dedico mucho tiempo a mis estudios, y no sé, siempre ha sido así.

Y yo:

—Entonces, ¿te interesaría una princesa gaijin?
11

Y él:

—Eso es japonés. Yo soy chino.

Y yo:

—No cambies de tema, Kung Pao, lo que quiero saber es si estás dispuesto a pasar un rato íntimo y personal con noventa libras de mujer de armas tomar. Perdona, no sé cuánto es eso en kilos.

No sé qué me entró. Imagino que estaba que echaba chispas de adrenalina, de pasión y de qué sé yo. Normalmente no entro así a los tíos, pero él era tan misterioso y tan listo y estaba tan bueno…

Así que me enseña su gran sonrisa y me dice:

—Mis padres se asustarían si te vieran.

Y yo:

—¿Vives con ellos?

Y él:

—Bueno, eh, sí, eh, más o menos, esto…

Así que le saqué el bolígrafo que llevaba en el bolsillo y le escribí mi número de móvil en el brazo mientras él tartamudeaba; luego, cuando le devolví el boli, lo besé apasionadamente, cosa que noté que le gustaba un montón, así que lo aparté y le di una bofetada para que no pensara que soy una zorra. Pero no le di muy fuerte para que no creyera que no me interesa.

Y le digo:

—Llámame.

Y él:

—Lo haré.

Y yo:

—No te hagas nada en el pelo.

Y él: —Vale.

Y yo:

—Ten cuidado.

Y él:

—Sí. Tú también.

Y yo:

—Ah, sí, y gracias por rescatarme y todo eso.

Y él:

—Claro. Gracias a ti por el beso.

Así que ahora soy su impúdica Julieta Diablesa Blanca y él es mi dulce Romeo Ninja (a no ser que los ninjas sean también japoneses, en cuyo caso tendré que estrujarme los sesos buscando metáforas, porque la única cosa china que se me ocurre ahora mismo es el dim sum, y me parece irrespetuoso referirte a tu alma gemela como si fuera un plato que se come con los dedos).

¡Ostras! Mi móvil. Es Jared. Luego sigo.

27
Menudo marrón

—Entonces Lucifer Segundo consigue la espada de la sangre y toma a Jared el Blanco como consorte y juntos dominan a toda la tribu para toda la eternidad —dijo Jared Lobo Blanco, poniendo fin a la sinopsis de una hora de duración de su novela épica de aventuras y vampiros—. Bueno, ¿qué te parece?

—Me ha gustado mucho, pero creo que tienes que trabajar un poco más los personajes —contestó Tommy, sacando un poco sus músculos de escritor. Eso lo ayudaba a no pensar en la sed que se estaba apoderando de él.

Jared miró a Jody y levantó una ceja.

—Creo que tenemos que salir de este sótano inmediatamente —dijo ella—, y si eso significa matar a tus padres y a tus hermanitas, en fin, no se hace una tortilla sin…

—Pero ¿qué te ha parecido mi novela? —preguntó Jared.

—Me ha parecido que no es una novela. Es una fantasía sexual sobre tu rata y tú.

—No es verdad. Eso solo son los nombres de los personajes.

—Prueba a llamar a Abby otra vez, Jared. —Jody estaba rechinando los dientes.

—Dile que venga —dijo Tommy. La sed de sangre empezaba a darle calambres.

—Un momento, aquí la cobertura es una mierda. —Jared cogió su móvil y su rata, salió y subió las escaleras. Cuando se marchó, Tommy se volvió hacia Jody. —Estoy notando hambre de verdad. —Yo también.

—¿Crees que deberíamos, ya sabes, catar a Jared? —No creo que sea buena idea.

—Bueno —dijo Tommy—, William está en el hospital y no sabemos dónde está Abby. No creo que tengamos muchas opciones.

—Vamonos de aquí, Tommy. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que demos un susto a los padres de Jared? Tengo la impresión de que deben de estar curados de espanto.

—Está bien, pero ¿dónde vamos mañana? ¿A un hotel? Supongo que, si conseguimos dinero, podríamos pedirle a Abby que vigilara la puerta para impedir que la doncella entre y nos fría. —Tommy se animó—. Oye, puede que Abby haya cogido algún dinero del loft.

—Puede que Abby ni siquiera esté viva —dijo Jody, con voz algo más que irritada—. ¿Te acuerdas de que Elijah pensaba matarte solo para joderme? Si nos estaba vigilando, tiene que saber lo de Abby. Ella será la siguiente. Deberíamos habernos ido de aquí enseguida. Me siento fatal por haberla dejado sola.

—Se fue derecha a él. —Tommy meció la cabeza entre las manos—. Odio todo esto, Jody. ¿Por qué me hiciste esto? Podría haber funcionado. Podría haber cuidado de ti y haber tenido una vida de verdad. Ahora sólo vivo de comida en comida, poniendo en peligro a la gente. Todo el mundo quiere matarnos o quitarnos algo. Yo soy de Indiana, y en el Medio Oeste no nos preparan para estas cosas.

Jody se deslizó de la cama al suelo, se sentó a su lado y le rodeó los hombros con el brazo.

—No es así, Tommy. Somos como dioses. Tenemos que cazar, claro, pero si liberas al depredador que hay en ti dejarás de sentir esa angustia. Tienes que sentir su poder.

—¿Poder? ¿Qué poder? Estaba a punto de comerme a la rata de aperitivo.

—Bueno, puedes comerte a la rata si lo necesitas, porque esa pequeña cabrona pone los pelos de punta.

Tommy se apartó de ella.

—No sigas por ahí.

Jared entró en ese momento, pulsando un inhalador.

—¡Ay, Dios! ¡Ah, Dios! ¡Ha conocido a un tío buenísi-mo que es un ninja y están colados el uno por el otro! Y esos tíos de los que nos hablasteis, los que te secuestraron, unos cuantos se han convertido en vampiros. Y también hay una vampiresa alta que intentó morder a Abby. Y Abby los puso a todos en su sitio y los quemó con una especie de sol portátil. ¡Ay, Dios mío! ¡Es increíble! ¡Ojalá yo tuviera tantos huevos como ella!

—¿Dónde está? —preguntó Jody.

—Se está tomando un mocachino en el Tully, en la calle Market. Le presté unos veinte dólares. Que va a pagarme con la bonificación que vais a darle por Navidad. Oye, ¿a mí también vais a darme bonificación navideña? Porque…

—Llámala y dile que no se mueva de donde está —dijo Jody—. Vamos para allá.

—¿Vamos? —dij o Tommy. Podrían irse de aquí y buscar un… ¡un donante!

—No, tú no —dijo Jody—. Nosotros. —Dio a Jared una palmada en el hombro, con cuidado de no acercar la mano a la rata.

—¿Nosotros? —preguntó Jared.

—Sí, Jared, vas a tener que enfrentarte a tus padres. Tendrás que confesarles que has tenido a una chica en tu cuarto todo el día. Nos plantaremos ante ellos y me presentarás como tu novia.

—Vale. Supongo. Pero quizá quieras retocarte un poco los labios primero y que te preste un lápiz de ojos, ¿de acuerdo?

—Voy a quitarte la siniestrez a bofetadas, follarratas —replicó Jody con una sonrisa a la que le faltaban unos pocos grados para ser cálida.

Durante su larguísima vida, Elijah ben Sapir había sido perseguido, golpeado, torturado, ahogado, empalado, encarcelado y hasta quemado en dos ocasiones (la intolerancia hacia los que viven de la sangre de otros es lo que tiene), pero en ocho siglos esta era la primera vez que lo había frito un Honda tuneado. A pesar de la novedad (y de que la novedad acababa de convertirse en su nuevo deleite), no le habría importado que pasaran otros ochocientos años sin que aquello le volviera a ocurrir.

Arrastrarse por un callejón del barrio de South of Market cazando ratas detrás de los contenedores y desangrándolas hasta convertirlas en polvo solo para poder curarse y atrapar a una víctima de verdad le estaba sirviendo de abyecta lección: ahora recordaba el motivo por el que sus semejantes y él debían permanecer ocultos. Era inevitable que las nuevas tecnologías acabaran aplicándose a la detección y destrucción de vampiros. ¿Acaso no había usado él mismo la tecnología para protegerse? Su yate, con su piloto automático, sus sensores y su cámara sellada había sido para él como un castillo amurallado. Pero había olvidado la norma (en realidad la había ignorado, más que olvidarla) al decidir entregarse a la esperanza, rayana en la fe, de que siempre saldría victorioso. El caso era que algún listillo había descu amurá un modo de empaquetar el sol y de liberarlo sobre su arrogante carroña. Pero aquel listillo no habría encontrado la solución si el vampiro no le hubiera mostrado el problema.

Escarmentado estaba Elijah, y furioso, y hambriento, y un poco triste, porque le encantaba su chándal amarillo y de él no quedaba ya más que pelotillas de poliéster ennegrecido incrustadas en su piel.

Tiraba de aquellas pelotillas mientras aguzaba el oído en busca de una presa, escondido entre un contenedor y una furgoneta blanca llena de cajones de pan. Allí llegaba una lo bastante gorda como para completar su curación. Elijah lo notaba por la pesadez de su paso. La puerta trasera de la panadería se abrió y el rotundo panadero salió y agitó un paquete de cigarrillos para sacar uno. Su aura vital era rosa y saludable, su corazón latía con fuerza y seguiría latiendo mucho tiempo si Elijah no lo dejaba seco. Normalmente solo mataba a los débiles y enfermos, a los que de todos modos tenían un pie en la tumba, pero ahora su situación era desesperada. Saltó sobre la espalda del corpulento panadero y lo tiró al suelo, sofocando su grito con una mano mientras con la otra apretaba su cuello. En dos segundos el panadero estuvo inconsciente.

Elijah bebió y oyó cómo su piel ennegrecida chisporroteaba, mudaba y sanaba mientras el panadero respiraba aún. Esta vez, no habría ningún cuello roto, ningún cadáver que encontrar. Sacudió el polvo de la ropa del panadero y se la puso. Las Nike blancas eran lo único que había sobrevivido de su atuendo anterior, así que tiró los zuecos del panadero al contenedor, junto con su cartera, se guardó el dinero y se largó de allí vestido de blanco de la cabeza a los pies.

El vampiro se sonrió, no con alegría, sino con la amarga ironía que exigía la situación. La gente solía hablar de ocurrencias surgidas de un destello de inspiración, pero aquel cliché cobró de pronto un nuevo significado para él. Aquel destello significaba que se había acabado el juego, que su incursión en el deseo humano, aunque fuera por venganza, había ido demasiado lejos, y que había llegado el momento de controlar los daños. Todos tenían que morir. No disfrutaría matándola. A ella no.

Tras achicharrarse por segunda vez en dos días, Blue estaba lista para una masacre curativa (o baño de sangre), pero los Animales la habían detenido alegando motivos éticos de pacotilla, como que el asesinato estaba mal, ya se sabe.

—¡Estáis achicharrados! —dijo Blue—. Este no es momento para tener escrúpulos. ¿Dónde estaba vuestra conciencia cuando me obligabais a follaros doce veces al día, eh?

—Eso era distinto —dijo Drew—. Tú estabas dispuesta.

—Sí —añadió Jeff—. Y además te pagábamos.

—Y no hacíamos daño a nadie, amiga* —dijo Gustavo.

Blue se lanzó hacia Gustavo (que estaba en el asiento del copiloto) por encima del asiento del Mercedes y le arrancó un trozo de carne achicharrada. Drew la agarró por las caderas y tirando de ella consiguió que volviera a sentarse. Ella cruzó los brazos, enfadada, hizo un mohín y exhaló pequeños copos de ceniza. Se suponía que tenían que hacer lo que ella mandara. Se suponía que eran sus siete (bueno, tres) enanitos.

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