—Hay una sala donde los sirvientes de la Dulce Oscuridad esperan, dormidos. Los miembros del consejo van a esa sala de vez en cuando y tratan de llamarlos a su servicio.
Miré a los dos vampiros, entonces regresé a Valentina.
—Estos dos despertaron —dije.
—Más de estos dos —dijo—. Nuestra señora ha llamado a despertar a seis de ellos. Cree que es un signo de su creciente poder.
Valentina y yo nos miramos la una a la otra.
—La Madre de Todas las Tinieblas está despertando, y sus sirvientes despiertan antes que ella —dije en voz baja, pero aun susurrando, se estremeció y llenó la habitación con ecos danzantes.
—Creo que sí —dijo Valentina.
—Nuestra señora es más poderosa que cualquier otra. Los servidores de nuestra dulce Madre despiertan a la orden de Belle Morte. Es un signo de la grandeza de nuestra señora. —Musette lo declaraba como una verdad, había un timbre de orgullo en su voz.
—Eres una tonta, Musette, la oscuridad se está despertando. El hecho de que ellos estén parados aquí es la prueba de eso. Obedecerán a Belle Morte hasta que su verdadera señora se levante, entonces Dios nos ayude a todos.
Musette, literalmente, dio una patada hacia mí.
—No vas a estropear nuestra diversión. No puedes tocarme, ellos no te dejaran.
Los miré, y fruncí el ceño.
—Ellos no son sólo vampiros, ¿verdad?
—¿Qué quieres decir,
ma petite
?
Los podía sentir, sentía una presencia que no debería haber estado allí.
—Se sienten como cambiaformas. Los vampiros no pueden ser cambiaformas. —Me di cuenta, incluso mientras lo decía que eso no era del todo cierto. La Madre de Todas las Tinieblas era una cambiaformas y un vampiro. Lo sentí.
—Pensaba que la Madre más Querida fue el primer vampiro, el que los hizo a todos.
—
Oui, ma petite
.
—¿Hay vampiros en el consejo que descienden directamente de ella?
Jean-Claude pensó por un momento.
—Todos descendemos de ella.
—Eso no fue lo que te pregunté.
Asher respondió:
—No hay nadie que pueda reclamar ser descendiente directo de su línea, pero fundó el consejo de vampiros. Comenzó nuestra civilización, nos dio reglas, así que no fuimos más bestias solitarias, matándonos los unos a los otros al vernos.
—Así que es su madre cultural, no el iniciador de su línea.
—¿Quién lo puede decir con certeza,
ma petite
? Ella es el comienzo de lo que somos hoy. Es nuestra Madre en todos los aspectos que son importantes.
Sacudí la cabeza.
—No todos los aspectos. —Me paré fuera de alcance y dije—: Alguien que hable lo que ellos hablan traduzca esto por mí.
Valentina se adelantó.
—Ahora entienden francés.
—Bien. Jean-Claude.
—Estoy aquí,
ma petite
.
—Diles que Musette ha perdido el salvoconducto, y tenemos que ponerla bajo arresto. Ella no será lastimada, pero no se le permitirá dañar a nadie más.
Jean-Claude habló francés despacio, así que pude entender mucho de este. Había aprendido más y más a lo largo de los años, pero el hablar rápido todavía me daba problemas.
—Se lo he dicho.
—Entonces diles esto, también. Si no se apartan del camino para que podamos detenerla, estamos dentro de las normas que la Madre de la Oscuridad estableció… matarlos por desobedecer las reglas.
Jean-Claude parecía dudoso.
—Sólo repítelo —dije. Me alejé un poco para encontrar a Bobby Lee. Estaba sudando y parecía enfermo.
—Lo siento, Anita. Te fallamos.
Sacudí la cabeza.
—Aún no lo habéis hecho.
Parecía perplejo.
—Abre tu chaqueta de cuero, anda.
Él hizo lo que le pedí.
Tomé su pistola de la funda de su hombro y vi una segunda pistola en su cinto. Las reglas dicen que solo los guardias pueden estar armados. Apunté la pistola al suelo, y quité el seguro.
Sus ojos estaban muy abiertos. En realidad no estaba segura de sí él podía dejarme llevar el arma. Pero lo hizo, y yo enhebré mi camino cuidadosamente de vuelta a través de la multitud a las líneas delanteras.
El arma era invisible, estaba guardada en los pliegues de mi falda negra.
—¿Qué dicen, Jean-Claude?
—No creen que nadie de aquí los pueda lastimar. Dicen que son invencibles.
—¿Cuánto tiempo han estado dormidos?
Jean-Claude les preguntó.
—No lo saben con certeza.
—¿Cómo saben que son invencibles? —pregunté.
Les preguntó, y sacaron las espadas de debajo de sus abrigos blancos. Espadas cortas, forjadas de algo más oscuro y más pesado que el acero. ¿Eran de bronce? No estaba segura. Solo sabía que no eran de acero.
Todos dimos un paso atrás de las espadas, de lo que fuera que estuvieran hechas.
—Dicen que ningún arma nacida del hombre puede dañarlos —dijo Jean-Claude.
Musette rió.
—Son los mejores guerreros jamás creados. No me tocaras con ellos como mis protectores.
Di un paso atrás, me puse en una posición lo más equilibrada que pude conseguir con los tacones altos, y levanté el arma. Apunté para un tiro a la cabeza, y lo conseguí. La cabeza del vampiro explotó en un baño de sangre y sesos. El sonido de los disparos pareció hacer eco por siempre, y no pude oír el grito que vi en los labios del segundo guerrero mientras cargaba contra mí. Su cabeza explotó como la del primero había hecho. Todo el entrenamiento de combate mano a mano en el mundo es inútil si tu enemigo no te permite acercarte lo suficiente para usarlo.
Musette estaba parpadeando, demasiado sorprendida para moverse, creo. Estaba cubierta de sangre y coágulos. Su pelo rubio y la cara pálida eran una máscara roja, de la que sus ojos azules parpadeaban. De su vestido blanco la mitad era carmesí.
Le apunté con el arma a su cara de asombro. Lo pensé, Dios sabe, que lo pensé. Pero no necesitaba el miedo de Jean-Claude.
—
Ma Petite
, por favor, por el bien de todos, no hagas esto, —me hizo vacilar. No podía matar a Musette, debido a lo que Belle Morte podría hacer en represalia. Pero dejé ver a Musette, en mis ojos, en mi cara, en mi cuerpo, que la mataría, que quería matarla, y que, dando la excusa adecuada, podría olvidar la venganza de Belle por el segundo que me llevaría acabar un cargador.
Los ojos de Musette se llenaron de brillantes lágrimas. Era una tonta, pero no una tonta tan grande como para todo eso. Pero tenía que estar segura, que no tendríamos esos malentendidos de nuevo.
—¿Qué vez en mi cara, Musette? —Mi voz era baja, casi un susurro, porque tenía miedo de lo que mi mano haría si gritaba.
Tragó saliva y, era fuerte para mis zumbantes oídos.
—Veo mi muerte en tu cara.
—Sí —dije—. Sí, lo sabes. Nunca olvides este momento, Musette, porque si esto sucede otra vez, será tu último momento.
Ella suspiró temblando.
—Entiendo.
—Espero que sí, Musette, de verdad, de verdad, lo espero. —Bajé el arma, lentamente—. Ahora, ¿Merle puedes supervisar que Musette y Angelito vayan a sus habitaciones, ahora mismo?
Merle se adelantó, y un pequeño ejército de seres hienas se trasladó con él.
—Mi Nimir-Ra habla, y yo obedezco. —Le había escuchado decir cosas como esa antes a Micah, pero nunca a mí, o al menos no con el significado con que lo dijo.
Merle pasó por encima de los cuerpos de los vampiros muertos para tomar el brazo de Musette. El ser hiena parecía pálido, pero más feliz. Acababa de hacer a todos los músculos en la sala felices, porque ahora las cosas eran sencillas. Podíamos matarlos si se echaban a perder de nuevo.
Atrapé la expresión de Jean-Claude. Él no estaba feliz. Había hecho el trabajo de los soldados más fácil, pero no el de los políticos. No, creo que sólo había complicado el infierno de la parte política de las cosas.
Merle llevó a Musette, no muy suavemente sobre los cuerpos. Tropezó, y sólo una masa de seres hiena mantuvo a Angelito lejos de agarrarla. Musette recuperó el equilibrio, y la habitación de repente olía como a rosas.
Pensé que me había ahogado con mi propio pulso mientras Musette levantaba la cabeza y mostraba los ojos del color de la miel oscura.
CUARENTA Y SEIS
Belle Morte me miró, desde la cara de Musette, y creo que dejé de respirar. Todo lo que podía oír por un momento fue el martilleo de mi propio corazón, en mi cabeza. El sonido regresó con un flujo, y la voz de Belle Morte se deslizó fuera de la boca de Musette.
—Estoy molesta contigo, Jean-Claude.
Merle seguía tratando de arrastrarla a través de la habitación. Cualquiera diría que no sabía que la mierda había golpeado el ventilador, o un vampiro era lo mismo para él. Iba a aprender de otra manera.
—Suéltame —dijo con voz calmada.
Merle soltó el brazo como si lo hubiera quemado. Se apartó de ella del mismo modo que Bobby Lee se había alejado de Musette, con una mirada de dolor, sosteniendo su brazo como si le doliera.
—El leopardo es su animal a llamar —dijo Jean-Claude, y su voz llevaba aún otro pesado silencio. Pero no tuve tiempo para pensar en el silencio, porque Belle estaba hablando, diciendo cosas terribles.
—He sido suave «hasta ahora». —Se giró y miró a los dos vampiros muertos—. ¿Sabes cuánto tiempo el Consejo ha estado tratando de despertar a los primeros hijos de la Madre?
Creo que todos pensamos que era una pregunta retórica, una que teníamos miedo de contestar.
Ella se giró hacia nosotros, y algo emergió debajo de la cara de Musette, como un pez empujando contra el agua.
—Pero yo los desperté. Yo, Belle Morte, desperté a los niños de la Madre.
—No a todos ellos —dije, y de inmediato deseé haber mantenido la boca cerrada.
Ella me lanzó una mirada que era tan furiosa que quemaba, y tan fría, que me hizo temblar. Era como si todo lo que había sentido de rabia y odio estuvieran en esa única mirada.
—No, no a todos ellos, y ahora has alejado a dos de mí. ¿Qué debería hacer para castigarte?
Traté de hablar a través del latido en mi garganta, pero Jean-Claude respondió:
—Musette rompió la tregua, y no lo admite. Hemos obedecido la ley a carta cabal.
—Es cierto —dijo Valentina. La multitud de adultos vestidos de cuero negro se movió mientras la niña vampiro pudo venir y pararse cerca de Musette / Belle. Valentina se mantuvo fuera del alcance, sin embargo. Me di cuenta de eso.
—Habla, pequeña.
Valentina contó la historia de cómo Musette había retenido la información sobre el abuso de menores y lo que había sucedido a causa de eso. El cuerpo de Musette se volvió a mirar a Stephen y Gregory. Gregory estaba abrazando a su hermano, meciéndolo. Stephen no miraba a nadie, ni nada. Lo que fuera que sus ojos fijos vieran, no estaba en esta sala.
Belle se giró hacia nosotros, y de nuevo hubo esa sensación de otra cara nadando por debajo, pero esta vez la vi como un fantasma superpuesto sobre la cara de Musette. Pelo negro fantasmal sangrando sobre el rubio, una cara con más pómulos, más fuerza, mostrado por un momento, antes de que se hundiera en la belleza más suave de Musette.
—Musette rompió la primera tregua. Concedo eso.
¿Por qué mi ritmo cardíaco no se detuvo a un solo latido cuando dijo eso? Sus siguientes palabras salieron en un ronroneo de contralto, una voz como un pelaje que acaricia la piel y facilita atravesar la mente.
—Has actuado dentro de la ley, y ahora yo debería hacerlo. Cuando Musette y el resto vuelvan a mí, Asher vendrá con ellos.
—De momento —dijo Jean-Claude, pero su voz tenía la duda.
—No, Jean-Claude, será mío, como antaño.
Jean-Claude respiró hondo y lo dejó salir poco a poco.
—De acuerdo a tus propias leyes, no puedes llevarte a alguien de forma permanente fuera de aquellos a quienes él o ella pertenece.
—Si él perteneciera a alguien, eso sería verdad. Pero no es
pomme de sang
de nadie, ni sirviente, ni amante.
—Eso no es cierto —dijo Jean-Claude—. Es nuestro amante.
—Musette se comunicó conmigo, me dijo que olía sus mentiras, su débil esfuerzo para mantener a Asher alejado de su cama.
Belle era capaz de oler las mentiras, también, si la mentira fuera algo que ella entendiera. Ningún vampiro podía decir la verdad de la mentira si se trataba de algo que no entendían. Si un vampiro no tenía lealtad, no podían discernirla en los demás, ese tipo de cosas. Yo iba a tratar de darle algo que ella pudiera comprender.