Celebración en el club de los viernes (11 page)

Read Celebración en el club de los viernes Online

Authors: Kate Jacobs

Tags: #Drama

BOOK: Celebración en el club de los viernes
11.91Mb size Format: txt, pdf, ePub

Darwin corregía los trabajos de los alumnos mientras los niños se echaban la siesta y se dio cuenta de que podía caer en una relación agobiante. No con su esposo, Dan, pues tenía la sensación de que a él todavía lo veía menos puesto que ambos hacían malabarismos con su vida laboral para asegurarse de que siempre hubiera alguien que cuidara de los gemelos. No, era con su mejor amiga, Lucie, a la que adoraba. El problema era que no podía pasar un día, apenas una hora, sin que se encontrara con ella.

—Adiós —decía ella, le daba un besito en la mejilla a Dan e iba a encontrarse con Lucie en el porche de su dúplex—. Buenos días, Ginger. Buenos días, Lucie. —Las dos mujeres coordinaban las actividades de los niños para conducir lo menos posible y hasta mantenían ocupada a Rosie con suficientes quehaceres domésticos, como doblar la colada y vaciar el lavavajillas, para que tuviera la sensación de contribuir. Al poco de mudarse allí habían intentado convencerla de que se relajara, pero Rosie siempre intentaba subirse a las escaleras para quitar el polvo de la parte superior de los armarios cuando nadie la veía. Ahora la habían convencido de que Darwin quitaba el polvo, cosa que no hacía, y habían escrito una lista muy llevadera de quehaceres para Rosie. Mantenerla ocupada resultó ser una opción segura.

Pero su estilo de vida también tenía otras peculiaridades. A Rosie le daba vergüenza echarse la siesta cuando Lucie estaba en casa pero, por algún motivo, encontraba perfecto echar una cabezadita en el sofá de Darwin. Esta siempre le recordaba a Lucie que si funcionaba, funcionaba, y eso era lo que importaba. Al fin y al cabo, ¿no había sido por eso que las dos amigas habían comprado una casa adosada en la que cada familia tendría su espacio a cada lado de la pared común? Y Lucie estaba más que dispuesta a quedarse con Cady y Stanton cuando Darwin quería trabajar en un artículo, o simplemente dormir un poco antes de una gran presentación.

No obstante, ambas se alimentaban también de los peores rasgos de la otra; Lucie obsesionada con que cada domingo, cada día de fiesta, podía ser el último de su madre. Aun cuando Rosie estaba bien de salud. Y Darwin, aun estando exhausta, perseguía a Cady y Stanton por toda la casa, grabando y fotografiando cada momento porque cuando había pasado un minuto apenas podía recordar el anterior. En sus casas reinaba la sensación de que, por mucho que intentaran aferrar cada momento, todo se les escapaba entre los dedos y ponían los ojos en blanco tanto como Dan, quien, tras pasarse una hora oyéndolas, meneaba la cabeza y las instaba a que se limitaran a disfrutar de la vida. Resultaba difícil relajarse cuando todo iba tan deprisa. Solo podían saborear una experiencia cuando volvían a contarla.

El hecho de vivir tan cerca, de discutir ideas ya bien entrada la noche y hacer planes para su canal de televisión Chicklet, además de ejercer sus trabajos como profesora y directora y de intentar manejar las necesidades de tres niños y una adulta desmemoriada, estaba provocando un aumento de las tensiones. Ambas mujeres echaban de menos la oportunidad de estar solas. Al menos durante quince minutos seguidos.

Por este motivo en particular, Lucie planeó pasar la Navidad en casa de su hermano y Darwin accedió a hacer el equipaje y tomar un avión en solitario con Cady y Stanton para ir a visitar a sus padres en Seattle. Al ser el médico más joven, Dan tenía pocas vacaciones y llegaría al cabo de unos días, la víspera de Navidad. Por si acaso, y para maximizar el tiempo con sus nietos, Betty Chiu se esforzó para invitar a la madre de Dan, la formidable señora Leung, a la comida festiva. La hermana de Darwin, Maya, también estaría en casa y dormiría en el sofá cama del sótano en tanto que Dan, Darwin, Cady y Stanton se apretujarían en las dos camas individuales que llenaban lo que antes fuera el dormitorio que Darwin y Maya compartieron de niñas.

A pesar de todos los inconvenientes, Darwin tenía ganas de que llegara Navidad. Ya había empezado a preparar el equipaje, había sacado pañales, calzones de plástico y chaquetas de punto con gorros a juego que había hecho Lucie; todo pulcramente amontonado en pilas ordenadas en el sofá y la mesa de centro. Había bajado dos maletas negras y maltrechas del desván apenas un día después de Acción de Gracias y las había colocado en la entrada para evitar que los gemelos entraran en dicho espacio. La pareja, momentáneamente confundida, se concentró en emplear su energía en tirar los cacharros al suelo de la cocina. Darwin se limitó a ponerse unos auriculares que anulaban el ruido ambiental y continuó con lo que estaba haciendo.

La cuestión era que empleaba demasiada energía centrándose en metas que, una vez alcanzadas, sencillamente pasaba de largo para ver qué venía a continuación. Había sido igual cuando luchaba con la infertilidad, desesperada por compartir un hijo con Dan, y luego se encontró horrorizada por el estrés de la nueva maternidad. Del mismo modo, Darwin se había convencido de que compartir casa con Lucie resolvería sus preocupaciones por el cuidado de los niños. Y así fue. Lo que lo hacía delicado era que acarreaba una gran cantidad de nuevos retos, incluido el hecho de que todos vivían básicamente encima unos de otros.

Si tal, luego cual: una ecuación que había resumido la actitud de Darwin hacía muchos años. Ahora sabía que no existía una forma determinada de ser madre, de estar casada, de llevar una vida. Y por primera vez desde que nacieron los niños tuvo ganas de aminorar el ritmo y celebrarlo de verdad. No solamente marcar la segunda Navidad de los gemelos como si fuera otra línea de su lista de cosas que hacer en la vida, sino salir de su día a día para captar el recuerdo de verdad. Reconocer que solo viviría aquellas fiestas una vez y que, en consecuencia, debía hacer que valieran la pena.

Seis

El año anterior era distinta. El año próximo volvería a cambiar. No permanecía quieta, no dejaba que las cosas penetraran. La niña que era, la mujer que sería: Dakota tenía la sensación de que si era capaz de poner en orden sus sentimientos, de alguna manera vería más claras sus opciones. Comprender el pasado la ayudaría a considerar el futuro. Sin embargo, cuando intentaba pensar con lógica sobre cuál era el camino más sensato solo hallaba confusión. Cuando Peri le contó que le habían hecho una oferta fue como si le pegaran una patada en el estómago. Luego se sintió enojada. Después tuvo pánico. ¿Cómo afectaría eso a sus estudios? Dakota ya trabajaba tanto como podía. ¿Qué debería hacer con la tienda? Eso
si
Peri aceptaba el trabajo. También podía ser que no lo hiciera, ¿no?

Lo único que sabía con seguridad era que quería solucionarlo sola. Sin acudir corriendo a su padre, o a Anita o a Catherine.

Le había enviado un mensaje de texto para que se encontraran. Peri había sugerido la estación Grand Central, lo cual resultaba conveniente para Dakota que venía en el tren Metro-North desde la escuela de Hyde Park y además así se reunirían fuera de la tienda de lanas.

Dakota iba sentada en el tren, como de costumbre rodeada por su avío de mula de carga: una mochila con libros, el bolso, en cuyo interior guardaba el teléfono móvil, y la bolsa de labores en la que llevaba ese dichoso jersey inacabado color
beige
y turquesa, tan paciente ahora como siempre había sido. Esperando a que lo terminaran. La joven cerró los ojos y se adormiló con el ritmo del tren mientras intentaba poner sus ideas en orden.

Resultaba preocupante que a principios del año anterior hubiera estado dispuesta a marcharse de la tienda y que ahora, por fin, hubiera encontrado un motivo, la cafetería para hacer punto, que le permitiría seguir adelante con el legado de su madre y alcanzar también sus propios objetivos. Lo único que hacía falta era que Peri ejerciera de copropietaria mientras Dakota terminaba sus estudios y que James encontrara una manera de reformar el edificio a la par que intentaba mantener su negocio a flote; el nuevo diseño de Walker e Hija no sería precisamente su proyecto más lucrativo.

Dakota ya había pensado en la solución obvia de buscar personal nuevo. Pero no era tan sencillo como reemplazar a Peri por otra persona. Walker e Hija no era simplemente una tienda; era una familia. Daba la sensación de que Peri estaba abandonando toda la empresa. ¡Y a todo el grupo! A ver cuando se enteraran; Dakota ya podía imaginarse la polvareda.

Todo esto pensaba Dakota, y deseaba que las cosas pudieran seguir tal y como estaban. Solo un poco de tiempo más. Solo hasta que estuviera preparada.

Pero claro, ese había sido el problema del club desde el principio. Todo había girado en torno a Dakota.

Mientras subía las escaleras hacia el restaurante que daba al vestíbulo de la estación Grand Central, Dakota observó las estrellas pintadas en lo alto, las brillantes arañas de luces doradas, la multitud de personas que hacían compras y de viajeros que cruzaban la magnífica sala a toda prisa en sus llegadas o partidas.

—Hola, señorita —dijo Peri, que la esperaba en una de las mesas con una taza de té—. Me alegra verte fuera de la tienda. ¿Cuándo fue la última vez? ...

—Sí... —dijo Dakota—. Hace demasiado tiempo.

Recordó que cuando Peri tenía veinticuatro años había defraudado a su familia evitando la facultad de Derecho. Ella tenía planeado irrumpir en la industria del diseño de bolsos pero en cambio pasó siete años de su vida dirigiendo un negocio que, aunque en parte, técnicamente era suyo, no era exactamente así desde el punto de vista emocional. Todo el mundo consideraba que la tienda era de Georgia y que Dakota era la sucesora. Mirando a esa mujer de color, delgada y serena, a la que había admirado de niña y a la que ahora podía llamar amiga y colega, Dakota cayó en la cuenta de lo terrible del papel de Peri, de quien se esperaba que fuera siempre regente y nunca monarca. Que estuviera siempre entre bastidores. Incluso el negocio de los bolsos, que en un principio se había beneficiado de estar expuesto en la tienda, ahora estaba creciendo más lentamente de lo que podría hacerlo a causa del compromiso de Peri con Walker e Hija.

Estaba cambiando el equilibrio.

—Te estamos haciendo daño —dijo Dakota en voz baja—. La dirección de la tienda te está frenando. —Mientras pronunciaba estas palabras se le fue formando un nudo en el estómago, consciente de que si Peri no estaba, las cosas cambiarían drásticamente. ¿Y si no encontraban a la persona adecuada para llevar la tienda? ¿Y si el negocio continuaba yendo cada vez más flojo? ¿Y si tenía que comprar literalmente la parte de Peri? ¿Entonces qué? No parecía correcto esperar que otras personas como Anita, como su padre o como Marty, hicieran constantemente de Walker e Hija su proyecto favorito desde el punto de vista de su financiación. Pero después de dos reformas en otros tantos años, el flujo de caja de la tienda era limitado.

—No, me va bien —dijo Peri—. Hay muchos diseñadores que no tienen las oportunidades que he tenido yo. La tienda significa mucho para mí. ¡Y la idea era tan descabellada!

—¿Trabajar con Lydia Jackson en París? No podrías desear mejor publicidad para tus bolsos que los sacara
Project Runaway —
repuso Dakota, y pidió una hamburguesa de atún con boniato frito.

—Pero hay muchas incógnitas —comentó Peri, que dio unos sorbos a su té—. He trabajado en una tienda de lanas durante casi una década y de repente tendría que trasladarme a París. ¿Y si no resulta? ¿Y qué pasa con Roger? ¿Y qué me dices de ti?

Dakota sabía que cuando Georgia Walker tenía veinticuatro años estaba embarazada, tenía miedo y había abandonado una carrera profesional prometedora para correr de vuelta a casa de sus padres. La casualidad de encontrarse con Anita acabó en una vida inesperada como empresaria del punto. Y eso fue todo: surgió una oportunidad a la que ella dijo sí aun cuando la asustaba. Más que la existencia física de la tienda, Dakota sabía que este era el gran legado de su madre. Su gran regalo a su hija. La capacidad para atreverse.

—Tienes que decidir qué es mejor para ti —dijo entonces—. No para mí, ni para la tienda. Solo para Peri.

—Pero es que no lo sé —admitió Peri con los labios ligeramente temblorosos. Al igual que todas las integrantes del club, se había pasado muchos años intentando aliviar a Dakota de la pérdida del único progenitor que había conocido durante la mayor parte de su vida. Como resultado, la mayoría de las decisiones comerciales se tomaban basándose en lo que más beneficiaba a Dakota. No a Peri. Era una condición tácita de todas las mujeres, y una expectativa que hacía que Peri alternara entre el resentimiento y la generosidad. Y aun así, en el instante en que le ofrecieron la oportunidad de su vida, la posibilidad de marcharse, vaciló. Fue nuevamente consciente de que su relación con la tienda y con Dakota significaba mucho más que un negocio. Esto era algo que había olvidado con demasiada frecuencia.

—Me enfadé mucho contigo —dijo Dakota riéndose, mientras probaba la comida.

—¿La semana pasada cuando te conté lo de la oferta de trabajo? —preguntó Peri con gesto sobresaltado.

—Me refiero a cuando remodelaste la tienda —le respondió Dakota—. No quería que se cambiara nada.

—Ah, bueno... estuviste un poco difícil —coincidió Peri. La remodelación había sido el resultado de un ultimátum.

—Sí —dijo Dakota—. Mira Peri, venía en el tren pensando en una masa que no sube como es debido y entonces lo supe. Toda esta situación no ha sido justa para ti.
Tiene
que cambiar.

—No soy una víctima —Peri se irguió en su asiento—. Lo creas o no, en mi vida siempre tuve posibilidad de elección. Y he tenido bastante éxito.

Dakota asintió con la cabeza.

—Con ayuda de mis amistades, ya lo sé —añadió Peri—. En ese sentido estamos en paz.

—No, no lo estamos —replicó Dakota con firmeza—. Tú has puesto el alma en tu carrera y te has sacrificado para cumplir antiguas promesas. ¿Cómo ibas a saber qué oportunidades se avecinaban? Yo he recibido un regalo mucho mayor: amor, apoyo y espacio para crecer según mis condiciones. He sufrido, he perdido a mi madre, pero nunca me he sacrificado por nadie. Recibo, pero rara vez doy.

Peri frunció el ceño, preocupada. Dakota había tenido muchas personalidades cuando era adolescente, fundamentalmente petulantes, pero en los últimos tiempos se había apaciguado y estaba más centrada que nunca. Tal como Peri había observado en más de una ocasión, se parecía más a su madre.

—Dakota, ¿no entiendes que ya he decidido? —dijo Peri—. Es demasiado, es un momento extraño y me asusta un poco. Voy a rechazar el empleo. En Walker e Hija no va a cambiar nada.

Other books

Eva by Peter Dickinson
The Day Watch by Sergei Lukyanenko
Keep Dancing by Leslie Wells
Portrait in Sepia by Isabel Allende
Mummy Said the F-Word by Fiona Gibson
The Gold Masters by Norman Russell
The Hellfire Club by Peter Straub