Celebración en el club de los viernes (7 page)

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Authors: Kate Jacobs

Tags: #Drama

BOOK: Celebración en el club de los viernes
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Estas tejedoras que pasaban por la tienda estaban ansiosas por ver el esbozo del vestido Flor, las variaciones en El Fénix, que era el diseño de Georgia preferido por Catherine, o simplemente por contemplar la imaginación de una compañera tejedora, su creatividad desbordante y la interacción entre color y textura. Peri sabía que Dakota pasaba horas intentando encontrar la mejor manera de resaltar las ideas de su madre.

Peri dejó lo que estaba haciendo y lamentó que aquella mujer no fuera amiga suya para así poder probarse esos taconazos; a continuación le preguntó si podía ayudarla a elegir algo de la tienda.

—Me gustaría... —dijo la mujer al tiempo que recorría el establecimiento con la mirada—. Ese bolso de mano azul de Peri Pocketbook, por favor.

—¡Oh! —exclamó Peri encantada—. Ni siquiera lo he colgado en mi página web todavía.

—Ya lo sé —repuso la mujer, y le tendió una tarjeta de crédito—. Conozco todos tus bolsos, y los quiero.

Peri se rio.

—¿Todos a la vez?

—Desde luego. Y me gustaría que hicieras más, solo para mí.

Peri dejó de reírse. Se preguntó si la mujer no estaría un poco loca. Comprar toda su colección resultaba decididamente caro.

—Oficialmente he venido a la ciudad para pasar el día de Acción de Gracias con mi tía anciana —explicó la mujer mientras Peri pasaba la tarjeta—. Aunque tenía otros motivos, también quería venir a esta tienda. Tal vez verte. —La mujer le tendió una tarjeta de visita muy grande que cuando Peri fue a cogerla no soltó.

—Peri —dijo la mujer, mientras la tarjeta se quedaba entre las manos de las dos—, puedo hacer que Peri Pocketbook suba como la espuma. Lo único que tienes que hacer es venir a trabajar para mi marca en París. Déjame que te explique quién soy, me llamo Lydia Jackson.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Peri, que reconoció el nombre de la mujer de inmediato. Era la jefa de diseño en una innovadora casa de modas de París—. Pero tú no haces cosas de punto.

Lydia Jackson soltó la tarjeta.

—Pero quiero hacerlas —repuso, dando unos leves golpecitos en el bolso Peri Pocketbook que acababa de comprar—. Y este es el detalle clave. Puedo hacerte un nombre en el mundo de la moda. Más notorio que cuando tus bolsos salieron en
Vogue
Italia.

—¿Lo viste? Fue un gran estímulo —admitió Peri, que sintió un cosquilleo en los dedos al aferrar la tarjeta de visita.

—Y trabajar conmigo será como agarrarse a un cohete —afirmó Lydia Jackson con una seguridad absoluta—. El vestido de la portada de
Vogue
dio que hablar entre los seguidores de la moda. Pero nosotros vamos a estar a la altura... y nuestro plan es empezar en cuanto me llames a ese número.

Pues bien, ahí estaba. Una oferta de lo más tentadora. Dos años atrás hubiera aceptado esa tarjeta y hubiese salido directamente por la puerta. Bueno, o quizá no.

Pero hubiera querido hacerlo.

En aquellos momentos sentía una conexión con algo más fuerte. Le faltaba muy poco para poder tener su propia
boutique
; en cuanto acabaran la cafetería para hacer punto después de la graduación de Dakota. Faltaban unos cuantos años. Pero cada vez estaba más cerca.

Por no mencionar que fue Dakota quien arregló las cosas para hacer el reportaje fotográfico de
Vogue
. También estaba ese pequeño detalle.

—Peri —dijo entonces Dakota, que también se esforzaba por seguir el ritmo de la avalancha del Viernes Negro—, ¿puedes llamar por teléfono a la señora Jones?

—Claro —contestó Peri acordándose de sonreír—. ¿Hoy lo has encontrado todo?

La tienda estaba tan concurrida que dentro se estaba calentito pese a que Peri había abierto las ventanas con antelación, incluso con el frío de aquel día de noviembre, para que entrara un poco de aire fresco que bajara la temperatura. Entraba más gente de lo habitual: durante los últimos meses el negocio había estado flojo; no cabía duda de que las tejedoras habían estado esperando para proveerse de existencias.

Peri creía que aquella miniprosperidad repentina se debía en parte a la idea que tuvo Dakota de ofrecer clases informales. A principios de semana puso un letrero en la tienda y luego estuvo toda la tarde del Viernes Negro enseñando a montar los puntos a las horas en punto y el punto del derecho a las medias. Ella y su mejor amiga de la Universidad de Nueva York, Olivia, alternaban las «clases» con Anita, con lo cual Peri tenía que ocuparse todo el día de la caja. Pulsar la tecla del producto, aplicar el descuento y darle al botón del total. ¡Cha! y ¡chin! Sabía que debería estar animada, sobre todo cuando había varias clientas mirando detenidamente algunos de los artículos Peri Pocketbook rebajados. Pero la falta de sueño, la culpabilidad por considerar siquiera la oferta de trabajo y su sensación general de frustración dejaron a Peri confundida. Ella no quería tener que tomar decisiones difíciles. No en aquel momento. Lo que ella quería era enamorarse como por arte de magia y silbar mientras trabajaba, como algunas princesas de los cuentos, quienes probablemente no tuvieran más de treinta años, no trabajaran demasiado y no vivieran apretujadas en un apartamento diminuto. Pero no todo el mundo empieza en un castillo, ¿verdad?

En cambio, ella tenía la sensación de que sus ambiciones de una vida amorosa se estaban viendo frustradas. La noche anterior había secado el pavo. ¡Menudo error de novata! Dakota había dejado unas instrucciones muy detalladas, pero Peri se figuró que subiendo la temperatura aceleraría el proceso. No fue así. Y la madre de Roger se había explayado untando el pavo con salsa de arándanos.

Y luego masticó, masticó y volvió a masticar.

Peri lamentó haberse molestado siquiera, deseó no haber tenido la esperanza de que mostrar un poco de talento doméstico hiciera que Roger decidiera si se involucraba o no. Temía haberse desesperado, que la década que prácticamente llevaba viviendo en la ciudad y el hecho de pasar de los treinta la hubieran forzado a actuar. ¿Debería esperar a alguien que simplemente estuviera bien o a alguien con quien encajara perfectamente? Roger le gustaba mucho. Era atractivo y exitoso. Era divertido. Pero estaba claro que bailaba al son que le tocaba su madre: apenas comió y cuando elogió el pastel, el delicioso pastel de azúcar de arce de Dakota que Peri fingió haber elaborado, dio marcha atrás al ver cómo su madre entrecerraba los ojos.

K.C. se comió dos pedazos, mirando fijamente a la madre de Roger mientras masticaba.

—Míralo de este modo —le había dicho K.C. mientras fregaban los platos la noche anterior, pues Dakota se había asegurado de que Peri tuviera algo más que lana para servir la comida—, mejor descubrirlo ahora que casarse con la bestia... y tener que acabar viviendo con su hijo.

—Lo que pasa es que tú estás en contra de comprometerse y echar raíces —dijo Peri.

—No, yo solo estoy en contra de comprometerme —replicó K.C.—. No lo hagas, cielo. El divorcio es una mierda, aunque ya no quieras al tipo en cuestión. Es mejor no elegir mal.

Peri se encogió al oír la palabra «elegir». No le había contado a nadie su encuentro con Lydia Jackson.

—Contaba con que este sería el año —admitió Peri—. Mi buen propósito de Año Nuevo fue que encontraría el amor y el matrimonio...

—Y empujarías un cochecito de niño —terció K.C., que apilaba los platos secos junto al fregadero—. Ya me conozco la canción. Pero, ¿qué pasa con la agenda laboral? Tú decidiste. ¿Qué es lo que te hace tener el control?

—Yo no creo en dejar que la vida simplemente ocurra, y tú lo sabes.

—A veces lo adecuado viene sin más —dijo K.C.—. Si tiene sentido, vas a hacerlo.

—¿El hombre perfecto?

—Oh, eso no existe, cariño —repuso K.C.—. Hay como un centenar de hombres perfectos para ti ahí fuera. Todo depende de la oportunidad, de si ambos estáis en el mismo lugar mentalmente hablando y... seamos sinceros, de si vuestros caminos se llegan a cruzar.

—Entonces, podría ser cualquiera, ¿no?

—Cualquiera no —dijo K.C. mientras masticaba unas judías verdes que habían quedado en una fuente—. Alguien que sea adecuado para ti en tu vida tal y como es. No para lo que tú quieres que sea, sino para quien tú eres. Porque no sabes cómo vas a cambiar y, con un poco de suerte, el tipo puede ir cambiando contigo.

—Tu experiencia en la vida debería ser un indicio de que no tengo que prestarte atención —la provocó Peri.

—Al contrario —replicó K.C.—. Si te doy este consejo es porque yo intenté lo mismo que tú. Me ha llevado hasta los cincuenta años aceptar que no soy de las que se casan.

—Claro que lo eres —dijo Peri—. Te has casado con una empresa.

K.C. lanzó un trapo húmedo en dirección a Peri.

—Bueno, de acuerdo, podría decirse que toda mi carrera profesional la he hecho en Churchill Publishing —admitió—. Ha durado más que mis dos matrimonios... y hasta me reconcilié después de que formalizaran los despidos y me echaran.

Peri alzó la mirada al cielo.

—Allí te quieren.

—Querer. Roger. ¿Relación? —preguntó K.C.

—Roger está bien —dijo Peri con un titubeo—. Es un buen chico.

—Esto sí que es una recomendación incondicional —terció K.C.—. Dime una cosa, ¿el sexo es fantástico?

—¡K.C.! Venga, vamos —contestó Peri—. No voy a entrar en detalles.

—Lo digo en serio. Si vas a casarte con un tipo que ni fu ni fa, al menos que te vuelva loca —dijo K.C.—. No tengo más que decir.

—Y ahora ya sabemos por qué estás soltera.

—Exactamente —dijo K.C.—. No me importa si no lo consigo hasta que tenga noventa años; voy a encontrar mi punto G.

Aunque era muy divertido estar en compañía de K.C., Peri sabía que eran básicamente distintas. Podían ir de compras, compartir libros, hablar del trabajo, probar nuevos restaurantes. Pero K.C. no parecía haber tenido nunca un reloj biológico en tanto que Peri podía oír el suyo, que la mantenía agitada a altas horas de la noche, cuando las distracciones diurnas se habían desvanecido y ella yacía en silencio en la cama, con la esperanza de poder dormir. ¿Y si no ocurría? ¿Entonces qué? ¿Podría sacar de sí una Lucie y hacerlo sola? Y si no, ¿qué supondría replantearse la vida después de pasar gran parte de ella imaginando que, a pesar de todas las aventuras de su carrera, acabaría formando un hogar y una familia tradicionales con todo lo que conllevaban? En ocasiones se sentía como si se asfixiara en su propia decepción. Y siempre que intentaba contárselo a K.C. oía como respuesta que era joven y no debía preocuparse. Pero ella sabía que lo posible no siempre se realizaba. Podría ser que Peri, sencillamente, no encontrara lo que estaba buscando en la esfera personal o profesional. Y eso era lo que la asustaba. Eso era lo que hacía que no dejara de mirar con disimulo la tarjeta de visita de Lydia Jackson.

Sabía que no todas las mujeres se sentían igual. Pero ella sí, por lo que a veces resultaba difícil sonreír a la clientela, meter la lana en una bolsa y contentarse con lo que ya tenía. Porque ella todavía quería más.

—¡Hoy no hay colegio! —gritó Lucie, quien con una mano sobre la descomunal mochila de Ginger la condujo a través de la puerta de Walker e Hija. Menos mal que por la tarde la avalancha de clientes se había calmado un poco. Las tejedoras incondicionales sabían que las primeras compras siempre se hacían cuando la tienda abría, y probablemente hubieran regresado ya a sus casas para regodearse con la última incorporación a sus reservas. Lucie había evitado la actividad febril porque sabía que estaría en medio de la acción, peleándose por las gangas de cachemira.

—¡Eh! No esperaba veros, chicas —dijo Dakota cuando Ginger la estrechó por la cintura.

—Bueno, hemos estado jugando a videojuegos, dibujando y persiguiendo a la abuela por la casa al corre que te pillo, y después Cady y Stanton tuvieron que echarse una siesta, de modo que decidimos dar un paseo hasta la ciudad.

—Lo sugirió la tía Darwin —terció Ginger—. Va retrasada con los deberes y está de mal humor.

—Y está desanimada porque ya ha pasado el segundo día de Acción de Gracias de los gemelos y nunca regresará —susurró Lucie.

—Eso es lo raro —anunció Ginger—. Se pasó la cena sacando fotos.

—Bueno, yo recuerdo haber sentido lo mismo —dijo Anita—. Los niños crecen muy rápido. Tienes la sensación de que a duras penas puedes captar el momento, por no hablar de relajarte y saborear todos tus sentimientos.

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