Cartas desde la Tierra (5 page)

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Authors: Mark Twain

Tags: #Sátira

BOOK: Cartas desde la Tierra
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Constipación, oh constipación, Este alegre sonido proclama. Hasta en las recónditas entrañas del hombre El nombre del Hacedor alaba.

Las incomodidades del Arca eran muchas y variadas. La Familia tenía que convivir con una multitud de animales, y respirar el hedor que causaban y ensordecerse noche y día por el ruido fragoroso que producían sus rugidos y sus chillidos. Agregados a esas incomodidades intolerables, el lugar era especialmente difícil para las mujeres, porque no podían mirar en ninguna dirección sin ver a miles de animales multiplicándose y repoblando. Y luego, estaban las moscas. Se amontonaban por todas partes, y perseguían a la Familia todo el día. Eran los primeros animales en despertar, y los últimos en caer dormidos. Pero no debía matárselas, ni lastimárselas, eran sagradas, su origen era divino, eran las favoritas especiales del Creador, sus tesoros.

Con el tiempo otros seres se distribuirían por distintos lugares, dispersados, los tigres fueron destinados a la India, los leones y los elefantes a los desiertos vacíos y a los lugares escondidos de la jungla, los pájaros a las regiones ilimitadas del espacio vacío, los insectos a uno u otro clima, según la naturaleza y las necesidades; ¿pero, y la mosca?

No pertenece a nación alguna; se siente a gusto en cualquier clima, el orbe es su territorio, todo ser que respira es su presa, y para todos es un azote del infierno. Para el hombre es una embajadora divina, un ministro plenipotenciario, un representante especial del Creador. Lo infesta en la cuna; se adhiere en racimos a sus pegajosos párpados; zumba, lo pica y lo fastidia, le roba el sueño a él y las fuerzas a su madre en las largas vigilias que dedica a proteger al hijo del acoso de esta plaga. La mosca atormenta al enfermo en su hogar, en el hospital y en su lecho de muerte hasta su último suspiro. Lo atormenta en la comidas; primero busca pacientes que sufran enfermedades mortales y repugnantes; camina por sus heridas, se impregna las patas con un millón de gérmenes causantes de la muerte; luego se posa en la mesa de ese hombre sano y contamina la mantequilla, y descarga su intestino de excrementos y gérmenes tifoideos en sus panecillos. La mosca arruina más organismos humanos y destruye más vidas que toda la multitud de mensajeros de infelicidad y agentes letales de Dios juntos.

Sem estaba lleno de parásitos intestinales. Es extraordinario el completo y amplio estudio que dedicó el Creador a la gran obra de hacer desgraciado al hombre. He dicho que ideó un agente de aflicción especial para todos y cada uno de los detalles de la estructura del hombre, sin pasar uno solo por alto, y dije la verdad. Mucha gente pobre tiene que andar descalza porque no puede comprarse zapatos. El Creador vio su oportunidad. Diré, de paso, que siempre tiene el ojo puesto sobre los pobres. La novena parte de sus invenciones de enfermedades estaba destinada a los pobres, y ellos las padecen. Los ricos adquieren los sobrantes. No crean que hablo despreocupadamente, no es así. La mayoría de las enfermedades inventadas por el Creador está destinada a atacar a los pobres. Se podría deducir esto del hecho de que uno de los mejores y más comunes nombres que se le dan al Creador desde el púlpito es “Amigo de los Pobres”.

Nunca ofrece el púlpito una alabanza al Creador que contenga el menor vestigio de verdad. El enemigo más implacable e incansable de los pobres es su Padre Celestial. El único amigo de los pobres es su prójimo. Se apiada de él, lo compadece, y así lo demuestra en sus actos. Hace lo que puede para aliviar sus penas, y en cada caso el Padre Celestial recibe el crédito.

Lo mismo pasa con las enfermedades. Si la ciencia extermina una enfermedad que ha estado trabajando para Dios, es Dios el que recibe todo el mérito, ¡y todos los púlpitos irrumpen en arrebatos publicitarios de gratitud y proclaman su bondad! Él lo hizo, quizás esperó mil años antes de hacerlo; eso no es nada; el púlpito dice que estaba pensando en ello todo el tiempo. Cuando los hombres exasperados se rebelan y barren a una tiranía de siglos y liberan a una nación, lo primero que hace el púlpito es anunciarlo como obra de Dios, e insta a la gente a ponerse de rodillas y agradecer a Dios por ello.

Y el púlpito dice con admirable emoción: “Que entiendan los tiranos que el Ojo que nunca duerme está posado sobre ellos; y que recuerden que el Señor Nuestro Dios no será siempre paciente, sino que desatará el huracán de Su ira sobre ellos en el día señalado”. Se olvidan de mencionar que Sus movimientos son los más lentos del Universo; que Su Ojo que nunca duerme bien podría hacerlo, ya que tarda un siglo en ver lo que cualquier otro ojo apreciaría en una semana; que no hay en toda la historia un solo ejemplo de que Él pensara en un acto noble primero, sino que siempre pensó en ello un poco después de que a alguien más se le ocurriera y lo hiciera. Entonces si llega Él, y se cobra los dividendos.

Ahora bien, seiscientos años atrás Sem estaba infectado de gusanos. De tamaño microscópico, invisibles al ojo. Todos los productores de enfermedades especialmente mortales del Creador son invisibles. Es una idea ingeniosa. Durante miles de años esto impidió al hombre llegar a la raíz de sus males y desbarató todo intento de sobreponerse a ellos. Sólo en fecha muy reciente la ciencia consiguió aclarar esta traición.

El último de esto benditos triunfos de la ciencia fue el descubrimiento y la identificación del embozado asesino que se conoce con el nombre de parásito intestinal. Su presa favorita es el pobre que va descalzo. Le tiende su emboscada en las regiones cálidas y en los lugares arenosos y se le clava en los pies desprotegidos.

El parásito intestinal fue descubierto hace tres o cuatro años por un médico que estudió pacientemente a las víctimas de este mal durante mucho tiempo. La enfermedad provocada por este parásito había causado estragos en todos los lugares de la tierra desde que Sem desembarcara en Ararat, sin que se sospechara jamás que era realmente una enfermedad. Simplemente se consideraba haragana a la gente que la contraía, y por lo tanto era objeto de burla, desprecio, no de lástima. El parásito intestinal es un invento particularmente vil y taimado, y durante siglo hizo su trabajo subterráneo sin que se lo molestara; pero este médico y sus colaboradores lo exterminarán a partir de ahora.

Dios está tras esto. Ha pensado durante seis mil años para tomar Su decisión. La idea de exterminar el parásito fue Suya. Estuvo a punto de hacerlo antes de que lo hiciera el doctor Charles Wardell Stiles. Pero está a tiempo para cosechar el mérito. Siempre lo está. Va a costar un millón de dólares. Probablemente Él estuvo a punto de contribuir con esa suma, pero alguien se le adelantó, como de costumbre el señor Rockefeller. Él pone el millón, pero el mérito se le atribuye a otro —como es habitual. Los diarios de la mañana nos informan sobre la acción del parásito intestinal:

“Los parásitos intestinales a menudo disminuyen tanto la vitalidad de las personas afectadas que se retarda su desarrollo físico y mental, se vuelven más susceptibles a contraer otras enfermedades, disminuye la eficiencia laboral, y en los distritos donde la enfermedad es más notoria hay un intenso aumento en el índice de mortalidad por tuberculosis, neumonía, fiebre tifoidea y malaria. Se ha demostrado que la disminución de la vitalidad en la población, atribuida durante largo tiempo a la malaria y al clima de ciertas zonas y que afecta seriamente el progreso económico, se debe en realidad a este parásito. El mal no se limita a una determinada clase de personas; cobra su tributo de sufrimiento y muerte lo mismo entre los acomodados y altamente inteligentes que entre los menos afortunados. Un cálculo conservador señala que dos millones de habitantes están afectados por este parásito. El mal es más común y más grave en los niños de edad escolar. A pesar de ser una infección grave y de estar muy generalizada, hay un punto positivo. La enfermedad puede ser fácilmente reconocida y tratada con eficacia. Puede prevenirse (con la ayuda de Dios) mediante precauciones sanitarias apropiadas y sencillas”.

Los pobres niños están bajo la vigilancia del Ojo que nunca duerme, ya lo ven. Siempre han tenido esa mala suerte. Tanto ellos como los “pobres del Señor” —según la sarcástica frase— jamás han podido liberarse de las atenciones del Ojo.

Sí, los pobres, los humildes, los ignorantes, son los que reciben sus cuidados.

Consideremos la “enfermedad del sueño”, de África. Esta atroz crueldad tiene por víctima a una raza de negros inocentes e ignorantes que Dios colocó en un desierto remoto, y sobre la cual puso Su Ojo: el que no duerme nunca si hay oportunidad de engendrar padecimientos para alguien. Hizo los arreglos pertinentes antes del Diluvio.

El agente elegido fue una mosca emparentada con la tsé-tsé, una mosca que asola el país de Zambesi y mata con su picadura al ganado y a los caballos, volviendo así a la región inhabitable para el hombre. El espantoso pariente de la tsé-tsé deposita un microbio que produce la “Enfermedad del Sueño”. Cam estaba plagado de estos microbios y al término del viaje los esparció en África, comenzando la destrucción que no encontraría alivio hasta haber pasado seis mil años, cuando la ciencia atisbaría en el misterio descubriendo la causa de la enfermedad. Las naciones piadosas agradecen desde entonces a Dios, y lo alaban por venir al rescate de los negros. El púlpito dice que es Él quien merece la alabanza. Por cierto que es un Ser muy curioso. Comete un crimen atroz, prolonga este crimen durante seis mil años y, luego, se hace merecedor de alabanzas porque sugiere a alguien la forma de paliar su gravedad. Al enfermo le llaman paciente, y realmente debe serlo, pues de otro modo hace siglos que hubiera hundido el púlpito en la perdición por los nefastos dones que recibe de Su parte. La ciencia dice lo siguiente de la Enfermedad del Sueño, llamada también Letargo Negro:

“Se caracteriza por períodos de sueño recurrentes a intervalos. La enfermedad dura de cuatro meses a cuatro años, y es siempre fatal. La víctima al principio tiene apariencia lánguida, pálida, débil, idiotizada. Los párpados se inflaman y aparece una erupción cutánea. Se queda dormida mientras habla, come o trabaja. A medida que progresa la enfermedad se alimenta con dificultad, enflaqueciendo. La inanición y la aparición de llagas van seguidas de convulsiones y la muerte. Algunos pacientes pierden la razón”.

Quien es llamado por la Iglesia y el pueblo Padre Nuestro que estás en los Cielos es el que inventó la mosca y la mandó a infligir este triste y prolongado infortunio, esta melancolía y esta ruina, esta podredumbre del cuerpo y de la mente, a un pobre salvaje que no hizo daño alguno al Gran Criminal. No hay un hombre en el mundo que no compadezca al pobre negro sufriente, y no hay hombre que no estuviera dispuesto a devolverle la salud si pudiera. Para encontrar al único que no siente piedad de él es necesario ir al Cielo; para encontrar al único que puede sanarlo y a quien no se pudo persuadir de que lo hiciera, es necesario ir al mismo lugar. Hay sólo un padre lo suficientemente cruel para afligir a su hijo con este horrible mal; sólo uno. Ni todas las eternidades pueden producir otro. ¿Les gustan los reproches poéticos llenos de indignación expresada con calor? He aquí uno, recién salido del corazón de un esclavo: ¡La falta de humanidad del hombre Causa incontables pesares!

Les contaré una linda historia que tiene un toque patético. Un hombre se volvió religioso, y preguntó a un sacerdote qué podía hacer para volverse digno de su nuevo estado. El sacerdote dijo: “Imita a Nuestro Padre que está en el Cielo, aprende a ser como Él”. El hombre estudió la Biblia con atención, diligente, concienzudamente, y luego de haber rogado al Cielo que lo guiara, inicio sus imitaciones. Hizo caer por las escaleras a su mujer, que se rompió la columna dejándola paralítica por el resto de sus días; entregó a su hermano en manos de un estafador, que le robó cuanto poseía y lo dejó en el asilo; inoculó parásitos intestinales a uno de sus hijos, la enfermedad del sueño a otro, y gonorrea al tercero; hizo que su hija se contagiara escarlatina y llegara así a la adolescencia sorda, ciega y muda para siempre; y después de ayudar a un canalla a que sedujera a la menor, le cerró la puertas de su casa y la hija murió maldiciéndolo en un prostíbulo. Luego se presentó ante el sacerdote, que le dijo que esa no era la forma de imitar al Padre Celestial. El converso preguntó en qué había fallado, pero el sacerdote cambió de de tema y le preguntó cómo estaba el tiempo en su pueblo.

Carta VIII

El hombre es, sin duda, el tonto más interesante que existe. También el más excéntrico.

No tiene una sola ley escrita, en su Biblia o fuera de ella, que tenga otra intención u otro propósito que éste: limitar u oponerse a la ley de Dios.

Pocas veces saca de un hecho sencillo algo que no sea una conclusión equivocada. No puede evitarlo; es la forma en que está hecha esa confusión que él llama su mente.

Consideren lo que acepta, y todas las curiosas conclusiones que extrae.

Por ejemplo, acepta que Dios hizo al hombre. Lo hizo sin deseo ni conocimiento del hombre. Esto parece hacer, indisputable y claramente, a Dios y solamente a Dios responsable por los actos del hombre. Pero el hombre niega esto.

Acepta que Dios hizo a los ángeles perfectos, sin mácula e inmunes al dolor y a la muerte, y que podría haber sido igualmente bondadoso con el hombre, si lo hubiera querido, pero niega que tuviera ninguna obligación moral de hacerlo.

Acepta que el hombre no tiene derecho moral a castigar al hijo que engendra con crueldades voluntarias, enfermedades dolorosas o la muerte, pero rehúsa limitar los privilegios de Dios de la misma manera hacia los hijos que Él engendra.

La Biblia y los estatutos del hombre prohíben el homicidio, el adulterio, la fornicación, la mentira, la traición, el robo, la opresión y otros crímenes, pero sostienen que Dios está libre de esas leyes y que tiene derecho a romperlas cuando quiera. Aceptan que Dios da a cada hombre al nacer su temperamento y su disposición. Aceptan que el hombre no puede, por medio de ningún proceso, cambiar este temperamento, sino que debe permanecer siempre bajo su dominio. Pero, en el caso de que un hombre esté lleno de pasiones tremendas, y otro, totalmente privado de ellas, considera justo y racional castigar al primero por sus crímenes, y recompensar al segundo por abstenerse de cometerlos.

A ver, consideremos estas curiosidades. Temperamento (disposición): Tomemos dos extremos de temperamento: la cabra y la tortuga. Ninguna de estas dos criaturas crea su propio temperamento, sino que nace con él, como el hombre y, al igual que él, no puede cambiarlo. El temperamento es la Ley de Dios escrita en el corazón de cada ser por la propia mano de Dios, y debe ser obedecido, y lo será a pesar de todos los estatutos que lo restrinjan o prohíban, emanen de donde emanen.

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