Cartas desde la Tierra (7 page)

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Authors: Mark Twain

Tags: #Sátira

BOOK: Cartas desde la Tierra
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Ni aun allá en el Sur tomarían medidas contra las personas no involucradas; tomarían una soga y darían caza a los culpables, y si no consiguieran encontrarlos, lincharían a un negro. Las cosas han mejorado mucho desde los tiempos del Todopoderoso, diga el púlpito lo que quiera. ¿Quieren analizar un poco más la moral y la disposición y conducta de la Deidad? ¿Y quieren recordar que en la asignatura de catecismo se insta a los chicos a amar al Todopoderoso, a honrarlo, a alabarlo, y a considerarlo como modelo y tratar de parecerse a él tanto como puedan? Lean:

“1. Jehová habló a Moisés, diciendo:

2. Haz la venganza de los hijos de Israel contra los madianitas; después serás recogido a tu pueblo…”

“7. Y pelearon contra Madián, como Jehová lo mandó a Moisés, y mataron a todo varón.

8. Mataron también, entre los muertos de ellos, a los reyes de Madián, Evi, Requem, Zur, Hur y Reba, cinco reyes de Madián; también a Balaam, hijo de Beor, mataron a espada.

9. Y los hijos de Israel llevaron cautivas a todas las mujeres de los madianitas, a sus niños y todas sus bestias y todos sus ganados; y arrebataron todos sus bienes.

10. E incendiaron todas sus ciudades y aldeas y casas.

11. Y tomaron todo el despojo, y todo el botín, así de hombres como de bestias.

12. Y trajeron a Moisés y al sacerdote Eleazar, y a la congregación de los hijos de Israel, los cautivos y el botín y los despojos al campamento, en los llanos de Moab, que están junto al Jordán frente a Jericó.

13. Y salieron Moisés y el sacerdote Eleazar y todos los príncipes de la congregación, a recibirlos fuera del campamento.

14. Y se enojó Moisés contra los capitanes del ejército, contra los jefes de los millares y de centenares que volvían de la guerra.

15. Y les dijo Moisés: ¿Por qué habéis dejado con vida a todas las mujeres?

16. He aquí: por consejo de Balaam ellas fueron causa de que los hijos de Israel prevaricasen contra Jehová en lo tocante a Baal—Peor, por lo que hubo mortandad en la congregación de Jehová.

17. Matad, pues, ahora, a todos los varones de entre los niños; matad también a toda mujer que haya conocido varón carnalmente.

18. Pero a todas las niñas entre las mujeres, que no hayan conocido varón, las dejaréis con vida.

19. Y vosotros, cualquiera que haya dado muerte a persona, y cualquiera que haya tocado muerto, permanecerá fuera del campamento siete días, y os purificaréis al tercer día y al séptimo, vosotros y vuestros cautivos.

20. Asimismo purificaréis todo vestido, y toda prenda de pieles, y toda obra de pelo de cabra, y todo utensilio de madera.

21. Y el sacerdote Eleazar dijo a los hombres de guerra que venían de la guerra: Esta es la ordenanza de la ley que Jehová ha mandado a Moisés…

25. Y Jehová habló a Moisés, diciendo:

26. Toma la cuenta del botín que se ha hecho, así de las personas como de las bestias, tú y el sacerdote Eleazar, y los jefes de los padres de la congregación.

27. Y partirás por mitades el botín entre los que pelearon, los que salieron a la guerra, y toda la congregación.

28. Y apartarás para Jehová el tributo de los hombres de guerra que salieron a la guerra de quinientos, uno, así de las personas como de los bueyes, de los asnos y de las ovejas.”

“31. Hicieron Moisés y el sacerdote Eleazar como Jehová mandó a Moisés.

32. Y fue el botín, el resto del botín que tomaron los hombres de guerra, seiscientos setenta y cinco mil ovejas,

33. Setenta y dos mil bueyes,

34. Y setenta y un mil asnos.

35. En cuanto a personas, de mujeres que no habían conocido varón, eran por todas treinta y dos mil.”

“40. Y de las personas, dieciséis mil; y de ellas el tributo para Jehová, treinta y dos personas.

41. Y dio Moisés el tributo, para ofrenda elevada a Jehová, al sacerdote Eleazar, como Jehová lo mandó a Moisés”.

“47. De la mitad, pues, para los hijos de Israel, tomó Moisés uno de cada cincuenta, así de las personas como de los animales, y los dio a los levitas, que tenían la protección del tabernáculo de Jehová, como Jehová lo había mandado a Moisés.”

“10. Cuando te acerques a una ciudad para combatirla, le intimidarás la paz…”

“13. Luego que Jehová tu Dios la entregue en tu mano, herirás a todo varón suyo a filo de espada.

14. Solamente las mujeres y los niños y los animales, y todo lo que haya en la ciudad, todo su botín tomarás para ti; y comerás del botín de tus enemigos, los cuales Jehová tu Dios te entregó.

15. Así harás a todas las ciudades que estén muy lejos de ti, que no sean las ciudades de estas naciones.

16. Pero de las ciudades de estos pueblos que Jehová tu Dios te da por heredad, ninguna persona dejarás con vida”.

La ley bíblica dice: “No matarás”.

La Ley de Dios, implantada en el corazón del hombre al nacer, dice: “Matarás”. El capítulo que cité les demuestra que el estatuto bíblico falla una vez más. No puede dejar de lado la ley de la naturaleza, que es más poderosa. Según la creencia de esta gente, fue el propio Dios quien dijo: “No matarás”. Luego está claro que no puede respetar sus mandamientos. Él mató a toda esa gente, a todo varón.

De alguna manera habían ofendido a la Deidad. Sabemos cuál fue la ofensa, sin necesidad de investigarlo; es decir, una tontería; alguna pequeñez a la cual nadie más que un Dios atribuiría importancia. Es probable que algún madianita estuviera imitando la acción de un tal Onán a quien se le había ordenado “penetrar a la mujer de su hermano”, lo que hizo; pero en lugar de consumar, “lo dejó caer en el suelo”.

El Señor dio muerte a Onán por eso, porque el Señor no podía tolerar la falta de delicadeza. El Señor asesinó a Onán, y hasta hoy el mundo cristiano no puede entender por qué se detuvo allí, en lugar de matar a todos los habitantes de trescientas millas a la redonda, ya que estos eran inocentes y, por lo tanto, eran, precisamente, los que hubiera ejecutado. Porque ésa ha sido siempre Su idea del trato justo. Si hubiera tenido un lema, hubiese sido: “que no escape ningún inocente”. Ustedes recuerdan lo que hizo en la época del Diluvio. Había multitudes y multitudes de niños pequeños, y Él sabía que nunca le habían hecho daño alguno; pero sus parientes sí, y eso era suficiente para Él.

Vio levantarse las aguas hasta sus labios clamorosos, apreció el terror salvaje de sus ojos, valoró el agónico pedido en las caras de las madres, que hubieran conmovido a cualquier corazón excepto el Suyo. Pero Él quería castigar particularmente a los no culpables, y ahogó a esos pobres niños.

Y recordarán ustedes que en el caso de los descendientes de Adán, todos los billones eran inocentes, ninguno de ellos tomó parte en el delito, pero Dios los considera culpables hasta hoy. Nadie se libra, excepto reconociéndose culpable, y no sirve ninguna mentira menor.

Algún madianita debe haber repetido el acto de Onán, y haber traído el castigo sobre su pueblo. Si no fue ésa la falta que ultrajó el poder de la Deidad, ya sé lo que fue: algún madianita debe haber orinado contra la pared. Estoy seguro de ello, porque esa es una impropiedad que la Fuente de Toda Etiqueta nunca pudo tolerar. Una persona podía orinar contra un árbol, podía orinar contra su madre, podía orinarse en los calzones, y salir bien librado, pero nunca debía orinar contra una pared, eso sería ir demasiado lejos.

No está establecido el origen del principio divino contra este delito; pero sabemos que el prejuicio era muy fuerte, tan fuerte que sólo una masacre total del pueblo que habitara la región donde estuviera la pared podía satisfacer a la Deidad.

Tomen el caso de Jeroboam. “Separaré de Jeroboam al que orine contra el muro”. Y se hizo. Y no sólo el que lo hizo fue liquidado sino también el resto de los habitantes.

Sucedió lo mismo con la casa de Baasa; todos fueron eliminados, parientes y amigos, sin que quedara “nadie que orinara contra el muro”.

En el caso de Jeroboam tienen ustedes un notable ejemplo de la costumbre de de la Deidad de no limitar sus castigos al culpable; siempre incluye a los inocentes. Hasta los descendientes de esa infortunada casa fue barrida, “como el hombre saca el estiércol, hasta que desaparezca por completo”. Esto incluye a las mujeres, las doncellas y las niñas pequeñas. Todas inocentes, porque no podían orinar contra el muro. Nadie de ese sexo puede hacerlo. Nadie más que los miembros del sexo masculino pueden realizar tal hazaña.

Un prejuicio curioso. Y todavía existe. Los padres protestantes tienen aún la Biblia a mano en sus casas, para que los niños estudien, y una de las primeras cosas que aprenden es a ser buenos y puros y a no orinar contra el muro. Estudian prioritariamente esos pasajes, excepto los que incitan a la masturbación. Estos los buscan y los estudian en privado. No existe un niño protestante que no se masturbe. Este arte es el primer conocimiento que a un niño le confiere la religión. Y también el primero que la religión enseña a una niña.

La Biblia posee esta ventaja sobre todos los demás libros que enseñan refinamiento y buenos modales: llega al niño. Llega a su mente en la edad más receptiva e impresionable; los otros tienen que esperar.

“Tendrás entre tus armas una pala y cuando te descargaras afuera, cavarás con ella, y cubrirás tu excremento”.

Esta regla se hizo en los viejos tiempos porque “el Señor tu Dios anda en medio de tu campamento”. Probablemente no valga la pena tratar de averiguar, con certeza, por qué fueron exterminados los madianitas. Solamente podemos estar seguros de que no fue ofensa mayor, porque en los casos de Adán, y el Diluvio, y los mancilladores de muros nos dan un ejemplo. Un madianita pudo haber dejado su pala en casa y causado así el problema. Sin embargo, no tiene importancia. Lo principal es el problema mismo, y la moraleja de uno u otro tipo que ofrece para instruir y elevar al cristianismo actual.

Dios escribió sobre las tablas de piedra: “No matarás”. También: “No cometerás adulterio”. Pablo, vocero de la voz divina, aconsejó abstención absoluta en la relación sexual. Un gran cambio del punto de vista divino desde la época del incidente madianita.

Carta XI

La historia humana está teñida de sangre en todas las épocas, cargada de odio y manchada de crueldad; pero después de los tiempos bíblicos estos rasgos han marcado límites de alguna clase. Aun la Iglesia, desde el principio de su supremacía, que posee el crédito de haber derramado más sangre inocente que todas las guerras políticas juntas, observa el límite. Pero noten ustedes que cuando el Señor, Dios de Cielos y Tierra, Padre Adorado del Hombre, está en guerra, no hay límite. Es totalmente inmisericorde, Él, a quien llaman Fuente de la Misericordia. ¡Él mata, mata, mata! A todos los hombres, bestias, jóvenes, niños; también a todas las mujeres y niñas, excepto aquellas que no han sido desfloradas.

No hace ninguna distinción entre el inocente y el culpable. Los infantes eran inocentes, al igual que las bestias, muchos de los hombres, mujeres y niñas, pero tuvieron que sufrir con los culpables. Lo que el insano Padre quería era sangre e infortunio; le era indiferente quién los padeciera. El más duro de todos los castigos se administró a personas que de ninguna manera pudieron haber merecido tan horrible suerte: treinta y dos mil vírgenes. Se les palpó sus partes privadas para asegurarse de que aún poseían el himen intacto; después de esta humillación se las desterró de su hogar, para ser vendidas como esclavas, la peor de las esclavitudes y la más humillante: la esclavitud de la prostitución, la esclavitud de la cama, para excitar el deseo y satisfacerlo con sus cuerpos; esclavas para cualquier comprador, ya fuera un caballero o un rufián sucio y basto. Fue el Padre el que infligió este castigo inmerecido y feroz a esas vírgenes desposeídas y abandonadas, cuyos padres y parientes Él mismo había asesinado antes sus ojos. ¿Y mientras tanto ellas le rezaban para que las compadeciera y rescatara? Sin duda alguna.

Esas vírgenes eran ganancia de guerra, botín. Él reclamó su parte y la obtuvo. ¿Para que le servían las vírgenes a Él? Examinen su historia posterior y lo sabrán.

Sus sacerdotes también obtuvieron su cuota de vírgenes. ¿Qué uso podían hacer de las vírgenes los sacerdotes? La historia privada del confesionario católico romano puede responder esta pregunta. La mayor diversión del confesionario ha sido la seducción, en todas las épocas de la Iglesia. El padre Jacinto atestigua que de cien sacerdotes confesados por él, noventa y nueve habían usado el confesionario con eficacia para seducir a mujeres casadas y a jóvenes. Un sacerdote confesó que de novecientas niñas y mujeres a quienes había servido como padre confesor en su época, ninguna había conseguido escapar a sus abrazos lujuriosos, excepto las viejas o las feas. La lista oficial de preguntas que un sacerdote debe hacer es capaz de sobreexcitar a cualquier mujer que no sea paralítica.

No hay nada en la historia de los pueblos salvajes o civilizados que sea más completo, más inmisericorde y destructivo que la campaña del Padre de la Misericordia contra los madianitas. La historia oficial no da incidentes o detalles menores, sino informaciones globales: todas las vírgenes, todos los hombres, todos los niños, todos los seres que respiran, todas las casas, todas las ciudades; traza un amplio cuadro, que se extiende hasta donde llega la vista, de ardiente ruina y tormentosa desolación; la imaginación agrega una quietud desolada, un terrible silencio —el silencio de la muerte. Pero por supuesto hubo incidentes. ¿Donde obtener la información?

De la historia fechada ayer. De la historia de los pieles rojas en Norteamérica. Ahí se copió la obra de Dios, siguiendo el verdadero espíritu de Dios. En 1862, los indios de Minnesota, profundamente ofendidos y traicionados por el gobierno de los Estados Unidos, se levantaron contra los colonos blancos y masacraron a todos aquellos que fueran alcanzados por su mano, sin perdonar edad ni sexo. Consideren este incidente.

Doce indios atacaron a la madrugada una granja y capturaron a la familia. Esta estaba formada por el granjero, su mujer y cuatro hijas, la menor de catorce y la mayor de dieciocho. Crucificaron a los padres; es decir, los hicieron pararse completamente desnudos contra la pared del salón y les clavaron las manos en ella. Luego desnudaron a las hijas, las tendieron en el piso delante de sus padres, y las violaron repetidas veces.

Finalmente crucificaron a las hijas en la pared opuesta a la de los padres, y les cortaron la nariz y los senos. Además sucedió, pero no detallaré eso: hay un límite. Hay indignidades tan atroces que la pluma no puede escribirlas. Un miembro de la pobre familia crucificada —el padre— estaba todavía vivo cuando llegaron en su auxilio dos días más tarde. Ahora conocen ese incidente en la masacre de Minnesota. Les podría dar cincuenta. Cubrirían todas las diversas clases de crueldad que puede inventar el talento humano.

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