Habrá dos o tres días que por carta del teniente que en mi lugar está en la villa de la Veracruz, supe cómo al puerto de la dicha villa había llegado una carabela pequeña con hasta treinta hombres de mar y tierra, que diz que venía en busca de la gente que Francisco de Garay había enviado a esta tierra, de que ya a vuestra alteza he hecho relación, y cómo había llegado con mucha necesidad de bastimentos; y tanta, que si no hobieran hallado allí socorro, se muñeran de sed y hambre; e supe dellos cómo habían llegado al río de Pánuco; y estando en él treinta días sumos, y no habían visto gente en todo el río ni tierra; de donde se cree que a causa de lo que allí sucedió se ha despoblado aquella tierra. E asimismo dijo la gente de la dicha carabela que luego tras ellos habían de venir otros dos navíos del dicho Francisco de Garay con gente y caballos, y que creían que eran ya pasados la costa abajo; e parecióme que cumplía al servicio de vuestra alteza, porque aquellos navíos y gente que en ellos iba no se pierda, e yendo desproveídos de aviso de las cosas de las tierras de los naturales no hiciesen en ellos más daño de lo que en los primeros hicieron, enviar la dicha carabela en busca de los dos navíos para que los avisen de lo pasado y se viniesen al puerto de la dicha villa, donde el capitán que envió el dicho Francisco de Garay primero estaba esperándolos. Plega a Dios que los halle, y al tiempo que no hayan salido a tierra; porque, según los naturales, ya estaban sobre aviso y los españoles sin él, temo recibirían mucho daño, y dellos Dios Nuestro Señor y vuestra alteza serían muy deservidos, porque sería encarnar más aquellos perros de lo que están encarnados, y darles más ánimo y osadía para acometer a los que adelante fueren.
En un capítulo antes déstos he dicho cómo había sabido que por muerte de Muteczuma habían alzado por señor a su hermano, que se dice Cuetravacin, el cual parejaba muchos géneros de armas y se fortalecía en la gran ciudad y en otras ciudades cerca de la laguna. E ahora de poco acá he asimismo sabido que el dicho Cuetravacin ha enviado sus mensajeros por todas las tierras y provincias y ciudades sujetas a aquel señorío a decir y certificar a sus vasallos que él les hace gracia por un año de todos los tributos y servicios que son obligados a le hacer, y que no le den ni le paguen cosa alguna, en tanto que por todas las maneras que pudiesen hiciesen muy cruel guerra a todos los cristianos, hasta los matar o echar de toda la tierra; e que asimismo la hiciesen a todos los naturales que fuesen nuestros amigos y aliados; y aunque tengo esperanza en Nuestro Señor que en ninguna cosa saldrán con su intención y propósito, hállome en muy extrema necesidad para socorrer y ayudar a los indios nuestros amigos, porque cada día vienen de muchas ciudades y villas y poblaciones a pedir socorro contra los indios de Culúa, sus enemigos y nuestros, que les hacen guerra cuando pueden, a causa de tener nuestra amistad y alianza, e yo no puedo socorrer a todas partes, como querría. Pero como digo, placerá a Nuestro Señor suplir nuestras fuerzas y enviará presto socorro, así el suyo como el que yo envío a pedir a la Española.
Por lo que yo he visto y comprendido cerca de la similitud que toda esta tierra tiene a España, así en la fertilidad como en la grandeza y fríos que en ella hace, y en otras muchas cosas que la equiparan a ella, me pareció que el más conveniente nombre para esta tierra era el de la Nueva España del mar Océano; y así, en nombre de vuestra majestad se le puso aqueste nombre. Humildemente suplica a vuestra alteza lo tenga por bien y mande que se nombre así.
Yo he escrito a vuestra majestad, aunque mal dicho, la verdad de todo lo sucedido en estas partes y aquello que de más necesidades hay que hacer saber a vuestra alteza; y por otra mía, que va con la presente, envío a suplicar a vuestra real excelencia mande enviar una persona de confianza que haga inquisición y pesquisa de todo e informe a vuestra sacra majestad dello; también en ésta lo torno humildemente a suplicar, porque en tan señalada merced lo torné como en dar entero crédito a lo que escribo.
Muy alto y muy excelentísimo príncipe: Dios Nuestro Señor la vida y muy real persona y muy poderoso estado de vuestra sacra majestad conserve y aumente por muy largos tiempos, con acrecentamiento de muy mayores reinos y señoríos, como su real corazón desea. —De la villa Segura de la Frontera desta Nueva España, a 30 de octubre de 1520 años. —De vuestra sacra majestad muy humilde siervo y vasallo, que los muy reales pies y manos de vuestra alteza besa. —F
ERNAN
C
ORTÉS.
ENVIADA POR FERNANDO CORTES, CAPITAN Y JUSTICIA MAYOR DEL YUCATAN, LLAMADO LA NUEVA ESPAÑA DEL MAR OCEANO, AL MUY ALTO Y POTENTISIMO CESAR Y INVICTISIMO SEÑOR DON CARLOS, EMPERADOR SEMPER AUGUSTO Y REY DE ESPAÑA, NUESTRO SEÑOR
De las cosas sucedidas y muy dignas de admiración en la conquista y recuperación de la muy grande y maravillosa ciudad de Temixtitán, y de las otras provincias a ella cajetas, que se rebelaron. En la cual ciudad y dichas provincias el dicho capitán y españoles consiguieron grandes y señaladas victorias dignas de perpetua memoria. Asimismo hace relación cómo han descubierto el mar del Sur y otras muchas y grandes provincias muy ricas en minan de oro y perlas y piedras precios y aun tiene noticia que hay especería.
Muy alto y potentísimo príncipe, muy católico y invictísimo emperador, rey y señor: Con Alonso Mendoza, natural de Medellín, que despaché de esta Nueva España a 5 de marzo del año pasado de 521, hice segunda relación a vuestra majestad de todo lo sucedido en ella, la cual yo tenía acabada de hacer a los 30 de octubre del año de 520; y a causa de los tiempos muy contrarios y de perderse tres navíos que yo tenía para enviar en el uno a vuestra majestad la dicha relación y en los otros dos enviar por socorro a la isla Española, hubo mucha dilación en la partida del dicho Mendoza, según que también más largo, con él, lo escribí a vuestra majestad y en lo último de la dicha relación hice saber a vuestra majestad cómo después que los indios de la ciudad de Temixtitán nos habían echado por fuerza della yo había venido sobre la provincia de Tepeaca, que era sujeta a ellos y estaba rebelada, y con los españoles que habían quedado y con los indios nuestros amigos le había hecho la guerra y reducido al servicio de vuestra majestad; y que como la traición pasada y el gran daño y muertes de españoles estaban tan recientes en nuestros corazones, mi determinada voluntad era revolver sobre los de aquella gran ciudad, que de todo había sido la causa; y que para ello comenzaba a hacer trece bergantines para por la laguna hacer con ellos todo el daño que pudiese, si los de la ciudad perseverasen en su mal propósito. Escribí a vuestra majestad que entretanto que los dichos bergantines se hacían y yo y los indios nuestros amigos nos aparejábamos para volver sobre los enemigos enviaba a la dicha Española por socorro de gente y caballos y artillería y armas y que sobre ello escribía a los oficiales de vuestra majestad que allí residen, y les enviaba dineros para todo el gasto y expensas que para el dicho socorro fuese necesario, y certifiqué a vuestra majestad que hasta conseguir victoria contra los enemigos no pensaba tener descanso ni cesar de poner para ello toda la solicitud posible, posponiendo cuanto peligro, trabajo y costa se me pudiese ofrecer, y que con esta determinación estaba aderezando de me partir de la dicha provincia de Tepeaca.
Asimismo hice saber a vuestra majestad cómo al puerto de la villa de la Veracruz había llegado una carabela de Francisco de Garay, teniente de gobernador de la isla de Jamaica, con mucha necesidad, la cual traía hasta treinta hombres, que habían dicho que otros dos navíos eran partidos para el río Pánuco, donde habían desbaratado a un capitán del dicho Francisco de Garay, y que temían que si allá aportasen habían de recibir daño de los naturales del dicho río. E asimismo escribí a vuestra majestad que yo había proveído luego de enviar una carabela en busca de los dichos navíos, para les dar aviso de lo pasado, e después que aquello escribí plugo a Dios que el uno de los navíos llegó al dicho puerto de la Veracruz, en el cual venía un capitán con obra de ciento y veinte hombres, y allí se informó como los de Garay que antes habían venido habían sido desbaratados, y hablaron con el capitán que se halló en el desbarato, y se les certificó que si iba al dicho río de Pánuco no podía ser sin recibir mucho daño de los indios. Y estando así en el puerto con la determinación de se ir al dicho río, comenzó un tiempo y viento muy recio, y hizo la nao salir, quebradas las amarras, y fue a tomar puerto doce leguas la costa arriba de la dicha villa, a un puerto que se dice San Juan; e allí, después de haber desembarcado toda la gente y siete o ocho caballos y otras tantas yeguas que traían, dieron con el navío a la costa, porque hacía mucha agua; y como esto se me hizo saber, yo escribí luego al capitán dél haciéndole saber cómo a mí me había pesado mucho de lo que le había sucedido, y que yo había enviado a decir al teniente de la dicha villa de la Veracruz que a él y a la gente que consigo traía hiciese muy buen acogimiento y les diese todo lo que habían menester, y que viesen qué era lo que determinaban, y que si todos o algunos dellos se quisiesen volver en los navíos que allí estaban, que les diese licencia y los despachase a su placer. Y el dicho capitán y los que con él vinieron determinaron de se quedar y venir adonde yo estaba; y del otro navío no hemos sabido hasta agorar y como ha ya tanto tiempo, tenemos harta duda de su salvamento: plega a Dios lo haya llevado a buen puerto.
Estando para me partir de aquella provincia de Tepeaca supe cómo dos provincias que se dicen Cecatami y Xalazingo, que son sujetas al señor de Temixtitán, estaban rebeladas, y que como de la villa de la Veracruz para acá es por allí el camino, habían muerto en ellas algunos españoles, y que los naturales estaban rebelados y de muy mal propósito. E por asegurar aquel camino y hacer en ellos algún castigo si no quisiesen venir de paz, despaché un capitán con veinte de caballo y docientos peones y con gente de nuestros amigos, al cual encargué mucho, y mandé de parte de vuestra majestad, que requiriese a los naturales de aquellas provincias que viniesen a la paz a se dar por vasallos de vuestra majestad, como antes lo habían hecho, y que tuviese con ellos toda la templanza que fuese posible; y que si no quisiesen recibirle de paz, que les hiciese la guerra; y que hecha, y allanadas aquellas dos provincias, se volviese con toda la gente a la ciudad de Tascaltecal, adonde le estaría esperando. E así se partió entrante el mes de diciembre de 520, y siguió su camino para las dichas provincias, que están de allí veinte leguas.
Acabado esto, muy poderoso señor, mediado el mes de diciembre del dicho año, me partí de la villa de Segura de la Frontera, que es en la provincia de Tepeaca, y dejé en ella a un capitán con sesenta hombres, porque los naturales de allí me lo rogaron mucho, y envié toda la gente de pie a la ciudad de Tascaltecal adonde se hacían los bergantines, que está de Tepeaca nueve o diez leguas, y yo con veinte de caballo me fui aquel día a dormir a la ciudad de Cholula, porque los naturales de allí deseaban mi venida; porque a causa de la enfermedad de las viruelas, que también comprehendió a los de estas tierras como a los de las islas, eran muertos muchos señores de allí, y querían que por mi mano y con su parecer y el mío se pusiesen otros en su lugar. E llegados allí, fuimos dellos muy recibidos; y después de haber dado conclusión a su voluntad en este negocio que he dicho y haberles dado a entender cómo mi camino era para ir a entrar de guerra por las provincias de Méjico y Temixtitán, les rogué que pues eran vasallos de vuestra majestad, y ellos, como tales, habían de conservar su amistad con nosotros, y nosotros con ellos, hasta la muerte, que les rogaba que para el tiempo que yo hubiese de hacer la guerra me ayudasen con gente, y que a los españoles que yo enviase a su tierra fuesen y viniesen por ellas les hiciesen el tratamiento que como amigos era obligados. E después de habérmelo prometido así y haber estado dos o tres días en su ciudad, me partí para la de Tascaltecal, que está a seis leguas; y llegando a ella, allí juntos todos los españoles y los de la ciudad, y hubieron mucho placer con mi venida. E otro día todos los señores desta ciudad y provincia me vinieron a hablar y me decir como Magiscacin, que era el principal señor de todos ellos, había fallecido de aquella enfermedad de las viruelas; y bien sabían que por ser tan mi amigo me pesaría mucho; pero que allí quedaba un hijo suyo de hasta doce o trece años, y que aquél pertenecía el señorío del padre; que me rogaban que a él, como el heredero, se lo diese: y yo en nombre de vuestra majestad lo hice así, y todos ellos quedaron muy contentos.
Cuando a esta ciudad llegué, hallé que los maestros y carpinteros de los bergantines se daban mucha prisa en hacer la ligazón y tablazón para ellos y que tenían hecha razonable obra; y luego proveí de enviar a la villa de la Veracruz por todo el fierro y clavazón que hobiere, y velas y jarcia y otras cosas necesarias para ellos; y proveí, porque no había pez, la hiciesen ciertos españoles en una sierra cerca de allí; por manera que todo el recaudo que fuese necesario para los dichos bergantines estuviese aparejado, para que después que placiendo a Dios, yo estuviese en las provincias de Méjico y Temixtitán pudiese enviar para ellos desde allá, que serían diez o doce leguas hasta la dicha ciudad de Tascaltecal; y en quince días que en ella estuve no entendí en otra cosa salvo en dar priesa a los maestros y en aderezar armas para dar orden en nuestro camino.
Dos días antes de Navidad llegó el capitán con la gente de pie y de caballo que habían ido a las provincias de Cecatami y Xalazingo, y supe cómo algunos naturales dellas habían peleado con ellos, y que al cabo, dellos por voluntad, dellos por fuerza, habían venido de paz, y trujéronme algunos señores de aquellas provincias, a los cuales, no embargante que eran muy dignos de culpa por su alzamiento y muertes de cristianos, porque me prometieron que de ahí adelante serían buenos y leales y vasallos de su majestad, yo, en su real nombre, los perdoné, y los envié a su tierra; y así concluyó aquella jornada, en que vuestra majestad fue muy servido, así por la pacificación de los naturales de allí como por la seguridad de los españoles que habían de ir y venir por las dichas provincias a la villa de la Veracruz.
El segundo día de la dicha pascua de Navidad hice alarde en la dicha ciudad de Tascaltecal, y hallé cuarenta de caballo y quinientos y cincuenta peones, los ochenta dellos ballesteros y escopeteros, y ocho o nueve de tiros de campo, con bien poca pólvora; y hice de los de caballo cuatro cuadrillas, de diez en diez cada una y de los peones hice nueve capitanías de a sesenta españoles cada una; y a todos juntos en el dicho alarde les hablé, y les dije que ya sabían cómo ellos y yo, por servir a vuestra sacra majestad, habíamos poblado en esta tierra, y que ya sabían cómo todos los naturales della se habían dado por vasallos de vuestra majestad y como tales habían perseverado algún tiempo, recibiendo buenas obras de nosotros, y nosotros dellos; y cómo sin causa ninguna todos los naturales de Culúa, que son los de la gran ciudad de Temixtitán y los de todas las otras provincias a ellas sujetas, no solamente se habían rebelado contra vuestra majestad, mas aún nos habían muerto muchos hombres, deudos y amigos nuestros, y nos habían echado fuera de toda su tierra; y que se acordasen de cuantos peligros y trabajos habíamos pasado, y viesen cuánto convenía al servicio de Dios y de vuestra católica majestad tornar a cobrar lo perdido, pues para ello teníamos de nuestra parte justas causas y razones: lo uno por pelear en aumento de nuestra fe y contra gente bárbara; y lo otro, por seguridad de nuestras vidas; y lo otro, porque en nuestra ayuda teníamos muchos de los naturales nuestros amigos, que eran causas potísimas para animar nuestros corazones; por tanto, que les rogaba que se alegrasen y esforzasen, y que porque yo, en nombre de vuestra majestad, había hecho ciertas ordenanzas para la buena orden y cosas tocantes a la guerra, las cuales luego allí Pise pregonar públicamente, y que también les rogaba que las guardasen y cumpliesen, porque ello redundarla mucho servicio a Dios y a vuestra majestad. Y todos prometieron de lo facer y cumplir así, y que de muy buena gana querían morir por nuestra fe, y por servicio de vuestra majestad, o tornar a recobrar lo perdido y vengar tan grande traición como nos habían hecho los de Temixtitán y sus aliados. Y yo, en nombre de vuestra majestad, se lo agradecí; y así, con mucho placer nos volvimos a nuestra posadas aquel día del alarde.