E otro día fui a dormir al pueblo de Guasucingo, donde los señores habían sido presos. El día siguiente, después de haber concertado con los mensajeros de Guacachula el por dónde y cómo habíamos de entrar en la dicha ciudad, me partí para ella una hora antes que amaneciese, y fui sobre ella casi a las diez del día. E a media legua me salieron al camino ciertos mensajeros de la dicha ciudad, y me dijeron cómo estaba todo muy bien proveído y a punto y que los de Culúa no sabían nada de nuestra venida, porque ciertos espías que ellos tenían en los caminos los naturales de la dicha ciudad los habían prendido, e asimismo habían hecho a otros que los capitanes de Culúa enviaban a se asomar por las cercas y torres de la ciudad a descubrir el campo, e que a esta causa toda la gente de los contrarios estaba muy descuidada, creyendo que teman recaudo en sus velas y escuchas; por tanto, que llegase, que no podía ser sentido. E así me di mucha priesa por llegar a la ciudad sin ser sentido, porque íbamos por un llano donde desde allá nos podrían bien ver. E según pareció, como de los de la ciudad fuimos vistos, viendo que tan cerca estábamos, luego cercaron los aposentos donde los dichos capitanes estaban, y comenzaron a pelear con los demás que por la ciudad estaban repartidos. E cuando yo llegué a un tiro de ballesta de la dicha ciudad ya me traían hasta cuarenta prisioneros, e todavía me di priesa en entrar dentro. En la ciudad andaba muy gran grita por todas las calles: peleando con los contrarios e guiado por un natural de la dicha ciudad, llegué al aposento donde los capitanes estaban, el cual hallé cercado de más de tres mil hombres que peleaban por entrarles por la puerta, e les tenían tomados los altos y azoteas; e los capitanes y la gente que con ellos se halló peleaban tan bien y tan esforzadamente, que no les podían entrar el aposento, puesto que eran pocos; porque, demás de pelear ellos como valientes hombres, el aposento era muy fuerte; y como yo llegué, luego entramos y entró tanta gente de los naturales de la ciudad, que en ninguna manera los podíamos socorrer que muy brevemente no fuesen muertos, porque yo quisiera tomar algunos a vida, para me informar de las cosas de la gran ciudad, y de quién era señor después de la muerte de Muteczuma, y de otras cosas; y no pude tomar sino a uno más muerto que vivo, del cual me informé, como adelante diré. Por la ciudad mataron muchos dellos, que en ella estaban aposentados; y los que estaban vivos cuando yo en la ciudad entré, sabiendo mi venida, comenzaron a huir hacia donde estaba la gente que tenían en guarnición; y en el alcance asimismo murieron muchos. E fue tan presto oído y sabido este tumulto por la dicha gente de guarnición porque estaba en un alto que sojuzgaba toda la ciudad y lo llano de alderredor, que casi a una sazón llegaron los que salían huyendo de la dicha ciudad y la gente que venía en socorro y a ver qué cosa era aquélla; los cuales eran más de treinta mil hombres y la más lucida gente que hemos visto, porque traían muchas joyas de oro y plata y plumajes; y como es grande la ciudad, comenzaren a poner fuego en ella por aquella parte por do entraban; lo cual fue muy presto hecho saber por los naturales, y salí con sola la gente de caballo, porque los peones estaban ya muy cansados, y rompimos por ellos, y retrujéronse a un paso, el cual les ganamos, y salimos tras ellos, alcanzando muchos por una cuesta arriba muy agra; y tal, que cuando acabamos de encumbrar la sierra, ni los enemigos ni nosotros podíamos ir atrás ni adelante; e así, cayeron muchos dellos muertos y ahogados de la calor, sin herida ninguna, y dos caballos se estancaron y el uno murió; y desta manera hicimos mucho daño porque ocurrieron muchos indios de los amigos nuestros, y como iban descansados y los contrarios casi muertos, mataron muchos. Por manera que en poco rato estaba el campo vacío de los vivos, aunque de los muertos algo ocupado; y llegamos a los aposentos y albergues que tenían hechos en el campo nuevamente, que en tres partes que estaban parecían cada uno dellos una razonable villa; porque, demás de la gente de guerra, tenían mucho aparato de servidores y fornecimiento para su real; porque, según supe después, en ellos había personas principales; lo cual fue todo despojado y quemado por los indios nuestros amigos, que certifico a vuestra majestad que había ya junto de los dichos nuestros amigos más de cien mil hombres. Y con esta victoria, habiendo echado todos los enemigos de la tierra, hasta los pasar allende unas puentes y malos pasos que ellos tenían, nos volvimos a la ciudad, donde de los naturales fuimos bien recibidos y aposentados; e descansamos en la dicha ciudad tres días, de que teníamos bien necesidad.
En este tiempo vinieron a se ofrecer al real servicio de vuestra majestad los naturales de una población grande que está encima de aquellas sierras, dos leguas de donde el real de los enemigos estaba y también al pie de la sierra donde he dicho que sale aquel fumo, que se llama esta dicha población Ocupatuyo. E dijeron que el señor que por allí tenían se había ido con los de Culúa al tiempo que por allí los habíamos corrido, creyendo que no paráramos hasta su pueblo. E que muchos días había que ellos quisieran mi amistad y haber venido a se ofrecer por vasallos de vuestra majestad, sino que aquel señor no los dejaba ni había querido, puesto que ellos muchas veces se lo habían requerido y dicho. Y que agora querían servir a vuestra alteza, e que allí había quedado un hermano del dicho señor, el cual siempre había sido de su opinión y propósito, y agora asimismo lo era E que me rogaban que tuviesen por bien que aquél sucediese en el señorío; e que aunque el otro volviese, que no consistiese que por señor fuese recibido, y que ellos tampoco lo recibirían. E yo les dije que por haber sido hasta allí de la liga y parcialidad de los de Culúa y se haber rebelado contra el servicio de vuestra majestad eran dignos de mucha pena, y que así tenía pensado de la ejecutar en sus personas y haciendas. Pero que pues habían venido y decían que la causa de su rebelión y alzamiento había sido aquel señor que tenían, que yo, en nombre de vuestra majestad, les perdonaba el yerro pasado y los recibía y admitía a su real servicio. Y que los apercibía que si otra vez semejante yerro cometiesen, serían punidos y castigados. Y que si leales vasallos de vuestra alteza fuesen, serían de mí, en su real nombre, muy favorecidos y ayudados; e así lo prometieron. Y toda esta ciudad está cercada de muy fuerte muro de cal y canto, tan alto como cuatro estados por de fuera de la ciudad, e por de dentro está casi igual con el suelo. Y por toda esta muralla va su pretil tan alto como medio estado; para pelear tiene cuatro entradas tan anchas como uno puede entrar a caballo, y hay en cada entrada tres o cuatro vueltas de la cerca, que encabalga en un lienzo en el otro y hacia aquellas vueltas hay también encima de la muralla su pretil para pelear. En toda la cerca tienen mucha cantidad de piedras grandes y pequeñas y de todas maneras, conque pelean. Será esta ciudad de hasta cinco o seis mil vecinos, e terná, de aldeas a ella sujetas, otros tantos y más. Tiene muy gran sitio, porque de dentro de ella hay huertas y frutas y olores a su costumbre.
E después de haber reposado en esta ciudad tres días, fuimos a otra ciudad que se dice Izucan, que está cuatro leguas de esta de Guacachula, porque fui informado que en ella asimismo había mucha gente de los de Culúa en guarnición, y que los de la dicha ciudad y otras villas y lugares sus sufragáneos eran y se mostraban muy parciales de los de Culúa, porque el señor della era su natural y aun pariente de Muteczuma. E iba en mi compañía tanta gente de los naturales de la tierra, vasallos de vuestra majestad, que casi cubrían los campos y sierras que podíamos alcanzar a ver. E de verdad había más de ciento y veinte mil hombres. Y llagados sobre la dicha ciudad de Izucan a hora de las diez, y estaba despoblada de mujeres y de gente menuda, e había en ella cinco o seis mil hombres de guerra muy bien aderezados. Y como los españoles llegamos delante, comenzaron algo a defender su ciudad; pero en poco rato la desampararon, porque por la parte que fuimos guiados para entrar en ella estaba razonable entrada. E seguírnoslos por toda la ciudad hasta los facer saltar por encima de los adarves a un río que por la otra parte la cerca toda del cual tenían quebradas las puentes, y nos detuvimos algo en pasar, y seguimos el alcance hasta legua y media más, en que creo se escaparon pocos de aquellos que allí quedaron. Y vueltos a la ciudad, envié dos de los naturales della, que estaban presos a que hablasen a las personas principales de la dicha ciudad, porque el señor della se había ido también con los de Culúa, que estaban allí en guarnición, para que los hiciese volver a su ciudad; y que yo les prometía en nombre de vuestra majestad que siendo ellos leales vasallos serían de mi muy bien tratados y perdonados del yerro pasado. E los dichos naturales fueron, y dende a tres días vinieron algunas personas principales y pidieron perdón, diciendo que no habían podido más, porque habían hecho lo que su señor les mandó; y que ellos prometían de ahí adelante, pues su señor se había ido y dejándolos, de servir a vuestra majestad muy bien y lealmente. E yo les aseguré y dije que se viniesen a sus casas y trujesen a sus mujeres e hijos, que estaba en otros lugares y villa de su parcialidad, y les dije que hablasen asimismo a los naturales dellas para que viniesen a mí, y que yo les perdonaba lo pasado; y que no quisiesen que yo hobiese de ir sobre ellos, porque recibirían mucho daño, de lo cual me pesaría mucho. E así fue fecho: de ahí a dos días se tornó a poblar la dicha ciudad de Izucan, e todos los sufragáneos a ella vinieron a se ofrecer por vasallos de vuestra alteza, e quedó toda aquella provincia muy segura, y por nuestros amigos y confederados con los de Guacachula. Porque cierta diferencia sobre a quién pertenecía el señorío de aquella ciudad y provincia de Izucan, por ausencia del que se había ido a Méjico. E puesto que hubo algunas contradicciones y parcialidades entre un hijo bastardo del señor natural de la tierra, que había sido muerto por Muteczuma, y puesto el que a la sazón era y casándole con una sobrina suya, y entre un nieto del dicho señor natural hijo de su hija legítima, la cual estaba casada con el señor de Guacachula, y habían habido aquel hijo, nieto del dicho señor natural de Izucan, se acordó entre ellos que heredase el señorío aquel hijo del señor de Guacachula, que venía de legítima línea de los señores de allí. E puesto que el otro fuese hijo, que por ser bastardo no debía de ser señor: así quedó. E obedecieron en mi presencia a aquel muchacho, que es de edad de hasta diez años; e que por no ser de edad para gobernar, que aquel su tío bastardo y otros tres principales, uno de la ciudad de Guacachula y los dos de la de Izucan, fuesen gobernadores de la tierra y tuviesen el muchacho en su poder hasta tanto que fuese de edad para gobernar. Esta ciudad de Izucan será de hasta tres o cuatro mil vecinos, es muy concertada en sus calles y tratos; tenía cien casas de mezquitas y oratorios muy fuertes con sus torres, las cuales todas se quemaron. Está en un llano a la falda de un cerro mediano, donde tiene una muy buena fortaleza; y por la otra parte del llano está cercada de un hondo río y de barranca, que es muy alta, y sobre la barranca hecho un pretil toda la ciudad, tan alto como un estado; tenía por toda esta corra muchas piedras. Tiene un baile redondo, muy fértil de frutas y algodón, que en ninguna parte de arriba se hace, por la gran frialdad; y allí es tierra caliente, y cáusalo que está muy abrigada de sierras: todo este valle se riega por muy buenas acequias, que tienen muy bien sacadas y concertadas.
En esta ciudad estuve hasta la dejar muy poblada y pacífica; e a ella vinieron asimismo a se ofrecer por vasallos de vuestra majestad el señor de una ciudad que se dice Guajocingo y el señor de otra ciudad que está a diez leguas de esta de Izucan, y son fronteros de la tierra de Méjico. También vinieron de ocho pueblos de la provincia de Coastoaca, que es una de que en los capítulos antes dente hice mención que habían visto los españoles que yo envié a buscar oro a la provincia de Zuzula, donde, y en la Tamazula, porque está junto a ella, dije que había muy grandes poblaciones y casas muy bien obradas, de mejor cantería que en ninguna de estas partes se había visto; la cual dicha provincia de Coastoaca está cuarenta leguas de allí de Izucan; e los naturales de los dichos ocho pueblos se ofrecieron asimismo por vasallos de vuestra alteza, e dijeron que otros cuatro que restaban en la dicha provincia vernían muy presto, eme dijeron que les perdonase porque antes no habían venido, que la causa había sido no osar, por temor de los de Culúa; porque ellos nunca se habían tomado armas contra mí ni habían sido en muerte de ningún español. E que siempre, después que al servicio de vuestra alteza se habían ofrecido, habían sido buenos y leales vasallos suyos en sus voluntades; pero que no las habían osado manifestar por temor de los de Culúa. De manera que puede vuestra alteza ser muy cierto que siendo Nuestro Señor servido en su real ventura, en muy breve tiempo se tornará a ganar lo perdido o mucha parte dello, porque de cada día se vienen a ofrecer por vasallos de vuestra majestad de muchas provincias y ciudades que antes eran sujetas a Muteczuma viendo que los que así lo hacen son de mí muy bien recibidos y tratados, y los que al contrario, de cada día destruidos.
De los que en la ciudad de Guacachula se prendieron, en especial de aquel herido, supe muy por extenso las rosas de la gran ciudad de Temixtitán, e cómo después de la muerte de Muteczuma había sucedido en el señorío un hermano suyo, señor de la ciudad de Iztapalapa, que se llamaba Cuetravacin, el cual sucedió en el señorío porque murió en las puentes el hijo de Muteczuma que heredaba el señorío; y otros dos hijos suyos que quedaron vivos, el uno diz que es loco y el otro perlático, e a esta causa decían aquéllos que había heredado aquel hermano suyo; e también porque él nos había hecho la guerra y porque lo tenían por valiente, hombre muy prudente. Supe asimismo cómo se fortalecían así en la ciudad como en todas las otras de sus señoríos, y hacían, muchas cerca y cavas y fosados, y muchos géneros de armas. En especial supe que hacían lanzas largas como piras para los caballos. Otras muchas cosas supe, que por no dar a vuestra alteza importunidad, dejo.
Yo envío a la isla Española cuatro navíos para que luego vuelvan cargados de caballos y gente para nuestro socorro; e asimismo envío a comprar otros cuatro para que desde la dicha isla Española y ciudad de Santo Domingo traigan caballos y armas y ballestas y pólvora, porque esto es lo que en estas partes es más necesario; porque peones rodeleros aprovechan muy poco solos, por ser tanta cantidad de gente y tener tan fuertes y grandes ciudades y fortalezas; y escribo al licenciado Rodrigo de Figueroa ya los oficiales de vuestra alteza que residen en la dicha isla que den para ello todo el favor y ayuda que ser pudiere, porque así conviene mucho al servicio de vuestra alteza, y a la seguridad de nuestras personas, porque viniendo esta ayuda y socorro, pienso volver sobre aquella gran ciudad y a su tierra, e creo, como ya a vuestra majestad he dicho, que en muy breve tornará al estado en que antes yo la tenía e se restaurarán las pérdidas pasadas. Y en tanto, yo quedo haciendo doce bergantines para entrar por la laguna, y estáse labrando ya la tablazón y piezas dellos, porque así se han de llevar por tierra; e asimismo se hace clavazón para ellos, y está aparejada pez y estopa, y velas y remos y las otras cosas para ello necesarias. E certifico a vuestra majestad que hasta conseguir este fin no pienso tener descanso ni cesar para ello todas las formas a mí posibles, posponiendo para ello todo el trabajo y peligro y costa que se me puede ofrecer.