Carolina se enamora (21 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

BOOK: Carolina se enamora
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Camino por el interior del pequeño parque que hay detrás del colegio y unos hombres me observan mientras voy enrollando ese extraño hilo… ¡de Caro! Unas niñas me señalan desde un columpio, divertidas al ver a esa extraña chica que pasa por delante de ellas en pos de un hilo larguísimo.

Al final llego a un rincón del pequeño parque, el hilo desaparece allí, detrás de un arbusto. Cierro los ojos antes de darme la vuelta. Es un sueño…, mejor dicho, es un milagro. Ahora me volveré y él estará ahí, Massi. Así que paso por encima del arbusto lentamente, con el hilo todavía en la mano, y detrás está él: Filo.

—¡Nooo! —Suelto una carcajada—. ¡Estás loco!

Se ha puesto un delantal blanco y delante de él, colocados sobre una mesa baja de madera, hay varios vasitos de helado. Hasta se ha confeccionado un gorro con un folio de cuadros doblado varias veces, como esos que usan los vendedores de helados. ¡Al menos los que yo conozco! Tiene una varita en la mano y varias cucharillas de colores en el bolsillo de la camisa.

—Señoras y señores…, a continuación les contaré cuáles son los productos de la nueva heladería; ¡FIC! Pero no me malinterpreten: «Filo
Ice Cream

Hace lo que puede, ¡hasta hablar en inglés! Pasada la primera desilusión, la de no haber encontrado a Massi, ahora me estoy divirtiendo muchísimo, de manera que aplaudo como una niña.

—Sí, sí, veamos.

Me siento en la silla que ha llevado hasta allí junto con la mesa, y escucho asintiendo con la cabeza a las propuestas de ese extraño vendedor de helados.

—Entonces, si no recuerdo mal… aquí están, sus gustos preferidos son el chocolate blanco y el fondant, el helado de crema, el de sabayón, el de avellana, el de pistacho y, como no podía ser de otro modo, ¡el de castaña!

Se ha acordado de todos excepto de uno…

—¡Y el de coco…!

¡También lo tiene! Es increíble. Filo me sonríe.

—¿He acertado? ¡Siempre te he visto comer Bountys!

—Qué memoria, ¿dónde los has comprado?

—En Mondi.

—Mmmm, son mis preferidos. En ese caso, quiero un vasito…

Y empiezo a pedir un vasito detrás de otro, están deliciosos. Y los devoro encantada. El helado está tan rico que me olvido por completo de mis propósitos de hacer dieta. A fin de cuentas, peso cuarenta y nueve kilos, de modo que me la puedo saltar de vez en cuando.

Al final, Filo se sienta en el suelo, a mi lado, y empieza también a comer de buena gana. Ha pensado hasta en las servilletas de papel y en la nata. Bueno, ¿qué puedo decir? He de reconocer que ha sido una bonita sorpresa. Ahora, sin embargo, tendré que pagar un pequeño precio. Bueno, pequeño… Según se mire. De forma que, después de habernos dado esa agradable y dulce panzada, devolvemos la silla y la mesita al bar y nos encaminamos hacia casa.

—¿Has visto? Han sido muy amables, ¿eh?

—Sí.

Permanezco un rato en silencio mientras caminamos. Al final decido que es mejor ir directamente al grano.

—Oye, Filo, ha sido una sorpresa estupenda, de verdad…

—Gracias. —Me escruta con curiosidad, a continuación arquea las cejas—. ¿Pero…?

Me vuelvo y le sonrío.

—¿Pero?

—Si te he entendido bien, estabas a punto de decir algo que empezaba por «pero»…

Sonrío.

—Así es. Creo que es mejor que no nos besemos.

—Aunque no hayas dicho «pero» el resultado es el mismo. Disculpa, ¿no habías dicho que era necesaria una sorpresa? Pues bien, ya has tenido tu sorpresa, ¿no te ha gustado?

—Sí que me ha gustado.

—No hace falta que lo jures, ya lo he visto, no ha quedado ni un solo sabor, si incluso has rebañado la nata con el dedo.

—Sí, la verdad es que estaban deliciosos.

—Entonces, ¿qué pasa? Perdona, pero te pedí un beso antes que él, me dijiste que él te había organizado una sorpresa y ahora yo te he dado otra. Arreglado, ¿no?

—No, de arreglado nada. Las cosas deben suceder por casualidad, esto es demasiado…

—¿Demasiado?

—¡Estaba demasiado preparado!

—Puede…, ¡pero a ver quién se inventa otra cosa! Si te hubiera improvisado una sorpresa habría sido demasiado fácil, en cambio, te la organizo bien, con el hilo, tus sabores preferidos… ¡y entonces la consideras demasiado artificiosa!

—Pero ¿qué tiene que ver la sorpresa con esto? ¡Es la situación!

—¡Pero si me lo dijiste tú!

—¿A qué te refieres?

—¡Que era necesaria una sorpresa! Y no puede suceder por casualidad porque, sin cierta preparación, ¿cómo puede haber una sorpresa? ¡Es imposible!

—De acuerdo, dejémoslo estar, renuncio.

—¿Qué quiere decir «renuncio»? ¡De eso nada! ¡Te he dado una sorpresa! ¡Ahora quiero un beso!

—Chsss, no grites. Decía que renuncio a explicártelo. Ven.

Abro la verja y lo hago entrar. Nos dirigimos al portal y, por suerte, el portón está abierto. Entramos.

—Sígueme.

Abro otra puerta.

—Pero ¿adónde vamos?

—Chsss, pueden oírnos… Estamos en el sótano.

Cierro la puerta a mis espaldas. Quedamos envueltos por la penumbra. Sólo entran algunos rayos de luz por debajo de las puertas de hierro que conducen al garaje.

—Bonito sitio.

—Sí… —Miro alrededor—. Venga, démonos prisa.

Esta vez es él el que se lamenta.

—Pero así no puedo. Así es demasiado…

—Basta, ya me he hartado.

Le doy un beso. Pasados unos segundos, me separo de él.

—Artificioso… —dice Filo sonriendo en la penumbra.

—¡Basta ya, tonto! Bueno, ahora estamos en paz, ¿no?

—De eso nada, éste no valía.

—¿Por qué?

—Porque tengo que dártelo yo.

Ladea la cabeza. Otra vez. A continuación me sonríe. Es ideal. Tierno. Poco a poco se acerca a mí y me besa. Por fin. Como es debido. Mmm… Sabe a arándanos. ¡Qué ricos, los arándanos! Para él ha comprado todos los sabores de fruta. A mí me ha dejado el resto. Filo me besa con pasión, me abraza, me atrae hacia sí. Y justo en ese momento siento que se abre la otra puerta de hierro, la que está al otro lado, al final del sótano, la que da al garaje grande, donde mi hermano aparca la moto. ¿Mi hermano? Miro hacia la puerta que hay al fondo… ¡Es mi hermano! Cojo a Filo de la mano.

—¡Ven, de prisa! —le digo en voz baja mientras corro hacia la puerta que da al portal.

La abro rápidamente y después la cierro a mis espaldas.

—¡Vete, vete, de prisa!

Lo acompaño al portal.

—¡Esto no vale! ¿Y el beso?

—Ya te lo he dado, mejor dicho, ¡te he dado dos!

—Sí, pero no como yo quería.

Abro el portón y lo empujo afuera.

—¡Sal, vamos!

Filo me sonríe.

—Pero yo lo quería… un poco más… ¡artificioso!

—¡Venga ya, vete!

Y le cierro el portón y a continuación me dirijo hacia el ascensor en el preciso momento en que mi hermano abre la puerta del sótano.

—Hola.

—¡Ah, hola!

Me hago la sorprendida tratando de no mirarlo a la cara. Veo que, en cambio, él me escruta.

—¿Cómo te ha ido en el colegio?

—Bien.

Lo miro por un instante, está sonriendo. Desvío la mirada.

—Ah, de manera que el colegio ha ido bien… ¿Y cómo te ha ido hace un rato?

—¿Eh? —Vuelvo a mirarlo. Veo que se está riendo.

—En el sótano…

—Ah, en el sótano… Pues nada, ¿sabes?, se me había perdido una cosa y… —Intento inventarme algo, pero no se me ocurre nada. De modo que me doy por vencida—. No… Bueno…, las cosas no estaban yendo, lo que se dice, a pedir de boca.

—¿Ah, no?… ¿Sabes cómo habría acabado el asunto si llega a entrar papá?

Sacude la cabeza y entramos en el ascensor. Subimos al cuarto piso. ¿Sabéis esos silencios que se crean de vez en cuando, esos que cada vez se hacen más grandes y que, a medida que se hacen más grandes; menos sabes qué decir y no ves la hora de llegar? De hecho, en cuanto se abre la puerta me escabullo fuera del ascensor, llamo al timbre y apenas abren entro en casa como un rayo.

—¡Hola, mama! Todo bien en el colegio. Suficiente en los deberes de historia…

Recorro el pasillo en un abrir y cerrar de ojos y entro en mi habitación, más para relajarme que para otra cosa. ¡Menuda tensión! Pongo el CD de Massi, me echo en la cama y apoyo las piernas en la pared. Mantengo la cabeza baja mientras escucho esa canción que tanto me gusta. Reflexiono y al final me siento un poco culpable. Quiero decir, me he enamorado de un chico al que no he besado y, en cambio, ¡he besado ya a tres de los que no estoy enamorada en lo más mínimo! Eso no puede ser. No, desde luego que no. Basta, no besaré a nadie más hasta que… Bueno, mejor no ponerse ninguna meta que luego no se pueda mantener. ¡Hasta que lo consiga! Eso es, mucho mejor así.

—¡A la mesa! —mi madre me llama.

—¡Voy!

Me levanto de la cama. Bien, gracias al nuevo programa de besuqueos, me siento mucho más relajada, e incluso me ha entrado un poco de hambre, no mucha, sin embargo, dado que me he zampado todos esos helados.

Tarde tranquila. He estudiado sola en casa hasta las cinco. Ale ha salido con su amiga, una tal Sofía. Se dedican exclusivamente a ir de tiendas. Ale tiene tanta ropa que ya no le cabe en el armario, y muchas cosas no se las pone jamás. Por eso, la otra noche ni siquiera se dio cuenta de que le había birlado una de sus faldas. Bueno, mejor así y, además, es asunto suyo, lo importante es que yo salgo ganando. Después ha pasado a recogerme la madre de Clod y hemos ido a hacer gimnasia.

Clod es alucinante para ciertas cosas. Quiero decir, las dos frecuentamos el gimnasio del CTI, en el Lungotevere, que a ella le pirra, sólo que le da vergüenza y por eso no hace muchos ejercicios. Aunque luego va muy bien en gimnasia artística. Está un poco rolliza, desde luego. Muy rolliza, de hecho. Pero tiene ritmo, pasión y determinación. Sólo una vez se quedó colgada en las paralelas.

Y esa vez Aldo estaba presente.

Aldo es un tipo realmente divertido, siempre está haciendo el payaso, ríe, bromea, hace un sinfín de imitaciones. Antes de empezar, nos dice: «¿Estáis listas? ¿Y ahora quién soy? ¿Eh? ¿Quién soy?», e imita una voz. Y Clod y yo nos miramos. Yo nunca reconozco a nadie y no se me ocurre ningún nombre, ni siquiera uno. Ella, en cambio, enumera a todos los personajes italianos del pasado y del presente, e incluso a los extranjeros, qué se yo, a Brad Pitt, a Harrison Ford o a Johnny Depp, lo que, por otra parte, es absurdo porque no hablan italiano, de manera que debería decir el nombre de los actores que los doblan.

En fin, que Clod quiere adivinarlos como sea. Yo desisto casi de inmediato porque es imposible descubrir de quién se trata, y me mosqueo. Ella, en cambio, prosigue con los nombres más impensables, incluso los más absurdos, algunos ni siquiera los he oído mencionar jamás. Creo que se los prepara adrede. Sea como sea, al final acaba exhausta. Yo he renunciado hace ya un rato, y Aldo nos mira divertido, primero a ella, después a mí, después de nuevo a ella y luego a mí.

—Os rendís, ¿eh? ¿Os rendís?

Miro a Clod y despejo cualquier posible duda.

—Sí, sí, nos rendimos.

—¡Era Pippo Baudo!

—¿Pippo Baudo?

—¡Eh, sí!

Me doy media vuelta y me marcho. Clod, en cambio, se queda allí.

—Eres buenísimo, genial. Es cierto, era él… ¡Claro! Lo tenía en la punta de la lengua. ¡No me salía el nombre!

Luego viene a cambiarse a los vestuarios femeninos.

—¡No me lo puedo creer! —le digo entonces—. ¿Cómo puedes ser tan falsa? ¡Esa voz podría haber sido de cualquiera excepto de Pippo Baudo! Estás harta de verlo en televisión, ¿cómo es posible que no lo reconozcas? ¡Yo lo imito mucho mejor!

—¿Y qué?

Está molesta, se sienta en el banco y sólo se cambia los zapatos.

—¿Qué quieres decir?

—Que si lo hago por darle coba, ¿a ti qué más te da?

—¿A mí? ¡Nada! Sólo que quizá deberíamos ser honestas con nosotras mismas.

Clod se levanta y se pone la chaqueta del chándal.

—¿Cómo es posible que no lo entiendas?

—La verdad es que no te entiendo, no.

—No es tan difícil… Al contrario, ¡me parece que para ti es muy fácil!

Y hace ademán de marcharse. Me acerco a ella, la cojo por los hombros y la obligo a volverse.

—Perdona, ¿qué has querido decir con eso? ¿A mí qué me importa si ése sabe imitar bien o no a la gente? Por mí, como si quiere presentarse a un concurso. ¿Qué querías decir con eso de que «para mí es muy fácil?».

—Fácil. Es fácil porqué…

Justo en ese momento entra Carla, la madre de Clod.

—¿Estáis listas?

—Para ti es fácil… ¡porque ya has besado a tres!

Y sale corriendo dejándome sola con Carla, que me mira boquiabierta. Me hago la loca, me cambio la camiseta y me pongo el chándal.

—¡Lista!

Acto seguido, cojo la bolsa y salgo con ella.

Os juro que el trayecto de vuelta a casa ha sido terrible. En primer lugar porque no podía hablar con mi amiga Clod, dado que su madre estaba delante, y en segundo lugar porque ella ya le había contado lo de los besos a la hora de comer. Quiero decir, ¿qué pensará de mí ahora esa señora? ¿Hablará con mi madre? ¿Saldré malparada de esta situación? ¿Le prohibirá a su hija que me vea porque no soy una buena compañía para ella? A saber. Os juro que ha sido peor que el peor de los dolores de cabeza. Y ese silencio en el coche. Un silencio que se podía cortar con un cuchillo. Y, además, toda una serie de pensamientos que no conseguía detener, un remolino, un huracán. Odio hacia Lorenzo, y luego hacia Gibbo y, sobre todo, hacia Filo. Y, además, un odio absurdo hacia mis amigas Alis y Clod, que lo sabían todo, ¡y luego un odio aún más absurdo hacia mí misma por habérselo contado! Y un odio especial hacia Carla, la madre de Clod, ¡que tuvo que entrar justo en ese momento! ¡Coño!

Me apeo del coche.

—Adiós…, y gracias.

Y entro apresuradamente en el portal sin añadir nada más. Subo corriendo la escalera. Quién sabe lo que dirán en el coche mientras regresan. ¡Imaginaos! Me pondrán verde.

Me abre Ale.

—Hola —le digo, y me encamino a mi habitación.

Me quito la chaqueta y me pongo de inmediato a escribir en el Messenger. Por suerte. Alis está conectada. Se lo cuento todo.

«Es normal que hayáis discutido. ¿No has pensado por qué precisamente ella te ha dicho que para ti es fácil?».

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