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Authors: Marvin Harris

Tags: #Ciencia

Caníbales y reyes (28 page)

BOOK: Caníbales y reyes
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Entre los eruditos modernos, Wittfogel ha hecho todo lo posible por explicar la relación existente entre la producción hidráulica y la aparición de inmutables despotismos de administración agrícola. Mi propio criterio acerca de esa relación se inspira principalmente en Wittfogel, aunque no coincide exactamente con su formulación. Considero que la agricultura hidráulica preindustrial condujo, constantemente, a la evolución de burocracias agro-administrativas sumamente despóticas en virtud de que la expansión y la intensificación de la agricultura hidráulica —en sí misma una consecuencia de las presiones reproductoras— dependía especialmente de los proyectos de construcción masiva que, a falta de máquinas, sólo podían ser llevados a cabo por ejércitos de trabajadores semejantes a ejércitos de hormigas. Cuanto más caudaloso el río, mayor el potencial de producción alimenticia de la región que recorría. Pero cuanto más caudaloso era el río, mayores eran los problemas de utilización de su potencial. Por un lado, el estado emprendía la construcción de extensas redes de canales afluentes y de desviación, acequias y compuertas para asegurarse de que hubiera agua suficiente en el momento adecuado; por otra parte, el estado asumía la construcción de presas, diques y zanjas de desagüe con el propósito de evitar los perjudiciales efectos de un exceso de agua en un mismo momento. La escala de las actividades en cuestión exigió modificar, literalmente, la faz de la tierra: el traslado de montañas, la reforma de márgenes de ríos, la excavación de nuevos cauces. El reclutamiento, la coordinación, la dirección, la alimentación y el albergue de las brigadas de trabajadores necesarios para estas empresas monumentales sólo pueden haberse cumplido a través de equipos obedientes a unos pocos líderes poderosos que perseguían un único plan magistral. De ahí que cuanto más grandes fueran las redes y las instalaciones hidráulicas, mayor era la productividad total del sistema y la tendencia de la jerarquía agro-administrativa a convertirse en subordinada de una persona inmensamente poderosa que se hallaba en la cumbre.

La peculiar capacidad de las sociedades hidráulicas para restablecerse a pesar de frecuentes trastornos del orden dinástico y repetidas conquistas de invasores bárbaros, surge del interjuego entre sus estructuras políticas y su básica adaptación ecológica. Aunque la concentración de la totalidad del poder en el soberano absoluto y su familia significaba que todas las líneas de fuerza política corrían en una sola dirección, el tamaño y la complejidad del aparato estatal daba a los altos funcionarios y a los burócratas de menor categoría la oportunidad de satisfacer sus propias ambiciones a expensas del pueblo que se encontraba sometido a ellos. A pesar del valor adjudicado por el sensato gobernante a la moderación y la justicia, la burocracia tendía a crecer a expensas del bienestar del campesinado. La corrupción solía aumentar en progresión geométrica en relación con el número de años que una dinastía permanecía en el poder. Al poco tiempo se descuidaban las obras públicas, los diques comenzaban a rezumar, los canales se llenaban de sedimentos y la producción disminuía. La simple incompetencia, el error humano y los desastres naturales se sumaban a las fuerzas subversivas en marcha. En consecuencia, la dinastía reinante podía descubrir una y otra vez que ya no era capaz de proteger y sustentar a las masas campesinas. Desgarrada por la discordia, se volvía vulnerable a los «bárbaros» del otro lado de sus límites, a los ejércitos de imperios vecinos o a su propio pueblo en rebeldía. Entonces la dinastía se derrumbaba. Esto ocurrió repetidas veces en la historia de Egipto, Mesopotamia, la India y China. Pero los nuevos dirigentes —fuesen enemigos internos o externos— sólo tenían una posibilidad si deseaban disfrutar de la riqueza del imperio: reparar los diques, limpiar los canales, reconstruir las presas y restaurar el modo de producción hidráulica. Así comenzaba un nuevo ciclo. Se acrecentaba la producción, el campesinado depauperizado rebajaba su tasa de infanticidio y aborto y volvía a aumentar la densidad de población. Pero a medida que crecía la densidad disminuía la productividad y los funcionarios corruptos se volvían cada vez más inmoderados en el intento de llenar sus bolsillos. Finalmente, a medida que los campesinos volvían a deslizarse en la pobreza, se desataba una vez más la lucha por el control dinástico.

Tal como ha insistido Wittfogel, el meollo de la teoría hidráulica fue anticipado por Carlos Marx en una serie de obras que fueron encubiertas o ignoradas por Lenin y Stalin. Marx atribuyó las peculiares economías políticas de la India y de China a lo que llamó «modo de producción asiático» y observó:

Habitualmente en Asia sólo hubo, desde tiempos inmemoriales, tres departamentos de gobierno: el de Finanzas o saqueo del interior, el de Guerra o saqueo del exterior y, por último, el de Obras Públicas. En Egipto y la India, Mesopotamia, Persia, etc., se aprovecha un alto nivel de canales de irrigación tributarios. Esta primordial necesidad de un uso económico y común de las aguas… necesitaba, en el Oriente donde la civilización era demasiado deficiente y la extensión territorial demasiado vasta para dar vida a asociaciones voluntarias, la intervención de los poderes centralizadores del gobierno.

Una de las razones por las que bajo Lenin y Stalin se desacreditó este esquema marxista de la evolución del mundo, es su implicación de que el comunismo de estado o la «dictadura del proletariado» pueden no ser, de hecho, más que una forma nueva y más altamente desarrollada de despotismo administrativo erigido sobre una base industrial en lugar de agrícola. Otra de las razones consiste en que Marx se refirió a las sociedades asiáticas como «estancadas» o «estacionarias» y no veía ninguna perspectiva de posterior evolución a través de procesos puramente internos. Esto está reñido con otros aspectos de las teorías de Marx, porque éste sostuvo que las contradicciones de la sociedad daban lugar a la lucha de clases y que esta lucha constituía la clave para comprender toda la historia. Las sociedades hidráulicas tuvieron abundantes contradicciones y luchas de clases, pero parecen haber sido notablemente resistentes al cambio fundamental.

Algunos críticos de la teoría hidráulica afirman que las características burocráticas de los antiguos imperios ya existían antes de que las redes de irrigación y los proyectos de control fluvial hubieran alcanzado la etapa que exige un cuantioso número de trabajadores y el control centralizado. Por ejemplo, Robert McC. Adams, de la Universidad de Chicago, sostiene que en los albores de la Mesopotamia dinástica «la irrigación, en general, se realizaba en pequeña escala, lo que suponía una mínima alteración del régimen hidráulico natural y sólo la construcción de canales afluentes en pequeña escala» y, en consecuencia, «no hay nada que sugiera que el crecimiento de la autoridad dinástica en el sur de Mesopotamia estuviera vinculado a los requerimientos administrativos de un importante sistema de canales». A modo de refutación, señalaré que la teoría de Wittfogel no se refiere al origen del estado sino al origen de la naturaleza altamente despótica y perdurable de determinados tipos de sistemas imperiales estatales. Adams no niega que durante la madurez de los imperios mesopotámicos, la construcción y la administración de colosales empresas hidráulicas fue una preocupación constante y sobresaliente de los cuadros agro-administrativos altamente centralizados. La historia dinástica de Mesopotamia confirma plenamente la aseveración básica de Wittfogel en el sentido de que a medida que aumentaba el alcance y la complejidad de las zonas hidráulicas, se incrementaba la «intervención del poder centralizador del gobierno».

En tiempos recientes, Karl Butzer rechazó la aplicabilidad de la teoría de Wittfogel a las características hidráulicas y administrativas del antiguo Egipto. Al igual que Adams, Butzer afirma que ya se había alcanzado la etapa dinástica antes de que se produjeran inversiones en gran escala en la construcción hidráulica. Pero parece llegar aún más lejos al insistir en que «la competencia por el agua nunca fue un problema excepto a nivel local», en que «no existen testimonios de un aparato burocrático centralizado que sirviera como administrador de la irrigación a nivel nacional, regional o local», y finalmente en que «los problemas ecológicos se manejaban a nivel local».

Butzer atribuye la naturaleza permanentemente descentralizada del sistema de irrigación del Egipto dinástico al hecho de que las tierras regadas por el Nilo se dividen en una serie de cuencas naturales que se llenan sucesivamente cuando el río crece y desborda los diques de su canal principal. Antes de la construcción de la presa de Asuán —en los años sesenta— a todo lo ancho del canal principal y las tierras anegables, no existía la posibilidad de que las zonas de aguas arriba interrumpieran el curso de las aguas hacia las zonas más bajas, como ocurría en Mesopotamia. Según Butzer, las construcciones artificiales se hacían en pequeña escala y consistían, principalmente, en intentos por fortalecer y ampliar las presas y diques naturales preexistentes que separaban a las cuencas entre sí y, del río, a cada una de éstas.

La crítica que hace Butzer a la teoría de Wittfogel se contradice en muchos de los datos proporcionados por el propio Butzer. Parece que éste no ha comprendido lo que dijo Wittfogel. Por ejemplo, la cabeza de la maza del rey Escorpión representa a un gobernante predinástico, del año 3100 anterior a nuestra era, abriendo una presa o iniciando la construcción de un canal. Butzer acepta ésta y otras pruebas como indicativos de que «la irrigación artificial, incluyendo la inundación deliberada y el desagüe mediante compuertas, y la contención de las aguas por medio de diques longitudinales y transversales, fue establecida por la primera dinastía». También reconoce que el gobierno central dedicado a vastos proyectos hidráulicos a partir del Imperio Medio (2000 antes de nuestra era) aspiraba a regular el nivel del lago El Fayum y a drenar grandes porciones de la región del delta, aunque considera que estas empresas monumentales son excepciones y, en consecuencia, carecen de significado para la comprensión de la organización política dinástica. Asimismo, a pesar de su afirmación de que los funcionarios locales podían regular y administrar la distribución de las aguas, describe formidables requerimientos técnicos:

conversión de las presas naturales en diques artificiales de mayor altura y más potentes; ampliación y dragado de canales naturales desbordantes y de desvío; bloqueo de canales naturales de acumulación o de desagüe, mediante presas de tierra y compuertas; subdivisión de la cuenca desbordable mediante presas, en unidades manejables, en parte con propósitos concretos; control del acceso de las aguas y de su retención en las subunidades de la cuenca mediante interrupciones provisionales de las presas y los diques, o por medio de una red de canales cortos y compuertas de mampostería.

Butzer admite que con frecuencia estas operaciones requerían «el trabajo conjunto de la totalidad de la población rural sana de una unidad de cuenca», pero supuestamente de una sola unidad por vez. Esta conclusión es evidentemente falsa, dado que cada «unidad de cuenca» estaba compuesta como mínimo por dos núcleos: uno río arriba y otro aguas abajo. En las aguas altas, el fracaso en mantener en correctas condiciones las presas entre una y otra cuenca y los canales de retomo de desagüe, podía dar por resultado la inundación descontrolada de la cuenca de aguas abajo. Cuando la crecida del Nilo era más abundante que de costumbre, la ruptura de una presa de aguas arriba podía amenazar no sólo a la cuenca adyacente, sino también a la subsiguiente, dado que la presión descontrolada podía arrasar fácilmente las presas existentes entre una y otra cuenca. La necesidad de coordinar la respuesta de varias cuencas era igualmente forzosa cuando el Nilo no se desbordaba y la cantidad de agua desviada por las cuencas de río arriba afectaba el caudal que llegaba a las de aguas abajo. El mismo Butzer describe un tétrico panorama de «hambre… pobreza… entierros en masa… cadáveres en descomposición… suicidio… canibalismo… anarquía… gran confusión… guerra civil… pillajes en masa… bandas errantes de merodeadores… y también saqueos de cementerios» como resultado de la ausencia de la inundación anual. Aunque había ocasiones en que los puntos extremos eran tan altos o tan bajos que ningún poder terrenal podía prestar ayuda, sin duda alguna un gobierno capaz de poner a cien mil hombres a construir montañas artificiales con bloques de piedra en el desierto, no ahorraría esfuerzos en el intento por moderar el efecto de un exceso o una escasez de agua en condiciones de emergencia.

Como en muchos otros procesos naturales y culturales a largo plazo, las condiciones de urgencia, o extremas, promovieron la adaptación política al modo de producción hidráulico. En China como en Egipto, cuando las instalaciones de irrigación y control fluvial funcionaban adecuadamente, la agricultura de irrigación podía florecer sin necesidad de un gobierno altamente centralizado. Pero cuando las grandes presas y diques de los ríos principales estaban amenazados por inundaciones o seísmos, sólo una administración central podía reunir recursos y mano de obra a escala suficiente. Durante el período Han, por ejemplo, la densidad de población era más elevada en la gran planicie del Río Amarillo, en las provincias de Shan-Si y Ho-Nan. El Río Amarillo desbordaba periódicamente sus márgenes e inundaba enormes áreas de la llanura. Con el fin de evitar estos desastres, el gobierno central supervisaba la construcción de presas y diques. Esto tuvo el efecto de aumentar la cantidad de agua embalsada y de elevar su nivel durante las estaciones de crecida, incrementando los daños que el río podía provocar cuando desbordaba sus contenciones. En el año 132 antes de nuestra era, el río rompió los diques, inundó dieciséis distritos y abrió un nuevo brazo en el llano. Decenas de millones de campesinos se vieron perjudicados. La brecha permaneció abierta durante veintitrés años, hasta que el emperador Wu-ti visitó personalmente la escena y personalmente supervisó su reparación. En el siglo II de nuestra era se produjo otra brecha cerca del mismo punto, pero entonces todo el río modificó su curso y encontró un nuevo camino al mar, a cien millas de distancia de su anterior desembocadura. La reparación volvió a demorarse, esta vez durante varias décadas.

Estos hechos permiten llegar a dos conclusiones. En primer lugar, ningún esfuerzo realizado en una aldea, en un distrito, o incluso a nivel provincial era suficiente para la enormidad de la tarea, de lo contrario no habrían transcurrido tantos años entre la rotura y la reparación. En segundo lugar, cualquiera que poseyera los medios del control fluvial poseía, literalmente, los medios de controlar la duración de la vida y el bienestar de un extenso número de personas.

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