También existe la prohibición sobre los animales que «rumian», pero que no tienen «pezuñas hendidas»: «camello, tejón de roca y liebre». Y los animales que tienen «pezuña hendida» pero «no rumian», cuyo único ejemplo es el puerco.
El tejón de roca es un animal no domesticado que parece coincidir con la pauta general de los demás animales salvajes prohibidos. Aunque la liebre también es una especie salvaje, me resisto a hacer un juicio con respecto al lugar que ocupa en la relación entre costos y beneficios. Después de un período de tantos miles de años, resulta difícil asignar a esta especie un papel definido dentro del ecosistema local. Pero no creo que tenga que demostrar que el ciento por ciento de los animales salvajes prohibidos se inscriben en la pauta de altos costos y bajos beneficios. No soy contrario a la idea de que una o dos de las especies mencionadas en el Levítico quizá no fueron prohibidas por motivos ecológicos sino para satisfacer prejuicios azarosos o para coincidir con algún oscuro principio de simetría taxonómica inteligible únicamente para los sacerdotes y profetas del antiguo Israel. Me gustaría que estos comentarios también se apliquen a la categoría de animales que «van arrastrándose sobre la tierra»: comadreja, ratón, lagarto, salamanquesa, cocodrilo y camaleón. Algunas de estas especies —por ejemplo, los cocodrilos— parecerían totalmente inútiles como fuentes alimenticias para los israelitas, pero no podemos estar seguros con respecto a otras de las mencionadas sin un detallado estudio de su status ecológico.
Aunque el camello es el único animal domesticado específicamente mencionado entre los que rumian pero no tienen las pezuñas hendidas, las autoridades rabínicas siempre han incluido a los caballos y a los asnos en la misma categoría. En realidad, lo que estas tres especies domesticadas tienen en común (ninguna «rumia»), es que son grandes animales de altos costos y altos beneficios que los israelitas mantenían por su contribución al transporte y a la tracción. No mantenían grandes cantidades de camellos ni de caballos. El caballo era utilizado principalmente por motivos aristocráticos y militares, en tanto los camellos se especializaban para las caravanas en lo profundo del desierto. Ninguno podía suministrar cantidades significadas de proteínas animales sin perturbar su función principal. Los asnos constituían el principal animal de carga de los israelitas, pero tampoco podían matarlos para usarlos como alimento sin sufrir grandes pérdidas económicas. En síntesis, los «rumiantes» que no tenían pezuñas hendidas domesticados eran demasiado valiosos para comerlos.
Sinteticemos: en la lista de especies prohibidas en el Levítico no hay nada que se oponga a la explicación ecológica del tabú del cerdo. En todo caso, la norma global parece ocuparse de prohibir fuentes de carne inconvenientes o costosas.
La confusión que rodea al tema de los tabúes animales parece atribuible a una preocupación demasiado cerrada por la historia singular de culturas particulares abstraídas de su emplazamiento regional y de los procesos evolutivos generales. Para tomar el caso en cuestión, el antiguo tabú israelita del cerdo nunca se podría explicar satisfactoriamente en términos de los valores y creencias características de los israelitas. El hecho es que los israelitas sólo fueron uno de los numerosos pueblos de Oriente Medio a los que el cerdo les resultó cada vez más oneroso.
El tabú del cerdo se repite por la totalidad de la vasta zona de los pastores nómadas del Viejo Mundo: de África del norte a través de Oriente Medio y Asia central. Pero en China, el sudeste asiático, Indonesia y Melanesia, el cerdo fue, y sigue siendo, una fuente muy utilizada de proteínas y grasas dietéticas, lo mismo que en Europa moderna y en el hemisferio occidental. El hecho de que el cerdo fuera convertido en tabú en las grandes zonas de los pastores del Viejo Mundo y en varios de los valles de los ríos que circundan dichas zonas sugiere que los tabúes bíblicos deberían verse como una respuesta de adaptación variable para una extensa zona en relación con los repetidos cambios ecológicos producidos por la intensificación y los agotamientos asociados al surgimiento de los estados e imperios antiguos.
Los antiguos israelitas compartían incluso el aborrecimiento del cerdo con sus enemigos mortales, los egipcios. Según H. Epstein, una de las autoridades más destacadas sobre la historia de la domesticación animal en África:
…de una posición de importancia extrema a principios del período neolítico, su significado [el del cerdo] disminuyó gradualmente y los archivos del período dinástico muestran el desarrollo de un prejuicio creciente contra él.
En la época del Imperio Medio (2000 antes de nuestra era), los egipcios comenzaron a identificar a los cerdos con Set, el dios del mal. Aunque la cría del cerdo sobrevivió hasta la época posdinástica, los egipcios jamás perdieron su prejuicio contra el cerdo. Los porqueros egipcios eran miembros de una casta distinta. Utilizaban sus piaras para esparcirse por algunas millas en la llanura anegable del Nilo como parte del proceso de sembrado y es posible que esta función útil —sumada a la disponibilidad permanente de tierras húmedas y pantanos en el delta del Nilo— pueda explicar la ingestión ocasional de cerdo en Egipto hasta la época de la conquista islámica. Pero según Heródoto, los porqueros constituían la casta más despreciada de Egipto y, a diferencia de todas las demás, tenían prohibida la entrada a los templos.
Aparentemente, en la Mesopotamia ocurrió algo parecido. Los arqueólogos han encontrado en las colonias más primitivas de la baja Mesopotamia, modelos de arcilla de cerdos domesticados en los milenios quinto y cuarto anteriores a nuestra era.
Aproximadamente el 30 por ciento de los huesos animales excavados en Tel-el-Amarna (2800-2700 antes de nuestra era) pertenecían a cerdos. El puerco se comía en Ur en épocas predinásticas. En las más antiguas dinastías sumerias existían porqueros y matadores de cerdos especializados. Sin embargo, a partir del 2400 antes de nuestra era, evidentemente el cerdo se convirtió en tabú y ya no fue consumido.
La desaparición del cerdo de la dieta mesopotámica coincide con un grave agotamiento ecológico y el declive de la productividad en la baja Sumeria, cuna de los primeros estados de Oriente Medio. Durante 1500 años, la agricultura sumeria experimentó intensificaciones constantes que implicaban la construcción de canales de irrigación alimentados con las aguas cargadas de sedimentos del Tigris y el Éufrates. El porcentaje de sal de las aguas de irrigación era inocuo cuando el agua se aplicaba directamente a la superficie. Sin embargo, la irrigación constante de los campos elevó el nivel de las aguas subterráneas. A través de la acción capilar, las sales acumuladas salieron a la superficie e inutilizaron millones de acres consagrados al cultivo de trigo. La cebada, más resistente a la sal que el trigo, fue plantada en las zonas que sufrieron menos daño. Pero Sumeria se debilitó cada vez más económicamente y esto condujo a la caída del último Imperio Sumerio, la tercera dinastía de Ur. En el 1700 antes de nuestra era, el trigo había desaparecido completamente en el sur. A partir de entonces el centro de población se desvió hacia el norte, a medida que Babilonia comenzaba a surgir bajo el mandato de Hammurabi. Pero ni siquiera ese gran «dador de riquezas abundantes» pudo alimentar a su pueblo con cerdo.
Con la aparición del Islam, el antiguo tabú israelita del cerdo se incorpora directamente a otro conjunto de leyes dietéticas sobrenaturalmente sancionadas. El cerdo fue distinguido en el Corán como objeto de un repudio especial y en la actualidad los musulmanes se oponen a la ingestión de cerdo con tanta vehemencia como los judíos ortodoxos. Incidentalmente, el Corán contiene una importante prueba que sustenta la interpretación ecológica de la relación entre costos y beneficios de los tabúes animales. Mahoma, el profeta, conservó el tabú israelita del cerdo pero liberó explícitamente a sus seguidores del tabú de comer carne de camello. Los pastores árabes, los primeros partidarios de Mahoma, eran nómadas a camello que habitaban verdaderos oasis en el desierto y con frecuencia se veían obligados a realizar largos viajes a través de yermos en los que el camello era el único animal domesticado que podía sobrevivir. Aunque el camello era demasiado valioso para comerlo regularmente, también era demasiado valioso para no comerlo nunca. En condiciones de emergencia relacionadas con las campañas militares y el comercio de caravanas a larga distancia, su carne frecuentemente suponía la diferencia entre la vida y la muerte.
En este punto, me agradaría aclarar una cuestión que deseo no se interprete erróneamente. Al remontar el origen de las ideas religiosas a la relación entre los costos y los beneficios de los procesos ecológicos, no intento negar que las ideas religiosas pueden, a su vez, influir en las costumbres y el pensamiento. Los autores del Levítico y del Corán eran sacerdotes y profetas interesados en desarrollar un conjunto coherente de principios religiosos. Una vez formulados, estos principios pasaron a formar parte de las culturas judía e islámica a lo largo de los siglos y, sin duda alguna, influyeron en la conducta de judíos y musulmanes que vivían lejos de sus tierras de origen. Los tabúes alimenticios y las especialidades culinarias pueden perpetuarse como hitos entre las minorías étnicas y nacionales, y como símbolos de identidad del grupo independientemente de cualquier selección ecológica activa a favor o en contra de su existencia. Pero no creo que estas prácticas y creencias puedan perdurar mucho tiempo si dieran por resultado una brusca elevación de los costos de subsistencia. Para parafrasear los comentarios de Sherbourne Cook sobre los rituales aztecas, ningún impulso puramente religioso puede ir en contra de la resistencia ecológica y económica fundamentales durante un largo período de tiempo. No creo que los judíos ni los musulmanes observantes modernos sufran déficits de proteínas a causa del rechazo del cerdo. Si así fuera, supongo que comenzarían a modificar sus creencias… si no inmediatamente, al menos en una o dos generaciones. (Millones de musulmanes sufren de agudos déficits de proteínas, pero nadie ha supuesto un vínculo causal entre el tabú del cerdo y el subdesarrollo y la pobreza en Egipto o Pakistán). No sostengo que el análisis de los costos y beneficios ecológicos pueda conducir a la comprensión de todas las creencias y prácticas de todas las culturas que han existido. Muchas creencias y cursos de acción alternativos no poseen ventajas o desventajas definidas con respecto a la elevación o disminución de los niveles de vida. Además, reconozco que siempre existe cierta influencia mutua entre las condiciones que determinan los costos y los beneficios ecológicos y económicos y las convicciones y las prácticas religiosas. Pero insisto en que, según las pruebas de la prehistoria y la historia, la fuerza que hasta ahora han ejercido entre sí no es semejante. Las religiones generalmente cambiaron para adaptarse a las exigencias de reducir los costos y maximizar los beneficios en la lucha para evitar que los niveles de vida decayeran; los casos en que los sistemas de producción han cambiado para adaptarse a las exigencias de los sistemas religiosos modificados al margen de las consideraciones de los costos y beneficios o no existen o son sumamente raros. La relación entre el agotamiento de las proteínas animales por un lado y, por el otro, la práctica del sacrificio humano y el canibalismo, la evolución de los festines redistributivos eclesiásticos y el tabú de la carne de determinados animales, demuestra la inequívoca prioridad causal de los costos y los beneficios materiales con respecto a las creencias espirituales… no necesariamente en todo momento, pero casi seguro para los casos sometidos a estudio.
En la India contemporánea, sólo los intocables comen libremente carne roja. Los hindúes observantes de casta alta limitan sus dietas a alimentos vegetales y a productos lácteos. Ingerir carne siempre es indeseable, pero nada peor como comer la de vaca. La opinión de los hindúes de casta alta con respecto a la ingestión de vaca es la misma que tiene un norteamericano ante la idea de comer al perro de la familia. Pero hubo un tiempo en que la carne, sobre todo la de vaca, atraía a los habitantes de la India tanto como los filetes y las hamburguesas atraen en la actualidad a los habitantes de América del Norte.
Durante el período neolítico, la vida aldeana en la India se basaba en la producción de animales domésticos y en el cultivo de cereales. A semejanza de los aldeanos de Oriente Medio, los indios más primitivos criaban ganado vacuno, ovejas y cabras, en combinación con trigo, mijo y cebada. Alrededor del 2500 antes de nuestra era, cuando comenzaron a surgir las primeras colonias importantes a lo largo del río Indo y sus tributarios, el vegetarianismo todavía estaba muy lejos. Entre las ruinas de las ciudades más antiguas —Harappa y Mohenjo-Daro—, los huesos semiquemados de ganado vacuno, ovejas y cabras se mezclan con los escombros de la cocina. En las mismas ciudades, los arqueólogos también encontraron huesos de cerdo, búfalos de agua, gallinas, elefantes y camellos.
Las ciudades de Harappa y Mohenjo-Daro, notables por sus edificios de ladrillos refractarios y sus grandes baños y jardines, parecen haber sido abandonadas alrededor del 2000 antes de nuestra era, en parte como resultado de los desastres ecológicos que implicaban los cambios en el curso de los canales de los ríos de los que dependían para la irrigación. En ese estado de debilitamiento, se tornaron vulnerables a las «tribus bárbaras» que penetraban en la India desde Persia y Afganistán. Estos invasores, conocidos con el nombre de arios, eran agricultores-pastores semimigratorios y poco federados que primero se establecieron en el Punjab y, más tarde, se desplegaron en abanico por el Valle del Ganges. Eran pueblos de la Edad de Bronce tardía que hablaban un idioma llamado veda, lengua madre del sánscrito, y cuyo modo de vida se parecía enormemente a la de los griegos prehoméricos, los teutones y los celtas situados fuera de los centros de formación estatal de Europa y del sudoeste asiático. A medida que Harappa y Mohenjo-Daro decaían, los invasores tomaban las mejores tierras, talaban los bosques, construían aldeas permanentes y fundaban una serie de reinos minúsculos en los cuales se erigían como gobernantes de los habitantes indígenas de la región.
La información que tenemos acerca de lo que comían los arios proviene principalmente de los textos sagrados escritos en veda y sánscrito durante la segunda mitad del primer milenio antes de nuestra era. Tales textos muestran que durante el período védico primitivo —hasta el 1000 antes de nuestra era— se alimentaban de carne animal, vaca incluida, frecuentemente y con gusto. Las investigaciones arqueológicas realizadas en Hastinapur también demuestran que el ganado vacuno, el búfalo y la oveja se contaban entre los animales que eran comidos por los primeros colonizadores de la llanura gangética.