Canciones para Paula (11 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

BOOK: Canciones para Paula
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Aparcan el coche y entran en el pub. Está vacío. Solo ven a dos camareras vestidas de negro detrás de la barra, charlando entre ellas. La luz es tenue y La música dance no está muy alta.

"¡Paula!", recuerda de pronto Ángel al mirar el reloj. No la ha llamado. Se lleva las manos a la cabeza. Puede que esté dormida ya incluso. Saca de nuevo el móvil de su bolsillo y trata de encenderlo. Nada, no tiene batería.

—Si quieres te dejo el mío —señala Katia al ver que el teléfono del chico no funciona.

—Gracias, pero no me sé el número de memoria.

—¿Es a tu chica a quien quieres llamar?

—Sí.

—No quiero ser una molestia. Si quieres, nos vamos.

—No te preocupes. Tomamos una copa y la llamo cuando llegue a la redacción, que tengo un cargador allí.

—Bien. Entonces, ¿qué te pido?

El dance deja paso a una canción brasileña lenta, pegadiza, dulzona: Miedo de amar, de Ivete Sangalo y Ed Motta. Es como si el encargado de poner la música en aquel sitio quisiera que la pareja se uniera un poco más. Ángel acerca sus labios al rostro de Katia. Lo hace de forma inocente, sin ninguna intención, tan solo para decirle lo que quiere beber: una cerveza. Pero está muy cerca de ella y puede aspirar todo su aroma…

Una de las camareras, la que parece más joven, peinada con dos trenzas, atiende a la chica del pelo rosa. Enseguida le entrega dos botellines verdes de Heinekken. Katia paga y entrega una de las cervezas a Ángel.

—¡Brindemos! —propone ella sin parar de sonreír ni un segundo.

—¿Por qué quieres brindar?

—Por la mejor entrevista que me han hecho nunca.

—¿La de Los Cuarenta Principales? —ironiza él.

—Claro. Aunque nada tienes que envidiarles tú… —contesta ella acercándose un poco más. Prácticamente no hay espacio entre ambos en aquella barra.

—Brindemos entonces.

Chocan sus botellines y dan un pequeño trago al unísono. En la tímida luz del recinto, Ángel sigue hipnotizado por los celestes ojos de aquella chica. Pero, al mismo tiempo, le viene a la cabeza Paula. Su gesto se tuerce entonces al pensar en ella. Está en un pub tomando una copa con una preciosa muchacha de veinte años, que además es famosa y le ha besado. No la ha llamado por teléfono. Vale, no ha podido. Pero eso no es excusa. ¿Qué estará pensando Paula? ¿Se habrá preocupado? ¿Molestado? Espera compensarla mañana de alguna forma. Aquellos dos días habían sido como una pequeña vida. Una bonita historia propia de un cuento, un cuento que era realidad. Pero ahora, ¿la había fastidiado? ¿Por qué no le había contado nada de la sesión fotográfica?

—Hola. —El rostro de Katia aparece justo enfrente de su rostro—. ¿Estás aquí?

—Sí. Estaba intentando traducir la letra de la canción —miente Ángel.

—¡Qué mentiroso…! No sabes mentir. A ver si esto te espabila…

Katia golpea con la parte de abajo de su botella el cuello de la botella de Ángel. La espuma sube rápidamente y la cerveza comienza a salirse precipitadamente. El joven periodista se agacha con el botellín en la boca y bebe todo lo rápido que puede para evitar manchar el suelo del local.

La cantante jalea y salta, animándolo para que beba más deprisa. Ríe. También lo hacen las dos camareras, que ya han descubierto que aquella pequeña chica con el pelo de color rosa es la conocidísima Katia.

Pese a los esfuerzos de Ángel, pequeñas gotas se han instalado en su camiseta y en su pantalón. Además, un charco de cerveza se ha formado a sus pies. Avergonzado, pide una fregona a la camarera de las trenzas. Esta sale de la barra y ella misma limpia lo que se ha vertido.

—Perdona. Yo…

—No te preocupes, si no ha sido nada… —La chica termina de recogerlo todo y regresa detrás de la barra con una sonrisa.

Katia vuelve a acercarse.

—Le has gustado —le susurra al oído.

—¡Qué dices! La cerveza se te ha subido… —responde Ángel divertido. Siente un poco de calor en sus pómulos después de estar bebiendo sin parar unos segundos.

—Las mujeres tenemos ese instinto. Detectamos cuando a una chica le gusta un chico y viceversa. Además, no es extraño que gustes a las chicas. Eres un tipo muy interesante.

La camarera vuelve a acercarse a la pareja. La música brasileña desaparece. Suena
Where ever you will go
, de The Callings.

La chica de las trenzas pone encima del mostrador dos vasitos y sirve un líquido azul en ambos.

—Cortesía de la casa. Espero que les guste.

Katia da las gracias. Coge su chupito y lo traga de golpe. Está fuerte. Cierra los ojos y arruga la nariz. Cabecea de un lado a otro.

—¡Qué bueno! —comenta dando un pequeño grito—. ¡Guau! Ahora, tú.

Ángel duda. Uff. No cree que sea una buena idea tomarse aquel vasito. La camarera que ha limpiado la cerveza del suelo y les ha invitado al chupito le está mirando. No le queda más remedio. Sonríe, lo agarra y se lo bebe sin pestañear.

La garganta le arde. Sí que está fuerte, pero intenta que no se note. No solo le quema la garganta, también el estómago. La camarera de las trenzas le sonríe. Él también sonríe.

Sin decir nada, la chica vuelve a llenar los vasitos de azul y también se sirve uno para ella. En esta ocasión, los tres beben a la vez, de golpe, sintiendo la llama del alcohol por el esófago. Al segundo trago le sigue un tercero inmediato.

—Tú eres Katia, ¿verdad?

Un atractivo cuarentón con el pelo cano, perfectamente cortado, vestido de negro, aparece detrás de la pareja. No está solo. Una bella veinteañera le acompaña.

—Sí, soy yo. ¿Y tú eres un admirador? —dice la joven, aún convaleciente del último chupito.

—Pues sí, lo soy. Pero también el dueño de este local —señala el hombre sonriendo.

—Ah, qué honor. Tienes un sitio muy acogedor.

—Gracias. Espero que lo estéis pasando bien y que mis chicas os estén tratando perfectamente. Me gustaría invitaros a tu amigo y a ti a una copa.

—Muchas gracias, pero nos íbamos ya. ¿Verdad, Ángel?

Ángel parece distraído. Ausente. Quizá aquel tercer vasito de licor…

—Perdona, ¿qué me decías? No te oí por la música.

Starlight
, de Muse.

—Te decía que nos íbamos.

—Pero no os vayáis aún… —interrumpe el dueño de Rounders—. Dejad que os invite a una copa. No todos los días tengo en mi local a una estrella del pop.

A Katia empieza a no hacerle ninguna gracia todo aquello. La camarera tontea con Ángel, al que le acaba de servir un ron con Coca Cola.

Katia suspira y pide una Fanta de naranja. Tiene que conducir. Quizá esos minutos le vengan bien para bajar los chupitos.

El cuarentón de pelo cano le habla, y le habla, más y más, casi obviando a la chica que va con él, que se limita a reírle los comentarios. Katia ni le presta atención, pero sonríe por educación. De vez en cuando intenta que Ángel participe.

Pero Ángel no escucha. Habla con la camarera de las trencitas. Esta juguetea con su pelo mientras dialogan.

Todo en su cabeza está confuso. Está alegre, pero no sabe por qué. Cree que algo se le está pasando por alto, pero no consigue recordar muy bien qué es. Está allí con Paula. No, no es Paula. La chica que le acompaña es Katia. Claro, Katia. La misma que le ha besado. La del pelo rosa. No. La de las trenzas, no. ¿Qué demonios era ese líquido azul? ¿Y Paula?

La música sube de intensidad en el local. Todo está más oscuro y ya no están solos. Han ido entrando algunos grupitos de amigos, incluso alguna que otra pareja. Fluye el viernes noche.

El dueño del pub no se ha apartado ni un segundo de Katia, quien empieza a estar verdaderamente harta de todo aquello. Necesita unos minutos de relax. Se levanta y entra en el cuarto de baño.

Ángel, mientras, está tomando su segundo ron con Coca Cola. Entre medias ha bebido dos chupitos azules más. Todo es muy confuso para él, que ya ni entiende lo que su nueva amiga le está diciendo.

Está sonando
In my eyes
, de Milk Inc, cuando Katia sale del baño. Se ha mojado la cara para refrescarse. Tiene la intención de ir coger a Ángel y marcharse de aquel sitio cuanto antes.

Pero ¿qué ve? No puede ser… ¿Aquella camarera no está demasiado cerca de Ángel? Tiene su cabeza hundida en el cuello del joven periodista. No le estará…

La chica del pelo rosa camina a toda prisa haciéndose paso entre la gente. Alguno la reconoce. Eso da lo mismo ahora. La canción está en su pleno apogeo. Katia llega hasta donde están Ángel y la chica de las trenzas. Con sus manos la aparta y mira a Ángel.

—Cariño, nos vamos.

Y sin pensarlo dos veces, le da un profundo beso en los labios ante la mirada desafiante de la camarera.

Ángel cierra los ojos y responde al beso de Katia. No sabe lo que está haciendo, pero se deja llevar. Acto seguido, la chica lo levanta como puede del taburete en el que está sentado y, sujetándolo por un hombro, lo saca a duras penas del local. Un par de chicos que han visto toda la escena la ayudan.

—Mi coche está allí —dice la cantante señalando el Audi rosa al otro lado de la calle.

—¿Tú eres Katia, verdad? —pregunta el más alto de los que le están ayudando.

—¡Síííííí! ¡Es la gran cantante Katia! —grita de repente Ángel desembarazándose de los muchachos.

El joven tose, se aclara la garganta y empieza a cantar un desafinadísimo
Ilusionas mi corazón
. Chilla lo que pretende ser una dulce melodía. Los dos chicos que les acompañan se miran perplejos ante el espectáculo que Ángel está montando en plena calle. Pero por alguna extraña razón también ellos empiezan a cantar el tema más famoso de Katia, a cada cual peor. La cantante no sabe si reír o llorar. Finalmente, opta por lo primero aunque su sonrisa dura solo un instante ya que el periodista comienza a dar otras muestras de los efectos de las mezclas del alcohol. En un descuido, Ángel cae de bruces contra el suelo quedando boca arriba. Katia y los dos jóvenes acuden inmediatamente a auxiliarlo. Parece que no se ha hecho nada. Lo incorporan de nuevo, aunque casi vuelve a irse al suelo. Afortunadamente, entre todos evitan la caída.

—Al coche —señala Katia.

Ángel parece que está peor. Incluso vomita dos veces en el corto trayecto hasta el Audi rosa. Finalmente, y con mucho trabajo, consiguen introducirlo en el asiento del copiloto del vehículo.

Katia da las gracias a los dos chicos y estos le piden el número de teléfono. La cantante sonríe y arranca. Atrás quedan los muchachos que observan perplejos cómo se aleja aquel coche tan particular.

—¡Ángel! ¡Ángel! —grita la chica, que ve cómo su acompañante se está quedando dormido—. ¡No te puedes dormir ahora!

El periodista abre los ojos ante el zarandeo de Katia, que tiene la vista puesta tanto en la carretera como en él.

—¿Paula? —dice balbuceando mientras ve con ojos borrosos que una chica está al volante.

—¿Qué Paula? Soy yo, Katia. ¡No te duermas! —vuelve a chillar al ver que se le cierran otra vez los ojos.

El joven se deja caer hacia la puerta y apoya su cabeza en el cristal de la ventanilla. Katia se echa sobre él y trata de ponerlo recto. El coche se tambalea y está a punto de salirse de la calzada. La chica de pelo rosa evita la colisión y respira hondo. Está muy estresada.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Ángel, que se ha despertado momentáneamente por el bandeo del coche.

—¿Que qué ha pasado? ¡Joder, casi nos matamos! —La chica se seca la frente con un pañuelo de papel y trata de tranquilizarse—. Bueno, ¿dónde vives?

La pregunta parece un enigma imposible para el periodista.

—Mmmmm. ¿En mi casa?

—¿Y eso, dónde es?

—Mmmmmm.

—No me digas que no te acuerdas.

El joven se echa a reír. Pues no, no se acuerda de la dirección de su edificio.

—Pues…, tendrás que dormir hoy conmigo —dice Katia, a quien esa idea no parece molestarle demasiado.

—Vale —contesta escueto Ángel con una sonrisa en la boca. El Audi rosa atraviesa la ciudad. Apenas hay tráfico. La chica abre la ventanilla del asiento de Ángel para que el frío de la noche golpee su rostro. El cierra los ojos y se siente como si viajara en una nube. Sin embargo, no sabe muy bien cómo se encuentra.

Pasados unos minutos, el coche por fin se detiene. Todo está oscuro salvo por unas pequeñas luces.

—¿Dónde estamos? —pregunta el chico aún sin bajarse.

—En el garaje de mi edificio. Ahora tienes que portarte bien y ayudarme.

Ángel dice que sí, aunque no sabe ni a qué ni por qué. Katia se baja primero y ayuda a hacerlo al periodista. Caminan lentamente hasta un ascensor. Parece que Ángel, aunque no se entera de dónde está, al menos ya camina casi por sí solo.

—Es en el ático —dice la chica ya dentro del ascensor.

Ambos permanecen en silencio dentro del pequeño habitado. Aun borracho, es guapísimo. Y deseable.

El ascensor llega a su destino. Una alfombra roja adorna la última planta del edificio. La pareja camina agarrada. Pese a su pequeña estatura, Katia es sorprendentemente

fuerte. Ella también ha notado los músculos de Ángel bajo aquella camiseta. Sí, es muy deseable.

Por fin llegan ante la puerta del ático de Katia. El chico se apoya con dificultad en la pared mientras la cantante busca las llaves dentro del bolso.

—Aquí están… —dice ella sonriendo—. Apóyate en mí.

Abre la puerta y juntos entran en aquel acogedor apartamento, único testigo del resto de la noche.

La chica enciende la luz, primero la del pasillo de entrada y luego la del salón. El ático no es muy grande, pero impresiona por lo ordenado que está todo. Muebles de diseño oscuros contrastan con paredes de color pastel. Un gusto exquisito.

Los pasos de Ángel son inestables y tiene que valerse de Katia y de las paredes para no caerse. Vuelve a estar mareado.

—Ven, siéntate aquí —dirige ella al periodista ayudándole a llegar a uno de los tres sillones que componen aquella habitación.

Ángel obedece. Intenta acomodarse, pero se escurre. Katia se ríe al verlo.

—Mejor túmbate en el sofá —le dice señalando el sofá de tres piezas en el que está ella.

Repetición de la maniobra anterior. Cada pequeño movimiento es una hazaña. Por fin, logra que Ángel termine tumbado boca arriba. Con las manos se tapa los ojos.

—La… la luz… —protesta él levemente.

—¿Te molesta? Espera, enciendo la lámpara pequeña para que no te moleste.

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