"Soy el último recurso", piensa. "El último en la lista para todo".
Paula recuerda el nick de Mario en el MSN el día anterior. Ni siquiera le preguntó cómo estaba ni qué le había pasado para escribir aquello. "La vida es una mierda. El amor es una mierda. Las Matemáticas son una mierda".
—Oye, Mario, ¿estás bien?
—Sí, ¿por qué no iba a estarlo? —responde fríamente.
—Bueno, ayer, estaba muy liada en el ordenador y vi el nick de tu Messenger de casualidad.
Lo vio, pero estaba muy liada. Bonita excusa.
—Un día tonto. No te preocupes. —Ahora su voz suena más gélida aún.
—¿Es por una chica?
La pregunta sorprende a Mario. Paula no se entera de nada. ¿O tal vez está hablando de ella misma? Dicen que las mujeres tienen un sexto sentido para darse cuenta de esas cosas. ¿Sabe Paula de su amor por ella?
—No te preocupes. Una mala racha. Estoy bien.
—Vamos, Mario. Puedes contármelo: somos amigos.
Aunque habla de amistad, siente que le ha fallado en cierta manera al chico. Se conocen desde pequeños, cuando jugaban juntos. Pero desde hacía un tiempo se habían ido distanciando. Tal vez por culpa de ella. Sí. Ahora, cuando iba a su casa era para ver a Miriam. Paula comprende que no sabe mucho de él.
Ni Álex, ni Ángel están en la mente de la joven en esos momentos. Realmente está preocupada por aquel chico. Su voz suena tan triste al otro lado del teléfono… Y ella, no sabe por qué es ni cree que se lo vaya a contar. Debería hacer algo para recuperar su confianza, debería acercarse de nuevo a él.
—Estoy bien. De verdad. Me acabo de despertar…
—¿Tienes algo que hacer la semana que viene? —pregunta Paula de repente.
—¿La semana que viene?
—Sí.
El chico cada vez comprende menos. Otra vez se pregunta si está soñando.
—Pues creo que no. ¿De qué día de la semana hablas?
—De lunes a jueves. ¿Tienes algo que hacer por las tardes?
—Imagino que estudiar.
—Vale, estudiaré contigo. Verás, estoy muy floja en Matemáticas, como ya has podido comprobar… Necesito ayuda para aprobar el examen del viernes. Si suspendo, mis padres me matan. Así que podrías darme algunas clases, si quieres y puedes, claro.
Definitivamente está soñando. Aquello debe tratarse de eso o de una broma. Paula y él estudiando juntos. Solos. ¿Es real? ¿Es buena idea?
—¿Mario? Te has quedado callado… Si no puedes, no pasa nada.
—Sí que puedo.
—Muy bien —señala Paula sonriendo—. Pues el lunes en el instituto ya lo hablamos más tranquilos y quedamos, ¿te parece?
—Claro.
La chica mira el reloj. Se le está haciendo tarde.
—Mario, te tengo que dejar. Anímate, ¿eh? Un beso.
—Pásalo bien. Un beso, Paula.
Cuelgan.
En la habitación de Mario se amontonan muchos sentimientos contrapuestos. El cansancio sigue presente, pero una pequeña sonrisa brota de nuevo. El corazón vuelve a latir con esas punzadas únicas del enamorado. El cielo sigue oscuro, pero un fino rayo de luz alimenta a aquel adolescente de dieciséis años.
Camina hacia su PC.
Play. Clavado en un bar
. La música de Maná vuelve a sonar en aquella habitación.
Esa misma mañana de marzo, en otro punto de la ciudad.
No sabe qué hacer. Ángel lleva un rato dando vueltas, pensando. ¿Qué le dice a Paula?
Aún le duele la cabeza y el estómago. Siente vergüenza de sí mismo. ¿Cómo es posible que se comportara de esa manera? Se emborrachó, perdió la noción de la realidad, el control. Ni tan siquiera sabía si entre él y Katia había ocurrido algo. ¿Dos días con Paula y ya le ha sido infiel?
Está desquiciado. Querría desaparecer ahora mismo.
Cuando ha llegado a casa, ha puesto el móvil a recargar. Un aviso tras otro, le han ido apareciendo en la pantalla las diferentes llamadas perdidas. De Paula hay unas cuantas. Ha metido la pata hasta el fondo.
Y ahora vienen las excusas, las mentiras, los perdones. Porque Paula no podía enterarse de lo que había pasado. Si llegara a saberlo…
Se pregunta si los besos que soñó habrán sido reales. Si tal vez Katia aprovechó la oportunidad de que él no sabía lo que hacía. En todo caso, el único culpable era él mismo.
¿Qué hacer? ¿Qué decir?
"Paula fui a la redacción, entré en el baño y me quedé encerrado porque la limpiadora no se dio cuenta de que estaba dentro. El móvil se quedaría sin batería".
Suena a cuento chino.
"Se me cayó el teléfono en un cubo de agua y hoy, por arte de magia, de nuevo funciona".
Poco convincente también.
Mentirle le parecía horrible, pero peor era perderla. Y estaba seguro de que, si le contaba la verdad, tal vez lo perdonara, pero no volvería a confiar en él.
¿Por qué tuvo que aceptar el ir a tomar nada? ¿Por qué bebió? Katia… Esa era quizá la respuesta que no quería ver ni creer.
¿Por Katia?
Pero él estaba con Paula. La quería. Sí. Su corazón es de ella. Y será bonito construir una historia juntos. Complementados. Unidos. Pero para ello tenía que salir de esta.
Mira el reloj. Sigue siendo muy temprano. Tiene ganas de oír su voz, pero tampoco es plan despertarla después de haberle dado plantón la noche anterior.
Además, aún no sabe qué decirle.
¿Un mensaje? Eso sería más ruin aún. Hay que dar la cara. Mintiendo, pero al menos dar la cara.
El teléfono de Ángel suena. No es Paula, es Katia. El chico duda si cogerlo. No lo hace. Para. Unos segundos más tarde vuelve a sonar.
—Hola, Katia —responde, finalmente, con seriedad.
—Hola, Ángel. ¿Qué tal te encuentras?
La voz de la cantante suena apagada, tristona. El chico no lo sabe, pero mientras habla con él, Katia juguetea con un interruptor. La luz del salón se enciende y se apaga reiteradamente. Está nerviosa, intranquila. No ha parado ni un segundo de pensar en él desde que se marchó.
—Pues me duele la cabeza. Debe ser por la resaca. Se puede decir que he estado mejor.
—Lo siento. Espero que te mejores.
—Gracias.
Un silencio frío se abre entre los dos. Ángel está a punto de despedirse y colgar, pero la chica habla antes.
—Ángel…, quiero que sepas que no pasó nada entre nosotros.
—Mira, Katia…
—De verdad, créeme. Pudo pasar. Habíamos bebido los dos, estábamos solos en mi apartamento… Pero no ocurrió nada.
Ángel quiere saber si los besos que soñó fueron reales, pero prefiere no preguntar nada.
—Está bien. Mejor así. De todas maneras no estoy orgulloso de mi comportamiento.
—Vamos, no te tortures. Se nos fue la mano un poco, pero ya está. No hay que darle tanta importancia.
—Bueno.
La chica del pelo rosa continúa maniobrando con el interruptor. Está tensa. Ve a Ángel distinto. Por un momento se piensa lo peor. No quiere perderlo.
—Ángel…, me apetece mucho ser tu amiga.
El joven periodista no dice nada. En su cabeza reina la confusión. No tiene ganas de seguir con aquella conversación pero, por otro lado, tampoco él quiere perderla.
—Katia, no sé qué decirte. Deja que descanse, que me recupere un poco. Esta tarde o mañana te llamaré. ¿Vale?
—Vale —contesta no muy convencida, pero lo acepta. No le queda más remedio—. Te esperaré. Un beso.
—Un beso.
Mientras Katia deja el interruptor bajado, apagando la luz del salón, Ángel se sienta preocupado, pensando una buena razón para explicarle a Paula por qué no la llamó la noche anterior.
Diez y pocos minutos de la mañana de ese sábado de marzo, en otro punto de la ciudad.
Álex dialoga animadamente con el señor Mendizábal. Ya lo tiene todo listo. No puede negar que está nervioso, pero no por lo que va a hacer sino porque no está seguro de que Paula acuda a la cita. Quizá se eche atrás.
Sin embargo, todas las dudas le quedan disipadas cuando ella aparece delante de la puerta de cristal.
Mira a un lado y a otro despistada, hasta que Álex sale a su encuentro.
—Hola. Me alegro de verte —indica el joven mientras se le acerca.
Está muy guapa. Se ha cogido el pelo con una coleta, lo que da cierto toque infantil. Sonríe mostrando su blanquísima dentadura. Dos besos.
—Hola. Yo también. Perdona por el retraso.
Está muy guapo. Y sigue luciendo esa maravillosa sonrisa que recordaba del otro día cuando se encontraron en la cafetería. Pese al frescor de la mañana, viste en manga corta.
—No te preocupes. Mientras te esperaba he estado preparándolo todo para irnos cuanto antes.
—Me tienes en ascuas. ¿Aún no me vas a decir a qué quieres que te ayude?
—Enseguida lo sabrás. Pasa.
Álex deja entrar delante a Paula en el establecimiento. Es una reprografía. El ruido de las máquinas fotocopiadoras inunda el local.
Un hombre que ronda los sesenta años se aproxima a la pareja.
—Señor Mendizábal, le presento a mi amiga Paula.
Ambos intercambian sonrisas y curiosas miradas.
—Encantada, señor.
—Lo mismo digo, jovencita. Este muchacho tiene buen gusto para las chicas. Parece que es tan buen músico como conquistador.
El hombre suelta una gran carcajada. Paula enrojece velozmente. También Alex parece avergonzado.
—No exagere, Agustín. Que usted, en nada de tiempo, me ha superado.
—El alumno nunca podrá superar al maestro.
¿Alumno? ¿Maestro? ¿Quién es quién? La chica no se entera de lo que están hablando. Sabe que Álex toca el saxo, pero…
—¿Usted le da clases a Álex? —pregunta ella, un poco desconcertada y queriendo caer simpática.
—¡¿Bromeas?! —exclama sorprendido Agustín Mendizábal—. Este chico es el mejor músico que he conocido en mi vida. Por eso le pedí que nos diera clase a mis amigos vejestorios y a mí.
—Vuelve a exagerar. Sus amigos y usted están muy adelantados para el poco tiempo que llevamos. Y lo que me divierto yo en las clases…
Paula está sorprendida. Así que el chico guapo de la sonrisa perfecta no recibe clases sino que las da. Increíble.
—Jovencita, imagino que Álex ya te habrá impresionado con su saxo —dice el señor Mendizábal, con media sonrisa picarona.
—Pues… no. Aún no he tenido la oportunidad de escucharlo —responde Paula, que todavía está colorada—. Nos conocemos desde hace poco tiempo. Pero tal como usted lo describe, tiene que hacerlo muy bien.
La joven termina su frase con una mirada de admiración al chico. Profesor de saxofón siendo tan joven. Debe de ser un genio.
—Me vais a poner rojo. Dejadlo ya.
—Es verdad. Basta de piropos, que al final se los creerá y nos subirá el precio de las clases —señala el hombre, riéndose, de nuevo. Entonces se agacha para recoger algo tras el mostrador y desaparece de la vista de los jóvenes—. Bueno, aquí está lo que me pediste.
El señor Mendizábal coloca sobre el mostrador dos mochilas llenas de finos cuadernillos plastificados. Paula no puede calcular a ojo cuántos habrá en cada una. Unos treinta tal vez, quizá alguno más. A simple vista, todos parecen iguales.
—Pues muchas gracias, Agustín. ¿Cuánto le debo?
Álex saca su cartera para pagar.
—Pero ¿estás de broma, muchacho? Esto va por mi cuenta.
El joven insiste en pagar todos los juegos de fotocopias que le han hecho, pero es inútil tratar de convencer a aquel hombre.
—Por todos los días que te quedas más tiempo con nosotros, lo que nos aguantas y lo bien que nos tratas. No pienso aceptar ni un euro tuyo.
—Muchas gracias, señor Mendizábal —termina por responder Alex mientras se guarda la cartera en un bolsillo trasero de su pantalón vaquero.
El muchacho coge las dos mochilas con las carpetas y se cuelga una de cada hombro.
—Pasadlo bien y espero volver a verte, jovencita. A ti te espero el lunes, como siempre.
Los jóvenes se despiden de Agustín Mendizábal y salen de la reprografía.
Paula está desconcertada. ¿Para qué querrá tantas copias de lo mismo? ¿Qué serán aquellas folios?
Ya en la calle, Alex señala un banco a Paula para que se sienten.
—Te voy a explicar todo. Seguramente te parezca una tontería, pero se me ocurrió y al menos voy a ver qué pasa.
En el banco da el sol. Paula parece más rubia y a Alex se le nota más el bronceado de sus brazos. El chico deja las dos mochilas en el suelo junto a él y saca dos de los cuadernillos. Uno se lo da a Paula y otro se lo queda.
—"
Tras la pared
" —lee en voz baja la chica.
—Sí.
Tras la pared
es el título del libro que estoy escribiendo.
—¿Eres escritor? —pregunta ella sorprendida.
—Dejémoslo en que soy alguien que escribe. O intenta hacerlo para ser escritor me falta mucho.
Paula abre con curiosidad aquel delgado dosier. Son las primeras catorce páginas del libro que Alex está escribiendo.
— ¿De qué va?
—De un escritor que se obsesiona con una chica mucho más joven que él.
—¿Cuánto más joven?
—El tiene veinticinco y ella catorce.
Paula arquea las cejas. Ángel tiene veintidós y ella dieciséis. Casi diecisiete.
—¿Y tú, cuántos años tienes? —pregunta la chica sin apartar los ojos del cuaderno.
—¿Yo? Pues… veintidós.
Como Ángel. Qué casualidad. Aunque Álex parece un par de años o tres más joven.
—Yo, dieciséis. El sábado que viene cumplo diecisiete.
Es cierto. Ahora, al decirlo, se da cuenta de que tan solo queda una semana para su cumpleaños. ¿Lo celebrará? No ha pensado en nada.
—Imaginé que andarías por esa edad —contesta el joven sonriendo.
Cada vez que Álex sonríe, Paula siente un cosquilleo en su interior. No se explica por qué y tampoco quiere descubrirlo. Simplemente le gusta su sonrisa, desde el primer momento en que lo vio en aquel Starbucks.
—Bueno, ¿y para qué has hecho tantas copias del principio de tu libro? ¿Las vas a mandar a las editoriales?
—No. Al menos no de momento.
—¿Entonces?
—Pensarás que soy tonto… o que estoy un poco loco. O tal vez que soy demasiado romántico…
—Quizá ya lo piense —dice riendo ella.
Alex se sonroja. A lo mejor no ha sido buena idea contar con Paula para aquello. Por un instante cree que está haciendo el ridículo, pero ya no puede dar marcha atrás. Ella le va a ayudar con su plan.