Es cierto que con la formación de estas federaciones regionales subsiste la posibilidad de una guerra entre los diferentes bloques, y que para reducir este riesgo en todo lo posible tenemos que contar con una organización más amplia y menos apretada. Mi creencia es que la necesidad de esta otra organización no constituye un obstáculo para una asociación más estrecha entre aquellos países que son más semejantes por su civilización, orientación y niveles de vida. Aunque tenemos que hacer todo lo posible para evitar futuras guerras, no debemos creer que podemos montar de un golpe una organización permanente que hiciera enteramente imposible todo conflicto en cualquier parte del mundo. No sólo no tendríamos éxito en este intento, sino que, probablemente, malograríamos con él nuestras posibilidades de alcanzar éxito en una esfera más limitada. Como es verdad respecto de otros grandes males, las medidas por las que cabría impedir las luchas en el futuro pueden ser peores que la misma guerra. Reducir los riesgos de fricción capaces de conducir a la guerra es, probablemente, todo lo que, de una manera razonable, podemos tener la esperanza de lograr.
No ha sido el propósito de este libro bosquejar el detallado programa de un futuro ordenamiento de la sociedad digno de ser deseado. Si al considerar las cuestiones internacionales hemos rebasado un poco la tarea esencialmente crítica, fue porque en este campo nos podemos ver pronto llamados a crear una estructura a la cual tenga que acomodarse por largo tiempo el desarrollo futuro. Mucho dependerá de cómo utilicemos la oportunidad que entonces se nos ofrecerá. Pero todo lo que podamos hacer no será sino el comienzo de un nuevo, largo y arduo proceso en el cual todos ponemos nuestras esperanzas de crear gradualmente un mundo muy distinto del que conocimos durante el último cuarto de siglo. Es dudoso, por lo menos, que fuera de mucha utilidad en este momento un modelo detallado de un ordenamiento interno deseable de la sociedad, o que alguien sea capaz de facilitarlo. Lo importante ahora es que comencemos a estar de acuerdo sobre ciertos principios y a liberarnos de algunos de los errores que nos han dominado en el pasado más cercano. Por desagradable que pueda ser admitirlo, tenemos que reconocer que habíamos llegado una vez más, cuando sobrevino esta guerra, a una situación en que era más importante apartar los obstáculos que la locura humana acumuló sobre nuestro camino y liberar las energías creadoras del individuo que inventar nuevos mecanismos para «guiarle» y «dirigirle»; más importante crear las condiciones favorables al progreso que «planificar el progreso». Lo más necesario es liberarnos de la peor forma del obscurantismo moderno, el que trata de llevar a nuestro convencimiento que cuanto hemos hecho en el pasado reciente era, o acertado, o inevitable. No podremos ganar sabiduría en tanto no comprendamos que mucho de lo que hicimos fueron verdaderas locuras.
Si vamos a construir un mundo mejor, hemos de tener el valor de comenzar de nuevo, aunque esto signifique
recular pour mieux sauter
. No son los que creen en tendencias inevitables quienes dan muestras de este valor ni lo son los que predican un «Nuevo Orden» que no es sino una proyección de las tendencias de los últimos cuarenta años, ni los que no piensan en nada mejor que en imitar a Hitler. Y quienes más alto claman por el Nuevo Orden son, sin duda, los que más por entero se hallan bajo el influjo de las ideas que han engendrado esta guerra y la mayoría de los males que padecemos. Los jóvenes tienen razón para no poner su confianza en las ideas que gobiernan a gran parte de sus mayores. Pero se engañan o extravían cuando creen que éstas son aún las ideas liberales del siglo XIX, que la generación más joven apenas si conoce de verdad. Aunque ni queremos ni podemos retornar a la realidad del siglo XIX, tenemos la oportunidad de alcanzar sus
ideales; y ello no sería poco
. No tenemos gran derecho para considerarnos, a este respecto, superiores a nuestros abuelos, y jamás debemos olvidar que somos nosotros, los del siglo XX, no ellos, quienes lo hemos trastornado todo. Sí ellos no llegaron a saber plenamente qué se necesitaba para crear el mundo que deseaban, la experiencia que nosotros logramos después debía habernos preparado mejor para la tarea. Si hemos fracasado en el primer intento de crear un mundo de hombres libres, tenemos que intentarlo de nuevo. El principio rector que afirma no existir otra política realmente progresiva que la fundada en la libertad del individuo sigue siendo hoy tan verdadero como lo fue en el siglo XIX.
La exposición de un punto de vista que durante muchos años ha estado decididamente en desgracia sufre la dificultad de no permitir, dentro del ámbito de unos cuantos capítulos, sino la discusión de algunos de sus aspectos. Al lector cuyo criterio se ha formado por entero en las opiniones dominantes durante los últimos veinte años difícilmente le bastará con este libro para lograr la base común que cualquier discusión provechosa exige. Pero, aunque pasadas de moda, las opiniones del autor del presente libro no son tan singulares como puedan parecer a algunos lectores. Su criterio esencial coincide con el de un número sin cesar creciente de escritores de muchos países, cuyos estudios les han llevado independientemente a conclusiones semejantes. El lector que desee informarse directamente con más amplitud sobre lo que quizá considere un clima de opinión desusado, pero no inadmisible, puede encontrar utilidad en la lista siguiente, que contiene algunas de las más importantes obras de este género, incluyendo varias que al carácter esencialmente crítico del presente ensayo añaden una discusión más completa de la estructura de una sociedad futura deseable.
W. H. CHAMBERLIN:
A False Utopia. Colectivism in Theory and Practice
. Londres, Duckworth, 1937.
F. D. GRAHAM:
Social Goals and Economic Institutions. Princeton University Press
, 1942.
E. HALÉVY:
L'Ere des Tyrannies
. París, Gallimard, 1938.
G. HALM, L. v. MISES y otros:
Collectivist Economic Planning
. Ed. de F. A. Hayek, Londres, Routledge, 1937.
W. H. HUTT:
Economists and the Public
, Londres, Cape, 1935.
W. LIPPMANN:
An Inquiry into the Principies of the Good Society
. Londres, Alien & Unwin, 1937.
L. v. MISES:
Die Gemeinwirstschaft
, Jena, Fischer, 2.a ed. 1932. Trad. inglesa bajo el título de Socialism, por J. Kahane. Londres, Cape, 1936.
R. MUIR:
Liberty and Civilisation
, Londres, Cape, 1940.
M. POLANYI:
The Contempt of Freedom
The Contempt of Freedom, Londres, Watts, 1940.
W. RAPPARD:
The Crisis of Democracy
, University of Chicago Press, 1938.
L. C. ROBBINS:
Economic Planning and International Order
. Londres, Macmillan, 1937.
L. C. ROBBINS:
The Economic Basis of Class Conflict and Other Essays in Political Economy
. Londres, Macmillan, 1939.
L. C. ROBBINS;
The Economic Causes of War
. Londres, Cape, 1939.
W. ROEPKE:
Die Gesellschaftskrisis der Gegenwart
. Zúrich, Eugen Rentsch, 1942.
L. ROUGIER:
Les mystiques économiques
. París, Librairie Medicis, 1938.
F. A. VOIGT: Unto Caesar. Londres, Contable, 1938.
Los siguientes, entre los «Public Policy Pamphlets» editados por la University of Chicago Press:
H. SIMONS:
A Positive Program for Laissez Faire. Some Proposals for a Liberal Economic Policy
, 1934.
H. D. GIDEONSE:
Organised Scarcity and Public Policy
, 1939.
F. A. HERMENS:
Democracy and Proportional Representation
, 1940.
W. SULZBACH:
«Capitalist Warmongers»: A Modern Superstition
, 1942.
M. A. HEILPERIN:
Economic Policy and Democracy
, 1943.
Hay también importantes obras alemanas e italianas de un carácter similar, que, en consideración a sus autores, sería imprudente mencionar ahora por sus nombres.
A esta lista he de añadir los títulos de tres obras que, más que cualquier otro libro por mí conocido, ayudan a comprender el sistema de ideas que gobierna a nuestros enemigos y las diferencias que separan su mentalidad de la nuestra:
E. B. ASHTON:
The Fascist, His State and Mind
, Londres, Putnam, 1937.
F. W. FOERSTER:
Europe and the German Question
. Londres, Sheed, 1940.
H. KANTOROWICZ:
The Spirit of English Policy and the Myth of the Encirclement of Germany
. Londres, Alien & Unwin, 1931,
y el de una notable obra reciente sobre la historia moderna de Alemania, no tan bien conocida en Gran Bretaña como se merece:
F. SCHNABEL:
Deutsche Geschichte im 19. Jahrhundert
, 4 vols., Freiburg i. B., 1929-1937.
Quizá se encontrarán todavía las mejores guías para ciertos de nuestros problemas contemporáneos en las obras de algunos de los grandes pensadores políticos de la era liberal, un De Tocqueville o un lord Acton, y, para retroceder aún más, en Benjamín Constant, Edmund Burke y los artículos del Federalist de Madison, Hamilton y Jay; generaciones para quienes la libertad era todavía un problema y un valor que defender, mientras que la nuestra la da por segura y ni advierte de dónde amenaza el peligro ni tiene valor para liberarse de las doctrinas que la comprometen.
FRIEDRICH AUGUST VON HAYEK, (Viena, 1899 - Friburgo, 1992). Economista austríaco y teórico de la política. Fue director del Instituto Austríaco para la Investigación Económica (1927–1931). Posteriormente, ejerció como profesor en la London School of Economics (1931–1950). En 1950 se trasladó a Estados Unidos, donde impartió lecciones de Ciencias sociales. De regreso a Europa, concluyó sus estudios de Pedagogía en Salzburgo en 1974, el mismo año en que le fue otorgado el Premio Nobel de Economía.
Discípulo de R. von Mises, se le sitúa en la tradición de la Escuela marginalista austríaca de K. Menger, F. von Wieser y E. Bohm Bawerk. Friedrich Von Hayek fue un convencido partidario del liberalismo político y económico. Participó en el debate teórico sobre la planificación económica. Proclamó la ineficacia de las economías fundamentadas en la asignación de los recursos, basándose en las dificultades de cálculo económico y en la imposibilidad de proveer a cada operador de la información que en el libre mercado proporcionan los precios:
Collectivist Economic Planning
(1935).
Sensible a los problemas de la libertad en la sociedad contemporánea, escribió ensayos sobre política, filosofía de la ciencia y metodología de la ciencia económica:
Economía y Conocimiento
(
Economics and Knowledge
, 1937),
Camino de servidumbre
(
The Road to Serfdom
, 1944),
Los fundamentos de la libertad
(
The Constitution of Liberty
, 1960) y
Derecho, legislación y libertad
(
Law, Legislation and Liberty
, 1982). Hayek desarrolló la teoría del capital en relación con los fenómenos del ciclo económico, al que atribuye causas monetarias. Contradijo a Keynes, cuyo Tratado de la moneda (
Teoría general del empleo, del interés y de la moneda
, 1930) provocó un controvertido debate.
Hayek explica las fluctuaciones cíclicas como desequilibrios en la estructura temporal de la producción (con consecuencias de ahorro forzado) cuyos responsables son los bancos con su expansión del crédito:
La teoría monetaria y el ciclo económico
(
Geldtheorie und Konjunkturtheorie
, 1929),
Precios y producción
(
Preise und Produktion
, 1931),
Beneficios, interés e inversión
(
Profits, Interest and Investment
) (1939),
La teoría pura del capital
(
The Pure Theory of Capital
, 1941) y
Camino de servidumbre
.
[1]
Se ha permitido también algunas correcciones de forma en la nota de 1946, pero sin alterar su contenido.
<<
[2]
Aunque la verdad es que el libro de Hayek no dejaba sin dura mención crítica a esas configuraciones políticas que no pueden satisfacer ni a planificadores ni a liberales: «especie de organización sindicalista o "corporativa" de la industria, en la cual se ha suprimido mis o menos la competencia, pero la planificación se ha dejado en manos de los monopolios independientes que son las diversas industrias» (pág.69).
<<
[3]
Dominique Lecourt, Lyssenko. Histoire réelle d'une
«science prolétarienne»
. Avant-propos de Louis Althusser. París, 1976.
<<
[4]
Cf. D. Lecourt, op. cit., pág. 133.
<<
[5]
Ibid
., pág. 28.
<<
[6]
En el prólogo al libro de D. Lecourt,
op. cit.
, págs. 9 y 10.
<<
[1]
Como algunas personas pueden considerar exagerada esta manifestación, será útil citar el testimonio de lord Morley, quien en sus
Recollections
da como un «hecho sabido» que el principal argumento del ensayo
On Liberty
«no era original, sino que procedía de Alemania».
<<